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Los eran los seguidores de Petrus Hispanus, cuya obra influyó en Duns Scotus, en Ockham y, por supuesto, en los más significados modistae:
Martín de Dacia, Siger de Courtrai y Thomas de Erkfurt, entre muchos otros. Entre estos autores confluye una doble tradición: la lógico-filosófica (sobre todo Aristóteles) y la gramatical greco-latina (Dionisio de Tracia y Apolonio Díscolo, al latín por Donato y Prisciano). Tal vez sea ésta la primera vez en la historia de la lingüística en que se produce algo que podríamos calificar de y que determina un progreso sustancial en el estudio del lenguaje. Algo semejante a lo que ocurrirá con los gramáticos de Port-Royal quienes hermanarán la lógica cartesiana con el conocimiento gramatical; algo paralelo, también a lo que sucederá en la segunda mitad del siglo XX, cuando el rechazo de las taxonomías, la asunción de otro topo de psicología, el estudio de la teoría de la ciencia, la adopción de modelos matemáticos y el interés por el lenguaje determinarán el nacimiento de la gramática generativa.
Los modistae trataron de establecer explícitamente una relación simétrica entre el mundo de los objetos, el de los conceptos y el de los signos, considerando que existía un paralelismo estricto entre los tres niveles. En este sentido, acaso sean los modistae los primeros en esbozar una lingüística teórica y, los que se aventuraron por vez primera en la búsqueda de universales lingüísticos.
Sólo muy tardíamente se les ha prestado
atención y, no siempre se les ha juzgado correctamente. Las opiniones que han merecido los modistae las podemos clasificar en tres grandes grupos. En primer lugar las de aquellos historiadores que prácticamente los ignoran, sea por la superficialidad de la exposición (Mounin), sea porque consideran que en la época medieval todo es (Jepersen), sea porque estos autores del Medievo caen muy lejos de las preocupaciones del historiador (Thomsen). En un segundo bloque tenemos a quienes menosprecian la tarea de los modistae. Y la desprecian, o bien porque han tomado partido por el positivismo (Arens), o bien porque se resienten de bloomfieldismo (Dinneen). Finalmente, hay quienes como Robins, Brusill-Hall y Salus les alaban por su nueva manera de ver a Prisciano, por sus logros en sintaxis y en semántica y porque son un antecedente de la gramática de Port-Royal y de ciertos planteamientos de la gramática generativa.
Dice Lyons que los puntos de vista de estos autores sobre la gramática son ; pero añade, que es quizá . Por otro lado, se suele afirmar que la búsqueda de universales lingüísticos es un absurdo; pero lo cierto parece ser que
variaciones>.
Se partía de la hipótesis universalista que consiste en apostar por la existencia de ciertos hechos que afectaban a todas las lenguas. Así diríamos hoy que las partes de la oración, el caso, la estructura sujeto-predicado, el mecanismo transformacional, la hiponimia, etc., serían algunos de los universales lingüísticos y que su estudio es competencia de la gramática general.
Los modistae centraron su atención en exclusivamente en el latín descrito desde los presupuestos concretos de la filosofía aristotélica. Este hecho les ha supuesto frecuentes críticas en el sentido de que partieron de una sola lengua, observada desde un prisma muy particular. Pero no debemos perder de vista dos datos: en primer lugar, el latín estaba considerado como la lengua por excelencia; en segundo lugar, adoptaron el modelo lógico más avanzado de que disponían, modelo que estaba considerado en la época como revolucionario y hasta sospechoso de heterodoxia. Como consecuencia de este emparejamiento entre gramática y lógica, los modistae dieron un salto cualitativo al definir la gramática:
Es entendida ahora como y estudiarla es competencia del filósofo.
Las obras de los modistae suelen dividirse en tres partes: primero, se definen y estudian los modos de significar; luego, se examinan aquellos modos que son característicos de cada parte de la oración; finalmente, se estudian los tipos de construcciones.
Por significación entienden la ón> y la
clasificación de las partes de la oración se ajustará al modo de esta representación y de acuerdo con las categorías aristotélicas: así, serán nombres aquellas palabras que signifiquen el modo de la sustancia, más una cualidad; serán pronombres las que signifiquen el modo de la sustancia, sin expresión de la cualidad; serán verbos las que signifiquen la expresión del proceso temporal, con referencia a la actividad o pasividad; serán adjetivos las que signifiquen los accidentes del nombre, etc. Por lo tanto, .
En el nivel del , las cosas poseen un modus essendi que determina la aprehensión de los objetos por parte del entendimiento. En éste, se dan los modi intelligendi que no son sino el estricto correlato conceptual de las cosas. Por su parte, las palabras poseen unos modi significandi que también se ajustan a las cosas, con la mediación del entendimiento. Así pues, si un objeto real es una sustancia, lo concebimos como tal sustancia y lo designamos con un nombre sustantivo que significa las características sustanciales del objeto.
En consecuencia, la gramática ha de ser
Aludamos ahora a algunos de los muchos hallazgos particulares de los modistae. Al distinguir entre la >significación> de una palabra y su , señalaron que uno es el valor semántico potencial de la palabra aislada y otro el valor actual de la misma palabra en su convivencia con las demás.
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En este sentido advirtieron que la determinaba ciertas restricciones: si homo era un término bastante general, en homo musicus la palabra inicial quedaba sustancialmente restringida en su significado puesto que ya sólo podía aplicarse a aquellos seres humanos que tenían relación con la música.
Ya Siger de Courtrai, al definir la gramática, había señalado que las oraciones debían estar . Thomas de Erkfurt insistió en la congruitas como condición indispensable para obtener una oración bien formada. Esta congruitas exigía el cumplimiento de tres requisitos: primero, las palabras seleccionadas para una construcción sintáctica debían ser ; en segundo lugar, se debían aplicar las oportunas correlaciones flexivas entre las palabras que integraban una construcción; por último, las palabras asociadas debían ajustarse al principio de .
Como conclusión, cabe decir que los modistae no sólo rozaron el techo permitido por la lógica y la gramática de su tiempo, sino que también hicieron aportaciones que de ninguna manera podemos hoy menospreciar. Y acaso en este punto sea excesivamente modesto Bursill-Hall, el primer especialista en el tema, cuando más de una vez señala que el lingüista actual rechazará el sistema elaborado por los modistae. Pensamos que no sólo tienen valor como representantes máximos de la lingüística en la época medieval, sino que resultan importantes por haber investigado sobre algunos aspectos del lenguaje que son hoy tema obligado para aquellos lingüistas que se interesan por la teoría del lenguaje.
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La lingüística medieval queda definitivamente caracterizada por la obra de los modistae quienes, al contrario que los dos autores mencionados, no estaban impulsados en sus investigaciones por motivos prácticos. Los modistae fueron ejemplos típicos de gramáticos teóricos y se situaron al margen de las preocupaciones docentes o escolares porque sus estudios no estaban en función de necesidades prácticas, como los del Anónimo islandés y Dante.
Estos dos ejemplos de trabajo práctico en la época medieval pretenden jugar aquí el papel del contraste. En la historia de una ciencia no es todo uniforme y sería una ilusión creer que, en una época determinada, todos los esfuerzos se orientaron en una misma dirección. Muy por el contrario, siempre ha habido tónicas dominantes, por un lado e individualidades que se salen del tono general de su tiempo. Este último es el caso del Anónimo islandés, preocupado por la ortografía de su lengua, y el de Dante, que buscaba el modelo ideal de la lengua literaria, extraído de entre las múltiples variedades lingüísticas utilizadas en la península itálica.
Un autor islandés, cuyo nombre se ignora, escribió hacia mediados del siglo XII el primer tratado conocido de ortografía para una lengua no clásica y, al hacerlo, se adelantó en ocho siglos a la fonología de la escuela de Praga. A falta de un nombre propio, se le conoce como el Anónimo islandés y también como el , porque su Tratado es lo primero
que aparece en el Codex Wormianus, integrado por cuatro obras gramaticales. Curiosamente, no es un gramático tradicional (aunque parece demostrado que conocía bien la gramática latina). Tampoco podía ser un modista porque su tratado ortográfico se sitúa unos cien años antes de que aparezcan las primeras obras de los teóricos medievales. Era un estudioso preocupado por obtener un alfabeto que permita soslayar los problemas derivados de la aplicación de la escritura latina a una lengua notablemente diversa (sobre todo por el vocalismo) como la islandesa antigua.
Cada país ha de escribir en su propia lengua los hechos notables, propios y ajenos, y las leyes. En principio, escribe, lo deseable sería que a lenguas distintas correspondiesen distintos sistemas de escritura, como sucede con las lenguas griega, latina y hebrea. Pero sí, por razones de economía y de uso, hay que mantener el alfabeto latino, hallaremos letras a las que no corresponde ningún sonido en islandés y, a la inversa, sonidos de la lengua islandesa que no tienen un signo gráfico en el alfabeto latino. Así pues, se hace necesaria una adaptación, sobre todo en el terreno de las vocales porque en latín existían solo cinco signos, mientras que en islandés antiguo el autor cree percibir treinta y seis vocales diferentes. En el caso del Anónimo islandés, contar sólo con los cinco signos latinos era un insuficiente remedio y, si se optaba por escribir todas las vocales era necesario encontrar los signos oportunos para cada una de las treinta y seis diferencias.
El sentido de la economía llevó al autor a una inteligente solución de compromiso. Para los signos básicos, aprovechó las cinco vocales latinas y añadió otros cuatro signos nuevos formados con elementos de las anteriores. Así, obtuvo nueve grafías.
Sin embargo, con estos nueve signos estaba todavía lejos de alcanzar las treinta y seis representaciones diferentes que necesitaba y tuvo que idear el uso de diacríticos. Como las vocales en islandés podían ser o bien orales, o bien nasales, propuso la colocación de un punto encima de las nasales y dejó tal cual las orales. Había alcanzado ya dieciocho distinciones. Y como cada una de esas dieciocho vocales podía ser breve, o larga, decidió poner un acento en las segundas, como signo de cantidad. Las treinta y seis vocales quedaban, pues, perfectamente diferenciadas en la escritura, aunque en la lista de signos con que se cierra el manuscrito sólo aparecen dieciocho. Esto se explica porque el Anónimo islandés sospechaba que acaso no fuese necesario marcar tantas distinciones en la práctica.
Ante la pregunta de si el autor de este tratado ortográfico no habría exagerado el número de vocales para su lengua el da con la prueba de la conmutación. Esta prueba es el método que le permite justificar la necesidad de tantas letras distintas, porque los sonidos correspondientes de las palabras. Y por si la prueba de la conmutación (efectuada sobre ) no fuese suficiente, aporta parejas de frases en las que aparece una u otro forma, cosas que permite comprobar, ad abundantiam,
la necesidad de signos distintos para significados distintos.
Así, el Anónimo islandés descubrió en el siglo XII la fonología y fue llevado a ella por su preocupación ortográfica. De él no puede decirse que fuese un fonólogo antes de tiempo; sino simplemente que fue un fonólogo ya que en su obra está algo más que el germen de la fonología estructural: está, y muy explícito, el núcleo de un método que tardaría ocho siglos en volver a ser descubierto. Advierte Robins que el Tratado fue bastante triste. Poco después del siglo XII la suerta de Islandia sufrió un gran revés debido a los cambios climatológicos y a las enfermedades y quedó desde entonces alejada de la vida y cultura europeas>. Sin negar la posible incidencia de estos factores externos, la explicación del olvido resulta bastante insatisfactoria. Hay que señalar, ante todo, que se trataba de una obra muy particular, cuya pretensión era puramente la reforma ortográfica de la lengua islandesa. En consecuencia, no tiene sentido pensar en una difusión de la obra por otros países de la Europa occidental que hablaban y escribían lenguas distintas, con un vocalismo más reducido. Lo curioso del caso es que ni siquiera en Islandia tuvo repercusiones; pero esto parece explicarse muy fácilmente: los escritores y los copistas tenían ya su sistema de escritura y todavía quedaba lejos el nacimiento de la imprenta que será la que, por necesidades de economía, impulsará las unificaciones ortográficas. El Tratado del Anónimo islandés quedaba muy lejos de las preocupaciones de los modistae. Y, definitivamente, la obra estaba
escrita en una lengua que no era el latín, lengua de intercambio cultural de Europa. Todo este conjunto de causas determinó el olvido de una obra excepcional. De haberse divulgado, y si se hubiese seguido por el camino que inició el Primer gramático, un aspecto capital de la lingüística estaría, acaso desde hace siglos, extraordinariamente desarrollado.
El segundo autor al que queremos referirnos es Dante, cuya obra (De vulgari eloquentia) no merece, según alguno, un lugar en la historia de la lingüística. Es cierto que no puede ocupar un lugar de privilegio; pero lo que es innegable es que la obra de Dante permite ilustrar el paso desde la mentalidad medieval hacia los albores del Renacimiento.
Existen coincidencias entre los filólogos y Dante. Los primeros se ocupan del conocimiento de la lengua para acceder a la interpretación de textos; Dante trató de establecer el tipo de lengua que le permitiera escribir los propios textos. En esto reside su mérito y por esto merece ocupar un puesto en la historia de la lingüística. De vulgari eloquentia fue escrita en latín.
La gran obra literaria de Dante se encabalga con su ensayo sobre la lengua vulgar. Dante es uno de los escasísimos autores literarios que hacen un esfuerzo por tratar, de forma explícita y pública, sobre el lenguaje; es decir, sobre el instrumento que utilizan para realizar su obra literaria.
El estudio de Dante sobre la lengua vulgar está incompleto. El autor proyectó cuatro libros y no llegó a terminar el segundo.
Dante cree ser el primero en abordar el estudio
de una lengua vulgar.
Esto no es del todo cierto puesto que, como ya hemos visto, el Anónimo islandés le precedió en algún aspecto parcial y, además, entre finales del siglo XII y comienzos del XII el catalán Raimon Vidal de Besalú compuso las Razós de Trobar, tratado de gramática y retórica. No obstante, sí que es el primero en plantear algunos temas generales a propósito de las lenguas vulgares y de sus relaciones y en defender que estas lenguas son más nobles que la latina. Su razonamiento es el siguiente:
Entiende Dante que
pero ese cambio es tan lento que no nos apercibimos de él. El cambio es una realidad insoslayable y Dante lo ilustra con algunas lenguas europeas. A Europa correspondió, tras la dispersión de Babel, una lengua con tres ramificaciones: la que con el tiempo engendró las lenguas eslavas, la griega y la latina. En esta última también observa Dante tres ramificaciones y establece de un modo bastante confuso su localización geográfica. Dante seleccionará el italiano como vehículo de expresión literaria.
Considerará Dante algunos dialectos como inapropiados para la literatura. Dejado esto al margen, concluye que la lengua vulgar ilustre no está en ningún lugar y está un poco en todas partes. Dante es el primero en la historia que trata de elaborar una . No era Dante ni gramático, ni dialectólogo; era un creador que sentó las bases del italiano más con la Divina Comedia que con De vulgari eloquentia. Esta obra, a pesar de sus lagunas y deficiencias, merece un lugar en las historias de la lingüística porque en ella se delinean en unos casos y en otros aparecen con nitidez algunos temas muy queridos luego por los renacentistas: la valoración de las lenguas vulgares y la búsqueda de un estilo literario que no desmerezca del elaborado por los clásicos greco-latinos serán preocupaciones obsesivas que en Dante encontraron su primera manifestación.