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En esta novela
Delibes denuncia directamente y mediante las actitudes y el comportamiento de los personajes, la injusticia en que viven los pobres que protagonizan la novela y que son, a su vez, el símbolo de todos los humillados. Por eso se elige como marco un cortijo, un espacio en que en el tiempo de la narración, década de los sesenta del siglo XX, todavía pervive ese espíritu feudal en el que los pobres viven en semiesclavitud, en un mundo en que la idea de clan dominado por el rico es lo normal, así se desprende cuando la Régula no alcanza a comprender por qué el señorito de la Jara ha echado del cortijo a su hermano.
Se denuncia la actitud despreciativa hacia el prójimo que muestran los señoritos hacia la gente que de ellos depende, significada en la expresión “cacho maricón” que siempre tiene en la boca Iván; pero se denuncia también la pasividad de los explotados que aceptan sin rechistar el mundo que les ha tocado, perfectamente sintetizado en la muletilla de la Régula, “a mandar que para eso estamos”. Por eso, la actitud del Quirce es una puerta abierta a la esperanza y a la dignidad de las nuevas generaciones. El Quirce simboliza la superación de un mundo semifeudal en que los campesinos son una parte más de la hacienda de los señoritos, por un mundo en que las relaciones se han de basar en lo laboral. Hay que separar, quiere señalar Delibes, la vida individual de la vida laboral.
Aunque se afirma y se defiende la dignidad que deben tener los oprimidos, la crítica, no se basa en postulados radicales, por eso, sino a la concepción cristiana que Delibes posee de la existencia. En ningún momento de la novela se alude a la necesidad de una distribución de la tierra, y menos todavía se exige una expropiación de la misma. La denuncia de Delibes no es material, es espiritual, es ética. El autor denuncia la falta de solidaridad y respeto hacia el prójimo amparándose en la fuerza y el poder del dinero.
A Delibes le indigna y denuncia esa actitud cobarde y pasiva, aunque él sabe que no puede existir otra y por eso lo denuncia, que los oprimidos muestran ante los caprichos de los generosos. Son múltiples los momentos que lo ilustran: el miedo de Paco ante el señorito de la Jara, la aceptación de salir a cazar con la pierna escayolada o el silencio cuando don Pedro se lleva a Nieves para que sirva en su casa. Esta actitud de sumisión y conformismo cruza toda la novela, pues es la misma que tiene don Pedro cuando pregunta a Iván por Purita. Existen unas jerarquías que todos aceptan porque así está estipulado en ese mundo que es el único que han conocido.
Un aspecto importante para entender la denuncia es el modo de presentarla. Los personajes, ya se ha dicho, aceptan el mundo que les ha tocado, pero es esa aceptación sumisa la que hace reaccionar al lector. Es el lector quien se rebela directamente contra la injusticia social a través del trato denigrante que sufren los personajes, y ese es uno de los méritos de Delibes, que consigue enervar mediante la lectura, que consigue introducir al lector, con capacidad de reacción, en el mundo injusto de los personajes. Ellos no protestan, resignadamente aceptan y se callan, pero de su silencio de “santos inocentes” nace la solidaridad.
De modo menor también se critica el papel que tiene en España la Iglesia oficial, ligada al franquismo, aunque se atisba la nueva Iglesia que nacerá en el Concilio Vaticano II. En cuanto a la denuncia política no se ejerce con claridad, aunque sí se menciona el atraso cultural que existe en España mediante la conversación entre Iván y René.
Los santos inocentes es un relato en el que no hay coincidencia entre la estructura externa y la interna. La estructura externa, especialmente en los primeros libros, obedece sobre todo a la yuxtaposición descriptiva es decir, se presentan personajes o situaciones que poseen entre sí cierta independencia, y cuyo lazo de unión más poderoso es la uniformidad temporal y espacial en que se sitúa la historia. La estructura interna atiende a la narración del acontecimiento y se aglutina en torno al suceso final, la muerte del señorito Iván a manos de Azarías. Actúa, pues, la venganza como punto final de un recorrido que halla en ella su sentido.
La estructura externa cuenta con seis capítulos a los que Delibes denomina “libros”, a cada uno de los cuales le da como título el nombre de diferentes personajes o acontecimientos que suceden en la novela, como “Azarías” o “El crimen”. Esta relativa independencia de cada uno de los libros obliga al lector a reconstruir la trama porque sólo al final termina de ligarse y poner en conjunción todos los elementos que hasta entonces habían sido presentados. Sin embargo, la acotación de la historia en un tiempo preciso y delimitado, el periodo de unos meses en los años sesenta, y el espacio, la hacienda del cortijo, casas y tierras y poblaciones cercanas, ayudan a cohesionar la trama.
La estructura interna presenta una interpretación subjetiva basada en el contenido del texto. Si la novela se justifica en el final, porque simbólicamente se resuelve la injusticia social, todo lo que hasta entonces ha sucedido se ordena como una concatenación de acontecimientos ligados por relaciones de causa/efecto. Entendiéndolo así, son cinco los momentos que definen la trama y la estructura interna:
Son los cuatro primeros libros de la novela y en ellos el autor presenta la vida cotidiana de los personajes, estableciendo ya las relaciones que se establecen entre ellos, sobre todo las de opresión entre los poderosos y los servidores.
En el libro quinto se produce el accidente el Paco el Bajo y la frustración de Iván porque la cacería ha resultado un fiasco. Este suceso rompe el equilibrio, tanto en la narración –la descripción deja paso a la acción- como en los acontecimientos, Iván ha de buscar otro secretario.
Cuando aludimos a un “falso desequilibrio” queremos significar dos ideas: la primera, la engañosa recuperación de Paco y la segunda, otra vez consecuencia de esta, que, aunque en apariencia las cosas han vuelto a la normalidad, esta no existe porque ni Quirce ni Azarías pueden cumplir la función de Paco.
Esta vez la ruptura de la acción se deriva de la muerte de la milana.
La muerte de Iván hay que entenderla no como un crimen, aunque ese sea el título del capítulo, sino como la única venganza posible y ejecutada por la única mano posible, que al oprimido le queda contra el opresor.
Esta partición basada en las relaciones causa / efecto puede complementarse con otros sucesos que empiezan ya con la novela misma. El primero de ellos es la expulsión de Azarías del cortijo de la Jara, lo que provoca que se traslade definitivamente al cortijo de la Marquesa y de este modo, mediado el tiempo, entre en contacto con el señorito Iván. La segunda casualidad es la domesticación de la grajilla y la relación afectuosa con Azarías. La tercera coincidencia es el doble accidente de Paco. La cuarta es la incapacidad del Quirce para ser un buen secretario. La quinta es la decisión de que sea Azarías el nuevo secretario. La sexta la muerte de la grajilla, muerte que determina el crimen.
La concatenación de estos sucesos permite comprender y justificar no sólo el crimen, sino, más importante aún, que la trama se orienta hacia la consecución de un fin, es decir, que el relato se justifica en el acto final y que, por lo tanto, la ligazón va más allá de los libros quinto y sexto pues, aunque es en ellos donde se produce la concentración, los motivos, como se ha visto, arrancan mucho antes.