Portada » Historia » De la Revolución Gloriosa a la Restauración: España durante el Sexenio Democrático
La Revolución Gloriosa estalló en 1868 con un pronunciamiento militar en Cádiz. Los generales Prim y Serrano y el almirante Juan Bautista Topete, entre otros, se unieron contra el régimen tras la proclama de «¡Viva España con honra!». El ejército isabelino fue derrotado por las tropas de Serrano en la batalla del puente de Alcolea. Madrid se sublevó y la reina abandonó el país camino del exilio. Un Gobierno provisional, presidido por el general Serrano e integrado por unionistas y progresistas, convocó las Cortes Constituyentes.
La peseta se convirtió en la unidad monetaria de España, lo que contribuyó a consolidar el mercado nacional. Se favoreció la entrada de capital extranjero en la minería y se implantó el arancel de Figuerola de 1869, que liberalizó la llegada de algunas mercancías. En el medio rural, especialmente en la mitad sur de la península Ibérica, zona de predominio de latifundios y jornaleros, provocaron sublevaciones campesinas que fueron contenidas por el ejército enviado por el Gobierno. En octubre de 1868 se inició la primera guerra de la Independencia de Cuba con una arenga conocida como «el grito de Yara». La facción rebelde, encabezada por Máximo Gómez y Antonio Maceo, se hizo fuerte en la parte este de la isla, más pobre, y desde allí dirigieron una guerra de guerrillas, que duró diez años, contra la presencia española.
En las elecciones a Cortes Constituyentes de enero de 1869 obtuvieron la mayoría los grupos unionistas y progresistas, mientras que los republicanos triunfaron en los núcleos urbanos. Las Cortes elaboraron la Constitución de 1869:
En 1869, el general Serrano fue designado regente. El general Prim, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, inició la búsqueda de un soberano en Europa. Prim se decidió por Amadeo de Saboya, que fue proclamado rey por las Cortes en noviembre de 1870.
Amadeo I, cuyo reinado se desarrolló entre 1871 y 1873, era miembro de una estirpe real vinculada al constitucionalismo y gozaba de gran prestigio en el resto de Europa como artífice de la unificación italiana. Su familia, profundamente católica, se había enfrentado al papa en nombre del Estado, lo que consolidaba su credibilidad entre los sectores progresistas. Sin embargo, no dejaba de ser un extranjero que desconocía España y su idioma.
Su llegada a España, en los primeros días de enero de 1871, estuvo marcada por el asesinato de Prim, quien había sido su principal valedor. Amadeo I contó con el respaldo de los sectores constitucionalistas, unionistas y otros progresistas moderados.
Pero no tardó en encontrar una fuerte oposición. La aristocracia no lo aceptó y el pueblo lo consideró simplemente como un monarca extranjero. Los principales problemas que debió afrontar Amadeo I fueron los siguientes:
En 1872, convencido de que había sido incapaz de llevar la felicidad a su pueblo, Amadeo I renunció al trono en febrero de 1873.
Ante la ausencia de un rey constitucional, el Congreso de los Diputados y el Senado, reunidos en la Asamblea Nacional, proclamaron la república por amplia mayoría el 11 de febrero de 1873. Intelectuales, perseguidos durante el reinado isabelino, accedieron al poder.
El principal problema fue el enfrentamiento entre centralistas y federalistas. El centralismo predominante hasta el momento había generado insatisfacción en regiones con una fuerte identidad histórica y entre sectores democráticos.
El federalismo, ideología que defendía que las naciones debían formarse mediante pactos libres, promovía un programa social que incluía la supresión del impuesto de consumos, del sistema de quintas y el reparto de tierras.
Estanislao Figueras, primer presidente de la República, convocó Cortes Constituyentes con el objeto de elaborar una Constitución acorde con la nueva forma de Estado. Abandonó España abrumado por la situación económica y la división del republicanismo.
Su sucesor fue el federalista Francesc Pi i Margall. Se redactó un proyecto de Constitución federal que no prosperó. Al enfrentamiento del Gobierno con sectores monárquicos, carlistas y proletarios se unió la impaciencia de los seguidores que se anticiparon a la proclamación del Estado federal y declararon la autonomía de provincias y ciudades, que se constituyeron en cantones.
En 1873, Pi i Margall, desbordado por los acontecimientos, se vio obligado a dimitir. El nuevo presidente, Nicolás Salmerón, más conservador, utilizó al ejército contra las sublevaciones cantonalistas, pero presentó su dimisión. En septiembre, Emilio Castelar intentó conducir la república de acuerdo con el principio de autoridad, para lo que suspendió las Cortes.
Entretanto, el carlismo se consolidó con la Batalla de Montejurra y la ocupación de Estella y Eibar, a pesar de que el movimiento cantonal había facilitado su avance al dispersar al ejército en varios frentes. La guerra de Cuba prosiguió con la facción rebelde.
Las sesiones de las Cortes se reanudaron en enero de 1874 y el presidente Castelar fue rechazado por la Asamblea, provocando su dimisión. Un golpe de Estado, dirigido por el general Manuel Pavía, disolvió las Cortes republicanas. Posteriormente fue nombrado un Gobierno de concentración conducido por el general Francisco Serrano con el apoyo de conservadores, republicanos unitarios y los denominados radicales. Serrano gobernó con poderes dictatoriales y sometió al catolicismo.
Un movimiento de restauración se desarrolló en torno a la figura de Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. El 29 de diciembre de 1874 tuvo lugar el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto en favor de la restauración monárquica.