Portada » Historia » El Crack del 29: Orígenes, Consecuencias y Repercusiones Globales
El 24 de octubre de 1929, conocido como el «Jueves Negro«, marcó el inicio de la mayor crisis mundial que el capitalismo haya experimentado. Todo comenzó con la caída abrupta de los precios de las acciones en la Bolsa de Wall Street en Nueva York.
Esta caída masiva arruinó a numerosos inversores, provocó el cierre de empresas y bancos, y condenó al desempleo a millones de personas. Debido al efecto dominó, el problema se extendió a muchas naciones, con graves repercusiones tanto para países desarrollados como en desarrollo. Europa, aún recuperándose de la Primera Guerra Mundial, enfrentó una nueva etapa de desempleo y miseria, lo que contribuyó al ascenso de movimientos extremistas de extrema derecha.
Para comprender el origen de la crisis, es necesario remontarse a la Primera Guerra Mundial. Para Estados Unidos, la contienda fue una fuente de grandes beneficios, convirtiéndose en proveedor de sus aliados y, posteriormente, de otros países. Tras la guerra, grandes cantidades de dólares fluyeron hacia Europa como préstamos para la reconstrucción. En Alemania, por ejemplo, hubo una considerable inversión estadounidense.
Al analizar la crisis del 29, es crucial considerar dos elementos clave:
Tras la guerra, Estados Unidos se enfrentó a la dificultad de mantener el mismo nivel de ventas a los países exbeligerantes. Los gastos de reconstrucción económica en las zonas devastadas limitaron la compra masiva de productos estadounidenses. Los países afectados adoptaron medidas proteccionistas para impulsar la recuperación de sus economías. Como resultado, Estados Unidos se encontró con enormes excedentes de productos, generando stocks y una situación de superproducción o exceso de oferta.
Se produjo un auge especulativo. El valor de los títulos cotizados en Bolsa subía continuamente, a pesar de la baja demanda de productos. Esto se explica por los bajos tipos de interés. El dinero barato prestado por los bancos se invirtió en Bolsa con la expectativa de obtener grandes beneficios.
Cada vez se acumulaban mayores cantidades de mercancías y productos sin salida en el mercado. La superproducción en la industria y la agricultura generó una situación difícil debido al exceso de oferta, lo que provocó la caída de los precios.
Las dudas, los miedos y el nerviosismo se apoderaron de los inversores, quienes comenzaron a sospechar de un sistema que aparentemente prometía ganancias sustanciales y progreso ilimitado. Se pusieron a la venta masivamente grandes cantidades de acciones, lo que provocó una caída en picado de su valor.
El «Jueves Negro», el 24 de octubre de 1929, el valor global de los títulos cotizados en Bolsa se desplomó en miles de millones de dólares. El pánico se apoderó de Wall Street, y todos querían deshacerse de sus acciones, que cada vez valían menos. Este fue el «crack», que arruinó a pequeños, medianos y grandes accionistas.
La crisis económica mundial iniciada en 1929 en Estados Unidos afectó a Uruguay a partir de 1930-31. El descenso del precio de las materias primas y alimentos que Uruguay exportaba, junto con las restricciones del comercio internacional, generaron un aumento del desempleo y una caída del ingreso.
La lucha por la distribución de la riqueza se intensificó entre los grupos sociales, y el reformismo social batllista fue duramente criticado por ineficaz y populista por las gremiales de estancieros y comerciantes, quienes cuestionaban el peso impositivo de un Estado que no controlaban.
El Presidente de la República electo en 1931, Gabriel Terra, atendió estas demandas de las clases altas y, con el apoyo de algunas fracciones de los dos partidos tradicionales, dio un golpe de Estado el 31 de marzo de 1933, disolviendo el Poder Legislativo y la parte colegiada del Poder Ejecutivo, el Consejo Nacional de Administración.
Este golpe y el gobierno resultante de Terra, hasta 1938, aunque represor del movimiento obrero y los partidos de izquierda y «progresistas», y desconocedor en muchos planos de los derechos individuales, demostró también la originalidad de la historia uruguaya. El golpe había sido protagonizado por un presidente civil y dado con la aprobación del ejército, pero sin su intervención directa, había contado con el apoyo de parte de los partidos políticos tradicionales y, además, procurado la legitimación inmediata de las urnas convocando a elecciones ya en 1933 y planteando una reforma de la constitución.