Portada » Arte » El Barroco Español: Arquitectura, Escultura y Contexto Histórico
Durante el siglo XVII, España se encontraba bajo una monarquía absoluta que ejercía control sobre todos los ámbitos del poder. En 1606, la corte se trasladó de Valladolid a Madrid, lo que impulsó una notable actividad constructiva y decorativa en la capital.
A pesar de la decadencia de los últimos reyes de la casa de Austria, la monarquía continuó utilizando el arte como herramienta de propaganda. La Iglesia, fortalecida tras la ruptura con los protestantes, mantenía su influencia, y España se consolidaba como fiel seguidora de las doctrinas de la Contrarreforma. La Inquisición ejercía un fuerte control, incluso sobre la iconografía artística.
Se pueden distinguir dos etapas en la evolución del arte barroco español:
Las plantas utilizadas se adaptan a dos modelos principales: el de salón, un templo cruciforme con una nave única y capillas entre los contrafuertes, derivado del modelo de iglesia jesuítica; y el de cajón, un rectángulo típico de los templos carmelitas. También se encuentran ejemplos de planta ovalada, influencia del barroco italiano.
En cuanto a las cubiertas, se emplea la bóveda de cañón con lunetos. Las cúpulas sobre el crucero pueden ser de influencia italiana, con forma esférica visible desde el exterior, o cúpulas encamonadas, con forma cúbica al exterior y semiesférica al interior, también conocidas como bóvedas falsas por estar hechas de madera y yeso.
Las fachadas varían según el tipo de planta. Se sigue el modelo jesuítico, basado en la fachada del Gesú de Roma, y las fachadas de cajón o panel rectangular. Se mantiene la tradición de colocar dos torres en la fachada.
Los materiales más comunes son la piedra, el ladrillo y el yeso.
Los elementos decorativos evolucionan del siglo XVII al XVIII. En el XVII, son más clásicos: frontones, pilastras, columnas de orden gigante, decoración de placas. En el XVIII, se vuelven más exuberantes: columnas salomónicas, cornisas salientes y retranqueadas, baquetones, estípites, decoración vegetal carnosa y altorrelieves. Se busca el volumen, el movimiento, el claroscuro y el horror vacui.
La sobriedad escurialense se aprecia en las primeras iglesias del siglo XVII, como la fachada del convento de la Encarnación de Madrid, obra de Juan Gómez de Mora. Esta fachada de cajón presenta un pórtico de arcos de medio punto, una hornacina con el titular y una ventana rematada en frontón, todo enmarcado con pilastras de orden gigante y rematado en frontón. Son iglesias de nave única y cubiertas con bóvedas de cañón con lunetos.
La familia Churriguera rompe con los moldes establecidos, trabajando principalmente en Salamanca y Madrid. El Retablo de la iglesia de San Esteban en Salamanca, obra de José de Churriguera, marca un cambio significativo. Concebido como una arquitectura monumental en madera de pino dorado, presenta una planta movida, gigantescas columnas salomónicas (influencia del Baldaquino de San Pedro), fustes recubiertos de hojas de vides y racimos, y una representación central del martirio de San Esteban, aunque en realidad está dedicado a la Eucaristía. El sagrario se dispone a modo de tabernáculo con arcos triunfales y una bóveda similar a la de San Pietro in Montorio. La obra está profusamente decorada con hojas gruesas y ángeles.
La forma del retablo se adapta al ábside de la iglesia y destaca la calle central, donde se encuentra un lienzo de Claudio Coello dedicado al martirio de San Esteban. Emplea columnas salomónicas y un vibrante entablamento que aporta espectacularidad y dinamismo. Una característica de este barroco es el “Horror vacui”, el gusto por el adorno profuso y los dorados, el ritmo de las formas curvas y el expresionismo de la escultura que integra.
Los hermanos Tomé, inspirados en el barroco italiano, realizan sus propias interpretaciones. Destaca el Transparente de la catedral de Toledo, obra de Narciso Tomé, situado en el trasaltar. Se abre la bóveda de la girola para iluminar el lugar reservado para la custodia en el retablo mayor, creando una escenografía centrada en una rueda de ángeles en torno a la custodia. Se representan la Sagrada Cena, la Virgen y escenas de la vida de Cristo, combinando mármol, bronce y yeso. La novedad radica en la ruptura con lo clásico, con un dinamismo notable.
Pedro Ribera realiza la fachada del Hospicio de Madrid, utilizando elementos churriguerescos, como estípites y baquetones. Data del siglo XVIII. La fachada se organiza como un retablo, dividida en dos cuerpos con un intenso movimiento en sus formas arquitectónicas. Emplea estípites, óculos y rocallas para generar un ritmo ondulatorio y ascensional que conduce la mirada hasta la hornacina con la escultura de San Fernando. La fachada no se corresponde estructuralmente con el interior, pareciendo una monumental escultura que busca un efecto escenográfico y se integra en el tejido urbano. Está construida con ladrillo, pero la puerta es de piedra e introduce drapeados, cortinajes, óculos, frontones partidos y estípites (pilastras en forma de tronco de pirámide invertido que pueden servir como soporte o tener una función decorativa).
En Galicia, Casas Novoa realiza la Fachada del Obradoiro en la catedral de Santiago. Enmarcada por dos torres, se accede a ella por una escalinata monumental. Se le da gran transparencia para iluminar el pórtico, y está decorada con jarrones, volutas y frontones partidos. Data del siglo XVIII. Esta fachada fue concebida para proteger el Pórtico de la Gloria, que se encontraba en estado ruinoso. El arquitecto integró en su fachada la escalinata preexistente y una de las torres. Diseñó una estructura piramidal, enmarcada por las torres y dividida en tres calles por columnas estriadas. En las calles se abren enormes ventanales para iluminar el Pórtico de la Gloria.
Surge un nuevo tipo de palacio, el “tipo Austria”, inspirado en El Escorial. Presenta un cuerpo central con tendencia a la horizontalidad y dos torres achapiteladas en los extremos. La planta suele ser cuadrada con patio interior, aunque a veces se utiliza un cuerpo rectangular enmarcado por dos torres. En el siglo XVIII, se adoptan modelos franceses e italianos con planta en forma de U.
Madrid experimenta un gran auge palaciego debido al establecimiento de la corte. El Alcázar Real de Madrid, de tipo Austria, se incendió en el siglo XVIII. Tras el incendio, Felipe V encarga la construcción de un palacio al estilo de Versalles. El Palacio Real fue proyectado inicialmente por Filippo Juvara, siguiendo planos de Bernini, y posteriormente replanteado por Sachetti, inspirándose en el Palacio Madama de Turín. El resultado es un plano en forma de U con estructura de bloque. El primer piso es almohadillado, el piso noble presenta un orden gigante y el remate es una balaustrada con jarrones. En los ángulos, se evoca la estructura de torres mediante un resalte.
Se sigue el modelo de la plaza de Valladolid, mandada construir por Felipe II. Son porticadas, con fachadas y altura unificadas. Suelen tener plantas cuadradas o rectangulares y sirven como plazas concejiles para grandes espectáculos.
La Plaza Mayor de Madrid, obra de Juan Gómez de Mora, copia el modelo de Valladolid y fue encargada por Felipe III para celebrar espectáculos de la corte. Construida en ladrillo, inicialmente tenía calles abiertas, pero fue reformada y cerrada posteriormente. Data del siglo XVII.
Alberto de Churriguera traza la Plaza Mayor de Salamanca, siguiendo los modelos de Valladolid y Madrid, pero con variantes: planta cuadrada, cerrada, fachadas unificadas, balconadas, pabellón real y pórtico decorado con medallones en las enjutas con personajes ilustres, influencia del plateresco. García de Quiñones diseña el Ayuntamiento con un barroquismo exuberante, decorado con baquetones, estípites, frontones abiertos y remate de campanario, todo concebido de forma escultórica.
La escultura barroca arraigó profundamente en España, reemplazando muchas obras anteriores. Sus características principales son:
La austeridad castellana y la dureza de la meseta forjaron una tipología de crucificados patéticos y llagados, que potencian el dramático suplicio de la pasión, y de vírgenes llenas de dolor. Gregorio Fernández se formó con Pompeyo Leoni, adquiriendo una formación clásica. Sus primeros trabajos los realizó en Valladolid, en talleres de pasos de Semana Santa. Al morir el dueño, Gregorio Fernández se hizo cargo del taller. Su estilo inicial es manierista, de línea clásica y elegante. Evoluciona hacia formas más realistas y expresionistas, avanzando hacia el dramatismo y las huellas de la pasión en crucificados y cristos yacentes.
La representación de la Virgen también es dramática, como se aprecia en La Piedad, donde María aparece envuelta en ropajes azul y rojo, con pliegues duros, el rostro dolorido y contemplando el cuerpo de su hijo muerto. La policromía es brillante, sin oro. Acompañaban a esta imagen los dos ladrones, en posturas forzadas.
Se trata de una talla en madera, posteriormente policromada. Esta obra forma parte de un grupo de cinco figuras. Jesús acaba de ser descendido de la cruz y el cadáver descansa en brazos de su madre, la cual gesticula con una mano, expresando el dolor, mientras que con la otra mano sostiene a su Hijo, que parece deslizarse. La composición es diagonal, lejos de la composición piramidal renacentista de Miguel Ángel. Destaca la talla de las telas, hecha con gran maestría, así como el tratamiento de los pliegues, que le aportan movimiento y crean contrastes de luz. En el cuerpo de Cristo son patentes las heridas, muestras de su sufrimiento. Las heridas han sido pintadas de rojo para dar mayor realismo y dramatismo. El cuerpo presenta un perfecto estudio anatómico y, aunque está idealizado, no se evitan detalles realistas, como las costillas marcadas.
La actividad de su taller y su prestigio hicieron que su influencia marcase toda la escultura del centro y norte de España. Murió en Valladolid en 1636.
Juan Martínez Montañés nació en Alcalá la Real (Jaén). Fue un artista precoz, se formó en Granada y se trasladó a Sevilla, donde a los 19 años ya era maestro escultor. Su estilo es clásico, idealista, dentro del manierismo, y se mantuvo fiel a él durante toda su vida. Fue un gran retablista y destacó en la escultura devocional, con alrededor de 115 imágenes. Creó una nueva tipología de Inmaculada: cuerpo girado con las manos hacia un lado y la cabeza hacia otro, mirada baja (conocida como “La Cieguecita”), pelo en mechones y lacio, y amplios ropajes con cierto movimiento.
Su obra maestra es el Cristo de la Clemencia de la catedral de Sevilla. Aparece representado según la visión de la monja sueca Santa Brígida, con cuatro clavos y pies cruzados. Aparece vivo, en comunicación con el fiel. Cuerpo idealizado, anatomía perfecta, sin abundar en dramatismo. El paño de pureza tiene pliegues finos, abundantes y movidos.
En Granada sobresale Alonso Cano, artista polifacético que se distingue como escultor de vírgenes, como La Inmaculada de facistol, todas ellas de gran equilibrio y elegancia. Vestidos con pliegues a cuchillo, que él introduce en la estatuaria española.
Esta obra corresponde al último período de la vida de Alonso Cano. Fue un encargo del cabildo de la catedral de Granada. Se conoce con el nombre de “Inmaculada de facistol” porque presidía el facistol (atril en el que se colocaba el libro de canto) de la capilla mayor. Representa la imagen frágil y delicada de una niña, envuelta en sus curvados ropajes de tenues tonalidades verdes y azules. No emplea el estofado. Tiene la cabeza ligeramente ladeada a la derecha y las manos juntas se dirigen hacia el lado contrario, lo cual rompe la simetría habitual y potencian su gracia. La imagen trasmite un gran recogimiento interior. Como pedestal se representa una nube a sus pies de la que surgen querubines y la media luna característica.
Pedro de Mena destaca por su obra Magdalena Penitente, dotada de gran delicadeza, espíritu ascético y de arrepentimiento. Cabello lacio, mirada concentrada, obra de profundo recogimiento. Es importante la expresión de rostros y el tratamiento de las manos en sus figuras. Se trata de una escultura de tamaño natural, realizada en madera de cedro. Representa el tema de la Magdalena que se arrepiente de sus pecados. Hay varios detalles que muestran su arrepentimiento: se viste con una túnica tejida con palma, atada a la cintura con una cuerda, su cabello aparece suelto y no lleva el menor adorno, los ojos están enrojecidos por el llanto y las mejillas consumidas. El rostro expresa devoción, con la mirada fija en el crucifijo, símbolo de su redención. Los pies se muestran descalzos y el izquierdo está adelantado con respecto al derecho. El cuerpo se inclina hacia delante, como si quisiera acercarse más al crucifijo. El sobrio uso de colores más bien oscuros (ocres y marrones rojizos llamados “tierras de Sevilla”) realza la espiritualidad de la obra. La finalidad de la obra es mover a los fieles a reflexionar sobre el arrepentimiento y la redención.
En Murcia destaca la figura de Francisco Salzillo, cuya obra más representativa son los pasos procesionales, entre los que sobresale La Oración en el Huerto. También destaca por la representación de figuras para belenes.