Portada » Filosofía » Dualismo Platónico, Concepto de Persona y Dualismo Aristotélico: Análisis Filosófico
A lo largo de la historia, la relación entre el cuerpo y la mente ha dado origen a tres grandes concepciones filosóficas: el dualismo, el monismo y las que van más allá. Platón formaba parte del dualismo, por tanto, surgió el dualismo platónico.
El dualismo platónico se basa en la existencia de dos realidades diferenciadas: el mundo sensible y el mundo de las ideas. El primero es el mundo material, mutable e imperfecto, mientras que el segundo es un reino eterno y perfecto, donde residen las ideas inmutables que constituyen la esencia de todas las cosas. Esta concepción metafísica es conocida como la teoría de las ideas y establece una jerarquía ontológica entre ambas realidades.
Dentro de esta visión, Platón introduce la figura del Demiurgo, un artífice divino que modela la materia del mundo sensible siguiendo el patrón de las ideas. Sin embargo, a diferencia de la concepción judeocristiana de Dios, el Demiurgo no crea de la nada, sino que da forma a una materia preexistente. Como resultado, el mundo físico es imperfecto y mutable, mientras que el mundo de las ideas permanece inmutable y eterno.
En relación con el ser humano, Platón sostiene que está compuesto de un cuerpo material y un alma inmortal, la cual pertenece al mundo de las ideas. Para él, el alma es superior al cuerpo y se ve limitada por su unión con este. En su diálogo Alcibíades, afirma que “el hombre es su alma y el cuerpo es su prisión”, subrayando la tensión entre ambas realidades. Así, el conocimiento verdadero no proviene de los sentidos, sino del recuerdo (anamnesis) que el alma tiene de las ideas eternas.
Finalmente, Platón aplica esta concepción dualista a la organización de la sociedad, estableciendo una analogía entre el alma y la polis. En La República, distingue tres partes del alma: racional, irascible y concupiscible, las cuales corresponden a las tres clases sociales: gobernantes, guardianes y productores. Solo cuando cada una cumple su función en armonía se alcanza la justicia, reflejando así la estructura ideal tanto del individuo como de la sociedad.
El concepto de “persona” ha evolucionado a lo largo de la historia y ha sido objeto de reflexión en distintas tradiciones filosóficas.
El término “hombre” etimológicamente proviene del latín humus (“tierra”), lo que lo asocia con “el nacido de la tierra”. En un sentido moderno, hace referencia a los seres humanos desde un punto de vista biológico. En cambio, persona es un concepto más complejo, ya que no solo describe lo que somos, sino lo que llegamos a ser a través de nuestras acciones y educación. La persona no es solo un “ser”, sino un “devenir”, un proceso de construcción continua a lo largo de la vida.
En la Antigüedad clásica, el concepto de persona tenía un significado teatral. En latín, persona era la máscara que los actores usaban en el teatro, y en griego, prosopon significaba “lo que mira hacia adelante”. Aunque estos términos no tenían el sentido actual de persona, los estoicos los retomaron y desarrollaron la idea de identidad y rol en la sociedad.
En la Edad Media, el cristianismo profundizó en el concepto. Atanasio de Alejandría identificó tres significados de prosopon: la máscara teatral, el rostro humano en la interacción y el “rostro divino” (referente a Dios). También distinguió entre el prosopon (quien habla) y la pragmata (la acción realizada), vinculando así la persona con sus actos. Con el tiempo, la noción de persona se asoció a Dios Padre, y en el siglo V, Boecio ofreció una definición clave: rationalis naturae individua substantia (“una sustancia individual de naturaleza racional”), un concepto que influyó en la filosofía y teología posteriores.
En la época contemporánea, el término persona se relaciona con dignidad, libertad y valor. Se incorporan aspectos psicológicos y éticos, destacando la independencia y la capacidad de autogobierno. La persona es un fin en sí misma, y su dignidad debe ser respetada. El personalismo contemporáneo, con pensadores como Mounier, enfatiza la apertura hacia los demás y la solidaridad. Ser persona no es un estado fijo, sino un proceso en evolución constante.
A lo largo de la historia, la relación entre el cuerpo y la mente ha dado origen a tres grandes concepciones filosóficas: el dualismo, el monismo y las que van más allá. Aristóteles formaba parte del dualismo, por tanto, surgió el dualismo aristotélico.
Aristóteles (S.IV a.C.), fue discípulo de Platón, se alejó del idealismo platónico y desarrolló el hilemorfismo, según el cual el ser humano es una unidad de cuerpo (hyle) y alma (morphé). A diferencia de Platón, que veía el alma como preexistente, Aristóteles afirmaba que nace con el cuerpo y es su principio vital. Distinguió tres tipos de alma: vegetativa (nutrición y crecimiento, propia de plantas), sensitiva (percepción y deseo, en animales) y racional (pensamiento y entendimiento, exclusiva del ser humano).
El alma humana tiene dos partes: el entendimiento activo (nous), inmortal, que capta los universales, y el entendimiento pasivo, mortal, que recibe el conocimiento a través de la percepción. De esta manera, defiende la Tabula Rasa, criticando así la teoría de la reminiscencia de Platón. Para Aristóteles, cualquier conocimiento empieza con una percepción sensible, todo empieza en los sentidos. Esta idea influyó en la filosofía empirista de John Locke, que dijo que “la mente empieza como una hoja en blanco”.
Para Aristóteles, el hombre es un “animal político”, cuyo desarrollo solo es posible en sociedad. A través del logos (razón y lenguaje), establece costumbres (mores) y se convierte en polites (“zoon politikon”). Defendía la filantropía, el amor a la humanidad, como base de la justicia y la amistad (philia), esenciales para la felicidad (eudaimonia). En contraste, la misantropía, el rechazo a la sociedad, iba contra la naturaleza humana, pues quien vive aislado es “una bestia o un dios”. Su ética, basada en la virtud y el equilibrio, se resume en la máxima “No hagas nunca lo que no te gustaría que te hicieran”, principio esencial en muchas tradiciones morales.