Portada » Historia » El Declive del Imperio Español: Causas y Consecuencias de la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898
Durante el último cuarto del siglo XIX, España sufrió la pérdida de los últimos vestigios de su antiguo imperio frente al empuje norteamericano. La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas significó un durísimo golpe para la opinión pública española, dando lugar a la llamada crisis del 98.
La concesión de la autonomía a Cuba a partir del 1 de enero de 1898 llegaba demasiado tarde. Los cubanos solo se conformaban con la emancipación definitiva. El reparto del mundo entre Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón y Estados Unidos, junto con el imperialismo norteamericano, necesitado de nuevos mercados en donde colocar los excedentes de producción y de capital, fijó su atención en los territorios españoles del Pacífico y del Caribe.
La guerra se reanudó en Cuba en febrero de 1895 en la zona oriental de la isla bajo el denominado grito «¡Viva Cuba libre!». Esto ocurrió después de la aprobación en las Cortes de un proyecto de autonomía que llegaba tarde. La insurrección fue protagonizada por un grupo de independentistas liderados por José Martí, cerebro de la insurrección y autor del Manifiesto de Montecristi, verdadero programa independentista.
La actitud negociadora del General Martínez Campos, que tan buenos resultados le había proporcionado años antes, se convirtió, desde 1896, en una táctica militar de aplastamiento de la insurrección. Al negársele tomar medidas contra la población civil que apoyaba la guerrilla, solicitó su regreso a la península. Ni Cánovas ni Sagasta estaban dispuestos a perder un territorio cuya pérdida era la mayor de las deshonras. Al gobierno no le quedó otra que el envío del general Valeriano Weyler, buen conocedor de la isla. Entre las causas del fracaso español se encuentran: evitar el apoyo civil a los sublevados, la campaña de desprestigio puesta en marcha por la prensa norteamericana y el envío de armas a los independentistas desde Estados Unidos. El presidente McKinley amenazaba con la intervención militar si España no accedía a la venta de la isla por 300.000.000 de dólares, oferta rechazada tanto por la regente como por el gobierno español.
En Puerto Rico, las manifestaciones de fidelidad a España fueron constantes. Fue la decisión norteamericana de apoderarse de este territorio como botín de guerra la que decidió el futuro de esta isla.
La insurrección filipina derivó hacia unos sentimientos independentistas que fueron canalizados a través de la Liga Filipina, fundada en 1892 por José Rizal, cuyo programa quedaba reducido a la expulsión de los españoles. La expansión del movimiento independentista se generalizó a partir de 1896, coincidiendo con el envío del general García de Polavieja quien, tras una enérgica y metódica acción militar, acabó con el conflicto, siendo José Rizal condenado a muerte. El intento de Emilio Aguinaldo de reiniciar el conflicto desde su exilio en Hong Kong coincidió con el comienzo de la guerra hispano-norteamericana.
El conflicto comenzó con el hundimiento, el 15 de febrero de 1898, del acorazado Maine en la bahía de La Habana, con la excusa de proteger los intereses norteamericanos en Cuba. La guerra comenzó el 25 de abril, cuando Estados Unidos exigía a España la renuncia inmediata sobre Cuba. La escuadra española de Filipinas, mandada por el almirante Montojo, sería aniquilada en la bahía de Manila el 1 de mayo por la escuadra del comodoro Dewey procedente de Hong Kong. La rendición de Cavite y la generalización del levantamiento filipino siguieron a este evento. La ciudad de Manila cayó en manos norteamericanas el 14 de agosto, firmando el armisticio. Un destacamento español prolongó la resistencia hasta el 2 de junio de 1899 en la iglesia de Baler, en la isla de Luzón.
La escuadra española del Atlántico, al mando del almirante Cervera, en Santiago de Cuba, no pudo mantener las posiciones de Caney y la loma de San Juan, claves para la defensa de la ciudad. La escuadra española fue aniquilada el día 3 de julio en el combate naval de Santiago. Después capituló Santiago. Las fuerzas americanas desembarcaron en Puerto Rico y ocuparon la isla.
El Tratado de París consistió en una serie de exigencias norteamericanas que España tuvo que acatar, y de cuya ratificación fueron excluidos cubanos, puertorriqueños y filipinos.
El 10 de diciembre de 1898 se firmaba el Tratado de París, que constaba de los siguientes puntos:
Mientras las potencias europeas se repartían el mundo, España perdió sus posesiones. El día 1 de enero de 1899, el general Jiménez Castellanos hizo la entrega oficial del territorio de Cuba al gobierno de los Estados Unidos. Idéntico procedimiento se realizó en Filipinas.
Para Cuba supuso cambiar de amo: Estados Unidos, ocupándola militarmente. La isla obtenía la independencia política el 20 de mayo de 1902. Tomás Estrada Palma se convirtió en el primer presidente de la República de Cuba, aunque mediatizada por la injerencia norteamericana.
Para los Estados Unidos, dueños del Caribe, el control de las Filipinas ponía en contacto al gigante americano con Asia oriental. En 1903, el problema del canal se resolvía a su favor mediante la independencia de Panamá.
Para España, el desastre del 98 se debió a que nunca debió aceptar la guerra. Un sector de la prensa presionaba al gobierno, prefiriendo el deshonor a la guerra, sugiriendo que esta podía ser ganada.
El 98 marcó, junto con el fin del dominio colonial, la irrupción de las posibles salidas a la realidad sociopolítica del país. En este sentido, los escritores de la Generación del 98 – Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-Inclán, Benavente, Maeztu, Blasco Ibáñez, Costa… – aportaron una contribución fundamental. El 98 cerró una etapa y abrió otra nueva para España.