Portada » Arte » Cultura, Arte y Sociedad en la Antigua Roma: Un Legado Imperecedero
Roma, cuna de la civilización occidental, dejó un legado imborrable en diversos campos. En la tecnología, sobresalieron los edictos de los pretores, las disposiciones del senado, de la asamblea popular y de los emperadores, así como las opiniones de los jurisconsultos romanos. Estos principios fundamentales se han incorporado a la legislación de todos los pueblos civilizados.
Las mayores contribuciones de Roma a la cultura fueron el derecho y el latín, origen de muchas lenguas modernas y de numerosas palabras en lenguas no románicas. Durante la República, y tras la conquista de Grecia, la cultura romana experimentó una profunda transformación, marcada por la introducción de la civilización helenística en la mentalidad romana. Las clases acomodadas confiaron la educación a los griegos.
Así, llegaron a Roma las últimas tendencias de la filosofía griega, como el estoicismo de la mano de Panecio y Posidonio. Historiadores griegos como Polibio, Estrabón y Plinio también dejaron su huella. Entre los filósofos romanos más destacados se encuentran Cicerón, Horacio, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. En Alejandría, sobresalieron Plotino y Ammonio Saccas. Ya en el siglo III, Alejandro de Afrodisisa, Simplicio, Ammonio y Juan de Filópono, entre otros, comentaron las obras de los grandes filósofos griegos.
En matemáticas, destacaron figuras como Papo, Teón de Hipatía en Alejandría, Nicómaco de Gerasa, Boecio y Diofanto en Roma. En medicina, Herófilo y Erasístrato en Alejandría, Asclepíades, Aulo Cornelio y Galeno en Roma. En geografía, Pomponio Mela y Claudio Tolomeo, el más influyente de la antigüedad.
En la literatura, las letras griegas tuvieron gran importancia. Se tradujo mucho del griego, pero también destacaron autores romanos como Andrónico, Nevio, César, Plauto, Terencio, Enio, Virgilio y Lucrecio.
Con la grandeza de Roma, surgió la verdadera mitología latina, liderada por Júpiter, el dios indoeuropeo del cielo brillante, invocado bajo los nombres de Zeus, Fulgur, Lucetius y Summanus, como dios del rayo y de la luz. Cuando el Estado comenzó a proteger el culto de Júpiter, este se convirtió en el dios de las relaciones oficiales, uniendo a las tribus. De ahí surgieron las «Ferias latinas», en abril, fiestas que reunían a todos los diputados del Lacio alrededor del dios.
Con la dominación romana sobre los pueblos latinos, surgió el Júpiter del Capitolio, «Optimus Maximus», con títulos guerreros como Stator (el que detiene la derrota) y Víctor (el que da la victoria). La piedra sagrada sobre la cual se inmolaba la víctima en los tratados estaba tan relacionada con el culto de Júpiter que la frase «per Jovem lapidem» era la fórmula más solemne de juramento. Al principio, Júpiter no tenía estatuas, pero más tarde, su templo personificó la majestad de Roma. En el Capitolio se celebraba la ceremonia del paso de la infancia a la virilidad, los magistrados tomaban posesión del cargo y se conservaban los boletines de victoria y tributos de los pueblos vencidos.
Juno, compañera de Júpiter, protegía el matrimonio y el nacimiento. Marte era el dios favorito de los romanos. Sus sacerdotes, los salios, guardaban los escudos-talismanes, símbolos del rayo. Del 1 al 23 de marzo, paseaban por la ciudad, cantando, danzando y golpeando sus escudos, uno de los cuales se decía caído del cielo. Marte, dios guerrero en la época histórica, tenía fiestas militares. Se le consagraban las carreras de caballos de guerra (17 de febrero, 14 de marzo y 15 de octubre). En esta última, el caballo vencedor era sacrificado al dios Marte por el «Flamen Martialis».
Cada 5 años, los ciudadanos romanos se reunían en el Campo de Marte (Campus Martius), en hábito de guerra, para una purificación solemne y censo general. Se ofrecía al dios el sacrificio de un cerdo, un carnero y un toro, y se le dirigían plegarias para obtener la victoria en las guerras venideras. Quirino, inicialmente importante, pasó a segundo término. Formó, con Júpiter y Marte, una tríada divina cuyos sacerdotes cedían el paso a todos los demás, hasta que fue eclipsada por la tríada etrusca: Júpiter, Juno y Minerva.
Jano y Vesta eran divinidades frecuentemente asociadas. Para los antiguos habitantes del Lacio, la puerta de la casa (Ianua) y el hogar eran sagrados. De ahí nació el culto de Jano y de Vesta. El numen de la puerta se convirtió en el protector de la entrada y la salida, la partida y el regreso. Se le representaba con dos caras, dios de todos los comienzos, de la mañana, del año y del primer mes (Ianuarius). Se le ofrecía el primer sacrificio del año y era el primero invocado en las fórmulas deprecatorias.
El culto de Vesta resaltó la tendencia romana a marcar con un sello religioso los incidentes de la vida. En las sociedades primitivas, el fuego era precioso, difícil de obtener y conservar. Para que no se extinguiera, se confiaba a las hijas el cuidado de avivar la llama. De ahí surgió el colegio de las vestales, muchachas que hacían voto de castidad, bajo amenaza de ser enterradas vivas si lo quebrantaban, y de velar el fuego inmortal que ardía en el hogar central de Roma.
Minerva, diosa de los artesanos, se confundió con la Atenea griega. Venus, diosa de los jardines, se convirtió en una igual de Afrodita. Hércules, idéntico al Heracles helénico, tomó su forma y valor.
Los pueblos indoeuropeos creían que el fantasma del muerto seguía viviendo en la tumba. Por eso, enterraban con él alimentos, armas y joyas, y a veces sacrificaban a su mujer y esclavas. Pero estas ofrendas no siempre eran suficientes. Los muertos eran espíritus celosos y maléficos, y volvían para robar alimentos o beber sangre humana para reanimar su existencia. Para rechazarlos y apaciguarlos, los romanos celebraban las «Lemuria» (9, 11 y 13 de mayo). Los «lemures» eran los espíritus de los muertos.
A medianoche, el jefe de la familia se levantaba y descalzo recorría la casa chasqueando los dedos para espantar a los espíritus, arrojando habas negras y repitiendo: «Con estas habas me rescato y rescato a los míos». Después de una lustración con agua sagrada, golpeaba una placa de bronce, repitiendo: «Espíritus de mis antepasados, fuera de aquí».
Con el progreso de la civilización, los romanos consideraron a los muertos como miembros de la familia que vivían en una ciudad de los muertos. Había deberes que cumplir: ofertas de miel, leche y aceite, guirnaldas y rosas, y una comida en la que se invitaba al muerto, se pedía su bendición y se despedían con estas palabras: Salve, sancte parens («Salud, oh padre santo»).
El 22 de febrero, la familia se reunía para un convite común. Estas ceremonias sentimentales eran una excepción. Práctico y formalista, el romano mantenía una actitud de respeto, «pietas». El dios, a su vez, estaba obligado a pagarles igual. Violar el contrato era «impietas»; ir más allá, «superctitio». La devoción estaba fuera del pensamiento romano, y el entusiasmo místico le chocaba. Por eso, no favorecía la piedad individual. Catón apenas permitía a los esclavos celebrar una fiesta al año.
El jefe de familia era sacerdote de su casa y sacrificaba en nombre de todos. El culto público se concentró en funcionarios y magistrados, sin una casta sacerdotal poderosa. En la ejecución del contrato religioso, los romanos eran esclavos de un formulismo tal que Enrique Heine los llamó «soldadesca de casuistas».
Los ritos eran complicados. El orante necesitaba dos sacerdotes: uno que dictara la fórmula y otro con el libro abierto para verificarla. Este cuidado revelaba temor reverencial. Vivir en paz con los dioses (pax deum), estar en buenas relaciones con ellos, era su anhelo. Cuando el fiel cumplía su voto, decía: «He cumplido mi voto con el derecho y buena voluntad que convenía».
El arte romano, influenciado por el mundo griego y la cultura etrusca, desarrolló una personalidad propia, especialmente en la arquitectura. Este arte repercutió en las culturas occidentales, siendo la base cultural de Occidente hasta hoy.
El arte en Roma se adaptó a nuevas necesidades, dando lugar a nuevas manifestaciones y a un arte centralizado y unitario en todo el Imperio. Las principales características del arte romano son:
La arquitectura romana se caracteriza por:
El templo romano fusionó las tradiciones etrusca y griega. Sacerdotes administraban el templo y los ritos. Había una gran relación entre religión y política: el Sumo Pontífice era el emperador. Las vestales, figuras femeninas, se dedicaban a los templos, especialmente a las diosas.
El templo se levantaba sobre un podio con escalinata para acceder a la cella (longitudinal, única o triple). Se usaban los órdenes compuesto y corintio. Los frontones eran lisos con inscripciones. Se impuso la bóveda para cubrir la cella. Hubo templos circulares (dedicados a Vesta) y, más tarde, templos dobles, de planta poligonal, etc.
La pintura romana, influenciada por la escultura y el arte helenista, se atribuye a menudo a mano griega, aunque la escuela se romanizó. Los romanos admiraban la pintura griega y encargaban copias de obras famosas. Decoraban sus paredes con pinturas murales, siguiendo la tradición griega, pero con gran colorido y movimiento. Las pinturas se reproducían, adaptaban o embellecían según el talento del artista y las exigencias del cliente.
Se usaban el encáustico, el temple y el fresco. Aunque hubo pintura sobre tabla, los restos más importantes son murales (frescos protegidos con cera). Los géneros eran la decoración de vajillas y muros, y el histórico y mitológico en cuadros murales. Aunque los descubiertos son principalmente decorativos, se cree que hubo pintura independiente, similar a la de caballete.
La escultura en la Antigua Roma, como la arquitectura, es original en su finalidad, pero influenciada por las aportaciones etruscas y griegas (helenísticas). Gran parte de la producción escultórica romana es copia de originales griegos.
Se conservan muchas esculturas romanas, en mármol, bronce y otros materiales (marfil, etc.), aunque algunas están dañadas. Son frecuentes el retrato y el relieve histórico narrativo, en los que los romanos fueron grandes creadores. Hay muchas esculturas de emperadores romanos. Características:
La palabra «mosaico» proviene de «musa». Se consideraba un arte magnífico, inspirado por las musas. Los mosaicos tienen un origen antiguo (Creta, Mesopotamia, Grecia, Roma, Imperio Bizantino).
En Bizancio, el arte del mosaico griego y romano se combinó con la tradición oriental, dando lugar a mosaicos con oro. Se aplicaron a la arquitectura religiosa, mientras que en Roma se aplicaban a la arquitectura doméstica. De Bizancio, los mosaicos pasaron al mundo islámico. Se desarrollaron desde el Renacimiento hasta hoy. También existió una técnica de mosaico en la América Prehispánica.
Un mosaico es una obra compuesta de piedrecillas, terracota o vidrios de colores. También puede ser de madera. Por extensión, se llama mosaico a cualquier obra con fracciones diversas.
Los mosaicos romanos se basan en tapices y pintura. Tienen mayor durabilidad que la pintura. Los asuntos representados son los mismos que en la pintura, aunque con una perspectiva más falsa.
Para hacer las teselas de mármol o piedra, se cortaba el material en láminas finas, tiras y cubos. Para las teselas de vidrio fundido (teñido con óxidos de metal), se vertía sobre una superficie lisa, se enfriaba y se cortaba en tiras y cubos. Las teselas de oro y plata se obtenían colocando pan de oro o plata sobre vidrio pálido, cubriendo la superficie con frit (vidrio empolvado) y calentando en un horno para sellar el oro y la plata entre las capas de vidrio. Luego se dividía la lámina en cubos.
Se preparaba la superficie con varias capas para que estuviese lisa, ya que cualquier irregularidad podía fracturar las teselas y degradar la obra.