La verdad no es una verdad absoluta, inmutable, eterna, que se encuentra en las cosas en sí del Racionalismo, en el sujeto puro y su razón pura. También rechaza el relativismo donde el conocimiento depende exclusivamente de cada sujeto particular. Para el relativismo no hay ninguna verdad posible porque cada sujeto deforma el mundo cuando lo conoce. Nunca se puede tener una visión completa de las cosas, sino sólo un punto de vista, una perspectiva. La verdad debe darse en la realidad radical, que es la vida concreta de cada hombre. Y vida es perspectiva, punto de vista, selección, atención. El hombre no conoce el bosque en su totalidad, sino sucesivas vistas que debe integrar. La perspectiva no deforma la realidad, la conforma; es una exigencia de la misma. Pretender un punto de vista absoluto es una ilusión porque el conocimiento no se puede abstraer de la vida, de las circunstancias históricas, como ha pretendido el Racionalismo con sus verdades eternas. El relativismo también se equivoca al afirmar que no existe una verdad. La verdad sería la suma de todas las perspectivas habidas y por haber. Es inalcanzable, pero podemos tender hacia ella teniendo en cuenta los distintos puntos de vista históricos. En el camino hacia la verdad cada pueblo, cada individuo, realiza una aportación única e irremplazable. El punto de partida de Ortega es la crítica que realiza al Realismo y al idealismo. El Realismo del hombre antiguo le hacía creer que las cosas existen con independencia del sujeto. Por eso su concepto fundamental es la sustancia: lo que permanece, lo que subyace, lo que no cambia, algo eterno e inmutable independiente de mí. El Realismo piensa que el mundo está fuera del sujeto. Se olvida de que las cosas se dan siempre a un sujeto, de que lo pensado necesita de un pensamiento que lo que piense. El idealismo que inaugura Descartes se centra en el sujeto. El yo absorbe la realidad. El mundo está ahora dentro de mí, depende de mí, existe porque yo lo pienso. El idealismo cree que el sujeto es una sustancia pensante independiente de las cosas, de lo pensado, del mundo. Pero el idealismo se olvida de que el pensamiento es siempre pensamiento de algo, no es algo en sí, es una relación. Ni existe el mundo sin mí, ni existo yo sin el mundo. No hay sujeto sin objeto, ni objeto sin sujeto. Se da una relación de coexistencia. No existen las cosas ni dentro ni fuera de mí, sino conmigo, en mi vida. Fuera de la vida no hay realidad. Conocer es ver desde una perspectiva en la que la mirada es dirigida. Vemos aquello a lo que atendemos. La atención es selección guiada por un interés. Y esos intereses emanan de un fondo personal del sujeto configurado por sus necesidades, aspiraciones, preferencias y deseos. Este fondo personal funciona de acuerdo a un proyecto o programa intransferible, que es la vocación de cada cual. Debo integrar las sucesivas vistas que tengo del mundo de manera coherente con mi vocación y mis circunstancias personales e históricas. Un yanki no puede ver lo mismo que veía un griego, aunque dos griegos tampoco podrían ver exactamente a lo mismo. Se hace necesario reformar el concepto tradicional de ser. Para comprender la realidad de la vida no sirve la razón matemática de los racionalistas. Hace falta una razón capaz de captar los cambios, lo que se está haciendo en el tiempo. Es necesaria una razón vital o histórica. Los irracionalismos han surgido porque la razón geométrica no les servía para explicar su vida. Y hay que reconocer que somos vida, sí, pero también que somos cultura, razón. Para hacer compatible la vida con la cultura se requiere por tanto el raciovitalismo, la razón vital. Para Ortega vivir es el modo de ser radical; es encontrarse en el mundo, en el de ahora. La vida es decisión, preocuparse, anticiparse. Es vivir hacia delante con una finalidad. Es un continuo quehacer porque nada se nos da hecho, es una libertad forzosa. Por eso vivir es un problema. De pronto nos encontramos vivos sin saber porqué y con la circunstancia que nos rodea. Para hacer mi vida debo encontrarme a mí, ser consciente de mí. Vivir es coexistencia y convivencia. Mi vida soy yo con las cosas, yo con los otros, yo y mi circunstancia. Yo soy yo porque debo conservar mi vida íntima, mi vocación, conservar mi autenticidad manteniendo sólo las ideas en las que creo. Y mi circunstancia, porque yo soy también lo que me rodea, los demás, las costumbres, los usos sociales, el tiempo y el lugar que me ha tocado vivir. La razón vital debe comprender al hombre y su circunstancia, debe servir a la vida como proyecto, debe ayudar al hombre a salvarse, porque vivir es encontrarse perdido entre las cosas y no tener nada seguro y estable. La razón vital nos debe ayudar a reabsorber la circunstancia. La vida implica que cada individuo, que cada generación, que las masas y las minorías acepten el tiempo que les ha tocado. Cada tiempo tiene una tarea, una misión. La misión, la tarea, el tema de su tiempo, fue para él la superación del idealismo, superar la crisis en la que el Racionalismo había desembocado.