Para San Agustín, no es un fin en sí mismo, sino el medio para ser feliz, porque sólo el sabio puede ser feliz. El hombre busca la felicidad y sólo es feliz aquel que no carece de aquello que ama y de lo que desea poseer. Pero la felicidad no es el placer que sólo complace una tendencia del cuerpo, la felicidad debe complacer a “todo el hombre”, también a su alma. Y las aspiraciones del alma, por tanto, lo que colmará su felicidad, son la verdad y Dios. Pues esa verdad perseguida por San Agustín no es, en primera instancia, la verdad de los griegos, objeto de deseo teórico, sino la verdad cristiana.
– La lucha contra el escepticismo
Hablar de la verdad exige refutar los argumentos de los que niegan la posibilidad de su conocimiento, los escépticos. Elabora varios argumentos contra el escepticismo en Contra Académicos:
A) Ningún escéptico puede rechazar el principio de no contradicción: hasta ellos se ven obligados a aceptar que, de dos proposiciones disyuntivas contradictorias, una es verdadera y la otra falsa.
B) Los sentidos no engañan si limitamos nuestro asentimiento a lo que ellos muestran como apariencia: la vista no engaña cuando muestra el remo torcido dentro del agua, engañaría si lo presentara recto. Sólo si voy más allá y digo que “está realmente torcido” es cuando fallo; si digo “parece torcido” digo la verdad.
C) Los escépticos dicen que siempre tienen dudas. Pero el que duda sabe que duda, y saber que uno duda es conocer una verdad.
D) Ni la duda más escéptica puede evitar el siguiente conocimiento indubitable: el que el alma tiene de sí misma y de su realidad, pues es imposible que alguien que no existe ni vive pueda ser engañado: “si yerro, soy” (anticipando el argumento que siglos más tarde empleará Descartes).
– Razón y fe
San Agustín no distingue claramente, como sí hará Santo Tomás, entre fe y razón. La verdad es única y todos los hombres la buscan. Pero puede buscarse por dos caminos: por la Filosofía, a través de la razón, y por la Religión, a través de la fe. Como la verdad es una y, además, no tendría sentido que Dios nos hubiera dado la razón para que no nos sirviéramos de ella, razón y fe no pueden ser más que complementarias, pues cumplen la misma misión. No se excluyen, sino que se reclaman mutuamente, ya que una enseña lo que la otra no puede: “entiende para que puedas creer. Cree para que puedas entender”. Es decir, la razón ayuda a creer y la fe ilumina e ilustra a la razón. El proceso sería así: la razón inicia su trabajo ayudando al ser humano a alcanzar la fe (nos convence de que es el camino adecuado); alcanzada ésta aporta a la razón la luz necesaria para entender los misterios y la verdad. Otra cosa es quién guía a quién, quién pone límites a quién:
La fe precede a la razón
Esta vinculación profunda entre la razón y la fe será una carácterística de la filosofía cristiana posterior hasta la nueva interpretación de la relación entre ambas aportada por santo Tomás de Aquino, y supone una clara dependencia de la filosofía respecto a la teología.
– Tipos de conocimiento
A) El conocimiento sensible: común a animales y hombre. El alma se sirve instrumentalmente del cuerpo para obtener sensaciones, que se transforman inmediatamente en imágenes de las cosas y son susceptibles de almacenamiento en la memoria. El conocimiento sensible tiene su valor (es indispensable para la vida práctica), aunque, en rigor, no se puede hablar de conocimiento, pues este término designa la captación de un objeto inmutable y los objetos de los sentidos presentan una carácterística contraria.
B) El conocimiento intelectual: propio del ser humano. Distingue dos tipos:
B1) Ciencia: se ocupa del mundo sensible y temporal
B2) Sabiduría: se ocupa de las verdades eternas, de las verdades que se refieren a Dios
– La interioridad
San Agustín invita al hombre a poner la ciencia al servicio de la sabiduría porque Dios es el objetivo final de ésta. Es dentro del alma donde radica el impulso a la sabiduría y a querer conocer la verdad. Esto exige un paso muy importante: que el hombre se conozca a sí mismo, a su propia alma. No hay que buscar fuera de nosotros, hay que volverse sobre uno mismo (in te redi), pues solo dentro de cada uno encontraremos la aspiración a poseer la verdad, o sea, a Dios. Con ello San Agustín entiende que es necesaria la meditación y la reflexión, ya que sin ellas se nos escapará siempre lo más importante: la aspiración a la verdad. Y sin ella tampoco será posible la felicidad.
– La teoría de la iluminación
Para que el hombre pueda conocer las verdades eternas es necesaria la acción de Dios, pues la razón humana es finita y no podría por sí misma alcanzarlas. Esa acción por la que Dios ilumina a la inteligencia para conocer las verdades eternas es la llamada iluminación, una intuición intelectual que el alma descubre en su interior. Ella las hace visibles a la mente como la luz del sol hace visible al ojo las cosas corpóreas.