Portada » Geografía » Deriva continental biologia
Desde la prehistoria, la búsqueda de minerales metálicos proporcionó a los mineros un amplio conocimiento empírico de la estructura de la corteza terrestre: la forma en que diferente s rocas se disponen en estratos una encima de otra, la posibilidad de que las vetas minerales se abran paso a través de los estratos, y así sucesivamente.
Pero el fundador de la geología como ciencia fue James Hutton, (imagen) que trabajó en Escocia durante la segunda mitad del siglo XVIII. Sus ideas fueron desarrolladas en el siglo XIX por otros precursores, como los geólogos británicos Charles Lyell y Archibald Geikie. Sus investigaciones entraron en conflicto con las creencias más establecidas sobre la edad de la Tierra y las fuerzas que la habían modelado. Según la opinión predominante, la historia geológica sólo podía interpretarse como una sucesión de catástrofes, entre ellas, el diluvio universal en tiempos de Noé.
Sin embargo los nuevos geólogos eran partidarios del «uniformisrmo» que establecía que la historia de la corteza terrestre podía explicarse sencillamente por la acción continua y sumamente prolongada de las fuerzas corrientes de la naturaleza.
Aunque sólo fuera por las dificultades que planteaban los viajes, los primeros geólogos solían restringir sus estudios a las pequeñas zonas que tenían a su alcance, pero algunos estaban dispuestos a pensar a escala planetaria.
A partir de 1600, cuando los mapas del mundo comenzaron a ser más exactos, los geógrafos advirtieron que la costa occidental de África podía encajar con la costa oriental de América como dos piezas de un gigantesco rompecabezas. Este hecho sugería, de manera muy general, que en una época muy remota los dos continentes atlánticos habían estado unidos y que desde entonces se habían ido separando. Esta hipótesis fue formulada de forma más concreta por el científico francés A. Snider-Pellegrini en 1858; medio siglo más tarde, H.B. Baker presentó su teoría según la cual hace 200 millones de años todos los continentes habían ocupado el sitio de la Antártida y desde entonces se habían separado. F.B. Taylor, un geólogo norteamericano especialmente interesado en la región de los Grandes Lagos, formuló independientemente una teoría similar en 1910.
La teoría de la deriva continental fue formulada concretamente por primera vez por Alfred Wegener, que aparece en la fotografía (abajo), en 1912. Su idea básica era que una masa continental original (Pangea) se había fragmentado y que a lo largo de las eras geológicas se había Ido separando hasta formar los actuales continentes.
Así pues, en la primera década de este siglo, la idea de que incluso los continentes, lejos de permanecer fijos e inmóviles, podían moverse en el curso de vastos períodos de tiempo no era completamente nueva. La persona más estrechamente vinculada a la teoría de la deriva continental (o del desplazamiento continental, como la denominó al principio) fue el meteorólogo alemán Alfred Wegener. (imagen)
Al considerar la teoría por primera vez, se sintió inclinado a descartarla; pero reavivaron su interés las pruebas paleontológicas de que en un pasado remoto debió existir algún puente terrestre que uniera Africa con Brasil, del mismo modo que Gran Bretaña estaba unida al continente hace 20.000 años, a través del canal de la Mancha, y Asia con América del Norte, a través del estrecho de Bering. Pero éstos eran ejemplos de puentes relativamente cortos. En cambio, el caso del vasto océano Atlántico hizo que Wegener considerara más seriamente la teoría de la deriva continental y, a partir de 1912, se dedicó a desarrollarla.
Postuló entonces la existencia original de un supercontinente, Pangea, que comenzó a separarse durante la era pérmica, hace más de 200 millones de años. América se desplazó hacia el oeste, alejándose de la masa continental eurasiática, y entre los dos continentes se formó el Atlántico. Australia se desplazó hacia el norte y la India se alejó de Africa. Más adelante, durante el cuaternario (hace 2 millones de años), Groenlandia se separó de Noruega. Algunos archipiélagos importantes, como los de Japón y las Filipinas, se identificaron como fragmentos dejados atrás por estas colosales separaciones.
El conjunto de la teoría proporcionaba una explicación satisfactoria de la distribución actual de las masas de tierra firme o continentales, pero era preciso encontrar el mecanismo que provocaba estos desplazamientos. A este respecto, Wegener supuso que las masas continentales flotaban sobre algún tipo de magma plástico, como el que mana de las grandes profundidades durante las erupciones volcánicas, y señaló que la constante rotación de la Tierra determinaría una deriva hacia el oeste.
Los mapas de Wegener muestran la disposición de los continentes durante los períodos carbonífero, eoceno y cuaternario (hace 300, 45 y 2 millones de años, respectivamente). Los terremotos constituyen pruebas de la inestabilidad de la corteza terrestre. El catastrófico sismo de San Francisco, en 1906, se produjo porque la ciudad se encuentra sobre la falla de San Andrees, tal como señaló Wegener.
Como meteorólogo, estaba interesado en la historia del clima, y pudo comprobar que los cambios climáticos confirmaban sus ideas. La segunda línea resultó menos satisfactoria. Una vez aceptada la idea de que la deriva continental se había producido, no había razones plausibles para suponer que fuera a detenerse. En consecuencia, trató de demostrarla mediante la determinación exacta, a largos intervalos, de las distancias entre los puntos de diferentes continentes, utilizando métodos astronómicos muy precisos y calculando la duración de las transmisiones por radio. Sus resultados fueron negativos, pero le fue posible argumentar que el ritmo de la deriva era demasiado lento para ser detectado con los métodos relativamente bastos disponibles en la época.
Pero no es sorprendente que no obtuviera los resultados deseados si es cierto que la separación entre Africa y América ha progresado regularmente desde la era pérmica. te ser así, la velocidad media no sería superior a 1 metro en 30 años. Sin embargo, a fines del siglo XX, el uso del rayo láser y de los satélites artificiales ha permitido medir con notable precisión el ritmo de la deriva continental, confirmando así la teoría de Wegener.
El 8 de octubre de 1909, se produjo un intenso terremoto a 40 km. al sur de Zagreb, en Croacia (que entonces formaba parte del imperio Austrohúngaro). Otro terremoto ocurrido previamente en Zagreb había determinado la instalación de un sismógrafo en el observatorio meteorológico de la ciudad, dirigido por Andrija Mohorovicic. En su calidad de director del observatorio, Mohorovicic recibió de todas las estaciones de Europa los registros del terremoto de 1909. Después de analizarlos detalladamente, realizó un interesante descubrimiento. Como esperaba, los registros reflejaban dos tipos de ondas: de compresión (P), en las que las partículas oscilan a lo largo de la línea de propagación, y de distorsión (S), en las que el movimiento se produce en ángulo recto con respecto a la línea de propagación.
Luego advirtió que había en realidad dos tipos de ondas P. A escasa distancia del epicentro, la primera onda en llegar se desplaza a una velocidad de 5,5 a 6,5 km. por segundo. A una distancia de unos 170 km., esta onda es superada por una segunda onda, que se desplaza a 8,1 km/s. Más allá de este punto, hasta los 800 km., es posible detectar las dos ondas, pero luego las más lentas se desvanecen. Mohorovicic interpretó este fenómeno como la prueba de que las ondas más lentas se desplazan directamente hacia el sismógrafo, mientras que las más veloces son refractadas a una profundidad de unos 50 km. En su honor, la capa refractora recibió el nombre de discontinuidad de Mohorovicic, o Moho. Investigaciones posteriores demostraron que la profundidad del Moho (el límite entre la corteza terrestre y el manto superior) varía entre 30 y 50 km.
Al considerar la teoría por primera vez, se sintió inclinado a descartarla; pero reavivaron su interés las pruebas paleontológicas de que en un pasado remoto debió existir algún puente terrestre que uniera África con Brasil, del mismo modo que Gran Bretaña estaba unida al continente hace 20.000 años, a través del canal de la Mancha, y Asia con América del Norte, a través del estrecho de Bering. Pero éstos eran ejemplos de puentes relativamente cortos. En cambio, el caso del vasto océano Atlántico hizo que Wegener considerara más seriamente la teoría de la deriva continental y, a partir de 1912, se dedicó a desarrollarla.
Postuló entonces la existencia original de un supercontinente, Pangea, que comenzó a separarse durante la era pérmica, hace más de 200 millones de años. América se desplazó hacia el oeste, alejándose de la masa continental eurasiática, y entre los dos continentes se formó el Atlántico. Australia se desplazó hacia el norte y la India se alejó de África. Más adelante, durante el cuaternario (hace 2 millones de años), Groenlandia se separó de Noruega. Algunos archipiélagos importantes, como los de Japón y las Filipinas, se identificaron como fragmentos dejados atrás por estas colosales separaciones.
El conjunto de la teoría proporcionaba una explicación satisfactoria de la distribución actual de las masas de tierra firme o continentales, pero era preciso encontrar el mecanismo que provocaba estos desplazamientos. A este respecto, Wegener supuso que las masas continentales flotaban sobre algún tipo de magma plástico, como el que mana de las grandes profundidades durante las erupciones volcánicas, y señaló que la constante rotación de la Tierra determinaría una deriva hacia el oeste.
Wegener se adentró además por otras dos líneas de estudio. Como meteorólogo, estaba interesado en la historia del clima, y pudo comprobar que los cambios climáticos confirmaban sus ideas. La segunda línea resultó menos satisfactoria. Una vez aceptada la idea de que la deriva continental se había producido, no había razones plausibles para suponer que fuera a detenerse. En consecuencia, trató de demostrarla mediante la determinación exacta, a largos intervalos, de las distancias entre los puntos de diferentes continentes, utilizando métodos astronómicos muy precisos y calculando la duración de las transmisiones por radio. Sus resultados fueron negativos, pero le fue posible argumentar que el ritmo de la deriva era demasiado lento para ser detectado con los métodos relativamente bastos disponibles en la época.
Pero no es sorprendente que no obtuviera los resultados deseados si es cierto que la separación entre África y América ha progresado regularmente desde la era pérmica. De ser así, la velocidad media no sería superior a 1 metro en 30 años. Sin embargo, a fines del siglo XX, el uso del rayo láser y de los satélites artificiales ha permitido medir con notable precisión el ritmo de la deriva continental, confirmando así la teoría de Wegener.