Portada » Historia » El Ascenso del Fascismo y Nazismo en Europa: Mussolini y Hitler
Tras la Primera Guerra Mundial, Italia se encontraba en una situación delicada. El país se había endeudado fuertemente para financiar la guerra y la deuda creciente provocaba una subida de los precios. Además, la desmovilización del ejército aumentó el paro. Con la crisis económica, la tensión social aumentó. Las clases medias y altas temían que se produjera una revolución comunista en el país.
Los partidos políticos tradicionales no supieron hacer frente a esta delicada situación y gran parte de la población empezó a apoyar a partidos extremistas: el partido de la izquierda y el Fasci Italiani di Combattimento, dirigido por Benito Mussolini, por la derecha.
La Marcha sobre Roma, en octubre de 1922, consiguió su objetivo. El rey Víctor Manuel III ofreció la formación del gobierno a Mussolini, quien obtuvo plenos poderes.
El régimen fascista de Mussolini se caracterizó por:
Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, el emperador alemán abdicó. Una asamblea reunida en la ciudad de Weimar desarrolló una nueva constitución que creaba en Alemania una república gobernada por un régimen democrático. Por eso conocemos la nueva etapa de la historia alemana con el nombre de República de Weimar.
El partido más importante era el Partido Socialdemócrata, pero la nueva democracia contó con la oposición de los grupos políticos más extremos:
La situación económica aumentó el número de descontentos. Los tratados de paz impusieron en Alemania unas duras condiciones económicas.
A partir de 1924, un nuevo gobierno logró enderezar la situación económica. El mariscal Hindenburg, un héroe de guerra, fue elegido presidente de la república. Los partidos extremistas perdieron peso y la vida política se calmó.
Alemania fue uno de los países más afectados por el crack de 1929. Gran parte de la mejora económica se debía a la gran cantidad de capitales estadounidenses que se habían invertido en el país. Cuando la crisis estalló en Estados Unidos, las empresas retiraron sus inversiones, lo que provocó el cierre de muchas empresas en Alemania y, con ello, el aumento del paro. Como resultado, en 1932 había 6 millones de parados en Alemania.
La crisis económica incrementó el descontento y la tensión social. El paro afectó sobre todo a obreros y clases medias. Muchas de estas personas dejaron de apoyar al gobierno y comenzaron a votar opciones extremistas. Así, tanto el Partido Comunista como el Partido Nazi aumentaron el número de votos.
Además, ante el temor de que se produjera una revolución obrera, los industriales y financieros decidieron apoyar económicamente al Partido Nazi, al que consideraban el único capaz de restablecer el orden y de mantener sus intereses.
1932 era un año clave, ya que se celebraban elecciones tanto al parlamento como a la presidencia de la república. Los comunistas rechazaron aliarse con los socialistas a fin de formar un bloque sólido que se enfrentara al Partido Nazi.
En las elecciones al parlamento, los comunistas y los nazis fueron los más votados, mientras que los socialistas y los partidos de centro sufrieron un fuerte descalabro. Pero ningún partido tuvo mayoría absoluta y, por tanto, no podían formar gobierno en solitario.
En las elecciones a presidente de la república volvió a ser elegido el mariscal Hindenburg. Este se enfrentaba a un difícil problema: normalmente el jefe del gobierno era el líder del partido más votado en las elecciones al parlamento, pero como ningún partido había obtenido una mayoría clara, él decidía a quién llamaría para formar gobierno.
Presionado por los hombres de negocios y por los grupos más conservadores, Hindenburg nombró canciller a Hitler en enero de 1933.
El ideario de Hitler recogía muchos rasgos del fascismo: culto al jefe, primacía del Estado, exaltación de la violencia y de la juventud. Pero también tenía rasgos propios como el intenso racismo. Además, la ideología nazi incorporaba valores tradicionales: por ejemplo, se consideraba que las mujeres solo debían dedicarse a tener hijos y a las tareas domésticas.
Como hemos visto, el nazismo es una de las variantes del fascismo. Su rasgo más específico es que se basa en una concepción racista de la historia. Para Hitler, los alemanes pertenecían a la raza aria, considerada la raza superior que había realizado todas las grandes creaciones de la humanidad y que, por ello, debía imponerse a los pueblos inferiores.
Hitler consideraba una prioridad devolver la «pureza racial» a la población. Para ello, se asesinaba a todo aquel que no fuera considerado «racialmente perfecto» y se implantó una sistemática política antisemita. En 1938 se produjo la «Noche de los Cristales Rotos». Por ello, gran parte de los judíos se exilió a otros países de Europa. En plena Segunda Guerra Mundial, Hitler aplicó la «Solución Final»: todos los judíos y gitanos de Alemania fueron deportados a campos de exterminio.
Hitler puso en práctica una política exterior que alteraba todos los puntos del Tratado de Versalles. Primero se puso en marcha un intenso plan de rearme y se estableció el servicio militar obligatorio. Göring fue el encargado de poner en pie un ejército potente y moderno, probablemente el más potente de los años 30.
En 1938, las tropas alemanas invadieron Austria y la región checoslovaca de los Sudetes. En 1939, Hitler ocupó el resto de Checoslovaquia.