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Noción 1. Duda y certeza.
El propósito de examinar en qué consiste el conocimiento y cómo alcanzar la verdad lleva a Descartes en la primera parte del “Discurso del método” a eliminar, en primer lugar, todo aquello que ha aprendido con el fin de alcanzar una certeza incuestionable. La búsqueda de la certeza implica poner en marcha la duda en todo el ámbito del conocimiento, iniciando así una fase “deconstructiva” como primer paso de su filosofía. La duda tiene las siguientes características: 1) es universal, es decir, aplicable a toda proposición acerca de cuya verdad sea posible dudar, 2) es metódica, es decir, sigue un método y está ordenada, 3) es provisional, pues con ella Descartes no pretende sustituir las proposiciones en las que anteriormente creía por otras nuevas sino comprobar si son absolutamente ciertas sobre bases estrictamente racionales, no es por tanto una duda escéptica que parte del supuesto de que no se puede encontrar ninguna verdad, ya que Descartes si pretende llegar a la verdad, la duda cartesiana es un punto de partida, no un punto de llegada, 4) es crítica, es una reflexión sobre las posibilidades y fundamentos del conocimiento, y 5) es teórica, es decir, puramente especulativa, por lo que no es existencial, no debe aplicarse a la conducta y a la vida práctica, es puramente epistemológica, referida al conocimiento teórico. Sin la duda no hay conocimiento.
El fundamento de la duda es la libertad humana. Así si podemos dudar de algo es porque somos libres frente a ese algo. La duda expresa finitud, manifiesta la limitación e imperfección del conocer y del ser humanos. Un ser perfecto no dudaría. Por otro lado, la duda, al ser universal, se proyecta sobre todo aquello que alcanza el conocimiento teórico, tal como se expresa en el texto que estamos comentando: en primer lugar, la duda recae sobre los sentidos como fuente fiable del conocimiento; en segundo lugar, la duda recae sobre toda realidad supuestamente existente más allá de la conciencia, dada la dificultad de distinguir en ocasiones entre la vigilia y el sueño; en tercer lugar, se pone en duda la capacidad de la propia razón, pues también a veces se equivoca y cae en el error. De esta manera Descartes examina todos sus conocimientos sistemáticamente con la esperanza de encontrar alguna verdad a partir de la cual iniciar la fase “constructiva” de su filosofía.
Una vez planteada la existencia de la duda, Descartes recurre a las nociones de claridad y distinción como características que debe poseer algo para que sea cierto. La noción de certeza viene definida en su obra “Principios de la Filosofía”, en la cual explica lo que entiende por intuición clara y distinta. Se trata de la primera regla del método o regla de la evidencia: una idea es “clara” cuando se presenta a la mente de forma completamente simple, o sea, evidente por sí misma, y es “distinta” cuando se diferencia perfectamente de las demás ideas y, por tanto, no contradice la claridad. De ahí que Descartes concluya que todo lo que se perciba clara y distintamente será verdadero. En este contexto conviene aclarar la distinción entre certeza y verdad. La certeza es una condición del sujeto, consiste en la convicción íntima de que algo es verdadero, mientras que la verdad es una condición del objeto y consiste en la correspondencia entre los juicios del sujeto y lo que sea el objeto. Es decir, el sujeto tiene /o no) la certeza íntima de la verdad del objeto.
Queda claro, en conclusión, que para Descartes la duda es el paso previo a la certeza y que se sale de aquella a través del uso sistemático, es decir, metódico, del criterio de certeza.
Noción 2. Alma y cuerpo.
Tras la fase deconstructiva que resulta de la puesta en marcha de la duda, Descartes descubre un primer principio indudable, “pienso luego existo”, el ser pensante que existe independientemente de toda cosa material.
Descartes define sustancia como aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir, definición que como veremos le crea un grave problema. Empecemos por señalar cuáles son. Hay tres clases de sustancias: la res infinita (Dios), la res cogitans (la mente, el alma) y la res extensa (el objeto material, el cuerpo). Ahora bien, lo que percibimos realmente no son las sustancias sino sus atributos o características esenciales. Existe un atributo principal en cada una de ellas que constituye su naturaleza esencial: en el caso de Dios es la perfección, en el caso del alma es el pensamiento, en el caso de los cuerpos materiales se trata de la extensión.
Para explicar la relación de alma y cuerpo Descartes adopta una posición dualista, como Platón. El ser humano es un compuesto de dos sustancias autónomas y autosuficientes: el yo o alma, sustancia pensante, y el cuerpo, sustancia extensa. El cuerpo, sujeto a mi propia perfección, lo percibo con los sentidos. Asumimos que existe el cuerpo, si bien pueden existir errores en el conocimiento del mismo al depender éste, en parte, de los sentidos. El alma la conocemos solo a través de la razón, por lo que es más fácil de conocer. El cuerpo es una máquina autosuficiente que se explica como el resto de los seres naturales, mientras que el alma es de naturaleza espiritual cuya actividad consiste en pensar. La muerte del cuerpo no implica la del alma. Con todo, el cuerpo y el alma se relacionan a través de la glándula pineal, donde está alojada el alma y desde donde dirige al cuerpo. De esta relación surgen las pasiones: deseos, amor, odio… La tarea del alma será controlar y someter las pasiones al dictamen de la razón para equilibrar esta relación. Descartes establece esta separación entre alma y cuerpo para poder hacer compatible el mecanicismo de la ciencia con la libertad humana: el mundo físico se rige por las leyes necesarias, el yo en cambio es libre.
Por su parte, el yo pensante es sujeto de dos actividades anímicas, el entendimiento y la voluntad. La libertad, que depende de la voluntad, consiste en elegir lo que es propuesto por el entendimiento como bueno y verdadero. Con esta concepción del alma y el cuerpo como sustancias independientes, Descartes sobrepasa los límites de su propia definición de sustancia, pues en realidad la única sustancia completamente autosuficiente es Dios (el alma necesita del cuerpo para alojarse en él). Para resolver el problema, dos filósofos racionalistas propondrán sendas alternativas: la solución panteísta de Spinoza, según la cual todo es una única sustancia (Panteísmo: un Dios como la totalidad de lo que hay = Naturaleza), y la solución monadológica de Leibniz, según la cual cada der (mónada) es una sustancia distinta y autosuficiente, independiente, perfecto… (Monadología: hay una armonía que hace que todo funcione correctamente, cada ser tiene sus características).