Portada » Historia » El conde Lucanor trabajo
Felipe II (1556-1598) a diferencia de su padre, no se ausentó de la Península a partir de 1559. Había heredado de su padre dos objetivos: la lucha por la hegemonía en Europa y la defensa de los territorios que formaban su patrimonio. Su reinado se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial a través de los océanos Atlántico y Pacífico, llevando a la Monarquía Hispánica a ser la primera potencia de Europa y alcanzando el Imperio Español su apogeo, convirtiéndolo en el primer Imperio mundial ya que, por primera vez en la historia, un Imperio integraba territorios de todos los continentes habitados del planeta Tierra. Así se incorporaron al Imperio Español el ducado de Milán, Reino de Inglaterra e Irlanda (mientras Felipe estuvo casado con María I Tudor, aunque los reinos se mantuvieron independientes), Reino de Portugal y sus colonias. Los otros territorios que conforman este Imperio se explican en el apartado Exploración y colonización de Ámerica y el Pacífico. Problemas internos. Felipe II aumento su autoritarismo político y religioso, por lo que tuvo que hacer frente a la revuelta de los moriscos de Granada – Guerra de las Alpujarras 1568-1570-, provocada por la prohibición de prácticas de origen musulmán. Los moriscos fueron deportados y repartidos por Castilla (unos 80.000). Otro conflicto fue la rebelión de Aragón entre 1590-1592, motivada por un enfrentamiento entre el rey y el Justicia Mayor de Aragón, que amparó al secretario del rey Antonio Pérez (Aragónés), perseguido por la justicia real y por la Inquisición acusado de haber orquestado el asesinato de Juan Escobedo el secretario de D. Juan de Austria. Los intentos de arrestarle provocaron un motín en Zaragoza; el rey aplastó la rebelión y ejecutó al Justicia Mayor Juan de Lanuza, aunque Pérez escapó. Pese a todo, Felipe II no abolíó el cargo de Justicia ni los fueron aragoneses, pues fue, respetuoso con las instituciones de sus reinos. Problemas Externos La política exterior de Felipe II siguió en parte los objetivos trazados por su padre aunque se introdujeron nuevos escenarios: – en el Mediterráneo Felipe II llevó a cabo un plan de construcción de barcos y buscó aliados que le permitieran obtener victorias en el mar. Formó la Liga Santa junto con el Papado y la República de Venecia, que al mando de Juan de Austria consiguió la victoria en Lepanto 1571. Mostrando que los turcos no eran invencibles y que se les podía cerrar el paso hacia el Mediterráneo occidental. – Países Bajos el mayor problema de Felipe II, un conflicto que se prolongó con leves interrupciones durante 80 años 1568-1648. Las protestas comenzaron por la política represiva que se seguía contra los calvinistas muy numerosos en este país, al que Felipe II trababa como una provincia más de España y no como un Estado autónomo. Estallan una serie de disturbios populares que son reprimidos duramente por el duque de Alba enviado por orden del rey. Las revueltas y protestas siguieron dando lugar a la división del estado en: Provincias Católicas Unidas del Sur (actuales Bélgica y Luxemburgo) y las Provincias Unidas que agrupaban a los calvinistas del norte (Países Bajos) – Inglaterra ayudó a los calvinistas del norte pues su reina Isabel I era una anti-católica convencida. Felipe II quiso invadir Inglaterra y para ello preparó una Gran Armada. El intento de invasión fracasó 1588 “desastre de la Armada Invencible” como la llamaron satíricamente los ingleses – Portugal reino que quedó sin rey al morir este sin descendencia. Felipe II combinó la guerra con la diplomacia para hacerse con el trono, comprometíéndose a que todos los asuntos portugueses fueran gestionados por naturales de este reino.
España era un estado complejo, pues estaba formado por un conjunto de territorios que poseían instituciones, leyes y lenguas diferentes, aunque tenían un mismo rey. Este impónía unas normas generales de gobierno, pero gobernaba cada territorio según sus leyes. La monarquía hispánica continuaba siendo una potencia internacional, que poseía numerosas y estratégicas posesiones en Europa -Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Milán, los Países Bajos, etc.- y extensos territorios en su vasto Imperio colonial. Las colonias españolas en América se extendían desde el sur de los actuales Estados Unidos hasta el extremo meridional del continente, incluyendo el archipiélago de las Antillas. También estaban bajo el control de los Austrias españoles las costas de África, de la India y algunos enclaves del sudeste asíático y el archipiélago de Filipinas. Por otra parte, durante el Siglo XVII los reinos de la monarquía española experimentan una decadencia en todos los ámbitos: Crisis demográfica: la población disminuyó en casi 1.000.000 de personas. Las causas de este descenso hay que buscarlas en la emigración a América, las continuas guerras, la expulsión de los moriscos y por las epidemias que asolaron el país en este siglo. Decadencia económica: La agricultura empeoró su situación, el hambre, las guerras y las epidemias, hicieron que quedaran más tierras vacías. La ganadería tampoco vivía un gran momento, ya que el número de cabezas de ganado disminuyó por la falta de pastos y por la destrucción provocada por las guerras. La industria y el comercio, también, están en crisis. Los impuestos cada vez eran más altos y la población cada vez perdía más poder adquisitivo. Los gastos del Estado cada vez son mayores, la Corte despilfarra, y ni el aumento de impuestos, ni la devaluación de la moneda salvan al estado de la bancarrota. Disminuye la llegada de los metales preciosos de América. A esto hay que unirle una decadencia militar, política y científica y pérdidas territoriales de sus posesiones. No fue un proceso brusco, ni uniforme, ni se manifestó por igual en todos los territorios de la Monarquía, de hecho en los territorios de la Corona de Aragón, marginados de la aventura americana, la crisis se sintió en menor medida.
5.2.1 Felipe III (1598-1621)
Es un reinado de transición e inició el sistema de los validos con el Duque de Lerma. Al acceder al trono y ante la grave situación de la Hacienda real, la política hacia Europa se volvíó «pacifista». Se firmó una tregua con los Países Bajos (1609-1621), que reconocía de hecho la independencia de la parte norte de los Países Bajos (Provincias Unidas). En política interior se decretó la expulsión de los moriscos en 1609. Se calcula que 300000 personas (4% de la población española de la época) fueron obligadas a abandonar sus residencias, embarcadas a la fuerza y abandonadas en el norte de África. Esta sangría fue especialmente grave en Aragón y Valencia ya que los moriscos trabajaban en las zonas de regadío. Muchos nobles valencianos y aragoneses trataron de evitar la expulsión definitiva. Las zonas fueron repobladas por cristianos viejos de Castilla y Murcia, que no tenían los conocimientos necesarios para continuar desarrollando una agricultura de regadío intensiva. Durante el gobierno del duque de Lerma la administración experimentó un caos debido a la venta de cargos y dignidades y a la colocación en los puestos claves de familiares y clientes del duque (nepotismo).
Durante su reinado se produjo la gran crisis del poderío español. Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares (1587-1645) alcanzó el poder tras ser gentilhombre del príncipe de Asturias. Hombre inteligente, trabajador y enérgico intentó llevar a cabo una serie de reformas exteriores e interiores que le enfrentaron a la nobleza, al clero y a los territorios de la periferia. El Conde Duque pretendíó integrar a todos los reinos en un solo Estado común, con las mismas leyes e instituciones, siguiendo el modelo castellano, que permitía un mayor control real. Su intento fracaso y esto dio lugar a graves revueltas que marcaron la política interna: Levantamientos en Cataluña y Portugal por el establecimiento de la ‘Uníón de Armas’. La guerra de los 30 años, que estaba sufriendo España, consumía grandes recursos y empobrecíó a Castilla. El conde-duque pretendíó una mayor centralización y fortalecimiento de la monarquía y una contribución equitativa al esfuerzo exterior de la Corona, tanto en hombres de armas como en Impuestos. Sus exigencias acabaron provocando el levantamiento de Cataluña y Portugal en 1640. El Portugal se proclamó rey al duque de Braganza y trajo consigo la independencia definitiva de España y Portugal. La revuelta en Cataluña se originó cuando el conde-duque, en plena guerra de los 30 años, abríó un frente militar contra los franceses en los Pirineos, obligando a los catalanes a alojar las tropas y a contribuir en el gasto militar, a lo que siempre se habían negado. Los soldados reales cometieron muchos excesos en Cataluña, esto provocó un levantamiento de campesinos, que entraron armados en Barcelona durante el Corpus de Sangre. La revuelta se generalizó en toda Cataluña, que tuvo el apoyo de Francia, y el conflicto duro más de diez años. Finalizó en 1652 con la rendición de Barcelona al ejército real. En Andalucía también hubo un intento de levantamiento, que fue dirigido por el Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Ayamonte en 1641. El Duque, que era capitán general del ejército de Andalucía y hermano de la Duquesa de Braganza, ahora reina de Portugal, se levantó contra la Corona cuando iba a participar en una operación para la recuperación de Portugal. Los objetivos del Duque de Medina Sidonia parece que fueron la constitución de un reino andaluz independiente, aunque es muy probable que las causas de la conspiración fueran la vieja rivalidad del Duque de Medina Sidonia con Olivares y la mala situación en que se encontraba su vastísima hacienda. El Duque y el Marqués fueron acusados de conspiración contra la Corona. El primero fue desterrado de la Corte y desposeído de sus propiedades en Sanlúcar, mientras que el Marqués de Ayamonte corría peor suerte al ser ejecutado.
En política exterior defendía el mantenimiento de una política de prestigio y del papel hegemónico en Europa. Por este motivo intervino en la Guerra de los 30 años (1618-1648). Esta se inició por un enfrentamiento religioso en Bohemia entre protestantes y católicos y terminó siendo un enfrentamiento generalizado por la hegemonía en Europa. En realidad, se enfrentaron dos concepciones de Europa. Los Habsburgo de España y Alemania representaban una visión tradicional. Querían imponer la reforma católica, el criterio de universalización, el poder del Pontífice y la validez de la idea imperial: Europa unida por una fe y bajo un emperador. Frente a esta visión, los países protestantes del Norte y la católica Francia, principalmente, querían un ordenamiento nuevo, basado en las ideas renacentistas: individualismo, Racionalismo y triunfo de un incipiente nacionalismo. Es decir, Europa dividida en una serie de estados soberanos que fueran independientes entre sí. La entrada en la guerra se produjo en 1621 con la ruptura de la Tregua de los doce años con el fin de apoyar a los Austrias alemanes. Así se declara la guerra a los Países Bajos, que contaron con el apoyo de los protestantes alemanes. Al principio se lograron algunas victorias como las de Breda en 1626, inmortalizada por Velázquez en su cuadro Las Lanzas. Pero la entrada de Dinamarca y posteriormente de Suecia en la contienda agotó los recursos económicos y militares de la monarquía. Las buenas relaciones con Francia e Inglaterra le permitieron mantener, en principio, su posición en Europa. Para hacer frente a las necesidades bélicas trató de llevar a cabo reformas fiscales e institucionales en el interior (visto Uníón de Armas y las revueltas que se produjeron en Cataluña y Portugal),) originándose los primeros conflictos sociales y políticos. Los holandeses con una economía más saneada acosaban a las colonias castellanas y portuguesas y cortaban las comunicaciones con América. No obstante, la católica Francia, con el cardenal Richelieu al frente –valido de Luis XIII- declaró la guerra a la Corona española en 1635 aliándose con los protestantes, pues temía quedar acorralada por los territorios de los Austrias. Las primeras derrotas frente a la nueva coalición Franco-sueca-holandesa- alemana obligaron a acelerar las reformas interiores y se produce la crisis de 1640 con la sublevación de Cataluña, Portugal, Nápoles, Aragón y Andalucía. Después de la derrota de los tercios viejos de Castilla en Rocroi (1643) se pierde la hegemonía militar en Europa. La Paz de Westfalia (1648) puso término a la Guerra de los Treinta Años y supuso en realidad el principio del fin de la hegemonía española: las Provincias Unidas del Norte (protestantes de los Países Bajos) se hacían definitivamente independientes, conservando la Corona hispana los territorios del sur. Pero el significado político de la Paz de Westfalia era mayor. Francia se afirmaba como la potencia hegemónica y surgía una nueva potencia en el Báltico: Suecia. A pesar de la Paz de Westfalia la guerra entre la Corona francesa y la española continuó, finalizando temporalmente con la Paz de los Pirineos en 1659. Esta paz, supuso la pérdida de las tierras catalanas del Rosellón y la Cerdaña y que las mercancías francesas tuviesen paso libre por territorio español.