Portada » Filosofía » Descartes y Hume: Razón, Experiencia y la Búsqueda de la Verdad en la Filosofía Moderna
René Descartes fue un matemático, físico y filósofo francés, considerado como el padre de la geometría analítica y de la filosofía moderna. Otras de sus obras son Reglas para la dirección del espíritu y Discurso del método.
Descartes entiende que el ser humano realiza el proceso de adquisición de conocimiento durante la vida. Eso conlleva que esté pendiente de una circunstancia material sobre la que debe guiar sus acciones. El conocimiento del cogito le hará libre, guiando el cuerpo e imponiéndose a sus pasiones, pero ¿cómo debe actuar concretamente? Descartes elabora una moral provisional, como una serie de reglas que el ser humano debe seguir en su vida diaria, más allá de las reglas del método de conocimiento. El fin del ser humano es la felicidad en la vida, y la moral provisional ayuda a ello dirigiendo la voluntad con las siguientes reglas:
La metafísica cartesiana desemboca en una filosofía del ser humano basada en un dualismo antropológico, pues el ser humano está formado por dos sustancias distintas: el alma o sustancia pensante (res cogitans), y el cuerpo o sustancia extensa (res extensa). Queda patente la influencia de la filosofía platónica en el pensamiento cartesiano. Lo principal es nuestra consciencia o sustancia pensante, que es independiente del cuerpo o sustancia extensa.
Descartes buscará el punto de encuentro entre ambas realidades en el cuerpo, en concreto en una parte del cerebro, la llamada glándula pineal, donde, según él, se alojaría el alma. Dado su mecanicismo, para Descartes el cuerpo se rige por las leyes mecánicas, como una máquina, al estar formado de sustancia extensa o material. Por el contrario, el cogito es sustancia pensante y está formado por pensamiento (ideas), por lo que sí puede moverse por causas finales, que son aquellos fines que sigue nuestra conciencia. Así, la libertad del ser humano reside para Descartes en que sea el alma o cogito la que guíe con sus fines al cuerpo.
Para realizar esta libertad, el alma requiere dirigir el cuerpo, pero el cuerpo es fuente de pasiones. Así, la libertad se da cuando el alma o cogito, compuesta por ideas, impone su conocimiento a las pasiones del cuerpo. De modo que la adquisición de conocimiento será un punto fundamental para que el ser humano pueda ser libre.
En su metafísica, Descartes analiza la realidad diferenciando tres tipos de sustancias, entendiendo por sustancia aquello que existe por sí mismo sin necesidad de otra cosa para existir (aunque las sustancias creadas necesitan de Dios). La primera es la sustancia pensante o cogito, considerada la verdad fundamental sobre la que se basa la existencia, el pensamiento y la conciencia («Pienso, luego existo»). La segunda es la sustancia extensa, que abarca todos los seres materiales ajenos al cogito. La tercera es la sustancia infinita o Dios, cuya función es ser el fundamento último de las otras dos y garantizar la correspondencia entre pensamiento y realidad.
Una de las aportaciones más innovadoras de Descartes a la filosofía es que la certeza indubitable de la propia existencia se encuentra en el acto de pensar (el cogito), y no depende inicialmente de Dios para ser descubierta. El filósofo también distingue tres tipos de ideas dentro del pensamiento del cogito:
Para Descartes, la idea de Dios, como sustancia infinita, perfecta y eterna, es una idea innata. Su existencia se demuestra mediante varios argumentos, incluyendo una versión del argumento ontológico de San Anselmo: dado que la idea de Dios es la de un ser sumamente perfecto, debe incluir necesariamente la existencia entre sus perfecciones, pues un ser perfecto al que le faltara la existencia no sería el ser más perfecto posible. Además, argumenta que solo un ser perfecto (Dios) pudo haber puesto en nosotros la idea de perfección. Dios, como ser bueno y veraz, garantiza que nuestras ideas claras y distintas sobre el mundo extenso correspondan a la realidad, posibilitando así el conocimiento científico.
Por estas razones, Descartes es considerado el fundador del racionalismo moderno, corriente filosófica que sostiene que el conocimiento se obtiene fundamentalmente a través de la razón y las ideas innatas, con el objetivo de alcanzar la verdad mediante un método deductivo y racional centrado en el sujeto pensante.
Para Descartes, Dios es una sustancia infinita cuya existencia se demuestra principalmente a través de la idea innata de perfección (argumento ontológico) y como causa de esa misma idea en nosotros. Su función es garantizar la conexión entre la sustancia pensante y la extensa, posibilitando el conocimiento verdadero del mundo. En cambio, para Aristóteles, Dios es el Primer Motor Inmóvil, la causa final y eficiente primera del movimiento en el universo, cuya existencia se demuestra a posteriori a través del argumento cosmológico (la necesidad de una causa primera para explicar el movimiento). Mientras que en Descartes Dios tiene un papel epistemológico crucial (garante del conocimiento), en Aristóteles cumple una función primordialmente ontológica y cosmológica, explicando el orden y movimiento del cosmos sin intervenir directamente en él como creador o garante de la verdad humana.
De la antropología empirista de Hume se sigue una ética crítica con el racionalismo moral. Según el racionalismo moral, los razonamientos nos empujan a actuar según lo que entendemos por «bien». Contrariamente a esto, Hume arguye que los razonamientos por sí solos no nos mueven a actuar; sí lo hacen, en cambio, las emociones o sentimientos de placer y dolor. Por eso, la ética de Hume se ha denominado emotivismo moral. Así, Hume desarrolla una ética con tintes utilitaristas, porque tendemos a realizar las acciones que nos son más útiles por producirnos mayor placer o satisfacción.
Para incorporar una dimensión social, Hume alega que este placer no es puramente individual; existe un principio de simpatía (sympathy) en la naturaleza humana: todo ser humano tiene una inclinación natural a compartir los sentimientos de los demás, a sentir placer por el bien ajeno o dolor por las desgracias de otros. Finalmente, critica la fundamentación religiosa de la moral, ya que es solo una creencia (belief), pues no puede demostrarse racionalmente la existencia de Dios. Aunque considera esta creencia como algo natural en el ser humano (presente en todos los pueblos), argumenta que surge de motivos irracionales como el miedo a la muerte, la ignorancia o la búsqueda de consuelo y felicidad. Tampoco puede ser la religión una base sólida para la moral, porque a menudo establece normas que van en contra de las tendencias y sentimientos naturales del ser humano.
Hume desarrolla una antropología empirista. A diferencia de la seguridad en la existencia del cogito cartesiano o sujeto pensante, Hume niega la existencia de una identidad personal sustancial (el «yo»). Aplicando su principio de derivación (o principio de la copia), afirma que si buscamos la impresión correspondiente a la idea del «yo», no encontramos una impresión simple y constante, sino un flujo continuo de percepciones particulares y distintas (sensaciones, emociones, pensamientos). El «yo» no es una sustancia, sino un haz o colección de percepciones en perpetuo cambio.
La antropología empirista de Hume vincula la certeza de la existencia humana a la evidencia inmediata de nuestras impresiones sensibles, pues las impresiones son el criterio último de verdad. Hume recoge la metáfora de la «tabula rasa» (mente como pizarra en blanco al nacer), popularizada por Locke pero con raíces en Aristóteles, según la cual el sujeto humano adquiere todo su conocimiento a partir de la experiencia. Las impresiones dejan huellas en la memoria, que se convierten en las ideas del intelecto.
Entonces, el ser humano no está compuesto por dos sustancias distintas e independientes (alma y cuerpo). No hay necesidad de postular un alma inmortal separada del cuerpo, porque la existencia de la mente (entendida como conjunto de percepciones) depende de la experiencia corporal. Así, si por intelecto entendemos las ideas, estas deben derivarse siempre de las impresiones que las originan. La voluntad no se guía primariamente por el intelecto o los razonamientos abstractos, sino por las pasiones (emociones o sentimientos) producidas por las impresiones que generan placer o dolor. Según estas impresiones nos produzcan placer o dolor, actuaremos en un sentido u otro. Por ello, respecto a la libertad en la filosofía de Hume, se da una tensión: aunque no existe una necesidad causal estricta en nuestras acciones (somos libres en ausencia de coerción externa), nuestras decisiones están fuertemente influenciadas, si no determinadas, por nuestras pasiones y hábitos.
David Hume, principal exponente del empirismo, desarrolla su filosofía a partir del principio de derivación, según el cual toda idea válida debe originarse en una impresión (percepción sensible directa) correspondiente. Dado que las impresiones son siempre particulares y concretas, el empirismo se convierte en una crítica radical al racionalismo, que pretendía alcanzar un conocimiento de validez universal basado únicamente en la razón. Esta crítica se extiende también a la metafísica tradicional, que aspiraba a ser un saber racional absoluto sobre realidades trascendentes (como Dios, el alma o la esencia del mundo).
A partir de este principio empirista, Hume cuestiona dos conceptos fundamentales del racionalismo cartesiano y la metafísica: sustancia y causalidad.
En su teoría del conocimiento, Hume sostiene que la única realidad directamente accesible es la de nuestras percepciones (impresiones e ideas). La experiencia es el origen y el límite de nuestro conocimiento. Rechaza la existencia de ideas innatas y afirma que todo el contenido de la mente surge de las impresiones sensibles que quedan almacenadas en la memoria como ideas.
Finalmente, Hume también critica la religión y las pruebas tradicionales de la existencia de Dios. Argumenta que la existencia de Dios no puede demostrarse ni a priori (mediante la razón, como en el argumento ontológico) ni a posteriori (mediante la experiencia, como en los argumentos cosmológicos o teleológicos, ya que la experiencia es finita y no puede probar una causa infinita o un diseñador perfecto). La religión se reduce, por tanto, a una cuestión de fe o creencia, no de conocimiento. Sin embargo, reconoce que la religión es un fenómeno natural presente en todas las sociedades, a menudo influenciado por factores psicológicos como el miedo a la muerte, la ignorancia ante fenómenos inexplicables o la búsqueda de felicidad y orden. No obstante, considera que la religión no puede ser la base de la moral, ya que esta última se fundamenta en los sentimientos humanos naturales de simpatía y utilidad.
El empirismo de Hume sostiene que el único conocimiento auténtico proviene de la experiencia sensible, ya que la realidad fundamental para nosotros está en el mundo de las percepciones concretas, no en construcciones racionales abstractas. Para él, la impresión es la percepción inmediata y vivaz que tenemos de las cosas (sensaciones, pasiones, emociones), mientras que las ideas son copias o reflejos más débiles de estas impresiones en el pensamiento y la memoria. A partir de esto, formula el principio de derivación (o principio de la copia): toda idea simple debe provenir de una impresión simple correspondiente para ser considerada válida.
Con este principio, Hume realiza una profunda crítica al racionalismo y a la metafísica tradicional, al considerar que la razón, por sí sola, no puede generar conocimientos sustantivos sobre el mundo sin basarse en la experiencia. Esto lo lleva a cuestionar los conceptos centrales de la metafísica:
Como consecuencia de estas críticas, Hume concluye que no podemos demostrar racionalmente la existencia de Dios, la existencia continuada e independiente del mundo externo (más allá de nuestras percepciones), ni la validez universal y necesaria del conocimiento científico basado en la causalidad. Todo lo que podemos conocer con certeza se limita a nuestras percepciones actuales o a las relaciones lógicas entre ideas.
Así, distingue dos tipos de proposiciones o juicios que conforman el conocimiento humano:
Para Hume, el conocimiento sustantivo sobre el mundo solo puede basarse en las cuestiones de hecho, por lo que siempre será limitado, probable y sujeto a revisión por la experiencia futura. Su filosofía desemboca en un escepticismo moderado respecto a las pretensiones de la razón y la metafísica, y subraya la importancia de la experiencia y el hábito en la vida humana, influyendo decisivamente en el desarrollo posterior del pensamiento filosófico y científico.