Portada » Griego » Crónica de Banderbill: La historia del Imperio desde el Gran Exilio
Todo empezó un día como cualquiera. Bastante nublado, por cierto, pero realmente no tenía nada de diferente al resto. Subí a mi árbol, para descansar y mirar al horizonte. Siempre me dio mucha paz mirar la soledad del océano. Pero ese día algo se apareció a lo lejos. Al principio pensé que era sólo un delirio de mi cabeza y creí estar loco. Pero lentamente, la imagen fue más clara. Decenas de barcos se dirigían con rumbo a las costas. Las naves desembarcaron en la playa y allí fue cuando vi por primera vez a estas criaturas. Eran un poco más bajos que nuestra raza, pero físicamente no eran muy diferentes, excepto por sus redondas y pequeñas orejas. Bajé de mi árbol y subí a una colina, a escasos metros del desembarco. Allí pude escuchar el llanto de niños y grandes. Por lo que pude averiguar más tarde, estas criaturas se autodenominaban «Humanos».
Su historia trata sobre unas tierras muy lejanas, hace mucho tiempo, en donde existió una civilización que reinaba en sus tierras en paz y bienestar. Las aldeas rivales que circundaban sus terrenos admitían su dominación, por lo tanto, no había guerras que pelear. Pero esta civilización encontró su perdición en su ambición por más poder. No económico, ni político, sino, sobrenatural. Queriendo ser dioses, solo encontraron caos.
En su debilidad, fueron asechados por las pequeñas aldeas, que por medio del combate, tomaron casi todo su territorio, obligándolos al exilio. Solo uno de ellos se mantuvo fiel. Así, el grupo liderado por este hombre, Bhargaras VI, hizo una hazaña que yo jamás creí posible: lograron cruzar el mar de la eterna penuria, algo que nunca nadie se animó ni siquiera a intentar. Pero esto trajo grandes pérdidas al grupo de humanos, ya que el grupo que yo vi desembarcar, estaba mucho más reducido que el que había partido. Es así, como los primeros humanos llegaron a nuestro mundo, las tierras Imperium.
En los relatos que yo escuché, jamás nombraron su vieja tierra, y al parecer tampoco trajeron documentos ni nada, por lo cuál todo quedó en el olvido para ellos.
Fue desde ese día mi pasatiempo subirme a un árbol y observar a los humanos. Al principio apenas se movían y lo único que podía oír eran quejas y lamentos. Pero un humano, el más firme y fuerte de todos, al cual llamaban Bhargaras subió sobre un barril y comenzó a exclamar algo que en ese momento no comprendí, pero esas palabras lograron despertar a todo el pueblo. A partir de allí, todos secaron sus lágrimas y comenzaron a levantar chozas, que con el paso de los días se transformaron en una especie rara de viviendas. Luego de un año, lograron crear un próspero asentamiento.
Ya han pasado casi veintisiete años desde que llegaron los Humanos. Ya esto no es un asentamiento, ya se parece a una ciudad. Construyeron una fuente central, un teatro, un gran palacio y una floreciente biblioteca. Hoy me cansé de subirme al árbol y mirarlos. Veintisiete años tardé en aprenderme a la perfección su lengua y sus costumbres. Tomé un sombrero que cubra mis orejas y una larga túnica y me adentré en la ciudad. Las campanas del palacio comenzaron a sonar con gran fuerza. Al principio, asustado, pensé que se debía a mi intromisión, pero pronto pude ver como a lo lejos, desde las montañas, avanzaban a toda prisa un grupo de más de veinte medusas.
Bhargaras fue el primero en salir al choque contra las bestias, seguido por un grupo fiel de soldados. Pero para tristeza de todos, Bhargaras había sido herido de muerte. La gente se alborotó y se agolpó en el palacio, exclamando por noticias. A las pocas horas, Bhargaras VI había muerto y fue su hijo, Bhargaras VII quien derrotó a todas las medusas y las persiguió por toda la montaña, quemando sus cuevas y obligándolas a replegarse hacia el norte.
Luego de su coronación, Bhargaras VII enfrasca una agobiante campaña en contra de las criaturas que rodeaban la ciudad, logrando un gran éxito.
Un mes después de la Noche del Dolor, Bhargaras VII expulsa a los brujos de la ciudad, ya que no creía en la magia y en lo que podían llegar a predecir.
Desde ese día visité todos los días el pueblo. Establecí contacto con algunos humanos que no sospecharon de mi origen. Al poco tiempo, me encontré viviendo en una modesta casa cerca del Palacio. Cada día eran más los hombres que tomaban la espada y seguían a Bhargaras VII en sus expediciones. Pronto llegó la noticia de que solo quedaba una cueva de medusas en todo el continente. Decidí seguir a los soldados y a Bhargaras VII hasta allí.
Casi una semana de marcha sin parar por toda la montaña hasta llegar a un negro valle que nunca había visto en mis largos años. Bhargaras VII levantó su espada y todos corrimos hacia un punto negro entre las rocas. De allí emergieron decenas de medusas. Luchamos con gran fuerza hasta que la última de ellas cayó muerta. Pero una vez más, el líder había caído en batalla. Bhargaras VII estaba muerto y el pueblo lo lloró durante días.
Nadie se atrevía a tomar el trono del pueblo. Lanther, la única miembro de la familia Real, hermana de Bhargaras VII e hija de Bhargaras VI, tomó una drástica decisión. Comenzó a ir al río en busca de rocas y ella misma empezó a edificar una muralla que permitiría proteger a la ciudad. El resto de los ciudadanos se sumó a la labor y en pocos meses la ciudad estaba protegida por una alta y fuerte muralla. Durante este tiempo, decidí volver a mi pueblo y revelar todo lo que había visto hasta ahora. Pero al llegar a mi hogar solo vi muerte y destrucción. En el camino, encontré a un grupo de hermanos que huían despavoridos: los orcos habían atacado. Inmediatamente los llevé conmigo hacia la ciudad humana. Decidí quitarme el sombrero y mostrar mi verdadera identidad. Al principio, los humanos nos miraron desconfiados pero nuestra amistad no tardó en llegar. Éste fue el día en que los elfos y los humanos se conocieron. Creo que es un día que quedará para siempre en la memoria de ambos pueblos.
La popularidad de Lhanter crecía. Y muchos gallardos guerreros querían poseerla por su poder o directamente quitarla del camino debido a su condición de mujer. Uno solo se atrevió a retarla a un duelo. Recuerdo perfectamente esa batalla. Lhanter tardó minutos en derrotar fácilmente al más experimentado guerrero del pueblo. Ya no había dudas y fue coronada Reina. Su primera acción como Reina del pueblo, fue nombrar a la ciudad Bhargaras (o Banderbill) en honor a su familia.
Lo que los hombres no saben es que ella, en secreto, entabló una amistad con un hermano de mi pueblo que huyó de la destrucción: Verawel.
Fruto de una furtiva relación entre Lanther y un soldado desconocido, nació Amael, cortando la tradición de ponerle “Bhargaras” al primogénito. La noticia de la llegada de un hijo varón causó alegría y festejos en toda la ciudad. Pero cuando menos lo esperábamos, un nuevo terror atacó la ciudad. Las medusas volvieron por venganza y esta vez no estaban solas. Junto a ellas estaban los viejos brujos expulsados por Bhargaras VII, cuyos rostros estaban desfigurados y sin carne y se llamaban así mismos Liches. Luchamos arduamente, elfos y humanos, hasta que el último invasor cayó muerto al suelo. Ya la ciudad estaba más crecidas, los soldados más experimentados. No sería tan fácil derrotarnos.
Los años han pasado y Amael ya es un hombre listo para reinar. Pero algo me sorprende, ¿cómo puede ser que Lanther no envejezca? Creo que Verawel y el resto de los sabios elfos está detrás de eso. Han pasado tantos años y sigue tan joven y fuerte como cuando se enfrentó a aquel soldado. Ésta mañana desperté con la noticia de que Lanther había abdicado a la corona y se marchó al exilio, dejando a Amael a cargo del trono. Un grupo de soldados me comentaron de que la vieron partir hacia el Oeste, acompañada por una comitiva que se denominaba la “Orden Secreta”. También me contaron sobre el cofre que llevaba en brazos la muchacha, el famoso cofre de Bhargaras II, que vaya a saber uno su contenido.
El nuevo líder, desde joven ha demostrado una capacidad muy desarrollada para la lectura y la escritura, y se conoce que se pasa demasiado tiempo leyendo o escribiendo. Es por eso que una de sus primeras indicaciones fue la construcción de una Biblioteca.
Hoy se ha inaugurado esta biblioteca. A lo largo de estos cinco años he dudado sobre si entregar este diario para que las generaciones venideras tengan datos sobre algunos sucesos, pero he decidido no hacerlo, así continuo escribiéndolo.
La prosperidad de Banderbil es inmensa. Cada día hay más casas, más gente y más guerreros. Muchos elfos se han asentado en la ciudad y conviven perfectamente con los humanos. Hoy recibimos la feliz noticia de que nació Andriath, hijo de Amael y sucesor a la Corona.
Las campanas del Templo me despertaron por la mañana. Salí a ver que sucedía y vi a una multitud dirigirse al palacio. Horas después, un clérigo nos informó con lágrimas en los ojos de que Amael había muerto. Fue un buen líder, pero se notó la ausencia de su madre a lo largo de su vida. Andriath, apuesto guerrero y sucesor a la corona, ocupó el trono de Banderbill.
Hace poco más de un año que Andriath tomó de esposa a una de las doncellas. Hoy escuché en el mercado que un niño había nacido fruto de ese amor. Su nombre es Bhargaras VIII, legítimo sucesor a la corona.
Los elfos y los humanos desde aquel día que nos encontramos, hicimos un pacto. Nuestra raza enseñó a los hombres el arte de la magia, la botánica, la navegación, la equitación, la filosofía, la política y la música, entre algunas cosas más, a cambio de su eterna protección. Es bien sabido que muchas familias élficas todavía viven hacia el Sur. Un mensajero llegó hoy a la ciudad informando de un nuevo y brutal ataque orco en una de nuestras aldeas. Los hombres entendieron que era hora de devolver a nuestro pueblo la ayuda recibida. Andriath ordenó construir al Sur de Bhargaras y al este del campamento orco un fuerte conocido como Novel, desde donde lograríamos detener y derrotar a los orcos.
Han llegado duras noticias a nuestros oídos. Los orcos atacaron el Fuerte Novel y destrozaron a las tropas elfico-humanas. Andriath y lo que quedaba de su ejército, decidió explorar el océano en busca de los pueblos élficos sobrevivientes para unirlos a la batalla. Pero encontró algo mejor. Sus tropas llegaron hasta un archipiélago tropical habitado por seres diminutos, los Gnomos, quienes eran expertos en la magia y decidieron rápidamente, ayudar a sus nuevos amigos en la guerra, ya que les impresionaba la perfección de los Elfos y les simpatizaba el sentido del humor que tenían los Humanos. Así se formo la Triple Alianza integrada por elfos, gnomos y humanos para frenar el avance de los orcos.
La guerra se desató nuevamente y las hordas orcas comenzaron a retroceder hasta su último campamento donde finalmente fueron derrotadas. Pero fue allí donde Andriath fue asesinado por el Jefe Orco. Instantáneamente, Bhargaras VIII asumió el control de Banderbill. Nombró al Fuerte Norel como ciudad de Ullathorpe y agradeció a los gnomos la ayuda brindada. Así nació el nombre del Archipiélago en donde encontraron a estos seres, Nueva Esperanza.
La ciudad de Ullathorpe resultó ser tan próspera como Banderbill. El Rey decidió enviar una escoltilla de soldados a explorar los campamentos orcos. Pero nada encontraron más que muerte y carroña. Sin embargo, un guerrero divisó entre la maleza una entrada a una cueva. Al penetrar en el oscuro lugar, se dieron cuenta que la cueva era enorme y estaba edificada como una ciudad. Los elfos y humanos allí presentes se asombraron al ver a criaturas pequeñas y robustas. Al principio creyeron que eran crías de Orcos, pero luego se dieron cuenta que estaban atrincherados en una pequeña fortaleza y con sufrimiento en sus miradas. Inmediatamente entablaron contacto con estos seres, aunque no fue tarea fácil, ya que eran orgullosos y ariscos y no confiaban tan fácilmente. Luego de hacerles entender que venían en paz y que habían matado a los Orcos, estos seres, los cuales se llamaron así mismos Enanos, entraron en razón y bajaron sus hachas. Luego agradecieron a Bhargaras VIII por lo logrado en la Guerra Racial.
Además de esta sorprendente noticia, hace pocos días nació el heredero al trono, Bhargaras IX.
Han pasado casi once años del fin de lo que hoy llamamos la Guerra Racial. Decidimos con un grupo de elfos y humanos, viajar hacia el sur, en busca de nuestro pueblo, Tawarsinan. Días y días caminamos hasta llegar a la ciudad élfica, pero triste fue nuestra llegada puesto que nuestros hermanos no permitieron la entrada de los humanos pensando que eran una clase de orcos extraña. Decidimos acampar un poco más hacia el Oeste. El campamento fue llamado Nix por Bhargaras VIII. Pero este campamento fue creciendo, y más y más soldados se sumaron, hasta que el lugar resultó tan seguro que muchas familias decidieron asentarse. Poco tiempo después el campamento se había vuelto pueblo, y el pueblo ciudad.
Nuestros pueblos han sido bendecidos con ciento noventa y nueve años de paz. Enanos, humanos, elfos y gnomos logramos combinar nuestras virtudes y hacer florecer las ciudades. Se fundó el puerto de Banderbil, Nix y Nueva Esperanza como medio de comunicación y comercio entre las razas. He visto gobernar también a los Emperadores más nobles y justos que tal vez tengamos jamás. He aquí una breve cronología de cada uno de ellos.
El aire se volvió pesado, fuertes vientos, y nubes negras se aproximan desde el Este. Algunos bosques desaparecieron bajo unas llamas que salen de ninguna parte. Algo se mueve en el Bosque Dorck, donde antiguamente estaban los Orcos. Tambores, pisadas fuertes, cuernos, retumban entre las malezas. El sonido se hace cada vez más fuerte cerca del campamento del ejército humano.
Pero una noche, el infierno se desató. Sobre Nix cayó el azote orco. Pero esta vez estaban más organizados, más fuertes, con mejores armas y adiestrados completamente para el combate salvaje. Pareciera ser que alguien desde las sombras del tiempo, los entrenó para matar. El Batallón de Nix fue destrozado. Los que sobrevivimos, escapamos hacia Tawarsinan en busca de refuerzos, y los encontramos.
La Nueva Horda Orca llegó a las puertas de la ciudad élfica de Tawarsinan, siguiendo las huellas de los desesperados que huimos de Nix. Todo hicimos por detenerlos, pero fue en vano. Las hordas arrasaron nuestra ciudad borrándola del mapa. ¿Qué clase de magia puede enceguecerlos tanto como para haber asesinado brutalmente a tanto elfo y humano inocente?
Que triste han sido estos años. Tawarsinan se hundió en la historia junto a Nix, Ullathorpe estaba en estado de emergencia total. Escasean los alimentos y hace tiempo se cortaron las conexiones marítimas. En una de las últimas batallas en Ullathorpe, murió Lindiel en una emboscada. Por suerte, Lindiel II asumió el trono de una vez por todas. Espero que nos saque de esta oscuridad.
No hay día que no recuerde a Twarsinan. ¡Qué bella era la vida allí! La caída de la ciudad dividió a los elfos supervivientes. Algunos solo deseábamos reconstruirlo todo, mientras que otros, cegados por el horror, deseaban la aniquilación de los orcos. Llenos de odio, estos elfos, que apodamos “Drows”, nos abandonaron y nos acusaron de débiles. Así se marcharon en busca de su propia venganza. Con los años, se volvieron malignos, oscuros, perversos…
Lo bueno es que se ha decidido crear un ejército permanente, una Armada que nos defienda ante esta nueva Horda del Caos que continúa azotando todo el sur del continente. ¡Hoy he gritado por primera vez que viva la Armada Imperial!
¡Qué triste noticia! Lindiel II ha muerto. Su hijo, Arthal II, fruto del amor con una hermosa elfa, fue coronado soberano de Banderbill. La Armada Imperial es una maquinaria de la guerra y está lista para hacer frente a las Hordas del Caos. Ya no son simples granjeros y campesinos portando armas; ahora son soldados preparados profesionalmente para el combate. Arthal II movilizó a la Armada hacia el Sur, donde logró despejar a los orcos del viejo campamento y reconstruyó Nix, ciudad clave como centro de comercio y base de operaciones para la batalla contra las hordas.
Dura noticia hemos recibido el día de hoy. Al parecer, las Hordas del Caos tienen un asentamiento propio y solo a unos kilómetros de aquí, llamado Arghâl. La Armada Imperial decidió movilizar inmediatamente a sus soldados. La batalla fue la más cruenta que jamás haya visto. Miles de orcos se enfrentaron contra los soldados Imperiales por el control de la ciudad. Gracias a la clarividencia del Rey, la Armada logró derrotar y expulsar a las Hordas del Caos luego de casi un año de asedio y duros combates que le costaron la vida a cientos de guerreros. Así tomaron la ciudad de Arghâl, y el Reino pasó a ser un Imperio.
La batalla de Arghâl ha finalizado. La Armada Imperial, recelosa ante la posible aparición de nuevas ‘’Arghâles’’, decidió iniciar una exploración de todo el continente. Así fue como avanzaron cada vez más lejos, cruzando el gran desierto al este de Ullathrope, hasta que se toparon una ciudad, semidestruida. Al entrar en ella, descubrieron que estaba llena de gente rara, sin embargo, no parecían peligrosos.
Los habitantes contaron que esta ciudad había sido fundada por piratas mucho tiempo atrás, y debido a esto, no estaba regida por leyes ni por autoridad alguna. Todo parecía estar dedicado a los negocios de los habitantes. La Armada Imperial creyó conveniente establecer lazos con esta ciudad, dado que todos los habitantes poseían grandes cantidades de joyas y oro.
De este modo, la ciudad siguió bajo el dominio de los piratas, aunque el Imperio ya se había insertado en los negocios clandestinos.
Luego de la muerte de su padre, quien gobernó por más de un siglo, ya que era mitad humano y mitad elfo, Lindos asume como el décimo sexto Emperador de Banderbill.
Poco tiempo después de asumir el cargo de Emperador, Lindos deja clara su idea: Explorar. No tardó en avisar a los carpinteros para que construyan navíos más grandes y mejores.
Han pasado trece años desde que un gran grupo de carpinteros se pusieran a trabajar. Lindos decidió embarcar en el primer gran navío finalizado, junto a un gran grupo de aventureros, en el que me incluyo, y partimos a alta mar, hacia el este.
Llevábamos meses navegando. Las provisiones se agotaban poco a poco. Muchos de los tripulantes comenzaron a pensar que perecerán en aquellos navíos, hasta que casi mágicamente, aparecieron tres pequeñas islas. Parecían desérticas, pero contaban con un gran oasis, perfecto para el abastecimiento de agua potable.
Nos reabastecimos con provisiones para unos meses más de viaje y continuamos navegando hacia el este.
Luego de otra cantidad de meses navegando, otra vez, se nos agotaban las provisiones. Pero gracias a la buena fortuna, logramos ver tierra de nuevo. Esta tierra parecía mucho más grande que aquellas tres solitarias islas. Estaba cubierta de pasto y buena vegetación. Nos reabastecimos y exploramos un poco, hasta que Lindos decide regresar a Banderbill, parando de nuevo en las tres solitarias islas para volvernos a reabastecer.
Lindos se la pasó viajando hacia el Nuevo Continente repetidas veces, durante seis largos años. Finalmente, hoy partió nuevamente, con la idea fija de fundar una ciudad, ya que considera que el lugar merece una importancia mayor, ya que en el caso de que fuera una isla, sería una isla muy grande. Con él partieron no solo hombres aventureros, sino familias numerosas, deseosas de un nuevo hogar. La ciudad la llamarían Wonder.
El año pasado decidí hacer un viaje a Wonder y ver la ciudad y su progreso. Al parecer, vivían felices y en prosperidad, ya que las criaturas que habitaban alrededor eran débiles y no presentaban una amenaza mayor. Pero hace unos días, unos navíos rústicos llegaron desde el Oeste. De estos navíos, desembarcaron feroces Orcos que lograron ser rechazados con lo justo. Así, se decidió que se refuerce la ciudad ya que los ataques provenientes desde el Oeste parecen ser constantes.
Triste noticia: Lindos falleció en las tres islas en las que siempre reponía provisiones cuando viajaba de un continente a otro. El trono Imperial queda a cargo de Liminus, su hijo, décimo séptimo Emperador de Banderbill.
Liminus parece compartir el pensamiento de su padre. Ha seguido explorando los bosques cercanos a Wonder, a pesar de tener que pasar en sus viajes por las islas donde murió su padre. Con el tiempo, Liminus descubrió que estas islas están en una posición estratégica perfecta, así que en el día de ayer decidió fundar una ciudad., la cuál llamará Lindos, en honor a su padre.
Mucho tiempo estuvo la Armada explorando las tierras del nuevo continente. Esta vez se han topado con los frondosos bosques del norte de Wonder. No estaban solos: Eran numerosos los elfos que habitaban allí, en una gran ciudad que se asemejaba bastante a la antigua y gran Tawarsinan. Los elfos del Este, como los llamamos nosotros, dieron amablemente la bienvenida a los recién llegados y entablaron buenas relaciones con ellos, estableciendo una ruta de comercio entre Wonder e Illiandor recién descubierta.
El gran líder, Liminus ha muerto el día de la fecha. El sucesor del trono es su hijo, Bhargaras XI, quien hoy será declarado décimo octavo Emperador de Banderbill.
La idea de Bhargaras XI, como la de su padre y su abuelo, era explorar y explorar. La exploración de los dos continentes había finalizado, por lo cual decidió partir a alta mar con rumbo norte. La temperatura descendía a medida que avanzábamos al norte. Bhargaras XI decidió, motivado por una corazonada, seguir adelante, y, tras varios meses de viaje, avistamos tierra: Tierra helada.
Al llegar al continente helado, comenzamos a explorarlo. Pero nos llevamos una gran sorpresa: estas tierras heladas estaban plagadas de criaturas. Habíamos pensado que ninguna criatura conocida podría vivir aquí, por lo que sospechábamos que el terreno debería estar vacío de peligros. Pero no solo había criaturas, sino que las más feroces bestias que había conocido, Yetis y Gólems de Hielo, estaban desparramados por todas partes.
Así fue que Bhargaras XI decidió que ,para seguir investigando, debería construir una avanzada, para aunque sea tener equipamiento de repuesto y provisiones. A esta avanzada la llamó Tiama.
Han pasado dos años de expediciones en aquellas frías tierras. Se ha descubierto que Tiama está asentada en otro continente. Así, el Imperio tiene actualmente ciudades en tres continentes diferentes, por lo cual se decidió ponerles nombre:
La vida de Bhargaras XI había estado plagada de nuevos descubrimientos. Territorios maravillosos e inexplorados habían salido a la luz gracias a sus expediciones. Casi toda isla conocida hoy en día fue descubierta por Bhargaras XI.
Pero este año ocurrió una desgracia: Nuevamente, y esta vez sin un rumbo fijo, la flota arribó a las costas de una desconocida isla. Parecía deshabitada. Sin embargo, algo en el ambiente daba la impresión de que esta isla albergaba secretos oscuros en ella. Al explorarla, descubrimos que en realidad es una inmensa fortaleza habitada por horrorosas criaturas, como los orcos. Bhargaras XI murió, al igual que casi toda la flota. Los que sobrevivieron, nombraron a esta isla como sonaba el grito de aquellas salvajes bestias: Orac.
Así, cuando regresamos, Asgal, hijo de Bhargaras XI, es coronado como Emperador, siendo así el décimo noveno Emperador de Banderbill.
Luego de haber sido descubierta Orac, el Demonio, líder de las Hordas de Orcos que acechaban al Imperio, supo que
su factor sorpresa había sido frustrado. Sin embargo, una vez armado el ejército, atacó sin piedad la capital
Imperial, Banderbill. Por primera vez en el plano real, el Demonio en persona dirigió las tropas y abandonó su
fortaleza. Sin embargo, los pocos supervivientes que vimos la ciudad oscura, habíamos descifrado los planes del
Demonio y nos dimos cuenta que preparaba un ejército para atacar. Sus filas ya no contaban sólo con Orcos, sino
también con Elfos Drows.
Así, el ataque del Demonio quedó frustrado y fue rechazado.
Pero no había sido en vano: ahora todo el mundo sabía que había otra forma de vida y las filas del Demonio ya han
comenzaron a ampliarse en cantidad y variedad de razas.
Año 907 (o 300 D.bA). De la coronación de Astral.
Asgal ha muerto, seguramente debido a su avanzada edad. Su hijo, Astral, asume el trono, nombrándose así como
el Vigésimo Emperador de Banderbill.
Año 952 (o 345 D.bA). De la coronación de Larath.
La muerte de Asgal ha sido anunciada. Su hijo, Larath, es coronado como el Vigésimo primer Emperador de
Banderbill.
Año 954 (o 347 D.bA). Del nacimiento de Astragal.
Larath ha concebido a su primer hijo, Astragal. El nombre de su sucesor se debe en honor a su padre, Astral, y al
de su abuelo, Asgal.
Año 999 (o 392 D.bA). De la coronación de Astragal.
Al morir su padre, Larath, Astragal es coronado como el Vigésimo segundo Emperador de Banderbill.
Año 1012 (o 405 D.bA). De la boda de Astragal.
¡Qué hermoso día! Hoy es la tan esperada boda de nuestro emperador, Astragal, con una hermosa humana. Para
su boda ha abierto las puertas del gran teatro «El juglar» y ha invitado a todo aquél que desee ir. ¡Será una gran
fiesta!
Año 1067 (o 460 D.bA). De la muerte de Astragal
¡Qué desgracia dios mío! Recién acaban de anunciar la muerte del gran Astragal, uno de los mejores Emperadores
que este Imperio ha tenido.
Lamentablemente, junto con esto, ocurre otra desgracia para el pueblo: Astragal no tuvo ni hermanos, ni tíos, ni
primos ni hijos. Luego de mil años de comandar el Imperio eficazmente, el linaje de Bhargaras llega a su fin,
muriendo hoy con Astragal.
Año 1068 (o 461 D.bA). Del ascenso de Eluret.
Tras un año de escándalo, por fin se decidió que Eluret, mano derecha de Astragal, sea el encargado de manejar los
asuntos del Imperio y del ejército Imperial. Aunque todo el mundo estuvo de acuerdo, incluso él mismo, en que no
se le daría una coronación simbólica ni se le daría el título de Emperador, ya que solamente los descendientes de
Bharagaras pueden ocupar ese puesto. Así es que Eluret fue denominado «Supremo Comandante de la Armada
Imperial».
Año 1112 (o 505 D.bA). De la muerte de Eluret y el ascenso de Baervan.
Luego de un mandato dudoso y de pasar por varios momentos agitados, Eluret murió de anciano. Hoy se ha
decidido que su mano derecha, Baervan, sea el sucesor al puesto de «Supremo Comandante de la Armada
Imperial». Por primera vez en la historia, un Gnomo se ocupa de los asuntos del Imperio. Tengo un buen
presentimiento sobre este Gnomo.
Año 1212 (o 605 D.bA). De los cien años dorados.
Hoy se cumplen cien años desde el ascenso de Baervan. Desde entonces casi toda pelea que hubo, el Imperio ha
ganado y las bajas fueron menos que mínimas. Los ciudadanos han vivido cien años en paz y festejando. Es
increíble el poder estratégico de nuestro Supremo Comandante. Estoy convencido que su inteligencia de Gnomo le
ha servido mucho para desempeñar tan bien tremendo cargo. ¡Larga vida a Baervan, el mejor líder militar jamás
antes visto!
Año 1256 (o 649 D.bA). De la Secesión Imperial
Esto me temía. Tanto tiempo sin atacar, no podía ser en vano. Mientras nosotros festejábamos hace cuatro años
los ciento cincuenta años dorados, el Demonio fortalecía sus tropas a más no poder. No sólo Orcos, Humanos,
Elfos, Elfos Drows, Enanos y Gnomos, sino también todo tipo de criaturas jamás vistas.
Además de esto, el ejército de Baervan había perdido mucha gente, ya que no se necesitaban soldados, debido a
las escasas batallas que habían.
Las hordas del Caos estaban en su mejor momento. Además de todo esto, el Demonio había conseguido
equipamiento formidable y, para completar la perfección de tal ejército, todos se encontraban bajo un arduo
entrenamiento, diseñado por el mismísimo Demonio.
Con semejante ejército y la arrogancia característica del Demonio, no dudó ni un instante en planear el ataque más
poderoso hasta esos momentos. El objetivo estaba claro: debía destruir la capital Imperial para no tener más
obstáculos en su conquista del mundo.
Así fue que preparó su ejército y partió desde las oscuras tierras de Orac hacia la capital Imperial. El viaje fue largo
y hubiese sido cansador para cualquier mortal común y corriente. Pero para este ejército, no existía tal
sentimiento. Caminaron y caminaron, casi sin detenerse, y por fin llegaron a la capital.
Entonces, el Caos estalló: las campanas de emergencia comenzaron a tocarse, los soldados comenzaron a
equiparse, las órdenes de Baervan y los capitanes imperiales empezaron a resonar por todos los rincones de la
ciudad. Pero nada de todo esto sirvió, pues el poderío del ejército caótico era impresionante. Las hordas del Caos
aplastaron la débil resistencia Imperial. La victoria caótica era inminente, pero no sería completa si no mataban al
líder: Baervan.
Poderoso, inteligente, y astuto como cualquier gnomo, Baervan sabía perfectamente que la victoria caótica no sería
completa si él continuaba con vida. Así pues, sin consultarlo con nadie, armó su propio plan: se entregó a los
designios del Demonio, con la condición que dejaran la capital en paz.
El Demonio no vaciló ni un instante en aceptar la propuesta del Supremo Comandante, y con una clara orden, el
ejército caótico se estaba marchando de la capital, con Baervan entre sus prisioneros.
Año 1257 (o 650 D.bA). Del ascenso de Hatmie, la doncella de Banderbill.
Varios intentos se han realizado por encontrar al Supremo Comandante de la Armada Imperial, Baervan, pero todos
fueron en vano. Todo un año estuvimos llorando su pérdida, y glorificando el gesto que hizo por nosotros. ¡Jamás
te olvidaré Gnomo! Donde quiera que el Demonio te haya llevado, tengo el presentimiento de que jamás volveré a
verte. Solamente espero que la vida o la muerte nos ponga en el mismo camino alguna vez para darte las gracias.
Pero los llantos y las despedidas ya han pasado. Ya es hora de que alguien tome el mando del Imperio, y el único
nombre que resonaba por todas partes era el de otro Gnomo, pero esta vez una mujer: Hatmie.
Así es que por decisión del consejo, por segunda vez en la historia, se ha decidido que una mujer, Hatmie, sea la
encargada de comandar la tropas del Ejército azul, bajo el título de «la doncella de Banderbill» (La primera había sido
Lanther, hija del gran Bhargaras VI).
Año 1402 (o 795 D.bA). De la profecía de Illidan
Illidan, padre de Finderil Arrowsong, elfo de Lindos, en el ocaso de su vida, a punto de anclar su mente en el fatal
puerto de la demencia, profetizó varios acontecimientos, entre ellos, la llegada del Sexto. Joel, viejo cantinero de
Ullathorpe y amigo de Illidan, recopiló en un libro algunas de las profecías del viejo mago que hoy pude leer:
“La era de los gnomos al mando del ejercito azul llegó a su fin, de las sombras un nuevo guerrero asoma, su
corazón es puro, su alma noble, pero sus instintos son salvajes.
La realidad se tiñe de engaños y mentiras, lo que en un principio parecía malo, puede ser bueno. Los llamados
seguidores de la Dama, perecerán.
La mano del Sexto será dura como la roca y fría como el metal. Los que le juren lealtad pagarán con su vida la
traición.”
¿Quién será el Sexto? ¿El redentor de la Armada, el que llevará al Imperio a la Gloria?
¿O el que hundirá al pueblo de Banderbil en la miseria, el olvido y la esclavitud?
Son tiempos agitados en la capital del Imperio. La captura de Baervan significó la pérdida de un poder central capaz
de tomar los rieles de la agitada Armada Imperial. Hatmie, doncella de Banderbill, convocó a la formación de
parlamentos integrados por miembros del ejército. A pesar de haber estado compuestos por grandes soldados,
ninguno de los dos Parlamentos de Banderbill elegidos pudo ordenar la facción y acabar con la agitación y anarquía.
Finalmente, Hatmie cerró las puertas del palacio, abrumada por los problemas y el Parlamento quedó en una
situación aún más crítica.
Año 1417 (o 810 D.bA) De la Traición Justiciera y la coronación de Arispar, el sexto.
El rumor de una conspiración era moneda corriente en Banderbill. Se hablaba de un grupo de cinco misteriosos
encapuchados, que se escabullían por las noches en los Bosques de Banderbill y que cinco noches atrás habían
partido desde Ullathorpe con rumbo incierto. También llegó la noticia de que Joel, en su borrachera, comenzó a
exclamar que el Sexto estaba caminando entre los ciudadanos y que la profecía de Illidan se cumpliría.
El Parlamento comenzó a tomar en serio estos rumores y decidió tomar cartas en el asunto. Los miembros del
consejo enviaron sin éxito escuadrones de soldados a buscar por todo el continente a éstos encapuchados.
Lugo del fracaso y de idas y vueltas y discusiones dentro del parlamento, un mensaje llegó a oídos de Hatmie. Los
encapuchados exigían reunirse de inmediato con los parlamentarios. Hatmie ordenó a los miembros del Consejo
acceder al encuentro con estos misteriosos hombres para traer un tanto de paz al Imperio.
Una escolta de gnomos ordenados por la Doncella, custodió a Blash, Aemethius, Xaterix y Lord Rox hasta el lugar
del encuentro: una cabaña abandonada kilómetros al Sur del Bosque de Banderbill. Al llegar al lugar, los escoltas
gnomos, que finalmente estaban al servicio de los encapuchados, ordenaron a los parlamentarios descender de sus
caballos y entrar a la cabaña. Al ingresar, los cuatro soldados fueron encerrados y asesinados, sin ningún tipo de
negociación.
Muerto el Parlamento y sus miembros, los encapuchados marcharon hacia Banderbill, para dar fin al gobierno de
Hatmie y a la anarquía. Los cinco hombres neutralizaron a los guardias de la entrada a la ciudad y el líder de ellos,
marchó hasta el Palacio, donde se encontraba la Doncella. Al llegar al recinto, Hatmie ordenó a los Magos Imperiales
no atacar al extraño. A su vez, le ordenó al corpulento e imponente hombre que muestre su cara. El invasor
mostró su rostro. El palacio quedó paralizado y un escalofrió de asombro recorrió la espalda de muchos, inclusive de
Hatmie. Era el mismísmo Almad “Arispar” Larien que portaba una inmensa y brillante armadura de la Armada.
Arispar abrazó a Hatmie y susurró a sus oídos unas palabras que hasta el día de hoy se desconocen. La Doncella
de Banderbil sonrió y se retiró del palacio junto a sus asistentes.
La noticia de la abdicación de Hatmie recorrió todo el Imperio e inmediatamente los fieles al parlamento
comenzaron a protestar frente al palacio. La agitación y la incertidumbre desencadenaron en una sangrienta lucha
entre parlamentaristas y seguidores de Arispar. Las Hordas del Caos, aprovecharon el desorden e invadieron la
ciudad una vez más. Las bajas imperiales eran incontables y solo fue gracias a la unidad entre los bandos opuestos
que se logró expulsar a los caóticos. Derrotados los enemigos, los soldados reales cayeron al suelo agotados por la
pelea. Arispar salió al balcón del Palacio y proclamó un discurso memorable, aquí citado:
“Levántense, nunca deberán olvidar este día, donde los hermanos en armas, se alzaron unos contra otros, donde
la avaricia de sus corazones prevaleció sobre lo que alguna vez juraron. ¿Dónde están aquellos soldados que con
justicia y honor se abrían paso entre las sombras para defender al indefenso? ¿Dónde esta ese imbatible ejército,
que era capaz de derrotar a millones de demonios? ¿Dónde quedó ese espíritu de lucha, ese deseo de dar la vida
por el Imperio? Yo les diré donde esta, ¡Esta aquí frente a mis ojos! Ustedes demostraron hoy, que todavía existe
la esperanza, que todavía la luz puede brillar en la inmensa oscuridad. ¡Hoy han demostrado que estamos vivos!
¡Que no nos rendiremos! ¡Que lucharemos! ¡Que derrotaremos a cualquier enemigo que ose con su maldad cubrir
de sombra nuestras tierras! Es por eso que hoy no habrá vencedores ni vencidos, hoy volverán a ser verdaderos
hermanos, los rencores del pasado deben olvidarse, las viejas dispuestas desaparecer, solo así volveremos a ser lo
que estamos destinados a ser”.
Finalmente, leyó un fragmento del diario de la Doncella de Banderbil. Allí, ella expresaba la necesidad de encontrar
un líder fuerte que garantice la paz y los valores del glorioso ejército de la Armada Imperial. Así fue como Almad
“Arispar” Larien se declaró Comandante de la Armada y vigésimo tercer Emperador de Banderbill. La profecía se
había cumplido. El Sexto, finalmente, se sentó en el trono dorado para dictar el orden y conducir al Imperio a un
nuevo destino, que espero sea el correcto
Año 1419 (o 812 D.bA). Del incendio de la Biblioteca.
Al parecer, la asunción de Arispar como Emperador del Imperio llegó a oídos del Demonio. Luego de haber sido
derrotado en Banderbill por las tropas del Parlamento y del Sexto ahora unificadas, encargó personalmente a
Glokark, un feroz Orco sanguinario y actual general de sus tropas, organizar un segundo asedio, más numeroso y
sobre todo, mas sangriento.
El temible orco organizó a las Hordas del Caos y navegó con rumbo hacia Banderbill con una flota de miles de
soldados sedientos de sangre y revancha.
Los caóticos lograron hacerse rápidamente con el control estratégico de Barrios Bajos, atravesaron la fortaleza
hasta llegar al centro de la ciudad, cuya atracción principal era la Biblioteca. Observé con mis propios ojos como
Glokark mismo tomó una antorcha, rompió una ventana de un hachazo y arrojó al interior del mítico lugar literario,
la llama que causó un daño irreparable. Pronto, la Biblioteca de Banderbill, hogar de pergaminos de antaño, ardió en
llamas incontrolables. Viéndose acorraladas pero no por eso derrotadas, las tropas de Glokark se retiraron
satisfechas por el daño causado.
El bibliotecario, Zanaier, viejo amigo mío, derramó sus lágrimas sobre las cenizas de cientos y cientos de libros,
escritos, estudios y poesías escritas hacía siglos que ya jamás volverían a ser leídas. Pero yo que lo conocía, sabía
que en su interior, se lamentó aún más por la pérdida de un manuscrito muy peculiar y extraño. Triste y enfadado,
se dirigió hacia el Palacio para informarle al Emperador el significado de la pérdida de tal pergamino. Al llegar,
encontró a Arispar sentado en su trono, leyendo un papel enrollado amarillento. Al verlo, Zanaier se alegró y sonrió.
Por obra del destino o vaya a saber uno que razón, Arispar había tomado el pergamino de los Fragmentos de Alkar.
Año 1436 (o 829 D.bA). Del primer Fragmento de Alkar, el Escudo de Astragal.
Años se ha pasado Arispar leyendo el extraño pergamino amarillento. Al parecer sintió gran curiosidad y convocó a
los intelectuales de Banderbil al Palacio, para que se pusieran a la labor de entender las extrañas palabras del
pergamino.
El lenguaje era complicado y una vez traducido, resultaba incoherente. Pero, finalmente, los sabios, motivados por
su sublime inteligencia y la presión de la espada de Arispar, lograron descifrar de qué se trataba. Los fragmentos de
Alkar representaban a diferentes objetos perdidos en todo el mundo, que de una forma u otra, habían dado a sus
portadores poderes increíbles. Las guerras y el paso del tiempo los mantuvieron ocultos, enterrados en las
profundidades de la memoria de los hombres. Hace un mes, Arispar nos comunicó el contenido del primer
fragmento descifrado por los sabios: hablaba sobre el viejo escudo que portaba el emperador Astragal durante una
invasión de las hordas en Banderbill. Cuentan las historias que el poder mágico de ese escudo tornó imposible a los
caóticos penetrar las murallas de la capital. Luego de la muerte del viejo Emperador, el escudo se perdió y nadie
más lo volvió a usar. Según indicaba el pergamino, el objeto permitiría a la ciudad que lo poseyese, la virtud de
jamás poder ser asediada por las hordas del Caos. Además, el viejo papel informaba sobre cuatro lugares posibles
donde encontrar el escudo: Fuerte Orco, Fuerte Veril, Fuerte Helado y Fuerte Abandonado.
Acto seguido, Arispar nos ordenó a un grupo de soldados, comandados por Daegor, partir rumbo a los cuatro
fuertes.
Tardamos casi una semana hasta finalmente llegar al último fuerte posible, el fuerte Abandonado. Sin dudarlo,
penetramos en la fortaleza y en su interior solo había oscuridad y olor a encierro. Daegor encendió una vieja y
gigante lámpara que iluminó el lugar. Los soldados humanos observaron a su alrededor y encontraron tesoros,
coronas, joyas y diamantes por doquier. El General nos ordenó no tocar nada. De pronto, frente a sus ojos,
apareció un pequeño gnomo de larga barba, al parecer un místico sacerdote que custodiaba el escudo, que al ver la
armadura de Daegor, se arrodilló, entregó el objeto y desapareció con en el viento junto con todos los tesoros.
Inmediatamente, Daegor ordenó que partiéramos rumbo a Illiandor y luego a Arghâl. Afortunadamente, logramos
encontrarnos con una barcaza de pesca comandada por un asustado pescador, que nos advirtió que las Hordas
habían tomado militarmente la ciudad de Arghâl. Daegor y otros cinco soldados, tomaron un rumbo diferente hasta
llegar a Banderbill, donde entregaron el escudo a Arispar. El resto, nos dirigimos a Arghâl, donde nos unimos a la
cruenta batalla entre la Armada y el ejército de Orac. Después de días de lucha incansable, las fuerzas del mal se
retiraron de la devastada ciudad dejando detrás miles y miles de muertos y una gran incertidumbre. Pero los días
pasaron y hoy en día, como por arte de magia las calles de Banderbill se tornaron más seguras, pero… ¿cuál será el
precio que Arispar está dispuesto a pagar por el resto de los Fragmentos de Alkar?
Año 1436 (o 829 D.bA). Del segundo Fragmento de Alkar, la Gema de Panbor.
Cuenta la historia, que siglos atrás, el Demonio envió a su soldado preferido, Panbor, a que comandara una horda
hacia la aún precaria ciudad de Ullathorpe. Las hordas arrasaron fácilmente con la ciudad y Panbor festejó de alegría
al ver tanta muerte. Pero en un descuido, un inexperto soldado real atemorizado, tomó su espada y lo atacó por la
espalda, causándole un largo corte en su piel. Segundos después, la cabeza del soldado rodó por el suelo, pero la
sangre del acólito Panbor cayó sobre el amuleto que portaba el decapitado soldado. Enfadado, el orco tomó el
Amuleto, arrancó su Gema y se la entregó al Demonio. Dicen que esa Gema fue la que le otorgó finalmente al
señor oscuro la victoria final en Ullathorpe y en otras tantas batallas.
Al igual que el escudo de Astragal y el resto de los fragmentos, la Gema se perdió en la historia y el tiempo, pero
hace poco, los sabios de Banderbill lograron descifrar otro fragmento del Pergamino.
La Gema de Panbor se encontraba custodiada en las Islas Piratas por los salvajes malhechores del mar y el
legendario Leviatán.
Un espía del Demonio logró escabullirse en el palacio, robó información clave y se la entregó a Glokark. Arispar
convocó nuevamente a sus tropas y partió rumbo hacia las islas. Era bien sabido por el Emperador y por los altos
comandantes de la Armada Imperial que las Hordas del Caos no tardarían en llegar. Así fue como, durante la noche,
los puestos de defensa Imperiales montados a lo largo de las Islas recibieron una lluvia de flechas rojas y la batalla
se desató con dureza. Las tropas de Banderbill diezmadas por el sorpresivo ataque, se refugiaron en el interior de la
Cueva pero fueron embestidas por Norte y Sur por el sanguinario ejército de Orac. Henry Gloval, comandante de la
Armada, ordenó la inmediata retirada del lugar. Las hordas del caos, derrotaron fácilmente a los guardias piratas y
al Leviatán y se hicieron con la Gema de Panbor, objeto clave en el arte favorito del Demonio, la guerra.
Hoy se lo notó muy triste a Arispar, pues no solo perdimos el Fragmento, sino también muchas vidas en la batalla.
Año 1437 (o 830 D.bA). Del tercer Fragmento de Alkar, la Gema de Migyur.
Los sabios de Banderbil habían logrado descifrar un nuevo párrafo del pergamino de los Fragmentos de Alkar. Se
trataba sobre la Gema de Migyur. Al parecer, siglos atrás, en las heladas montañas blancas, una criatura de
nombre Migyur, cuya procedencia era desconocida, había logrado reunir bajo su égida a cientos de criaturas,
inclusive a los temibles Yetis. Allí, en su refugio, se propuso junto a sus acólitos invadir la ciudad de Tiama. El
mítico ser poseía un poder increíble que le permitía congelar a todo aquel que lo mirase y su fuerza era capaz de
aplastar ejércitos enteros. Ese poder venía de su interior, más precisamente de una Gema mágica que guardaba en
el centro de su pecho.
Se comenta que finalmente cuando estuvo a punto de concretar la invasión, fue interceptado y atacado por un
soldado que portaba una espada de hielo y nada se supo de él hasta ahora.
Hace unos días, Arispar movilizó a sus tropas hasta el Dungeon Cristal y de la misma forma lo hizo el Demonio. El
camino hacia la cueva fue durísimo, se produjeron batallas aisladas a lo largo del camino entre ambas facciones y
solo penetraron en el recinto de Migyur apenas un puñado de soldados de ambos ejércitos. Allí se encontraba
esperando Migyur junto a cientos de huargos de nieves y un grupo de yetis. Los pocos soldados lucharon
ferozmente contra las criaturas y finalmente un mago de las filas de Arispar, de nombre CeB, logró asesinar a
Migyur, arrancó el objeto del pecho de la criatura y partió con la Gema hacia Banderbill. Al llegar a la costa, fue
interceptado por un paladín caótico que le arrebató la gema de las manos y huyó. Este paladín, así mismo, fue
también interceptado por Azterion, paladín Caótico, a metros de las costas de Orac. Éste, finalmente, entregó la
Gema al Demonio. La Armada había fracasado nuevamente en la búsqueda de otro fragmento de Alkar y algunos
comenzaban a dudar de la capacidad de Arispar para comandar al ejército y al Imperio.
Arispar reflejaba la tristeza misma en sus ojos, otra vez no solo se había perdido una batalla y un nuevo
Fragmento de Alkar, sino también, muchísimas vidas del ejército.
Año 1437 (o 830 D.bA). Del cuarto Fragmento de Alkar, la vara de Bredinlo.
Tiempo atrás, cuando no existía ni la Armada ni las Hordas, no había poder central capaz de garantizar la justicia en
el mundo. La Alianza de las Razas apenas podía organizarse y los criminales vagaban por las tierras sin límite
alguno. Los representantes de las Razas decidieron crear los Ocho Rincones alrededor del mundo, lugar donde
serían llevados los criminales para ser torturados y marcados como ladrones de por vida. Con la posterior creación
del Imperio y la Armada, éstos Ocho Rincones fueron sellados mágicamente luego de la construcción de la cárcel de
Banderbil. Se ha dicho siempre que allí adentro se esconden grandes secretos olvidados en la historia, entre ellos
una vara de un antiguo mago de nombre Bredinlo, la cual era capaz de aniquilar al enemigo sin necesidad de tener
contacto. Con el paso del tiempo, los diferentes soberanos de Banderbill han buscado éstos sitios: Astragal ha
encontrado dos de estos rincones, Eluret ha dado lugar con el tercero, Baervan ha encontrado dos más, y Hatmie
ha encontrado el sexto y el séptimo rincón. Pero en ninguno de esos rincones fue hallada la Vara.
Un nuevo párrafo del pergamino ha sido descifrado. Los intelectuales informaron a Arispar la posibilidad de que el
octavo rincón sellado se encuentre en las cercanías de la ciudad de Wonder.
Inmediatamente, el Sexto movilizó a sus tropas hacia el Este y comenzó una exhaustiva búsqueda hasta hallar en
el norte de la ciudad, la entrada al rincón. Los magos y clérigos Imperiales, elevaron al cielo gritos y plegarias en
lenguas de antaño hasta que finalmente y ante la mirada atónita de Arispar, se abrió un portal hacia el interior. Las
tropas ingresaron al recinto, una suerte de palacio enorme adornado con extrañas pinturas en las cuales se veía a
soldados torturando ferozmente criminales. En el centro del lugar, se encontraba sobre un altar, la Vara de
Bredinlo. Un comandante del Imperio se acercó y cuando estaba por tomar el objeto, una flecha atravesó su mano:
las Hordas de Orac se hicieron presentes una vez más.
La Armada fue fácilmente derrotada ya que el ejército venía de una serie de derrotas consecutivas que habían
afectado seriamente su moral y además, grandes miembros del ejército se habían marchado al exilio.
Finalmente, Arispar ordenó la retirada, Glokark tomó la Vara de Bredinlo y se la entregó a su amo en Orac. Una
nueva derrota para la Armada y mientras tanto, la campaña del Emperador se costeaba con el hambre y la miseria
de los pueblos del interior, Nix y Ullathorpe…
Año 1438 (o 831 D.bA). Del rescate de Nesturil y la Segunda Batalla de Arghâl.
La mañana recibió a Los Tres con una triste noticia. Nesturil, princesa de los Elfos y favorita de Arispar, había
decidido sacrificarse y entregar su alma al Demonio para lograr el perdón de Finderil y sus compañeros.
Las profundidades del Infierno son testigo del sufrimiento de la Elfa, custodiada por demonios de fuego y brujas
malvadas, nadie puede ingresar, nadie puede salir. Su cuerpo se debilitaba día a día, no resistiría mucho más allí. Si
alguien habrá de rescatarla deberá ser pronto, de lo contrario, sucumbirá ante las garras del Demonio. Arispar no
podía dejarla morir así, por lo que movilizó a sus mejores soldados. Daría su vida y la de su ejército con tal de
regresarla sana y salva…
El aire que se respiraba esa noche no era el mismo de siempre, tenía una densidad mayor a la normal, los
animales estaban nerviosos, como anticipando algo, las aguas estaban calmas pero era solo la calma previa al
temblor.
El viento traía los gritos que vendrían, la luna estaba roja, manchada de la sangre que se derramaría, no sería una
noche tranquila, al amanecer varios habrían dejado de existir.
Arispar había decidido intentar rescatar a la princesa elfa esa noche, había planeado todo para salir victorioso,
separaría a sus hombres, un grupo comandado por él, atacaría Arghal, mientras otro acompañaría a Los Tres a las
profundidades del Infierno.
Y así ocurrió, mientras el grupo de Armadas que custodiaban a Los Tres se dirigía a la Tundra Marabel, donde un
mago les abriría un portal al Infierno, Arispar convocó a sus soldados para marchar sobre Arghal y tomar el control
de la ciudad antes que los caóticos. Como era de esperarse, la guerra se desató Arghal escenario de innumerables
batallas, estaba siendo testigo de una verdadera masacre, imperiales y caóticos morían por doquier. Arispar
lideraba a sus tropas, mientras Glokark hacía lo mismo con las suyas.
Tanta sangre, tanta muerte habían provocado algo horrendamente inesperado el mismismo Demonio pisó Arghal, y
trajo consigo la muerte, su poder era incontenible.
Pero Arispar sonrió cínicamente, pareciera que esperaba esta aparición demoníaca, se dirigió a lo más alto de Arghal
y les dijo a sus soldados:
Arispar> Hemos logrado desviar la mirada del Demonio, su atención no esta más sobre Nesturil, ¡Soldados, rápido
al Palacio! Allí nos esperan los Hechiceros que nos transportaran al Infierno para rescatarla.
Y así fue como, por primera vez en la historia, todos los guerreros aquella noche se adentraron en las
profundidades del Séptimo Infierno con el propósito de hacerse con Nesturil.
La guerra se desató en las entrañas mismas del Infierno, donde un grupo de caóticos y armadas se enfrentaron
por poseer a Nesturil. Finalmente, los soldados de Orac derrotaron a los Imperiales y decidieron llevarla a Arghal
donde se encontraba su señor. Allí la guerra continuaba y cuando todo parecía terminado, un puñado de valientes
soldados, con Arispar a la cabeza, lograron aplastar a los caóticos y rescatar a la princesa.
Los Soldados del Imperio habían logrado lo imposible, se adentraron en las llamas del Infierno y le arrebataron al
mismísimo Demonio su prisionera más preciada. Finalmente, Nesturil fue hospedada en Banderbill y todo el pueblo
festejó.
Pero esto no fue gratis: La ciudad de Arghâl quedó en ruinas por la gran batalla desatada. Además el Imperio perdió
el control de la ciudad.
Pero nada de esto parecía preocuparle a Arispar. El emperador estaba radiante de alegría. Recuerdo las palabras
textuales que le dijo a la Dama:
Arispar> ¡¡¡Nesturil!!! Bienvenida a tu hogar, la pesadilla terminó amiga mía, no debes sufrir más, todo quedará en
el pasado el Demonio nunca más te tendrá en su poder. ¡Hoy debemos sentirnos más orgullosos que nunca!
Hemos logrado vencer al Demonio en su propio hogar, hoy nacen las leyendas, hablarán de nosotros aún cuando
no pisemos este suelo o respiremos este aire. ¡Eleven sus gritos al cielo, que se escuche hasta Orac! ¡Viva el
Imperio!
Al Final del día solo hubo festejos en el Mesón Hostigado.
Año 1438 (o 831 D.bA). Del quinto Fragmento de Alkar, la Espada del Destino.
Las campanas sonaron en la capital Imperial. En cuestión de segundos, las tropas reales estaban preparadas
dentro del palacio aguardando instrucciones. Un pequeño gnomo, miembro de los intelectuales de Banderbill,
comenzó a leer en voz alta sobre un nuevo párrafo descifrado. Se trataba de la Espada del Destino, instrumento
capaz de mostrarle el futuro a su portador. El pequeño ser informó por lo bajo al Emperador y éste ordenó a sus
tropas marchar hacia el continente del Este. Las noticias llegaron a oídos del Demonio, quien no tardó en movilizar
a sus despiadadas bestias. Un espectro se apareció en la visión de Arispar y de Glokark, el cual les indicó el camino
para llegar hasta la Espada. Ambos líderes llegaron con sus tropas hasta el Bosque Muerto donde allí se desató una
batalla impresionante entre caóticos e imperiales. Además, una horda de saqueadores de minas se entrometió en
la batalla causando estragos. Los muertos se contaban por doquier. Finalmente, la espada fue encontrada por Van
Hellsing II, pero finalmente este fue asesinado por un criminal sediento de poder. Éste criminal llevó la espada
hasta Illiandor, donde buscó ayuda del herrero, quien no era más que servidor de Dalbur, viejo protector de Tiama.
El herrero llevó la espada hasta las heladas tierras del Norte, pero cerca de la ciudad fue interceptado por
Fenomaniac, reconocido bardo de las filas del Demonio, quien lo asesino, tomó el objeto y atravesó todo el
continente y el océano hasta entregar él mismo la Espada del Destino al su líder.
Según me enteré, éste utilizó el objeto y gritó de satisfacción al ver el futuro sangriento y abominable que se
avecinaba.
Año 1439 (o 832 D.bA). Del sexto Fragmento de Alkar, la Lágrima del Creador.
Noticias llegaban a Banderbill constantemente desde el sur. Todas decían lo mismo: ¡Jhark ha atacado! Comenzó
por Nix, luego siguió por Ullathrope, pero Arispar no se disponía a enfrentar al pirata. Había ordenado seriamente
que las tropas no podían moverse de Banderbill, ya que un nuevo párrafo del pergamino estaba por ser descubierto.
Pero estos ataques trajeron más consecuencias. La semana pasada, un granjero de Ullathrope, llamado Fausto, ha
llegado hasta las puertas mismas del Palacio y ha irrumpido en él colérico. Ningún soldado se esperaba tal
intromisión, pues es algo que yo jamás había visto. Interrumpiendo los pensamientos del Emperador, comenzó a
gritarle y a exigirle que proteja a las ciudades. Le decía que no podía ser posible que fueran atacadas y que ningún
miembro de la Armada Imperial se hiciera cargo de tal asunto.
Al parecer Arispar le dijo que estaba loco y que los Fragmentos de Alkar eran muy importantes para la Guerra
contra el Caos, y ordenó a dos guardias que lo retirasen del Palacio y lo dejasen una noche en el calabozo por su
atrevimiento.
Al día siguiente, Jerek se enteró de que Jhark poseía el sexto Fragmento de Alkar, la Lágrima del Creador. Aquél
épico hielo eterno que hace inmortal a quien lo beba.
Inmediatamente, ordenó a sus tropas prepararse, y marcharon hacia Lindos, lugar donde se suponía estaba esta
pirata.
Las noticias no tardaron en llegar a oídos del Demonio y el choque en Lindos fue inevitable. Era una de las primeras
veces que el ejército Imperial se enfrentaba a dos bandos a la vez. Por un lado, estaban Jhark y sus secuaces
piratas y por el otro las Hordas del Caos.
La batalla fue dura, y Jhark fue eliminado. Las dos tropas de ambas facciones sufrimos grandes pérdidas por
igualdad.
¿La lágrima del Creador? Al parecer Arispar la ha bebido, pero nunca ha confirmado nada.
Año 1439 (o 832 D.bA). De la Rebelión, el nacimiento de la República.
La ambición de Arispar por hacerse de los Fragmentos de Alkar no tenía fin. Jhark destruyó Nix y Ullathorpe y el
aún seguía obsesionado con rescatar esos fragmentos. Ayer en el mercado central escuché rumores de un
levantamiento de campesinos liderados por un tal fausto, el mismo que vino hasta el Palacio para hacerle frente a
Arispar hace unos meses. No sé si esto será cierto pero la situación es insostenible. ¡En Banderbill nadamos en oro
y en las demás ciudades se mueren de hambre! Hasta yo, que vivo en Banderbill, me doy cuenta.
Y hay quienes bien dicen que el hambre genera incertidumbre, la incertidumbre genera descontento, el
descontento genera odio, el odio genera muerte. El otro día un guardia fue asesinado en el bar de Ullathorpe. Al
parecer, esa sería la noche en que los pobres, los hambrientos y los “nadies” de éstas tierras se levanten en
contra del Emperador. No se que camino seguir.
Fausto llamó a tomar las armas y el ejército real ya está marchando sobre Ullathorpe, una pelea entre hermanos
va a suceder.
¡Ay tierra mía! Esto ha sido una carnicería. Los muertos de ambos bandos se cuentan de a cientos. La Armada
Imperial ha luchado con miedo, ya que varios tenían amigos en el bando contrario. Los campesinos, salieron al
campo de batalla con lo que tenían a mano: desde palas, hasta rastrillos y usando cacerolas como escudos. Así y
todo, su espíritu estaba intacto e, incitados por lo que se estaba transformando en un gran líder, Fausto, la pelea
fue muy pareja. En Ullathrope, la victoria fue de la Armada, y los pocos sobrevivientes se refugiaron en Nix, donde
contaron con algunos refuerzos que se sumaron a la causa. Allí. Fausto fue asesinado y sus seguidores tomaron
militarmente la ciudad de Wonder, a la cual cambiaron de nombre, para llamarla Suramei y así hacer más fuerte su
protesta.
Así es que, hoy, una semana después, la ciudad de Wonder, o Suramei debo decir, ya no se encuentra en los
mapas como ciudad Imperial. Ahora es una ciudad republicana, pues este sistema de gobierno eligieron los
rebeldes para su reciente nación.
Año 1514 (o 907 D.bA). Del crecimiento de la República.
Todos estos años, la república ha ido expandiéndose, sobre todo en el continente Este, adueñándose de Illiandor y
Lindos. Arispar, se encuentra en su Palacio y rara vez se lo ve salir. Dicen que se encuentra en estado de shock por
lo logrado por los campesinos, que cada vez están creciendo más, tanto territorialmente como popularmente.
Año 1539 (o 932 D.bA). Del centenario de la República, la Batalla de Nix y la muerte de Arispar.
Los preparativos para la fiesta republicana se habían escuchado por todas las tierras. Cien años hacían desde que
Fausto convenció a cientos de granjeros para enfrentarse al egoísmo de Arispar y su enfrascada lucha por los
Fragmentos de Alkar.
Pero nadie jamás imaginó lo que sucedió. A Ecnath, líder militar de la república, se le ocurrió como un buen festejo,
atacar la ciudad de Nix para que no se olvide nadie que la república estaba más viva que nunca. El ataque fue
sorpresivo, pero Arispar, ya entrado en años y con mucha más experiencia que antes, organizó un rápido
contraataque. La batalla fue sangrienta y la victoria Imperial fue inminente.
Pero no todo había salido bien para el ejército azul, pues en una batalla a muerte entre Arispar y Ecnath, el líder
republicano logró asestarle un golpe mortal a Arispar, acabando así con su vida y llevándose el cuerpo del difunto
Emperador con sigo mismo.
Año 1540 (o 933 D.bA). De la coronación de Baeldor.
Desde las frías tierras de Tiama, llegó Baeldor, para poner fin a la discusión del sucesor de Arispar. Al parecer,
Baeldor, hijo del difunto Emperador, había sido enviado a las frías tierras de Tiama, para evitar ponerlo en peligro,
por decisión de su padre. Pocos sabían de su existencia, y muchos menos de su nacimiento. Luego de un año, hoy,
regresó para hacerse cargo del Imperio y tuvo lugar su coronación. Así se transformaba en el vigésimo cuarto
Emperador de Banderbill.
Año 1541 (o 934 D.bA). De Ottherius, el lunático.
Un viejo elfo, pueblerino de Rinkel, o eso parece, se ha auto proclamado como aquél que predijo la muerte de
Arispar, entre otras cosas. Al parecer, este elfo está tan loco, que hasta habla con objetos o animales o incluso
cualquier cosa que tenga movimiento. Nada alentador para ser quien dice ser.
Lo cierto es que ya se ha ganado el odio de Baeldor por lo que dice, y ya es conocido popularmente. En las
reuniones, aquél que viene mal vestido o dice alguna tontería, se lo suele llamar Ottherius.
También me ha llegado la información de que hace un siglo que a Glokark la espada del Destino no le profetiza
nada, por lo que los ojos de todas las facciones están puestas en el lunático.
Año 1540 (o 933 D.bA). Del pergamino de las Almas caídas.
¿Quién dice que todo termina después de la muerte? Algunos creen que las almas flotan sin rumbo en el viento
aún después de que nuestros huesos se hicieron polvo, esperando algún día poder regresar y volver a sentir la
hierba acariciando los pies.
El lunático Ottherius, único conocedor del secreto para unir el alma con el cuerpo por unos instantes, había caído
en manos de las huestes del Demonio y fue encerrado en las mazmorras de las profundidades del averno. Pero los
soldados caóticos, enceguecidos por haber arrebatado a la Armada al viejo lunático, no creyeron que fuese
necesario revisar sus pertenencias, pues ¿qué habría de interesante dentro de la cartera de un viejo sin razón? La
soberbia de la victoria jugó una mala pasada al ejército de Orac.
El destino movió sus fichas y acomodó su estrategia. Las pertenencias del viejo abandonadas por los soldados
caóticos en una choza en Rinkel, cayeron en manos de dos pilluelos de mala calaña, Rattlak y su colega Taepran.
Luego de hurgar en las pertenencias del lunático hombre, se hicieron con el Pergamino de las Almas Caídas. Poco
interesaba el contenido del objeto; para ellos no significaba más que una oportunidad de negocio única en la vida.
Así enviaron mensajes hacia Banderbill, Suramei y Orac informando sobre la venta al mejor postor del pergamino.
La transacción se haría en la ciudad de Ullathorpe, donde Rattlak esperaba agazapado al que mayor oro pusiese
sobre la mesa. Imaginaba qué haría con el oro, una y otra vez fantaseaba, hasta que el ruido de tambores
acercándose a la ciudad interrumpió su sueño. Los comerciantes cerraron sus negocios, el banquero huyó a toda
velocidad y los animales que allí estaban, corrieron despavoridos hacia el bosque.
La guerra por el Pergamino no tardó en llegar al pueblo. Sangre, gritos, muerte, barro y desolación fue el precio que
debía pagar cada ejército por ese misterioso objeto. Pero eso no bastaba para que Rattlak entregara el Pergamino.
La Armada, entonces, ofreció al ladrón la módica suma de 100.000 monedas de oro. El pilluelo ser no dudó un
segundo y cerró el trato. Él mismo en persona entregó el pergamino a Jerek, asistente del Emperador ausente.
La noticia llegó a oídos de Baeldor. No había otra cosa en la mente del joven gobernante más que el nombre de su
padre. Desde el día en que el Pergamino entró en el Palacio Real, no hubo descanso para los sabios e intelectuales
de Banderbil. Verawel, noble bibliotecario, después de días y días de investigación, logró finalmente descifrar el
misterio. El viejo elfo envió un mensaje a Baeldor, que se encontraba en Tiama, que contenía lisa y llanamente la
forma de revivir a Arispar. El ritual consistía en combinar las palabras mágicas con un acto que pondría en peligro la
vida del Emperador: debía ofrecer en el ritual mucha cantidad de su propia sangre.
Pero ni el temor a la muerte detuvo al hijo del Sexto, ansioso de volver a ver a su padre. Tomó el Pergamino,
pronunció las palabras y con una pequeña daga cortó sus venas.
El objeto comenzó a responder. Luces, temblores y explosiones hicieron que el Emperador tuviera que cubrirse
detrás de un árbol. El humo de las explosiones comenzó a disiparse y de entre las sombras emergió la figura de
Arispar.
Baeldor, aun sorprendido pero inmensamente feliz, corrió al encuentro con su padre, a abrazarlo, a pedir de su
ayuda y sabiduría. Pero para desilusión del joven, Arispar solo alcanzó a pronunciar unas palabras antes de
esfumarse en la brisa
“Es de máxima importancia que rescates al lunático Ottherius”.
Año 1541 (o 934 D.bA). De la Tercera Batalla de Arghâl.
Baeldor, confundido pero fiel a las palabras de Arispar, alistó a su Ejército y trazó un plan de lucha que consistía en
lentamente debilitar a las Hordas del Caos. El primer golpe debía darse en Arghâl. El Demonio y sus lacayos,
montaron puestos de batallas en toda la ciudad y se atrincheraron en el puerto. La Tercera Batalla de Arghal se
desató. El clima era espantoso, y la ciudad se llenó de lodo y sangre. Finalmente, las tropas de Orac lideradas por
Rhendof y Bhelial, lograron frenar el avance del diezmado ejército Imperial.
Las Tropas de Baeldor, derrotadas, se replegaron a Banderbill. En el Infierno, el Demonio abrazó a sus esbirros y
felicitó a la maquinaria del mal caótica por el triunfo en Arghal.
Pero por segunda vez, la soberbia del triunfo encegueció sus ojos para no poder ver que un simple anciano logró
escaparse de sus mazmorras. Ottherius se había fugado de su reclusión en el Infierno.
El lunático misteriosamente apareció en el Palacio Real, frente a la mirada incrédula del Emperador y Jerek.
Ottherius fue hospedado en una de las habitaciones de la corte y comenzó a balbucear palabras y frases que
desconcertaron a Baeldor. El aire se volvió espeso como la niebla cuando mencionó “La Orden”. Sein, apareció y
logró intervenir en la situación para apaciguar la tensión de Ottherius quien continuaba balbuceando. En sus
palabras contó sobre una Orden Secreta de antaño, integrada por miembros históricos del Imperio como Astragal,
Lanther, Sein inclusive, que había sido la responsable de muchos de los sucesos en la historia de éstas tierras.
Sein, decidió marcharse, y Ottherius cerró su boca para no emitir más palabras cuando llegó la hora del banquete
prometido por el Emperador.
Baeldor, confundido por su padre, frustrado por la derrota de su ejército pero intrigado por las palabras del lunático,
decidió retirarse a descansar a su habitación. Allí, lo esperaba Verawel. El elfo, le confesó que también pertenecía a
la Orden. La Orden permitía a sus integrantes alcanzar la gloria, la vida eterna y la perfección de la mente. Le
contó, además, que su padre, Arispar, también había pertenecido de alguna manera y que fue gracias a ésta que
logró obtener el trono de Banderbill y el pergamino de los Fragmento de Alkar, a diferencia de las historias que han
sido contadas sobre estos hechos. Por último, ofreció al jóven soberano formar parte de la Orden, pero éste
rechazó rotundamente la propuesta y, enfadado con Verawel por sus soberbias revelaciones, decidió expulsarlo de
su palacio. El elfo se marchó con una sonrisa y en silencio.
Esa noche Baeldor consideró que descansar sería sano para su salud y también para la del Imperio, puesto que de
aquí en más, todo dependería de su lucidez para la toma de decisiones. Se acostó a dormir, pero no pudo conciliar el
sueño, su mente era un campo de batalla de deseos, intrigas y miedos. Bebió un poco de vino y finalmente se
adentró en las profundas aguas del inconciente. Tuvo un sueño, en donde se encontró a él mismo navegando en
un bote en un inmenso océano oscuro. Se asomó por un costado de la nave y observó su reflejo. Pero se
sorprendió al ver que su cara no se reflejaba y lo que veía en el agua era una cara blanca, brillante, que a duras
penas podían distinguirse sus rasgos. El extraño espectro reflejado en el agua susurró por lo bajo, con una notable
sonrisa macabra: Ottherius vive, Baeldor muere. Ottherius muere, Baeldor vive…
El Emperador despertó en gritos, que hasta mi casa se oyeron, y bañado en sudor.
Año 1542 (o 935 D.bA). Del Fuego Patriarcal.
Siempre la calma augura la tempestad. Pero en estos días hasta la calma era turbulenta. Los ejércitos estaban
diezmados y para colmo, el clima había empeorado drásticamente. Miles de hectáreas de cosecha se perdieron en el
Este y en el Oeste; los días eran helados o intensamente calurosos y llovía torrencialmente durante días o no lo
hacía por semanas.
El ruido del afile de espadas retumbaba en las profundidades de la ciudad oscura de Orac. El hedor a muerte y
miseria se olía a cientos de kilómetros de distancia. Criaturas perversas, de todos tamaños y razas corrían de aquí
para allá, llevando pesadas espadas, inmensas hachas, escudos y armaduras negras. En Suramei, la Asamblea
discutía drásticas medidas para enfrentar la escasez de alimentos y el reaprovisionamiento de la Milicia. En
Banderbill, los hornos de las herrerías Imperiales lanzaban humo día y noche pero el hambre comenzaba a sentirse
como en los viejos tiempos de la Rebelión.
La naturaleza azotaba duramente a la Civilización. Pero la hambruna no era el mayor problema. Hacía ya un tiempo
que los animales habían comenzado a comportarse de forma extraña. Las criaturas domésticas no obedecían a sus
amos y las salvajes atacaban a los viajeros con más furia que nunca. Los días pasaban y la tensión aumentaba.
El mundo fue testigo de la Rebelión de las Bestias una fría tarde de invierno. Un grupo de soldados reales
patrullaban los barrios bajos, y mientras ordenaban a los campesinos refugiarse tras las murallas para su
protección ante la desmedida locura de los animales, vieron avanzar desde el bosque hacia la ciudad una horda
inmensa de criaturas, desde serpientes hasta medusas, de todos los tamaños y de todas las tierras.
.Las Bestias se estamparon contra la muralla y lograron atravesar el portón de Banderbill. En Suramei, ejércitos de
Yuan Ti acompañados de cientos de criaturas ocasionaron estragos en la capital republicana.
Luego de épicos pero muy duros combates contra las criaturas, ambos ejércitos lograron recuperar las ciudades
devastadas por la guerra y el hambre.
La noticia llegó a oídos del Demonio, quien no dudó en atacar Ullathorpe, una de las ciudades que mas había
quedado devastada por el avance de los animales y la miseria de la hambruna. Los ejércitos de Banderbill y Orac se
enfrentaron una vez más en una dura batalla en las calles y en las afueras de la ciudad. La Milicia, a la orden de
Lathval, se sumó a la batalla campal en la mítica ciudad ahora en ruinas. El resultado de la contienda: cientos de
bajas en cada bando y aún más miseria y muerte.
El mundo continuaba agitado, las tinieblas cubrían éstas tierras. La paranoia de la catástrofe era moneda corriente
en Suramei y Banderbill. La Asamblea y Baeldor ya no se preocupan por enfrentarse entre sí; más bien por
mantener a su gente a salvo y de lograr mantener en pie sus naciones.
Año 1584 (o 977 D.bA). De las gemas del Poder.
Una lucha constante entre republicanos e imperiales, se disputaba en el plano real. Vestigios de feroces combates,
dejaban su paso impregnado de sangre y desolación. Nada parecía poder equilibrar la balanza de paz por aquellos
tiempos.
Las ambiciones del Imperio, de recuperar lo que creían que, por derecho divino, les pertenecían, pisaba fuerte sobre
las bastas tierras de aquel plano. Mientras los llamados por si mismos republicanos, presentaban batalla con su
característica valentía, defendiendo a cada grito sus ideales, de honor y libertad.
En particular, La Batalla de las Ruinas del Fuerte Kerthon, así llamada por la victoria de La República sobre El
Imperio, en los escombros de uno de los antiguos fuertes caóticos destruido hace muchos años, fue el renacer de
una guerra que nunca debió ser desenterrada. Yacida bajo toneladas de huesos y polvo, el relucir de una extraña
gema atrajo la atención del líder de la milicia republicana, Lathval. Un polvoriento objeto, del cual resplandecía una
misteriosa aura de energía.
Después de algunos días de investigación, y tras el hallazgo de varios escritos sobre las ruinas, redactados en una
lengua antigua y poco comprensible, el líder miliciano se decide por dar su siguiente movimiento. Instruido por sus
asesores más cercanos, moviliza a las fuerzas republicanos hacia las ruinas de las antiguas avanzadas caóticas,
destruidas y abandonadas hacía cientos de años.
Varios meses después, la búsqueda que dio inicio en las ruinas del Fuerte Kerthon cobraba su recompensa. Y el
hallazgo de una segunda gema comenzaba a despertar la curiosidad de los habitantes del plano real. Más aún en la
gran capital del Imperio, Banderbill, donde el Emperador y su consejo real comenzaban a preocuparse por la extraña
actitud del líder miliciano.
Año 1583 (o 976 D.bA). Del gran duelo.
Nadie conocía el verdadero poder de aquellas gemas, encontradas bajo las antiguas fortalezas caóticas, pero su
reaparición comenzaba a inquietar al Emperador, Baeldor, quien ordenó a sus más ilustres sabios investigar sobre
tan misteriosas reliquias.
Al cabo de unas semanas, los sabios imperiales regresaron al Palacio de Banderbill, con buenas noticias en sus
manos. Con gran elocuencia, le hablaron a Baeldor sobre tres poderosas gemas, pertenecientes alguna vez a su
más despiadado enemigo, el Demonio. Ubicadas en tres puntos estratégicos, habían defendido por mucho tiempo
las avanzadas de las fuerzas caóticas, hacia cientos de años. Tras siglos de guerras incesantes, las fortalezas
fueron reducidas a escombros, y las tres reliquias fueron enterradas bajo sus cimientos, olvidadas por mucho
tiempo.
Pero la historia no fue lo único que ofrecieron los sabios a su líder, pues dos avanzadas yacían saqueadas por
Lathval, mas una tercera no había sido descubierta por sus enemigos republicanos. Aunque advertían la posibilidad
de existencia de una antigua protección en el lugar, con magia arcana muy poderosa, razón por la cual no habían
podido conseguir su acceso.
Así fue como Baeldor, en su afán por hacerse poseedor de las tres reliquias, mandó a su más fiel consejero, Jerek,
hacia tierras republicanas con una propuesta para el líder miliciano en sus manos. El mejor contra el mejor, dicen
que fueron las palabras de Jerek a Lathval, ofreciéndole la oportunidad de hacerse con las tres Gemas del Poder, la
cual aceptó sin dudarlo, con la confianza ciega sobre sus hombres.
Tres días y tres noches fue el plazo para el gran duelo. Ambos líderes organizaron torneos internos en sus
facciones, para determinar al hombre más feroz.
Pasadas unos tres días, el enfrentamiento se llevó a cabo. El mejor soldado del Imperio, hizo frente al mejor de los
soldados republicanos. Y tras largas horas de batalla, y grandes demostraciones de habilidad, El Imperio se alzó
victorioso sobre La República. Resignado, Lathval entrega una de las gemas a Jerek, quien marcha con gran
satisfacción de regreso hacia sus tierras.
Año 1583 (o 976 D.bA). De la tercera gema del poder.
Con una de las gemas en su poder, y una próxima a estarlo, Baeldor ordenó a sus ejércitos dirigirse hacia las
inmediaciones de Dungeon Marabel, al sur de la capital imperial, donde se hallaba escondida la última de las gemas.
Pero una noticia inesperada llegó a los oídos del Emperador, quien optó por enviar un segundo mensaje al líder
miliciano, Lathval, con otra propuesta.
En las profundidades del Infierno el Demonio, líder de las hordas caóticas, no hizo oídos sordos a las noticias sobre
estas preciadas Gemas del Poder, y envió al instante soldados para infiltrarse en el Imperio, y reunir información.
Nadie conocía mejor que él la importancia que las tres reliquias tenían para el equilibrio de los planos y estaba
dispuesto a arriesgarlo todo para recuperarlas. Así el Demonio, logró obtener la ubicación de sus preciadas gemas.
Una en las manos de La República, otra en el Imperio, y la última ubicada en la cueva de ladrones, al sur de la
ciudad de Banderbill.
El oscuro ser, sabiendo que debía actuar con rapidez, envió al mejor de sus hombres a adentrarse en las
profundidades de la antigua avanzada caótica. Pero al enterarse de la movilización del ejército Imperial, decidió
hacerles frente con sus hordas caóticas, para crear una distracción y darle más tiempo a su soldado.
Así fue como una gran batalla se desató al sur de la gran ciudad de Banderbill, en la que el ejército caótico se vio
favorecido en números. Tras la información de que las hordas del Caos se dirigían hacia sus tierras, Baeldor decidió
dar aviso a Lathval, proponiéndole una alianza para impedírselo quien, dadas las circunstancias, no la dudó ni un
instante e hizo presencia en el campo de batalla contra el Demonio. Pero la inteligencia del ser oscuro logró
superarlos, y mientras el sangriento combate se disputaba en los bosques de Banderbill, el guerrero caótico elegido
logró hacerse con la tercera gema y escapar hacia las tenebrosas tierras de Orac.
Ya consagrado su objetivo, el Demonio dio la retirada a su ejército, y logró volver a sus tierras, con la victoria
alzándose sobre sus hombros. Mientras que La República y El Imperio, enviaron refuerzos a sus ciudades
principales, para dar protección a las gemas bajo sus mandos.
Año 1584 (o 977 D.bA). De la muerte de Baeldor, la coronación de Jerek y la aparición de los
Hechiceros Elementales.
Los días transcurrieron y se hicieron meses, mientras las tres gemas permanecían custodiadas en las principales
ciudades del plano real, Banderbill, Illiandor y Orac. Una nueva era de guerra renacía desde las cenizas, y la
situación sólo se encontraba propensa a empeorar, mientras que una próxima amenaza comenzaba a
desencadenarse sobre el plano.
Aquella triste tarde, la oscuridad se posó sobre las bastas tierras del Imperio y el cielo soltó lágrimas de pavor por
su llegada, pues cuatro grandes hechiceros arribaron sobre estas tierras, y esparcieron su desgracia por todo aquél
quien se atreviese a cruzárseles por su camino. Con la cuarta Gema del Poder entre sus manos, llegaron en
búsqueda de aquello que se les había arrebatado hacía siglos, y se encontraban dispuestos a destruir todo a su
paso para conseguirlo.
Inmediatamente, fijaron su rumbo hacia las cercanas tierras de Banderbill, donde Baeldor puso sus esperanzas en
el Escudo de Astragal, para la protección de la ciudad y la gema bajo su mando. Error que le haría pagar más de lo
permitido, pues el fragmento de Alkar se encuentra obsoleto ante las fuerzas de los espectros y solo funciona
contra las Hordas del Caos. Rápidamente, los hechiceros invadieron la ciudad y generaron grandes estragos en la
gran capital imperial.
Una batalla que pareció durar años, terminó sólo en cuestión de minutos. Y tras dejar a su paso cientos de
soldados imperiales esparcidos sin vida sobre el suelo, Baeldor se lanzó a su enfrentamiento, pero sin tener éxito
ya que no pudo hacer nada para evitar que los Hechiceros Elementales (llamados así por que uno era de Agua, otro
de Fuego, otro de Aire y otro de Tierra) recuperen lo buscado. Así, en medio de la pelea, Baeldor cayó derrotado con
una herida mortal bajo su pecho y mientras los desesperados gritos del fiel consejero del emperador, Jerek, pedían
auxilio, los espectros marcharon de la ciudad en ruinas, hacia el continente oriental.
Tras los sucesos que acontecieron en la ciudad de Banderbill y la muerte del emperador, el Consejo Imperial
rápidamente pidió audiencia para definir el futuro del Imperio. No había tiempo que perder, alguien se debía ocupar
del liderazgo del Imperio urgentemente. Así, entonces los consejeros allí presentes decidieron que Jerek tome el
mando como único Emperador y sucesor de Baeldor, transformándose en el vigésimo quinto Emperador de
Banderbill.
Pero, ¿quiénes son estas criaturas?, ¿de dónde vienen y por qué les interesan tantos las gemas?
Año 1584 (o 977 D.bA). De la muerte de Lathval y el ascenso de Dharian.
Con las noticias de la derrota en Banderbill avanzando con gran rapidez desde tierras imperiales, Lathval decidió
transportar la gema bajo su protección hacia la ciudad y capital republicana, Suramei, con la esperanza de una
mayor resistencia por parte de sus soldados milicianos.
Hacia el sur desde la gran ciudad de Illiandor, la caravana republicana comenzaba a movilizarse sin detener su
rumbo, compuesta por cientos de soldados milicianos, liderados por Lathval y su mano derecha, Dharian. Los
temores de un repentino ataque se acrecentaban en los pensamientos del líder miliciano, quien ordenaba a cada
instante mantener a su ejército la guardia.
Pero los esfuerzos de Lathval fueron en vano y los Hechiceros Elementales acometieron contra la caravana,
entablando un feroz combate con el ejército republicano, quienes no lograron resistir contra las inimaginables
fuerzas de los seres espectrales y terminaron por sucumbir ante su poderío. Viendo como sus hombres yacían
derrotados por los hechiceros, Lathval intentó hacerles frente, pero su desenlace terminó siendo el mismo que
Baeldor y cayó derrotado con una herida mortal. Mientras los espectros lograron recuperar la segunda gema y
continuaron su camino, alejándose del lugar.
Con su último aliento, Lathval pidió encarecidamente a su milicia que se unan por el bien de la república. Todos los
milicianos asintieron y prometieron tratarse como hermanos. Luego, Lathval le encargó su ejército a Dharian,
quien con lágrimas en los ojos vio la partida del líder miliciano, asumiendo el mando de la milicia republicana.
Año 1584 (o 977 D.bA). De la cuarta batalla de Arghal y la unión de los mundos.
Los rumores sobre un plano paralelo al nuestro, eran ya de moneda corriente en las calles. Se decía que el
Demonio había tenido una feroz lucha en este plano, el inframundo. Al parecer, había logrado ganar esta pelea,
encerrando a un tal Gran Hechicero Garveloth en una gema que éste poseía y que era muy poderosa. Luego de
unos años, esta gema había sido fraccionada en cuatro partes. También se decía que estos seres que habían
atacado al Imperio y la República, eran los vasallos de este Gran Hechicero y que venían por la cuarta gema. Ya
tenían tres, y la cuarta, al parecer, la tenía el Demonio.
La caída del Imperio y, posteriormente, la milicia republicana en manos de los misteriosos hechiceros, llegaron con
escaza tardanza a los oídos del señor de las tinieblas, quién rápidamente tomó cartas en el asunto, ordenando a
sus soldados enviar mensajes a sus enemigos derrotados, pues necesitaba toda la ayuda posible. La información
de la ruta tomada por los cuatro espectros hacia los Latifundios Abandonados puso en marcha el plan del Demonio,
dando aviso anónimamente a Dharian y Jerek, quienes sin dudarlo se embarcan para vengar a sus líderes caídos y
recuperar las gemas robadas.
Una de las batallas más impresionantes de la historia sobre estas tierras se dio lugar al cabo de unos días donde,
tras llegar al lugar donde indicaba la carta anónima que envió el Demonio, los ejércitos imperiales y milicianos se
lanzaron al combate. Pero la entrada del Demonio se hizo esperar, quien con la cuarta Gema del Poder entre sus
manos, aguardaba el momento justo para entrar en acción y obtener su victoria.
Cuando sintió que los Hechiceros elementales venían, el oscuro ser hizo presencia con su ejército en la batalla. Al
principio, tanto Dharian como Jerek, inexpertos líderes, no sabían que hacer. Creyeron que todo era una trampa del
Demonio y que los cuatro hechiceros no se encontraban allí, pero el Demonio habló, y todos escucharon lo que dijo:
«Los cuatro hechiceros se acercan y vienen por esta gema que tengo aquí. Es vital para la existencia de este
mundo, que ellos no tomen la gema, pues si consiguen las cuatro partes, este plano dejará de existir. Los rumores
sobre el supuesto inframundo son ciertos, y es imperioso que no se entable nunca una conexión con ese plano,
pues ninguno sobrevivirá. Mis soldados no matarán ni Imperiales ni Republicanos por más que estos nos intenten
atacar. Espero lo mismo de cada uno que está aquí. ¡Ya llegan!»
Y, apenas terminó de hablar, los hechiceros hicieron su aparición. Por primera vez en la historia, Republicanos,
Imperiales y Caóticos lucharon codo a codo por el bien del plano real. Al cabo de unas horas, y con la confianza de
que el largo combate fatigase a sus adversarios, el Demonio tomó la decisión de hacer frente a los espectros,
quienes al verlo, rápidamente lo rodearon y entablaron una feroz batalla. Mientras los guerreros caóticos no
lograban asistir a su señor, repelidos por la impetuosa magia arcana disputada en el enfrentamiento. Pero aún el
gran poderío del líder de las fuerzas caóticas no pudo hacer frente a los cuatro Hechiceros Elementales, que con
tres de las cuatro Gemas del Poder en sus manos, atacaron simultáneamente a su objetivo. Así fue como los
cuatro espectros lograron derrotar al señor de las tinieblas, y hacerse con la cuarta y última Gema del Poder,
efectuando su retirada del campo de batalla.
Con las cuatro Gemas del Poder entre sus manos, los Hechiceros Elementales se reunieron en el punto más alto
del Latifundio Abandonado y, concentrando toda su poderosa magia arcana, lograron crear un portal de regreso a
su mundo, escapando del plano real.
Preparado para esta situación, el grito del Demonio no se hizo esperar:
«¡Canalicen el portal, que no se cierre!»
Al instante, un grupo de magos caóticos comenzaron a emplear magia muy avanzada. Sin vacilar, los mejores
magos republicanos e imperiales se unieron al grupo.
Así lograron mantener el portal abierto. Se dice que quedará así permanentemente.
Pero la batalla había terminado, y nadie se animaba a cruzar el portal por las advertencias del Demonio. Una vez
curado, ordenó a sus tropas ingresar inmediatamente. Algunos temblando, otros valientemente, ingresaron y así
los otros dos líderes ordenaron lo mismo y comenzaron a explorar el nuevo plano.
Solo un pequeño grupo de Armadas, se quedaron rezagados en el plano real por órdenes de Jerek. Inmediatamente
se dirigieron a Arghal y, al estar el ejército caótico en su totalidad en el inframundo, la pusieron bajo el dominio
Imperial.
Año 1586 (0 979 D.bA). De la construcción de la avanzada Imperial.
Dos años pasaron desde la gran pelea en el Latifundio Abandonado, donde los hechiceros lograron escaparse.
Allí, las hordas caóticas se dedicaron a perseguir a los cuatro hechiceros, pero sin suerte alguna, pues estos se
dirigieron rápidamente al Templo Kalath e hicieron el ritual correspondiente para volver a unir las gemas y resucitar
a su amo, Garveloth.
Mientras tanto, tanto Imperiales como Republicanos, se dedicaron a explorar el nuevo plano y construyeron una
avanzada cada uno en el mismo.
Así, tanto un bando como el otro, ya estaban instalados en el inframundo.
Año 1587 (o 980 D.bA). De la unión de tres mundos.
El Demonio ha perdido gran parte de su ejército, pues su guerra no es solo en el plano real, sino también en el
inframundo. Así es que decidió unir estos mundos con el suyo propio, el Infierno.
Desde entonces, no se lo ha visto salir del Infierno, aunque no parece tener un plan.
Año 1674 (1067 D.bA). Del descubrimiento de la historia del Inframundo.
Luego de años y años de búsqueda, por fin he podido hallar información acerca del Inframundo. He encontrado un
pequeño libro viejo y polvoriento que narra la historia de la Guerra Civil que hubo en este plano hace miles de años,
y la fragmentación de la gema del poder en cuatro. [Para más detalle, ver el anexo al final del diario]
Año 1782 (o 1175 D.bA). De los cambios geográficos en el mundo.
Hace unos días que sucede algo muy extraño. Pareciera como si los continentes fueran grandes navíos, que se
mueven y tiemblan constantemente.
Algunos afirman que la geografía ha cambiado. Rumores de que Lindos ya no es más una isla, son cada vez más
fuertes a medida que aventureros llegan a estas tierras desde el este.
Efectivamente, lo he confirmado. Hace un mes que terminaron los temblores, y ya el mundo se ha calmado. Me he
embarcado en un corto viaje hacia Lindos, y, como me temía, he encontrado que se ha unido al continente.
También descubrí nuevas islas.
Era verdad, la geografía del mundo ha cambiado. ¡A trazar nuevos mapas!
Año 1794 (o 1187 D.bA). De los ideales caídos, la última batalla.
Se la sentía en el aire como una presencia oculta, omnisciente y siempre al acecho, a punto de hacerse presente.
El Emperador, Jerek, y el Consejo Real llevaban ya mucho tiempo planeándola, desde la muerte del antecesor de
Jerek, Baeldor, hijo de Arispar. El actual Emperador ya había tomado una decisión. Las pérdidas podrían ser
terribles, pero era el momento de terminar de una vez con aquella rebelión que hacía mucho tiempo se había
iniciado. Todos en Banderbill sentíamos esa fría presencia: la guerra misma. Sin embargo nadie más que nuestro
líder y su consejo conocía los planes del Imperio.
Nadie más, exceptuando a un espía caótico. Los planos, los mapas, las estrategias de combate e incluso los
documentos sobre las inversiones del Imperio en el ejército habían sido filtrados. El espía no tardó en comunicarse
con su señor e informarle todo lo que sabía, ansioso de ser recompensado por el Demonio, y de ser ascendido en
las Hordas del Caos por su importante información.
– ¿Dices que Jerek está preparando el golpe final para vencer a esos asquerosos campesinos? ¡Habla!
– Sí, mi señor, su plan es asesinar a Dharian en combate, y así desestabilizar a la República, tienen espías en la
Asamblea que se encargarán, luego de la muerte de Dharian, de que no puedan organizarse debidamente.
– ¡Ja! No han podido acabarlos en tanto tiempo, ¿y creen que podrán hacerlo ahora?
– Jerek está gastando todos los recursos en la Armada Real para fortalecerla, creo que tienen posibilidades mi
Señor.
– Yo le demostraré que no necesito a millares de soldados para matar a uno sólo, me encargaré de acabar con
Dharian.
Hubo un rápido destello y el cuerpo del espía calló inerte: un elfo de orejas a medio cortar y mirada cruel e
inexpresiva lo había asesinado ocupando su lugar.
– ¡Tráeme a Zefirex! – Le ordenó el Demonio al elfo.
Pasó cierto tiempo y aún no se había producido ningún nuevo enfrentamiento. La situación era muy tensa, incluso
los republicanos sabían que Jerek estaba planeando algo y habían protegido fuertemente todas las ciudades.
Barinke Fauster se encargó de organizar las milicias en Suramei. Dharian, por decisión de la Asamblea, se ocupó de
la defensa de Lindos y Halinte Ganre se quedó en Illiandor. Los espías de Jerek no pudieron hallar el paradero de
Dharian, pero el Demonio sí lo logró: al instante ordenó a un grupo de caóticos invadir Lindos y asesinar a Dharian.
Comandados por un antiguo general fiel al Demonio: Zefirex, un fuerte y temible orco, ex miliciano que había
demostrado su crueldad y sed de sangre ante el Demonio y Drihtion, el elfo de orejas cortadas.
La batalla que se produjo en Lindos fue sumamente sangrienta, pilas de cadáveres decoraban el paisaje de la
ciudad. Los caóticos fueron superados ampliamente en número por las fuerzas de la milicia republicana, aún así el
Demonio Mhorkvel logró su objetivo: Drihtion y Zefirex combatieron fervientemente contra Dharian dentro de la
ciudad. Los caóticos fueron superados ampliamente en número por las fuerzas de la milicia republicana, aún así el
Demonio Mhorkvel logró su objetivo: Drihtion y Zefirex combatieron fervientemente contra Dharian dentro de la
arena de Lindos, donde ningún republicano pudo acudir en su ayuda. Pronto la fatiga se apoderó de Dharian y sus
movimientos se volvieron cada vez más lentos. Aún así Dharian no se resignó y siguió luchando durante horas, sin
embargo su destino ya estaba marcado y nadie podía ayudarlo. Finalmente, Drihtion lanzó una estocada y la
espada de Dharian voló por los aires. Luego la tomó y se acercó a Dharian: lo miró fijamente riendo entre dientes y
luego hubo un rápido destello, la cabeza del último de los líderes militares republicanos rodó por el suelo: Dharian
había muerto. Una mancha negruzca quedó marcada allí donde murió Dharian.
Luego de esta batalla los comandantes caóticos desaparecen al instante y los milicianos y miembros de la
Asamblea deciden llevar el cuerpo de Dharian a Suramei y allí designar al nuevo líder militar. Sin embargo, el líder
Imperial, Jerek, había instalado espías por todas partes, incluso en la Asamblea, generaron dudas, peleas y
conflictos. De esta manera no se pudo designar ningún nuevo líder militar y la Asamblea se disolvió, sumiendo a la
República en un total caos.
La única esperanza que quedaba eran cinco grandes guerreros: La Última Resistencia, formada por Barinke
Fauster, Faerjan, Halinte Ganre, Eston Acard, Leigon Senis e Imidar Eith.
Año 1794 (o 1187 D.bA). De los ideales caídos, el fin de la resistencia.
Banderbill. El corazón de la Armada Imperial. Muchas noticias recorren las bocas de los habitantes de este mundo.
Dharian, líder de la República, ha caído. La disolución de la Asamblea, la pérdida de Lindos, la frustración, el
desconcierto, y la desesperación de los habitantes y defensores de la República son cada vez mayores, aumentadas
por los rumores de la presencia de espías imperiales tanto en Suramei como en Illiandor.
Estas noticias han provocado que Jerek comience a planear un nuevo ataque a la República, un ataque que
esperaba que fuera el golpe final.
Según se dice, una sombra se acercó sigilosamente hasta que Jerek se percató de su presencia.
– ¿Cómo lograste evadir la seguridad? ¡Muéstrate! – Dije Jerek, sin poder disimular su escepticismo.
– Rara forma de recibir a un amigo. – Contestó la sombra.
El emperador reconoció esa voz al instante y entonces sonrió brevemente.
– Solamente alguien que conozca tan bien este palacio como vos podría ingresar. Han pasado muchas décadas…
Faerjan.
– Es un gusto volver a casa. – Contestó Faerjan, sonriendo también.
Así, Faerjan salió de las sombras. Su armadura no portaba las insignias reales, sino las republicanas. Jerek pareció
haberse percatado de este hecho, y le exigió una explicación, agarrándole del cuello.
Faerjan había sido el tercero al mando en tiempos de Baeldor, pero luego de la muerte de éste, nadie lo volvió a ver.
Ahora se hallaba explicándole a Jerek como se había infiltrado en la República, demostrando la astucia propia de los
gnomos. Según parece, descubrió puntos ciegos en las huestes republicanas, así como sus debilidades y fallas en
su sistema militar. Parece que se ha visto obligado a comandar a un selecto grupo de guerreros denominados la
Última Resistencia, entre los que se encontraba Halinte Ganre y Barinke Fauster.
Así, con los conocimientos de Faerjan, comenzaron a planear el ataque a la República, y el emperador aprovechó
para contarle un sueño que tuvo sobre un extraño libro del que nunca antes había oído hablar.
– En ese sueño, escuché que hacía muchas generaciones de Emperadores no se entregaba, pero lo curioso fue que
nadie me lo entregó; al despertar, lo encontré debajo de mi almohada, según lo que pude descifrar del extraño
lenguaje en el que se encuentra escrito, narra sobre un extraño culto, sobre una poderosa divinidad que otorgará
protección a las personas defensoras de la bondad y los ideales nobles, no se si lo que aquí dice es cierto, mi
amigo, pero si lo es, cambiaremos la historia como la conocemos.
Jerek le mostró el extraño libro a Faerjan. Era un libro muy antiguo, y las tapas estaban desgastadas. En una de
ellas se podía descifrar algunas letras, ya que las demás estaban borrosas, que decían:
‘’S_gr_d_ _r_en’’
Poco tiempo después, luego de haber planeado una estrategia militar para conquistar Suramei, Faerjan partió a
Illiandor para comandar las filas de la República.
La República: basada en la libertad, el honor, la lealtad y la resistencia al dominio. Ese era el sueño de Fausto,
quien dio su vida para vivir libre.
Se ha confirmado que la Asamblea ha sido disuelta tras la muerte de Dharian y por los espías imperiales infiltrados
allí. También es sabido que las ciudades republicanas han sido reforzadas de la mejor manera, pero esto no
intimidará a Jerek para la batalla.
Dos semanas después, Jerek se hallaba ante su ejército, dentro del Palacio. Muchos habían quedado fuera, dado
que el palacio no estaba hecho para dar cabida a tanta gente. Los murmullos eran cada vez mayores. Sin embargo,
el emperador hizo un movimiento con sus manos y de pronto, se hizo el silencio.
– ¡Ejército Imperial! Ha llegado el momento de nuestro golpe de gracia, finalmente quienes se nos han revelado
serán vencidos, quien se arrepienta será perdonado, pero quien se oponga, ¡probará el filo de nuestras espadas! –
Los soldados asentimos, deseosos de entrar en batalla. – Baeldor, fue mi predecesor y siempre serví fielmente al
Imperio, he estado mucho tiempo planeando esto: ¡los republicanos serán exterminados!, ¡Lucharemos en el día
de hoy para que la ciudad de Illiandor vuelva a ser parte de nuestros mapas!
Se escuchó un grito colectivo. Todos los soldados alzamos nuestras manos y vitoreamos al emperador.
– ¡Todo listo! ¡Soldados desenfunden sus armas y prepárense! ¡Magos! ¡Abran el portal ya mismo y comencemos
con la destrucción de la República! – Gritó Jerek.
Todos a una, los magos comenzaron a susurrar unas palabras. Los ojos de todos ellos se volvieron hacia dentro, y,
a modo de corro, dijeron las siguientes palabras:
-Opercure dimentia.
Entramos por el portal. La sensación de estar atravesando una cascada es casi inmediata. Sin embargo, me
mantuve completamente seco. La batalla había comenzado. Creí distinguir a los soldados republicanos… ¿atacarse
entre ellos? De pronto recordé a Faerjan y a sus hombres. Si, debía de ser él. Las tropas imperiales comenzaron a
atacar, y se demostraba su superior entrenamiento y su superioridad en número. Las huestes republicanas no
tardaron en salir a campo abierto, sin duda, retirándose.
– No los persigan, ya tendremos tiempo para terminar con la República por fin, ahora reúnanse nuevamente todas
las tropas armadas en Illiandor. ¡La batalla final se acerca! – Gritó Jerek.
Los habitantes de Illiandor lloraban la pérdida de su ciudad natal. Sin duda debió de ser un duro golpe a sus
corazones. Los imperiales nos reagrupamos, y de paso recuperamos fuerzas para la batalla final.
Aproveché para salir de la ciudad. Me dirijí ahora a Suramei, pues no deseaba perder detalle de nada de lo que
sucedía. Llegué justo a tiempo para ver a Barinke Fauster salir de un edificio y dirigirse al pueblo.
– ¡Republicanos! ¿Alguien sabe que le ocurrió a Imidar?
Un vagabundo fue el que le respondió. A pesar de estar claramente ebrio, habló con claridad.
– ¡Yo lo sé! ¡Lo he visto! Vi la luz de sus ojos extinguirse… ¡En illiandor! ¡Una flecha le atravesaba el cuello de lado a
lado!
– ¿Lo que dices es verdad noble republicano? – Preguntó Barinke.
– ¡Lo es! ¡Lo juro por mi vida! ¡Que me cuelguen si miento!
La sinceridad brillaba en sus ojos y al ver que nadie desmentía lo dicho por el vagabundo, Barinke agachó la cabeza
y los llantos y la angustia estallaron.
– No puede ser! ¡No puede haber muerto! ¡Iré allí y los mataré a uno por uno! – Dijo un hombre, al que pude
reconocer: Era Leigon Senis. Barinke tampoco podía disimular su frustración, y dijo angustiado:
– Faerjan…no sé cómo seguir…este es el fin. Hemos sido vencidos.
– Ninguno de ustedes tiene por qué caer en desgracia, son grandes guerreros, ustedes podrían ser sumamente
útiles para el Emperador Jerek, y sumamente importantes en la nobleza Real. – Contestó Faerjan.
Las lágrimas se borraron del rostro de Barinke en un abrir y cerrar de ojos. Parecía no dar crédito a las palabras de
Faerjan.
– ¿Qué?! ¡¿Qué dices?! ¡NUNCA! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Eres un traidor?
– No te apresures Barinke, déjame explicarte…
Leigon no quería explicaciones. Ví como desenvainaba su espada, intentando atacar a Faerjan. Éste lo tiró al suelo,
sin duda con un hechizo. Sin esperar a que alguien más le atacara, dijo pesadamente.
– Los republicanos que se rindan ante Jerek y juren fidelidad al Imperio no serán lastimados, serán tratados como
uno de nosotros…como un ciudadano del Imperio.
– ¡NUNCA! No traicionaré a los republicanos…confían en nosotros. – dijo Halinte Ganre.
De repente, algo sucedió en mi interior. Noté como la fuerza de una gran tormenta se imbuía de mí, acariciando
cada fragmento de mi cuerpo. Parecía que no solo a mí me pasaba. Todos los republicanos parecían encontrarse en
el mismo estado. De pronto, en lo más profundo de mi corazón oí un eco lejano.
– He vuelto a estas tierras después de muchos siglos para instaurar la paz. Séanle Fiel a Jerek: Con él la paz
gobernará en su mundo, con él el demonio será erradicado junto con el sufrimiento y el dolor.- Hizo una pausa, y
prosiguió.- Él es distinto a sus predecesores: Con él encontrarán la libertad que siempre han buscado.
Supe que era un gran Dios el que hablaba. Las lágrimas brotaban de mis ojos, y de los ojos de muchos
republicanos. Barinke no dudó ni un instante en cumplir su pedido.
– ¡Pueblo Republicano! Una gran deidad nos ha hablado…La Ultima Resistencia le jurará fidelidad a Jerek, ruego a
todos los republicanos que dejen sus armas y sigan nuestro camino.
– ¡Rindan sus armas! Hoy no tiene por qué correr más sangre noble. ¡Jerek ha vencido: pero con él una nueva era
de prosperidad vendrá! –Añadió Halinte Ganre.
– Quienes decidan seguir luchando o aliarse con el demonio serán asesinados. – Añadió Eston Acard.
El pueblo republicano, a pesar de haber escuchado la misma voz, parecía renegar de sus líderes. Comenzaron a
insultar a la Ultima Resistencia.
– ¡TRAIDORES! ¿Estos son nuestros líderes? ¿Qué diría Dharian si viera semejante traición en quién siempre ha
confiado?
– Ustedes no lo han escuchado…yo le creo, ¡nuevos tiempos de prosperidad vendrán! Ningún antiguo republicano
será tratado como escoria. Tendremos lo que siempre buscamos: libertad. Pero le seremos fieles a Jerek. –
Contestó Barinke.
– ¡NUNCA! ¡Ustedes deben morir por traidores! – gritó el pueblo.
Todos juntos, los habitantes atacaron a la Ultima Resistencia, pero éstos consiguieron escapar y correr hacia el
centro de la Ciudad. Decidí seguirles entre las sombras, hasta que llegaron ante Jerek y sus tropas.
– Jerek! La última resistencia ha jurado serle leal al Imperio…pero los republicanos quieren matarnos. ¡Necesitamos
a las fuerzas armadas! – dijo Faerjan.
Entonces Jerek gritó unas rápidas órdenes.
– ¡Soldados imperiales! ¡Ha llegado la hora de acabar por fin con la República y unir todas estas tierras bajo un
mismo estandarte! ¡Recuperemos nuestra ciudad: Wonder, esa que ellos ahora llaman Suramei! Que los magos
abran los portales hacia Suramei.
Las tropas entraron a Suramei, con Jerek detrás. Pero Jerek no quería dar la orden de ataque aún. Quería darle una
última oportunidad a la Republica.
– A todo aquel republicano que rinda sus armas y jure fidelidad al imperio, se le tratará como un ciudadano más,
como un amigo más. Juro por el Imperio que quienes se rindan serán tratados tan respetuosamente como
cualquier otro ciudadano. Como señal de cumplimiento de mi palabra, prometo dejarle el nombre de Suramei a la
ciudad, en honor a Fausto.
– Al pueblo de Fausto no lograrás engañar! ¡No nos rendiremos! – gritaron los pueblerinos.
Jerek agachó la cabeza, meditando las palabras adecuadas.
– Entonces este será un día triste. Un pueblo entero no debería morir. ¡Soldados! Maten a todo aquél republicano
que les oponga resistencia, ayuden a todo aquél que se rinda ante el Imperio.
Así se hizo. La victoria imperial fue inminente. Los que se rindieron, fueron perdonados. Los que decidieron
presentar batalla, perecieron.
– ¡La ciudad de Suramei ahora le pertenece al Imperio! Lamentablemente, esta batalla será recordada por siempre,
como una de las más sangrientas de la historia. – Dijo Jerek al finalizar la batalla.
Me hallo ahora de nuevo en Banderbill, meditando sobre los orígenes de la República, y los orígenes del mundo. La
República ya no existe, aunque grandes hombres la defendieran. Los tiempos pasan, y el tiempo de la República
había pasado. Jerek, ha logrado pasar a la historia. Ha logrado lo que ni Arispar ni Baeldor lograron. Sin embargo, no
lo hizo solo.
He investigado un poco acerca de la voz que nos habló en la Asamblea de Suramei. Aquel eco distante, pero
cercano a la vez. Hace muchos siglos, en la época de los primeros emperadores, la época en la que el Demonio era
fiel vasallo de Garveloth, los reyes tenían un culto privado.
Existía una antigua orden, dedicada a la veneración de un Dios sumamente poderoso. La Sagrada Orden controlaba
todo en la época en la que la palabra ‘’guerra’’ no existía, junto con los emperadores.
Avariciosos y ambiciosos, los emperadores provocaron que ese Dios cayese en el olvido, y el libro sagrado fue
escondido: Solo aquel emperador carente de avaricia y que no buscase su propio beneficio, sino el de todos, sería el
que fundase de nuevo la Sagrada Orden y reviviría el Dios olvidado.
Ese emperador, sin duda alguna, era Jerek. Quien, inicialmente por su condición de enano, era reticente a creer en
un Dios.
Logró que los guerreros más poderosos de la República se uniesen a su causa. No tardó en cumplir con lo que el
Dios le había pedido: Fundar de nuevo la Sagrada Orden
Así, la Sagrada Orden surgió. Los primeros integrantes fueron, además de Jerek, Halinte, Barinke y Faerjan. Se
instauró una nueva ley en el ejército imperial: Todos los miembros de la Orden jurarán no solo fidelidad al Rey, sino
devoción al Dios que ayudó al Imperio a derrotar finalmente a la República. Todos los soldados de la Sagrada Orden
serán justos, nobles, leales, amables y sobre todo solidarios.
Año 1807 (o 1200 D.bA). De La Sepultura Azul.
Todo está como siempre en Banderbill. Las continuas idas y venidas de soldados, los cientos de visitantes que
observan con interés el mercado, las largas filas de personas fuera de la Cadena de Finanzas Goliath… Todo está
perfectamente, y el Palacio Real tampoco es una excepción. Jerek medita sentado en su trono, protegido por una
escolta personal, esperando quizá la llegada de nuevos ciudadanos deseosos de alistarse a su ejército.
De pronto, un muchacho delgado, con el pelo de color pajizo entra en el Palacio. Parece haber recorrido un largo
camino, dado que su ropa está raída y sucia en algunos puntos.
– ¡Por fin, señor, por fin! Creo que lo hemos hallado. – Dijo.
– ¿Qué cosa han hallado? ¡Habla ya! – Respondió Jerek, inclinándose hacia delante.
– El cuerpo de Arispar, ¡por fin lo hemos encontrado!
– ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¿dónde se encuentra? – Preguntó Jerek, observando desconcertado a su mensajero.
El mensajero respiró varias veces, preguntándose seguramente por dónde empezar. Cuando recobró el aliento,
habló con voz baja, provocando así que me tuviera que acercar para poder tomar constancia en mis pergaminos.
– Sus sospechas eran ciertas, señor. El asqueroso republicano, Ecnath, se llevó su cuerpo con él al matarlo. Ahora
que la ex capital republicana está bajo su mando, hemos podido hacer una búsqueda exhaustiva sin ningún tipo de
contratiempos y, sobre todo, sin tener que escondernos. Pasó una semana, y ¡por fin creo que la hemos hallado! –
dijo, alzando un poco la voz debido a su entusiasmo.
– ¿Por fin? ¿Una semana? ¡Explícate! – Exigió Jerek, quien no dejaba de observar sorprendido al cansado
mensajero.
– Sí señor, resulta que no podemos asegurarnos que sea lo que buscamos hasta que usted realice un rito que
requiere de su pura y única Sangre Real. Las antiguas escrituras que hay sobre ese epitafio por momentos son
ilegibles, pero un anciano y sabio clérigo pudo descifrarlas. Mi señor, le pido disculpas por tardar en darle la noticia,
pero queríamos estar lo suficientemente seguros, y además hemos tenido algunos percances en el viaje desde
Suramei hasta aquí. Creemos que las Hordas del Caos saben a dónde vamos y de dónde venimos, pero no saben lo
que buscamos. Por eso el viaje se ha hecho más largo de lo esperado, pero por suerte le pude entregar el mensaje.
Dos amigos de batalla cayeron frente a mis ojos, y nada pude hacer. Solo seguir y cumplir mi objetivo, servir a mi
Emperador, servirlo a usted.
– Me gusta que así sea, recodaremos por siempre a tus compañeros. Quiero que tú te encargues de comunicarles a
sus respectivos familiares la trágica noticia. Ve ahora mismo, así al anochecer me reúno contigo en el muelle para
partir hacia Suramei. – Dijo Jerek un poco apenado, pero sin poder disimular su entusiasmo por la noticia. El
mensajero asientió pesadamente y luego salió de la sala haciendo una reverencia, seguido de Jerek, que empezó a
correr una vez cruzado el umbral.
– ¡Capitán! ¡Prepare los navíos, partimos cuanto antes hacia Suramei! – Ordenó el emperador una vez llegado al
muelle de Banderbill.
Tres días de viaje estuvimos de camino a Suramei. Al desembarcar, Jerek se tambaleó un poco, parecía cansado.
Un consejero lo ayudó torpemente a mantenerse en pie, mientras él observaba con cara de triunfo la ciudad que
conquistó hace unos años. Tras unos minutos caminando, el mensajero señala una pequeña isla en el centro de la
ciudad, rodeada de una hierba joven, fresca y verde.
– ¿Entonces, ahora qué hacemos? Aquí solo veo pasto ¿Dónde leyó el sabio clérigo sobre el rito que debía realizar?
– Preguntó Jerek, mostrando su inquietud.
– Lo sabe porque en ese fragmento de tierra y pasto, cada vez que alguien quería modificarla lo único que sucedía
eran aparecer ciertas inscripciones escritas en un idioma antiguo; y es aquí donde creemos que puede llegar a
estar, señor. – Responde el mensajero con gran satisfacción. – Uno de nuestros soldados fue alertado de ciertos
sucesos extraños que sucedían cerca de esta zona. Al principio el soldado hizo caso omiso a las denuncias de los
ciudadanos, ya que parecía ilógico. Pero él mismo tuvo la oportunidad de verlo. Desde ese entonces sabemos que
es ahí. Los habitantes de la ciudad querían levantar un monumento en ese sector, pero, al tratar de cavar en la
tierra, sus palas comenzaban a desintegrarse. Algo se esconde en esta isla, señor, y presentimos qué es. – Agrega
el mensajero al ver la cara de incredulidad del emperador.
– ¿Averiguaron algo más? – Preguntó Jerek sin un ápice de sonrisa.
– No, pero ahora que está usted podremos saber mucho más…
– Muy bien, aprovechemos ahora, que es por la noche y la gente duerme. – Contestó firmemente Jerek.
Todos tomamos posiciones. Los soldados se dispersaron por la ciudad, y los magos rodearon la isla. Heme aquí,
ante la pequeña isla, apoyado en la fría pared de esta gran fortificación. De pronto, un viejo clérigo, con una larga
barba se paró frente a Jerek. En medio, un antiguo libro, la espada del emperador, y unos ungüentos flotaban ante
ellos. Los magos murmuraron palabras ininteligibles, mientras, para mi sorpresa, el clérigo se alzó en el aire sin
cuerda que le sostenga. Sus ojos se volvieron hacia dentro de repente, como observando el interior de su cabeza.
Comencé a temer por la vida del emperador, mientras todo empezó a llenarse de una pesada niebla. De pronto, la
espada del emperador surcó la palma de su mano. Cerré los ojos ante tan espantosa visión, mientras escuchaba el
suave sonido de la sangre derramarse en la hierba. Para mi sorpresa, cuando abrí los ojos, me percaté de que el
emperador había dejado de sangrar. Los ungüentos sanaron la herida, y la sangre derramada brillaba con luz
propia. Entrecerrando los ojos y rezando para que el ritual tenga efecto, me acerqué junto a Jerek, y vi que la
sangre se hundió poco a poco en la hierba, formando un rectángulo perfecto. Dentro de él, apareceió el cuerpo de
Arispar.
Su cuerpo yacía reducido a hueso debido a la putrefacción y al ser comido por los gusanos. Todos nos fijamos en un
extraño objeto que titilaba tenuemente en el centro del esqueleto. Jerek, haciendo un último esfuerzo, se agachó y
lo recogió. Sólo pude verlo una fracción de segundo; parecía una lágrima congelada mágicamente. Sin más dilación,
Jerek guardó la Lágrima en su bolsillo.
Un día después de haber llegado a Banderbill, me informaron que. Jerek había citado a sus asesores en un Consejo
Real. Todos se hallaban inquietos, y la expectativa se palpaba en las paredes de Banderbill.
– ¿Por qué has reunido a todo el Consejo Real, señor? – Preguntó un anciano consejero, sentado a la derecha de
Jerek. – Recién llega de su viaje a Suramei, todavía no ha descansado.
– Lo que nos trae aquí es mucho más urgente, no puedo tomarme el descuido de descansar. Necesito que presten
mucha atención. – Dijo seriamente haciendo un minuto de silencio para captar más atención. – Tengo en mi
bolsillo, la famosa Lágrima del Creador.
Todos los ojos se abrieron desmesuradamente al escuchar tales palabras de la boca de una persona tan confiable.
Las miradas apuntaban a la cabecera de la enorme y larga mesa de roble, donde Jerek se encontraba parado junto
a su ceremonial sillón.
– Yo también me sorprendí al verla, creí que era de otra forma. Nunca imaginé a la Lágrima del Creador como un
Hielo Eterno. Pero al parecer, la fuerza del conjuro que logró darle tanto poder al fragmento, hizo que tome esta
forma exótica. – Los ojos de los presentes lentamente se secaron, pues nadie se atrevía a desconcentrarse del
relato – La muerte de Arispar fue un suceso que lo sorprendió seguramente a él también. ¿Cómo morir siendo
inmortal? Revisando ciertos antiguos pergaminos ocultos en las bibliotecas secretas del Palacio de Banderbill,
encontré que se necesita el ataque de alguien u algo más poderoso a la magia que posee el Hielo Eterno, ya que
esta magia difícil es de destruir.
El silencio recorrió la sala. La tensión se palpaba en el ambiente, nadie sabía qué hacer o qué decir. De pronto, uno
de los consejeros, uno con amplia barba y cejas prominentes preguntó:
– Y bien, señor, ¿la piensa tomar ahora o después?
– ¿Tomarla? ¿Qué es lo que dices? La recuperé para que no caiga en manos equivocadas. Creo que ustedes me ven
viejo y cansado. – Respondió el Emperador.
Los asistentes comenzaron a susurrar.
– Y al verme así, no se equivocan. Estoy viejo, cansado y con la muerte esperándome. – Continuó Jerek, esbozando
una leve sonrisa.
– Pero, señor, creo que usted es el indicado para tomarla. Necesitamos de sus conocimientos y su sabiduría para
terminar de establecer la Orden Sagrada. Necesitamos su autoridad. Además no hay heredero al trono. – Suplicó
Faerjan, que se encontraba en el centro izquierdo de la mesa.
El sacerdote de Banderbill se levantó de la mesa. Descubrió sus manos y las muevió suavemente al hablar.
– Mi querido Emperador Jerek, debo decirle, con el respeto que su divina figura se merece, que sencillamente deberá
usted tomar el Hielo Eterno. La destrucción de tal fragmento es casi imposible, si usted lo lleva en su cuerpo
extenderá el plazo para encontrar la forma de eliminarlo de las tierras del Imperium.
Jerek meditó unos instantes lo que le acababa de decir el sacerdote. Buscó algo en su bolsillo, y sacó un pequeño
cofre, mientras el viejo clérigo movía casi imperceptiblemente sus dedos, y pronunciaba unas palabras en voz baja.
El cofre se abrió: dentro relucía triunfal el Hielo Eterno. Jerek cogió la pequeña lágrima y la apretó fuertemente por
encima de su boca, haciendo que caigan pequeñas gotas de agua en ella.
No sucedía nada. Se sentía en el ambiente el escepticismo entre las caras de los asistentes, los cuales se miraban
unos a otros.
Mi señor, ¿notó algún cambio? – Increpó un sencillo enano parado detrás de él.
– Creo que ha funcionado… Me siento más, más vigoroso, joven. ¡Más fuerte! Y hábil. ¡Con ganas de vivir! –
Comunicó Jerek, con una sonrisa esbozada en sus comisuras.
Todos comienzaron a gritar, demostrando su júbilo. ¡Jerek estará siempre con la Sagrada Orden! Sin más
preámbulos, pidió que se organice un torneo en las inmediaciones, para aprovechar el momento y contar lo
sucedido. El pueblo debía enterarse.
¡Que cruenta fue la batalla! Por suerte el torneo ha salido de la mejor manera posible. El Emperador ha logrado
comentar los nuevos sucesos al pueblo y los ánimos de los soldados están por las nubes.
Me ha llegado la noticia, de que Zefirex, esbirro principal del Demonio, ha escuchado con buenos oídos la idea del
torneo que se organizó en Banderbill. Al parecer, se le ocurrió que sería buena idea organizar un torneo caótico,
para derramar sangre frente a su amo, ya que sigue deprimido por las derrotas de las Gemas del Poder.
Lamentablemente, me han informado que ha tenido éxito. El Demonio sonrió frente a tanta carnicería y ahora se
levantó de su siesta.
Año 1808 (o 1201 D.bA). De la publicación de este diario.
¡Qué suerte que pude recuperar mi diario! Unos perversos orcos y un nigromante me lo habían robado hace unos
días. Lloré de dolor y de vergüenza por haber sido tan tonto de haber perdido esta reliquia familiar y mundial.
Marché sin ningún tipo de esperanza hasta Banderbill para poder hablar con Jerek y contarle que mi diario debía
volver a mi, pues aquí están detallados todos los sucesos del mundo, desde el inicio hasta nuestros días.
Jerek supo escucharme y movilizó a sus tropas hacia el fuerte orco, lugar donde fue encontrado mi diario. Pero al
llegar al lugar, el nigromante ladrón invocó feroces criaturas que diezmaron nuestras tropas. Zefirex también
movilizó a las Hordas y el resultado fue una batalla campal. Pero la astucia de Jerek y la valentía de nuestros
soldados se impusieron en el campo de batalla. Logramos penetrar en el Fuerte y Kaeldor, un soldado Imperial,
arrebató el libro de las entrañas mismas del lugar.
Ahora me encuentro aquí, en la biblioteca escribiendo éstas líneas. El Emperador, Jerek, me propuso dejarlo aquí,
bajo la protección de las murallas y de Blash, el anciano bibliotecario. Yo personalmente me encargaré de ir
escribiendo en él para conservar la memoria de nuestro pueblo. ¡Que viva el Imperio!
Año 1808 (o 1201 d.bA). Del escape de Ottherius.
El aire, a pesar de fresco, trae noticias abrumadoras y escalofriantes. El Libro Sagrado ha sido robado, y para colmo,
la desaparición de Ottherius hacen de este anciano el principal culpable del robo. La movilización de la Sagrada
Orden por parte de Jerek ha sido presurosa, y cientos de soldados han comenzado a buscar a Ottherius por todo
Banderbill.
ZefireX se ha enterado de la desaparición de Ottherius. Sospechamos que planea capturar a Ottherius, como
hicieron hace muchos años, para sonsacarle información.
¡Un grito ha sacudido los muros de la ciudad! Jerek corre presuroso a traves de Banderbill Central, reuniendo a los
soldados que encuentra por el camino. Fuera de la Ciudad espera una hueste de soldados desconcertados, que
sigue a su Emperador sin pensarlo siquiera. Minutos más tarde, y tras una presurosa carrera a través de las
cercanías de Banderbill, en un lugar al que los ciudadanos llamaban el Lago Sagrado, las tropas de Jerek se topan
con ZefireX y sus huestes. No tardaron ni diez segundos en lanzarse al ataque. Ottherius huye presuroso de un
lado a otro, diciendo cosas sin sentido y blasfemando.
En un principio, y debido al factor sorpresa, las huestes de ZefireX fueron asesinando soldados de las filas
imperiales, mostrando la verdadera ira por la cual se distingue a estos guerreros. Sin embargo, la táctica supera a
la fuerza, y las tropas de Jerek logran dar un giro a la balanza. Horas más tarde, ZefireX se retira, abatido.
Ottherius sigue blasfemando. Sin embargo, el cansancio de tantas horas huyendo sin parar, hace mella en él, y no
tarda en ser capturado por los soldados de la Sagrada Orden. Jerek decidió conducirlo al palacio, donde fue
interrogado.
Varios minutos duró el interrogatorio. Cientos de soldados se agolpaban ante Jerek y Ottherius, tal vez para
intimidar a este último y conseguir que hablase. Viendo la insistencia de Jerek, Ottherius decide contárselo todo.
¿Cual será esta información? La intriga habita en mi corazón como un fuego creciente, así que he decidido seguir a
Jerek y a Ottherius a los Aposentos del Emperador.
Ottherius> Muy bien Jerek, ya no sirve fingir más mi demencia. Creo que ya llegó la hora. Ya estás listo para que te
cuente lo que sé del libro y otras cosas más…
Jerek> Muy bien, adelante Ottherius, veo que todo lo de la locura era una pantalla.
Ottherius> Así es, pues estoy más cuerdo que nunca.
Jerek> Cuéntame sobre el libro…
Ottherius> Hace muchos años, Lanther, hija de Bhargaras VI, primer Emperador de Banderbill y fundador de la
misma, se marchó de la ciudad junto a un pequeño grupo selecto. Este grupo se llamó la «Orden Secreta» y
solamente partieron con el cofre de Bhargaras II pero nadie sabía su contenido. Pues bien, el contenido de este
cofre era el Libro Sagrado, también conocido como Libro Antiguo. En este libro, entre algunas de las cosas que se
descubrieron, se encontró un poderoso hechizo que otorgaba la vida eterna. Lanther fue la primera en probar este
hechizo, por medio de un ritual que requería a la persona que adquiriría la vida eterna y una ofrenda voluntaria de
sangre del verdadero descendiente de Bhargaras II. Este poderoso hechizo, solamente podría ser lanzado sobre
una persona elegida por el descendiente real, pero que no sea él mismo. Así fue que, año tras año, con casi cada
hijo que tuvieron los descendientes de Bharagaras II, se unía un nuevo integrante a la Orden que poseía la vida
eterna.
Jerek> Pero… ¿cuál era el fin de esta Orden?
Ottherius> Detrás de cada acción del Emperador, detrás de cada cosa descubierta, destrás de cada plan, allí es
donde estaba la Orden. Siempre sirviendo al Imperio y al Emperador. Es por este motivo que ningún Emperador se
negó a hacernos la ofrenda de sangre, pues los ayudabamos desde la clandestinidad.
Jerek> Entiendo, ¿y qué pasó con la Orden?
Ottherius> Pues bien, de la orden yo soy el único sobreviviente, aunque todavía no pude entender por qué. Resulta
que por años todos marchó bien, pero luego llegó Astragal, descendiente directo de Bhargaras II. Con Astragal
ocurrió un problema que la Orden no pudo preveer: no tuvo descendientes, ni hermanos y su padre también era
hijo único. Este problema fue muy difícil de solucionar, ya que la Orden no podía rastrear a algún descendiente con
sangre real. Así fue que hemos probado el ritual con varias personas, pero nos dimos cuenta que a la persona con
la que lo probábamos, si no era de sangre real, se hacía el efecto inverso y morían al cabo de unos pocos años.
Hasta que un día apareció Arispar. Nadie sabe cómo ni por qué, pero él conocía los movimientos y los
conocimientos de la orden y estaba enterado de esta situación. Al parecer rastreó a alguien de sangre Real y nos
exigió que probáramos el efecto en él. Nos pareció justo y lo probamos y, para nuestra sorpresa, dio resultado. Así
Arispar adquirió la vida eterna y no por la lágrima del creador, como les hizo creer a todos después para cubrir la
pantalla de la Orden.
Jerek> ¿Y por qué no quizo gobernar el descendiente que llevó Arispar?
Ottherius> Parece que no quería responsabilidades, ya que era un hombre con dinero y que vivía cómodamente.,
así que le cedió el puesto a Arispar, cosa que no pudimos objetar.
Jerek> ¿Y entonces, qué pasó?
Ottherius> Pues bien, Arispar murió y este hombre no tenía descendientes, pero luego nos enteramos de algo muy
valioso: al parecer, Baeldor, hijo del Sexto, era el sobrino de este hombre. Arispar había tenido un hijo con la
hermana del hombre, por lo que esto transformaba a Baeldor en descendiente de Bhargaras II. Fue una estupidez
de nuestra parte, nunca considerar a las hijas descendientes de Bhargaras VI, ya que esto nos hubiera ahorrado
varios problemas. Entonces, sin dudarlo, Verawell se le presentó a Baeldor una noche. Pero ocurrió la desgracia:
Baeldor se negó a formar parte de la Orden y no dejó que le explicáramos nada. La Orden siguió con su trabajo,
pero algo que todavía hoy no entiendo sucedió: al morir Baeldor y no dejar descendientes, todos los miembros de la
Orden desaparecieron. La única explicación que pude sacar, es que se murieron todos los descendientes de
Bhargaras II. Esto lo pude confirmar, ya que una vez que desaparecieron todos, fui en busca del Libro Sagrado,
pero no lo pude hallar. Nosotros sabíamos que al terminar una cadena de la misma sangre real, el Libro
desaparecería y luego volvería a aparecer a aquél Emperador que tenga las mismas intenciones que Bhargaras II.
Así entonces, llegamos hasta acá, Jerek, que fundaste la Sagrada Orden.
Jerek> Entonces, ¿mi sangre ahora es la Real y la de Bhargaras desapareció?
Ottherius> Exactamente y, si te enseño el hechizo, podrías darle la vida eterna a alguien.
Jerek> ¿Aún quedan cosas por averiguar de este Libro?
Ottherius> Muchísimas, pues no descubrimos ni la mitad.
Jerek> Muy bien, gracias por tu información Ottherius. Esta es una desición que debo pensar tranquilamente.
Pronto tendrás noticias mias.
Año 1808 (o 1201 d.bA). Del resurgimiento del Consejo y la aparición de La Sombra.
La Orden Sagrada ha sido convocada al palacio por Faerjan. Todos tienen preguntas pero ninguna respuesta. Al
entrar al palacio lo primero a la vista eran las flores y cuatro alfombras rojas, al parecer era una ceremonia de
coronación. El silencio invadió el palacio y Jerek convoco a cuatro soldados de la Orden Sagrada para convertirlos en
el consejo del Imperio. Hace mucho tiempo que no había un consejo. Esto traerá un nuevo orden al imperio. Estos
cuatro hombres que tienen el honor de ser el nuevo consejo son Misato, una elfa de los bosques, Okita, un elfo
drow, Nahyrez, un humano, y Minori, una gnoma. De golpe la ceremonia fue interrumpida por las campanas, Nix e
Illiandor estaban siendo invadidas por numerosas y fuertes criaturas. El Emperador Jerek decidió dividir el ejercito
en dos y mandar uno a cada ciudad.
En Nix inmensas oleadas de temibles criaturas invadían la ciudad pero no fueron lo suficiente fuertes para derrotar
a la Orden Sagrada. Lo que sorprendió al Imperio entero fue que esta invasión no había sido llevada acabo por los
caóticos, lo que creaba inmensas preguntas y miedos en las mentes de cada soldado, ciudadano y de los
gobernantes imperiales. Al parecer, y según los rumores, este nuevo ser también ha atacado Orac. Nunca había
sucedido que alguien atacase al Imperio y a los caóticos simultáneamente. A este nuevo ser que nadie conoce se lo
llama la «Sombra». El imperio está alerta por si un nuevo ataque vuelve a ocurrir ya que este misterioso ser ha
prometido que volverá.
Año 1808 (o 1201 d.bA). Del nombramiento del Comité Infernal y el secreto de la Tumba de Templario.
Lo que hace unos días se había suspendido, hoy estaba marchando en las profundidades del infierno. Tres
miembros del Comité de las Tinieblas estaban por ser elegidos, y rara vez Mhorkvel diferenciaba una rata de su
ejército entre las demás.
Mientras tanto, en Banderbill, Jerek y Ephros discutían lo que se sabía sobre Templario, mientras el ejército
descansaba esperando las órdenes de emperador.
-¡Ya es hora, abran un portal a Illiandor! Exclamó Jerek y el ejército se movilizó con agilidad.
En Illiandor, luego de unos instantes el ejército formo filas y partieron hacia los senderos del este, en busca de
más información sobre Templario, pero no sabían el destino con el que se toparían.
-¡Allí están! ¡Mátenlos a todos! Ordenó Uldrok a la horda caótica.
-¡Caóticos a la vista! ¡A las armas!- Dijo Jerek mientras cabalgaban rápidamente hacia el enemigo.
En esos instantes una sangrienta batalla se desató, en la que los caóticos se vieron derrotados y comenzaron a
escapar, mientras que la Sagrada Orden casi no sufrió bajas.
Rápidamente el ejército azul se reagrupó y marcharon hasta la tumba de Templario. Realizaron un rastrillaje y no
encontraron nada, pero en ese instante la segunda oleada caótica se acerco por el sur, saliendo del antiguo Fuerte
Libertad y matando a aquellos imperiales que estaban dispersos por el lugar. Una nueva batalla se inició y
nuevamente la Orden derrotó a las Fuerzas Caóticas en cuestión de segundos.
Unos momentos después, Jerek levantó un papel y ordenó la retirada del ejército, su misión había sido cumplida.
Corriendo, llegó un mensajero:
-¡Señor, las ciudades de Banderbill y Nix están siendo atacadas, y hay rumores de que Orac también! ¡Debemos
movilizar el ejército!
-¡Ya han escuchado! Dividan al ejército, Misato y Minori a Nix, Nahyrez y Aurum a Banderbill.
Al llegar a las ciudades estaban en llamas, cientos y cientos de criaturas estaban asediando las ciudades. Por más
que el ejército había llegado se tardó horas en expulsar esos inmundos seres de las ciudades, la sombra había
atacado nuevamente.
Una vez finalizadas las invasiones, se abrió la biblioteca y se llamó a todo imperial capaz de descifrar el acertijo de
aquel papel que había encontrado Jerek. Solo unas horas demoró un gnomo de la Orden, llamado Jeq, en descifrar
el mensaje.
“Las cuatro gloriosas espadas elementales reunidas la victoria te darán. Dos fueron custodiadas por antiguos
emperadores y otras dos por antiguos soberanos republicanos”
Una nueva búsqueda ha de iniciarse…
Año 1808 (o 1201 d.bA). Del descubrimiento de la Espada de Tierra.
Las noticias recorrían el Palacio Real y todo el Imperio, aquel enigmático pergamino con información sobre las
espadas elementales, las cuales fueron custodiadas por dos Emperadores del Imperio y dos soberanos de la
República. Pero no solo nuestro emperador estaba informado sobre la localización de la primera espada: La espada
de tierra. Uno de los muchos cuervos de ZefireX, sobrevolaba la capital Imperial.
Con dicha información obtenida, no dudó ni un segundo en traer del más allá, al antiguo emperador: Arispar.
Juntos emprendieron la marcha, junto a su vil ejercito y con los recién nombrados miembros de la Secta Infernal:
Fyree, Amael Etiarc, Zhakrius y Gudzen. Yo estaba junto a mis demás colegas en la armería, en el Palacio Real,
esperando las órdenes de mi señor. No duró mucho el discurso de nuestro emperador, y decidimos junto al gran
ejército de la Sagrada Orden salir del palacio, para ir en búsqueda de la primera espada elemental.
La gente estaba impresionada por el pasar de nosotros. No obstante, los cazadores que vigilaban fervientemente la
puerta a la gran ciudad dieron la alarma de avistamiento del ejército rojo. Movilizándonos, emprendimos la batalla
contra el enemigo, quien sucumbió como en anteriores batallas. Los pocos guerreros del ejército de Mhorkvel,
decidieron dar la retirada hacia los bosques.
Pensamos que teníamos ganada la batalla, pero no fue así. El cielo se cubrió de una gran cantidad de nubes, la
lluvia caía sobre nuestros cascos y gorros, los rayos se escuchaban incluso a kilómetros de nosotros. Pero luego,
ocurrió lo inevitable: El ejército de las Hordas del Caos, reapareció, con más en sus filas, y mis ojos no podían creer
lo que veía: Se trataba de nuestro antiguo Emperador, Arispar, portando la armadura oscura de Mhorkvel.
Nuestras fuerzas, empezaron a ser diezmadas por el clima y la furia de aquellos guerreros malditos. En medio de la
batalla, uno de nuestros soldados logro ver la espada de tierra, sin dudarlo la tomó. Tratando de llevarla a Jerek,
aunque no pudo lograrlo. Uno de los viles hombres de Mhorkvel, asesinó a nuestro valiente mago, tomó de sus
restos la espada, la cual decidió entregarla a su vil comandante.
Las fuerzas del Caos lo habían logrado, derrotaron después de mucho tiempo al valiente ejército de Jerek. Pero no
todo termino ahí: Los miembros del Consejo Aurum y Minori, informaron a nuestro emperador que la Sombra
volvió, y esta vez, destruyó el mítico Escudo de Astragal, del cual se dice que las fuerzas del Caos nunca podrían
atacar la ciudad que lo obtuviera. Desapareciendo de la nada, la Sombra decidió dejar algo: Hordas de criaturas, de
los lugares más alejados del continente de Imperium, que sin dudarlo invadieron Nix y la capital Imperial. Jerek
decidió junto con Faerjan movilizar sus fuerzas y llevarlas en grupos para detener el ataque a las ciudades. Yo
decidí ir a la capital a defender a los ciudadanos indefensos. Las criaturas, enloquecidas, destrozaban todo lo que
estuviera a la alcance de su vista. Pero de entre todas ellas, ninguna podía superar la ira desatada por el Rey
Dragón. Aquel ser con alas, devoraba y mataba a todo el que estuviese en su camino. Fui a encarar a dicho
monstruo, y terminar con su locura. Pasaron horas de intensa batalla en Banderbill y Nix, se logro tener la paz,
pero a un gran precio: Las casas destruidas, la vida de varios inocentes y por sobre todo, la destrucción del Escudo
de Astragal. Esta noche que jamás olvidaré debido a ver que nuestro ejercito fracasó en su misión de obtener la
espada, siendo la primera gran derrota de la Sagrada Orden en este tiempo.
Año 1808 (o 1201 d.bA). Del descubrimiento de la Espada de Agua.
El nuevo acertijo había sido descifrado en Banderbill, mientras que en el infierno, Mhorkvel utilizó el pergamino de
las Almas Caídas para revivir a Baeldor.
“La espada yace en las heladas ruinas de Tiama”
Esa era el acertijo, el ejército imperial se reagrupó en Banderbill y partieron rápidamente hacia Annkor. Mhorkvel
ordenó a Baeldor traerle la espada, este se negó, pero de nada sirvió, era totalmente vulnerable a su manipulación.
Una vez allí, la Sagrada Orden se adentró por los puentes, atravesando los lagos helados. Se toparon con dos
hechiceros de agua en la entrada al fuerte, al parecer, eran protectores de la espada. Mientras los imperiales
intentaban expulsar a los hechiceros, las Hordas atacaron por detrás. Ingresaron por el puente, liderados por
Baeldor, Vann Dak y Zefirex.
La batalla comenzó, las vanguardias caían inertes del puente sobre la nieve. La Sagrada Orden se dividió en dos,
unos atacaban a los caóticos mientras los demás intentaban acabar con los hechiceros. El Imperio dominó el
puente y el segundo ejército avanzó al sur, donde una nueva batalla contra el caos se desató. El peor error de la
Orden fue dejar los puentes libres, un puñado de caóticos cruzó el puente y aniquilaron al ejército que estaba
luchando contra los hechiceros. La magia que protegía el lugar ya no estaba, los caóticos ingresaron y se hicieron
con la espada.
Corrió hacia Baeldor el bardo que poseía la espada ansioso por recibir su recompensa. La batalla terminó. Los
comandantes caóticos ordenaron la retirada, yéndose así victoriosos.
La nueva espada estaba ahora en manos de los caóticos. Ya eran dos espadas las encontradas, y las dos estaban
en manos de Mhorkvel.
Una vez que los caóticos se retiraron, las campanas de Banderbill, Nix y el cuerno de Orac comenzaron a sonar. La
sombra atacó nuevamente, esta vez fue una terrible destrucción: Las tres ciudades estaban en llamas. La
biblioteca y el Gran Consejo de Banderbill fueron demolidos por la enorme cantidad de criaturas. Una vez más
fueron expulsadas las bestias, pero está vez habían causado destrozos mayores.
Mhorkvel envió a Baeldor nuevamente al infierno, dio un latigazo al fuego y este desapareció. Baeldor había vuelto a
la muerte.
Los altos mandos imperiales estaban desesperados: cada vez estaban más lejos de conseguir las cuatro espadas.
Sus ciudades estaban destruidas, pero aún así seguían preguntándose el paradero de la próxima espada. No podían
tolerarse más estas invasiones, destruir el Escudo de Astragal fue la peor decisión de la sombra.
Año 1808 (o 1201 d.bA). De la espada de Aire, la resurrección de Lathval y la reaparición de la Sombra.
El primer secreto del rollo ha sido develado, una carta destinada a Dharian:
General Dharian:
Tu idea me pareció brillante. Tienes razón, necesitamos mirar y pensar en el futuro. Nuestra causa es justa y
vamos bien encaminados hacia la victoria definitiva, pero me temo que estás en lo cierto al pensar en que las
cosas no podrían salir como esperábamos.
Si necesitásemos una escapatoria definitiva, las cisternas nos podrán proporcionar una huída rápida y silenciosa.
Pronto estarán finalizadas las obras.
Pero, el verdadero motivo por el que te escribo, es por la espada Polobolger. La misma ha sufrido una despartición,
y ahora me encuentro con cuatro espadas en vez de una. No se bien qué ocurrió, pero, ante cualquier emergencia,
he mandado a esconder las espadas. Una a nuestro gran comandante exiliado, otra en nuestra máxima fortaleza,
otra la envío con esta carta para que escojas un lugar, y la cuarta me la quedaré para luchar.
Espero que las cosas sigan bien en Illiandor, y si necesitas algo más, ya pronto podremos utilizar nuestro camino
secreto.
Atte, comandante Lathval.
Jerek se había vuelto enemigo del sueño, no podía aclarar ninguna de sus dudas. Fue en busca de Halinte Ganre
para conseguir respuestas, le mostró la carta y llegaron a la conclusión de que la espada Polobolger eran las
famosas cuatro espadas elementales. La carta hablaba sobre el escondite de una nueva espada, el Fuerte Libertad.
No pudieron evitarlo, todo fue escuchado por un espía.
Con la huída del cuervo negro, Jerek no quiso perder más tiempo, sabía que ese cuervo no era más que un espía
caótico y se lamentó por no haberse dado cuenta. Ordenó a Halinte que despierte a Blash, y que hiciera sonar las
campanas de emergencia. Todos los soldados debían reunirse en el palacio urgentemente.
El vuelo del cuervo fue veloz, por más herida que le causo Jerek, al cabo de unos minutos aterrizó a los pies de
Zefirex y le comunicó todo lo que había escuchado. Sin dudarlo, Zefirex hizo sonar los cuernos de Orac y reunió
gran parte del ejército.
Sin dudarlo un momento, el Demonio tomó el pergamino de las almas caídas y hizo aparecer a Lathval frente a él.
Para desgracia del Imperio, las Hordas del Caos bajo la comandancia de Lathval llegaron al fuerte antes que
nosotros.
Sin esperar más, Jerek dio aviso y el ejército azul cruzó un portal, apareciendo en los senderos del este. Los
imperiales rápidamente rodearon el fuerte, que se encontraba asediado por un campo de fuerza creado por la
Espada de Aire sumado a una numerable cantidad de yetis y medusas. Subiendo las escaleras del oeste, logró
penetrar al fuerte la Sagrada Orden. Una nueva batalla se había desatado. No eran muchos los soldados de ambos
bandos, pues poco tiempo de aviso se le dio cada facción para poder partir en busca de la espada.
Victoria de la Sagrada Orden. Comenzamos a expulsar a las criaturas cuando una nueva horda caótica nos atacó.
Un golpe me dejó inconciente y no recuerdo que pasó, solo se que desperté cuando los caóticos habían sido
derrotados por segunda vez. Cada vez eran menos los yetis que quedaban. Una nueva oleada caótica nos azotó por
el sur, estaban escondidos en el bosque muerto. En ese momento cayó al piso el último yeti. Las puertas
interiores del fuerte se abrieron y grupos de soldados no dudaron en entrar al mismo, encontrándose con una
masiva pared de portales, y a su vez con otra después, y otra… ¡Parecía interminable!
La astucia de un elfo llamado Zery se hizo notar cuando cruzando el laberinto de portales, tomó la espada, creó un
portal y escapó hacia Banderbill. -¡Victoria! El grito se escuchaba en el fuerte, acabamos con los caóticos que
escapaban y nos retiramos a Nix, la sombra había vuelto a atacar.
Las milicias urbanas ya habían sofocado la invasión y el regreso del ejército fue un golpe de gracia. En tan solo
minutos ya habían sido expulsadas las criaturas.
En Orac, la sombra también había atacado y el Demonio ordenó a Lathval que se encargara de las bestias. Cuando
la última criatura cayó, el coraje de Lathval no era suficiente para enfrentar al Demonio luego de esa derrota. Pero
no tenía otra alternativa. Lathval, el restaurador, había vuelto a la muerte.
En todo el mundo una gruesa voz se escuchó, era la sombra:
-¡Ja! Patéticos mortales… para destruirme necesitarán la cuarta espada. ¡La espada que tengo yo! Así es… yo soy
Ecnath.
La incertidumbre invadió las mentes de todos. ¿Ecnath? ¿Dónde está Ottherius? ¿Cómo conseguiremos la espada?
No había indicios de nada.
Año 1808 (o 1201 d.bA). De la derrota de la Sagrada Orden y la obtención de la Espada de Aire por las
Hordas del Caos.
Había salido a los senderos de Nix y ya se podía presenciar cierto revuelo. Muchos ciudadanos caminaban a paso
aligerado, algunos cargaban duros y pesados escudos, otros afilaban sus armas, causando un ligero sonido
metálico.
De repente un muchachito, que vestía apenas unos estropeados y sucios ropajes, me da una nota de Okita, que
apenas contenía unas dos líneas de texto.
“Debes venir urgentemente al palacio real, estamos debatiendo las estrategias que tomaremos en el campo de
batalla, Nahyrez y Jerek estarán ultimando los detalles”.
Había llegado a la gran sala y podía ver una cantidad de ciudadanos dispuestos a dar su vida, incluso sin poseer
experiencia en combate alguna. En seguida tomé asiento, y la discusión se tornaba confusa. Muchas voces
participaban al mismo tiempo y era difícil ponerse de acuerdo en algo concreto. Pero de repente, entró casi sin
saludar a las apuradas, Jerek. Él estaba preocupado; debíamos defender aquel recinto donde protegeríamos la única
espada que habíamos obtenido gracias a los esfuerzos de las grandes figuras de guerra que nuestro imperio poseía.
Las instrucciones de Jerek fueron precisas. Primero defenderíamos la llegada de las hordas del caos, para luego dar
el contragolpe y poderles arrebatar las espadas que estaban bajo su poder. También propuso una formación nueva,
donde se apreciaban los conocimientos que el emperador poseía en combate.
Yo formé parte de los que defendíamos las puertas de aquel palacio, y tras la llegada de Faerjan, nos unimos en
una formación en línea (donde cada compañero peleaba hombro a hombro con el otro) constituyendo así una pared
de soldados tan unida y fuerte como no la había visto nunca antes.
Las hordas del caos no se tomaron mucho tiempo en atacar, y al poco tiempo, nos encontrábamos combatiendo
contra esos fríos y sanguinarios guerreros. Tres veces logramos evitar la llegada de estas oleadas de ataques. Pero
tras cada ataque que realizaban ellos, nuestro ejército se dispersaba más y debilitaba.
Es así cuando, sorprendentemente, Jerek sobresale de las líneas de defensores del imperio, y llama al grupo de
atacantes, para dar el contragolpe, como estaba previsto.
Nuestros grandes guerreros lo siguieron, y tras él, se dirigieron a Orac. Rumores llegaban a gran velocidad de que
la guerra allí nos daba numerosas bajas, y nuestros guerreros no llegarían a conseguir la espada. Pero así también,
otros rumores hablaban de que los pertenecientes a la sagrada orden resistían los golpes y estaban apoderándose
de Orac, dando muerte a muchos de los que esperaban rabiosos, en el infierno.
Con la defensa debilitada y un sin refuerzos, ya que nuestros máximos guerreros se encontraban combatiendo en
Orac, otra oleada de guerreros llegó. Fue el golpe fatal, pude apreciar como nuestras filas caían rápidamente y ya no
había más que hacer. Algunos guerreros de las numerosas huestes caóticas ingresaban sin mayor dificultad, y es
así como Lahia, un fuerte clérigo guiado por el demonio, tomó la única espada que poseíamos y había costado tanto
en obtenerla.
Ahora sólo espero que nuestros guerreros y los que hemos caído podamos recuperarnos para alzar el pecho de
nuevo, y pararnos en combate como lo hemos hecho, sin temerle al fracaso, ni a la pérdida.
Año 1809 (O 1202 D.bA). Del descubrimiento de la Gema de Luran y la resurrección de Blash.
El cantar de las cornetas imperiales resonaba por toda ciudad y todo oído. Una noticia recorría las tierras, y era
tanto satisfactoria como terrible. Un grupo de soldados había encontrado un yacimiento. Pero éste no era un
yacimiento común… La gema conocida como «Luran», estaba allí, reluciendo en medio de la caverna del dragón, en
la tundra cristal.
Y las cornetas cantaban y re-cantaban su mensaje, Jerek solicitaba a todo su ejército, tanto soldados como
ciudadanos, para obtener esa gema. Y de esta manera, el Imperio se movilizó hasta el palacio, y se postró frente a
su líder.
Jerek> ¡Hombres y mujeres del Imperio! ¡Debemos obtener esa gema antes que el caos!
La voz del hombre acalló a todo ser que habitaba en su palacio, y el eco de su palabra acalló también a las cornetas.
Jerek> Marcharemos hacia la Tundra Cristal y, en sus profundidades, buscaremos esa gema.
Para esta altura, ligeros murmullos se escuchaban entre la multitud. Pero fueron nuevamente acallados por la voz
del enano.
Jerek> ¡Hombres, mujeres! Mhorkvell ha traído a Blash devuelta a este plano.
El murmullo era ahora insoportable.
Jerek> Pero le rinde culto al Demonio…
Ciudadano> ¿B…Blash? N…No…
Jerek> Necesitamos esa gema. Ahora… ¡A conseguirla! ¡Por el Imperio!
Pueblo> ¡Por Blash!
Y todos, ciudadanos, soldados, emperadores, bibliotecarios, todos, marcharon hacia la cueva.
Allí dentro, las Hordas del caos los esperaban con los dientes y las espadas afiladas, listos para pelear. Y así fue,
como horas y horas, la tundra presenció una lucha interminable. Hasta que Jerek, con ánimos de conseguir la
gema e irse, pronunció la orden de avanzar…
Entonces, por los fríos pasillos de la cueva, el Imperio vio a su peor amenaza. No era una avanzada, no era una
división, las Hordas del caos enteras se encontraban en la cueva. Y lo que antes parecía una batalla pareja, era
ahora un sueño distante.
La lucha duró no más de unas horas, cuando la superioridad numérica del caos venció al fin. Y con esta derrota, la
única expresión vista en las caras de los ciudadanos, soldados, emperadores y bibliotecarios, en las caras de todos,
era de resignación y derrota. Pero no era el fin.
El portal por donde el ejército de Jerek había vuelto, trajo consigo a un millar de criaturas gélidas hacia Nix. Y el
Imperio debió volver a pelear.
Mientras tanto, en la cueva del dragón, la criatura que da nombre al lugar se hizo presente. Imponente y poderoso,
el dragón se mostró ante las Hordas.
Mhorkvel> ¡Matad al dragón! ¡Conseguid la Gema de Luran!
Las criaturas que asolaban Nix finalmente cayeron, al igual que el dragón, quien dejó entrever la entrada a un
antiguo templo olvidado. Ahora, las horas pasaban como águilas en el cielo, y fue un humilde soldado del caos
quien finalmente la encontró. La Gema
de Luran, capaz de romper el más fuerte lazo con el Demonio, arribó a Orac.
El Imperio se reunió en el Palacio Real, esperando las órdenes de su emperador. Mhorkvel, Blash, y las Hordas se
reunieron en la capital del caos.
La Gema de Luran brilló cual sol, y atravesó la ciudad, en busca de un cuerpo corrompido. Y fue en Orac donde la
Gema tocó a Blash, quien con un destello de luz, desapareció.
Jerek> Hemos perdido la Gema… Hoy… Hoy es un día triste para el Imperio.
Blash> ¿Triste? ¿Qué hay de mí?
Jerek> ¿Pero qué…?
Pueblo> ¡Blash!
Y no hubo persona imperial que no derramara una lágrima. Y no hubo ciudad de Jerek donde no se festejara. Blash,
fiel como siempre, estaba de vuelta. Y el Imperio, que tanto había llorado, renovado.
Año 1809 (1202 D.bA). Del hallazgo del pergamino misterioso.
El pergamino se encontraba en el desierto de Rinkel todavía, y debía ser recuperado cuanto antes. El Imperio
llevaba la delantera, pero las Hordas del Caos no se quedarían atrás.
Poco tardó Athlas en llegar a Rinkel, donde su ejercito aguardaba, esperando partir hacia la búsqueda, sabiendo que
se encontrarían con el enemigo.
Athlas> ¡Inútiles! Permitieron que el imperio se enterase de esto ahora deberán conseguir el pergamino o pagarán
con sus miserables vidas!
Mientras tanto, en la ciudad mas al norte, Banderbill, el Emperador Jerek preparaba sus soldados para partir hacia
el desierto de Rinkel.
Jerek> La búsqueda no será nada fácil, pero podría ser la solución a los constantes ataques. Prepárense soldados,
hoy volveremos a escribir una pagina en la historia de nuestro imperio
Mientras Jerek seguía dando un discurso alentador para los soldados, Athlas dio la orden y salieron al extenso
desierto de Rinkel en busca del pergamino
Athlas> Ellos ya lo saben, debemos ser ágiles y encontrarlo antes ¡Seguidme!
Para desgracia del Elfo, los caóticos no encontraban nada. Pero todo fue peor cuando cayó sobre la caliente arena
por unos segundos. Badir lo ayudó a ponerse de pie y notó que sus ojos tenían un extraño color rojo..
Esto significaba que el esbirro del Demonio estaba teniendo una visión, en la que vio como un mago humano corría
con el trozo faltante del pergamino tomando el sendero hacía Ullathorpe.
Raudamente subió a su unicornio y gritó:
Athlas>¡Lo han robado!¡Corran malditos, corran a Ullathorpe!
Pero para peor de las hordas, el Imperio, el cual les ganaban en numero, los había divisado a lo lejos y comenzó la
persecución. A poca distancia de Ullathorpe, los portadores de la muerte lograron interceptar al ladrón el cual, fue
tomado de los brazos por Athlas, dejando ver el pergamino que llevaba consigo cuando de repente se escuchó un
grito a lo lejos.
Jerek> ¡Allí están! ¡Ese humano tiene el pergamino!-Dijo Jerek mientras se aproximaban por el oriente.-¡Aniquilad
a los caóticos! ¡Proteged al renegado! ¡Es una orden! ¡Vamos!
Athlas>¡No! ¡Matad a esas escorias y asegurad al ladrón!
Esa lucha fue de no más de 30 minutos, pero para los guerreros parecieron horas. Cuando el imperio aniquilo a los
caóticos, Athlas los reunió en Rinkel para dar un ultimo golpe, con las ultimas fuerzas restantes que le quedaban a
los guerreros devastados, pero no lograron vencer al imperio.
Athlas>¡Retiraos, nos ganan en numero, volveremos al Infierno con las manos vacías!
Y fue entonces que las ratas caóticas desaparecieron y se dirigieron al infierno, para explicarle al demonio y rezando
a todo dios habido y por haber por que el Emir Caótico no los matase.
Mhorkvel>¡Idiotas! ¡ Inútiles! ¡Lacayos estúpidos! ¡Badulaques! – Y un sinfín de cosas más que ningún humano
hubiera imaginado que existiesen.-Pero alguien debe pagar la estupidez de todos ustedes..
Athlas>Mi señor, asumo toda la responsabilidad por los hechos ocurrentes..-Dijo el Elfo pelirrojo mientras se
arrodillaba ante el.
Mhorkvel> No… tu no… todavía me sirves… -Ahora dirigiéndose a un soldado con su espada impecable-¿Por qué tu
espada no tiene sangre Imperial?
Soldado>No porque..-Fue entonces cuando con sus alargadas y filosas garras lo atravesaron de lado a lado,
quitándole la vida al instante.
Mhorkvel>¡Que eso sea una prueba de lo que le pasa a los cobardes!
Mientras tanto, en el palacio de Banderbill:
Jerek saca un trozo de pergamino y dice:
Jerek>¡Es este! Ahora mismo será descifrado, no hay tiempo que perder, felicitaciones a los valientes guerreros
que dieron la vida por esta misión.-Dijo hacía sus guerreros y acto seguido le entregó el trozo a Falanthir, quien se
encontraba a su lado.
[Anexo 1] De la historia del Inframundo.
I
La tormenta se avecina (Año 1781 Ab.A)
Aquella noche en la ciudad de Kerthon había más que mero frio. Se estaba preparando una conspiración contra el
amo de todas esas tierras. Voces provenían de un callejón. La forma y el tono de la conversación, especialmente a
esas horas de la noche, no eran para nada inocentes.
-La he visto con mis propios ojos, en el Templo -Decía una gran figura humanoide. Su piel era rojiza; su rostro
denotaba la más pura maldad, pero todos sus acompañantes no parecían notarlo; amplios cuernos brotaban de su
rente; alas le colgaban de los hombros; y sus músculos se hacían notar con facilidad-. El poder que de ella emana
es increíble, ¡incomparable!
Lo escuchaba una pequeña multitud. Todos eran de razas muy distintas, pero los unía un interés común. Y el que
hablaba lo sabía muy bien.
-Les garantizo -Siguió con el discurso- que, si lo conseguimos, ese poder será de todos, ¡no solo de él!
Los ojos de varios de los allí presentes brillaron en ese instante. Algunos se relamieron o lanzaron una pequeña
exclamación. Pero todos siguieron oyendo atentamente.
-Y les recuerdo, nuevamente, que no es imposible de lograr -Los miró uno por uno-. Sin embargo, la ayuda de
ustedes y de su gente es necesaria. Aquí, en Kerthon, la mayoría ya se ha dado cuenta de la verdad: la
muchedumbre me apoya. Es un excelente punto de partida, y un éxito asegurado. Pero el territorio a dominar es
mucho mayor. Se necesitaran más soldados de los que puedo obtener en este pueblo.
»Y allí es donde entran ustedes: ayuden a propagar mi mensaje. Todos los que deseen un futuro mejor son
bienvenidos. Los que quieran recibir parte de ese increíble poder que solo él alcanza, serán bien recibidos. ¡Luchen
a mi lado y venceremos!
Uno por uno, convencidos por las promesas de su anfitrión, los espectadores se retiraron; regresaron por donde
habían venido. Algunos marcharon hacia las tierras de los vampiros. Otros viajaron a los terrenos de los hombres
obo. Varios se dirigieron a Kalath, la Ciudad Capital. Y muchos se perdieron entre los bosques desolados.
La ambición de un solo ser, pronto se propagó a cientos; y luego, a miles.
No faltaba mucho para que la guerra, con toda su gloria y todo su horror, azotara este Plano. Y para que un gran
irano reemplazara a otro.
La historia estaba por cambiar. Para siempre.
II
El inicio de la Contienda (Año 1780 A.bA)
En solo un año, miles de peregrinos acudieron a Kerthon seducidos por los discursos de aquella criatura que
prometía lo impensable. Algunos de ellos eran guerreros, otros magos o brujos; la gran mayoría vampiros, en
menor medida había hombres lobo, y el resto eran horrorosas criaturas humanoides, de las que abundaban en ese
Plano. Todos estaban dispuestos a luchar tal y como se les había solicitado. Se congregaban día tras día en la plaza
central de la ciudad para oír las palabras de aquel que se hacía llamar Mhorkvel, el Revolucionario. A medida que
reunía mayor cantidad de seguidores, sus palabras se volvían más fuertes y radicales, incitando al odio y a la
violencia hacia un único individuo.
La ciudad estaba plagada de sus estandartes: grandes círculos rojizos con varias puntas triangulares incrustadas.
En varios de ellos se encontraba grabada la misma frase: «Gloria a la Gran Revolución. Mueran los salvajes y
traidores seguidores de Garveloth».
Los rumores sobre la revolución que comenzaba a manifestarse en Kerthon llegaron pronto a oídos del amo de
todas esas tierras: el Gran Hechicero Garveloth, Señor Supremo de ese Plano, que desde su gran Templo ubicado
en la Ciudad Capital de Kalath, gobernaba con puño de hierro sobre sus territorios; era también portador y creador
de la Gema del Poder, mágica piedra que otorgaba enormes poderes sobrenaturales.
Si bien tenía los medios para destruir la rebelión de manera fácil y expedita, decidió poner a prueba a los rebeldes,
especialmente tras saber que su principal cabecilla era Mhorkvel, uno de sus más antiguos discípulos.
Con ayuda de la Gema, creó un pequeño ejército de robustas y sombrías criaturas humanoides, unas nunca antes
vistas en ese mundo; tenían una abundante cantidad de ojos rojos; grandes mandíbulas repletas de afilados
dientes; tres enormes garras en cada uno de sus dos brazos; y una desagradable, descolorida y pálida piel.
Los hizo entrar por un portal y consideró sofocada la resistencia. Ahora comenzaría la primera batalla de la Guerra.
Las sombrías criaturas se materializaron no muy lejos del centro de Kerthon. Siguiendo sus instintos, comenzaron
a hacer aquello para lo que fueron creadas. Avanzando ágilmente por las calles hasta llegar a la plaza central,
empezaron a turbar y atacar a todos los presentes. La respuesta no tardó en llegar, y los rebeldes entablaron
combate. Las armas de estos impactaron en los resistentes cuerpos de los invasores, quienes con sus grandes
garras empalaban a todos los que tuviesen cerca. Los conjuros de los brujos hirieron gravemente a algunas de las
bestias. El furor de la batalla se extendía; las veredas, calles y la plaza estaban manchadas por la sangre de los
caídos.
A mitad de la lucha, una gran figura se acercó rápidamente al lugar. Con sus cuernos, embistió abruptamente a
varias de las criaturas, hiriéndolas de gravedad. Acto seguido, utilizó sus poderes arcanos para invocar grandes
llamaradas que calcinaron a varias mas. La última murió víctima de sus golpes.
La batalla había concluido. Los temores del Gran Hechicero estaban confirmados: la rebelión, y en especial su líder,
eran una amenaza a tener en cuenta.
Finalizada la lucha, Mhorkvel se dirigió a todos sus devotos soldados. Todo Kerthon oía sus palabras.
-Hoy hemos dado nuestro primer golpe en esta Guerra. Ahora nuestro enemigo ya nos conoce, ¡y pronto nos
temerá! Debemos aprovechar este momento y extender la lucha al resto del territorio. Asimilaremos a todo aquel
que quiera luchar a nuestro lado, y erradicaremos a cualquier salvaje simpatizante del enemigo.
»A partir de este momento, todos ustedes, fieles guerreros míos, llevarán el nombre de Ejército Revolucionario de
Kerthon. Y para garantizar la estabilidad y organización de éste, yo asumiré el título y cargo de Arconte Militar
Supremo, el cual será permanente hasta el final de la Guerra. ¡Gloria a la Gran Revolución!
La Guerra Civil había comenzado oficialmente. Nada volvería a ser igual.
III
Mhorkvel en pie de guerra (Años 1779 a 1764 A.bA)
Con su base de poder sólida y establecida en Kerthon, el autoproclamado Arconte comenzó los preparativos para lo
que él sabía, sería una larga guerra.
Al primer ataque de las fuerzas de Garveloth le siguieron, algunas semanas después, dos más, que también fueron
repelidos por los rebeldes y su líder. Luego de resistir tres veces, todas con una defensa impecable y perdidas
ínfimas en comparación al enemigo, Mhorkvel decidió pasar a la acción. Los planes eran muchos y la ambición aún
mayor.
Directiva No. 1 para la dirección de la revolución.
(Año 1779 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
1. Habiéndose defendido con éxito, valor y determinación nuestra ciudad del gran y dictatorial enemigo, he
determinado una resolución de fuerza. Debemos avanzar en este conflicto.
2. El primer paso a dar debe ser al este de Kerthon, en el transitado Puente Frisgur, arteria principal de
las carreteras orientales, y por donde podrían llegar incontables ataques desde Kalath. Asegurar el control
del río Daglor, al menos en esta zona del mundo, es nuestra prioridad y para eso es vital la toma o
destrucción total del Puente.
La marcha desde Kerthon a Frisgur es de tres días, y deberá hacerse con la mayor celeridad y discreción
posible, con el objetivo de sorprender a la guarnición que custodia el territorio.
Sin mi expresa autorización, está prohibido iniciar cualquier acción bélica, o acciones que puedan ser
consideradas como tales.
La fecha del ataque será dada con anticipación y será inamovible.
3. Mientras se lleve a cabo nuestra operación, la defensa de Kerthon estará a cargo de un selecto grupo
de vampiros, los cuales aseguro, cumplirán bien con su misión.
4. Con el fin de mantener un buen poder centralizado, organizado y eficaz en nuestra ciudad, he ordenado
un ambicioso proyecto de construcción a mediano plazo: una imponente Fortaleza para garantizar la
seguridad de Kerthon y nuestra rebelión.
5. Se harán preparativos para atacar, mas adelante y solamente cuando tengamos el control del Puente,
los territorios del Sur, teniendo en consideración que deberán evitarse, bajo toda circunstancia, los éxitos
parciales.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
Primera Batal la del Puente Frisgur.
(Año 1776 A.bA)
Casi a fin de año, cerca de cinco mil guerreros fieles a Mhorkvel partieron con él hacia el este: al Puente Frisgur. Su
Ejército constaba de una gran cantidad de infantería, la cual representaba más de tres cuartos de sus tropas; unas
pocas piezas de artillería y algunos hostigadores.
Frisgur, una de los dos únicos puentes en ese Plano que conectaban los dos extremos de tierra separados por el
Río Daglor, era de vital importancia para la rebelión por distintos motivos:
En primer lugar, suponía un gran punto estratégico que permitía el control de una sección considerable de la parte
oriental del río. Además, las principales rutas de abastecimiento al Sur del Mundo pasaban por allí, de modo que,
con Frisgur controlado por los rebeldes (o destruido), Garveloth vería comprometidos sus dominios sureños. Se
sumaba a esto la posibilidad de que muchos ataques provenientes de la Ciudad Capital llegaran a Kerthon
atravesándolo.
Por otro lado, varios seres habitaban en los alrededores del Puente, y el Arconte creyó que sería posible
persuadirles para que apoyaran a la Revolución.
La travesía debía durar tres días, pero por diversos contratiempos, duró siete. Al estar a un kilometro de las aguas,
se detuvieron y establecieron un campamento. Cercaron el extremo sur del Puente durante dos semanas, luego de
las cuales Mhorkvel decidió atacar.
La guarnición que protegía el lugar constaba de aproximadamente quinientos soldados. Atrincherados, con buenas
defensas preparadas, tenían una alta moral. Debían resistir hasta el último hombre en pie.
El Arconte ordenó a su infantería que cargará, sin saber que los defensores habían colocado amplias barricadas
improvisadas a lo largo del acceso a Frisgur, e incluso habían incendiado algunas de ellas, convirtiendo la zona en
una gran pista de obstáculos para los invasores. Los rebeldes pudieron atravesarlos, pero tuvieron que romper filas
para ello, desorganizándose temporalmente, acción que los guardianes aprovecharon para atacar (principalmente a
distancia) a los desprevenidos revolucionarios. El resultado fue una masacre espantosa, donde en un abrir y cerrar
de ojos, se perdieron cientos de vidas.
Urgentemente, Mhorkvel ordenó a su artillería que disparará. Las catapultas así lo hicieron, y el resultado fue atroz:
muchas impactaron en la base del puente, donde, a duras penas, algunas de sus tropas habían logrado llegar.
Murieron aún más guerreros de Kerthon.
Intentando revertir la catastrófica situación, el propio Líder de la Gran Revolución se abalanzó al combate. Con sus
poderes ígneos, carbonizó a varios enemigos, inclinando levemente la balanza a favor suyo. Pero no podría contener
la situación mucho más y, lastimosamente, ordenó la retirada.
La batalla concluía con una defensa aplastante por parte de las tropas de Garveloth. El Arconte Militar Supremo
había perdido cerca de seiscientos guerreros; el enemigo no superaba los sesenta caídos. El Puente había resultado
mínimamente dañado, y la moral de los protectores se mantenía alta.
Pese a todo, al final del día hubo mejores noticias para Mhorkvel. En su campamento, recibió la visita de unos
grotescos, altos y colosales seres humanoides; portaban grandes espadas y estaban vestidos para la guerra.
Dijeron que deseaban ayudar al «Revolucionario», aquel que prometía derrocar al Gran Hechicero y compartir con
todos su gran poder. Con estos nuevos reclutas se compensaron las pérdidas. Y, basándose en la derrota sufrida,
se planificó una nueva estrategia.
Segunda Batal la del Puente Frisgur.
(Año 1775 A.bA)
Reorganizando a su tropa, el Arconte preparó un nuevo plan para asaltar el Puente. Acercó a sus soldados los más
posible al objetivo, siempre previniendo que estuvieran fuera del alcance de los arqueros enemigos, y ordenó a su
infantería (manteniendo reservados y ocultos a sus nuevos aliados), que carguen.
Las barricadas defensivas habían sido colocadas nuevamente por los defensores, y Mhorkvel lo sabía. Eran parte
esencial de su revancha.
Cuando sus guerreros se vieron obligados a romper filas para evitar los peligrosos obstáculos, sabían muy bien
cómo debían actuar: retrocedieron lentamente.
Los protectores de Frisgur interpretaron esto como la retirada de las tropas, pensado que se rendían y
abandonaban el campo sin siquiera luchar. Aprovecharon y avanzaron velozmente. En ese instante, cuando
dejaron atras sus posiciones defensivas y salieron a terreno abierto, hicieron su aparición los nuevos miembros del
Ejército Revolucionario. Embistieron ferozmente y causaron pavor entre los guerreros de Garveloth. Con su gran
tamaño, aplastaban y eliminaban fácilmente al enemigo, dándole la victoria a Mhorkvel en cuestión de minutos.
Los pocos supervivientes se refugiaron nuevamente en el Puente. Pronto recibieron los impactos de las catapultas.
El puente se resquebrajó y varias partes se hundieron en las oscuras aguas del río Daglor. La mayoría de la
guarnición que aun vivía murió ahogada.
La victoria total era de los revolucionarios y de la gran astucia de su Líder.
Con el Puente Frisgur destruido, el Arconte podía concentrarse ahora en su próximo objetivo: la conquista del Sur.
Directiva No. 2
(Año 1768 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
1. Con nuestro éxito en la campaña del Puente Frisgur, puedo asegurar que nuestras fronteras
recientemente ganadas estarán seguras. La Revolución se expande; las victorias recién comienzan.
2. Hemos asegurado al apoyo de unos nuevos individuos a la causa. Estos seres han sido cruciales para
nuestro triunfo contra las fuerzas del dictador y he decidió nombrarlos como Tropas de Elite,
reemplazando así a los vampiros.
3. La Fortaleza Kerthon, así la he nombrado, se ha construido con éxito. Será un símbolo de nuestra
gloria; el recuerdo de nuestros valientes soldados cuando peleen en distantes campos de batallas.
4. La Expedición al Sur ha sido aprobada por mi persona. Estando aislados, los objetivos sureños serán
neutralizados con eficacia. Nuestro principal objetivo será el Castillo que el Gran Hechicero posee allí. La
Fuerza Expedicionaria que se formará para esta misión contará, por sobretodo, con una amplia cantidad
de artillería.
El fracaso no será una opción tolerable.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
La Expedición al Sur.
(Año 17 del Calendario Revolucionario o 1764 A.bA)
El apoyó que Mhorkvel recibía de casi todos los vampiros que participaron en su revolución no se debía,
principalmente, a las promesas del poder arcano del Gran Hechicero, sino a algo mucho más accesible a corto plazo:
la posesión de tierras propias, libres del dominio opresor de Garveloth. Esto era algo que se debía concretar o, de lo
contrario, la Gran Revolución perdería a casi la mitad de sus integrantes. Y la solución del espacio que reclamaban
los vampiros, el Arconte la encontró en las amplias tierras del Sur, que, tras el éxito en el Puente Frisgur, estaban
incomunicadas de Kalath y eran el blanco perfecto.
Los bebedores de sangre aceptaron la propuesta, especialmente tras saber que el castillo más majestuoso de
Garveloth se encontraba en la porción de tierra que Mhorkvel les prometía.
Pero había una condición: ellos, los vampiros, debían participar exhaustivamente en la conquista del Sur,
obedeciendo todas las órdenes dadas. Y la primera fue: estar en la primera línea de batalla.
El avance inicial se realizó sin muchas complicaciones. Diversos puestos de guardia leales al Gran Hechicero se
rindieron incondicionalmente al ver llegar las banderas rojas de la Gran Revolución. Los que no se unían a ella, eran
asesinados sin piedad, y los que aceptaban, eran enviados al frente, junto a los vampiros.
Tras meses de marcha y de éxitos rotundos, la Fuerza Expedicionaria llegó al Castillo de Garveloth. El asedio
comenzó inmediatamente después. Se rodeó por completo el perímetro de la estructura y se colocaron en posición
las maquinas de asedió.
Mhorkvel sabía que en ese lugar podía haber información crucial sobre las defensas de Kalath, las vías de
suministros, el armamento de los soldados leales a Garveloth… o quizás, algo mucho mejor.
Pero por el momento, debía limitarse a triunfar. De lo contrario se arriesgaba a perder todo lo que había logrado.
IV
Victoria en el Sur (Años 1762 a 1753 A.bA)
Cuando se habla del Sur se debe tener en cuenta que, si bien es la palabra que se utiliza para describir a todo el
territorio austral al Río Daglor, se separa en dos sectores geográficos, los cuales tienen una división natural: los
Grandes Lagos, que están ubicados en el centro de ese hemisferio. Todo terreno al oeste de estos cuerpos de agua
se denomina Sur Occidental, y su contraparte, al este, Sur Oriental.
Ambos extremos estaban conectados al norte del Río Daglor por dos puentes: Frisgur en el oeste (que fue
destruido por los rebeldes en el 1775 A.bA) y Rismont en el este.
La expedición de los rebeldes liderados por Mhorkvel tuvo lugar únicamente en el Sur Occidental. Y ahí fue donde se
obtuvo una ventaja que sería crucial para el futuro de la Guerra Civil.
El Sitio del Casti l lo de Garveloth.
(Año 1762 A.bA)
La colosal estructura que el Gran Hechicero poseía en el Sur, construida con piedra totalmente oscura, la cual
contrastaba con el paisaje de esas tierras, estaba totalmente rodeada por la Fuerza Expedicionaria de la Gran
Revolución. Sus altas torres, otrora gloriosos miradores, ahora estaban repletas de arqueros. El amplio rastrillo de
la puerta permanecía cerrado y reforzado.
Desde una prudente distancia, las casi veinte catapultas esperaban la orden para iniciar el bombardeo; los
vampiros aguardaban ansiosamente; y el propio Mhorkvel esperaba para atacar.
La delegación diplomática enviada a parlamentar con los dirigentes del Castillo no obtuvo los resultados esperados.
El Arconte les había ofrecido una oportunidad de rendirse sin luchar, aunque nunca había especificado las
condiciones ni las garantías. Los defensores, que estaban liderados por un importante agente de Garveloth, se
negaron rotundamente. Ante esta negativa, Mhorkvel decidió comenzar el asedio.
La artillería lanzó sus primeras cargas. Varios puntos fueron golpeados. Una segunda oleada logró impactar en una
de las torres. Esta tembló; algunos de los defensores apostados en ella fueron derribados. Luego de recargar,
atacaron por tercera vez: en esta ocasión, la torre no resistió lo suficiente. La parte superior se desmoronó, y con
ella muchos de los arqueros.
El asedio se mantuvo durante muchos días sin sucesos importantes. Los bombardeos esporádicos continuaron,
pero sin causar tantos estragos como el día inicial. Mhorkvel comprendió que evidentemente no se rendirían
fácilmente. Sería necesario penetrar y asaltar el Castillo. Se preparó un ariete para destrozar el rastrillo y la puerta,
y se designo a los vampiros para encabezar la ofensiva. También se construyeron varias escaleras, aunque estas
únicamente servirían para distraer la atención de los defensores y permitirle al ariete acercarse sin peligro.
Mientras las catapultas y los hostigadores los cubrían, cientos de vampiros avanzaron. El plan de distracción
funcionó relativamente bien: muchos de los protectores apostados en las murallas y torres centraron su mirada en
las escaleras en lugar del ariete. Este arrasó con el rastrillo y en poco tiempo abrió las primeras grietas en la
puerta. Apenas tuvieron la oportunidad, soltaron el aparato y entraron dentro del gran edificio. Minutos más tarde,
mientras los arqueros de la rebelión y los que defendían el lugar gastaban sus flechas unos contra otros, Mhorkvel,
escoltado por sus Tropas de Elite, se adentró en el Castillo.
En el vestíbulo del torreón se libraba una feroz y sangrienta lucha cuerpo a cuerpo. La situación era equilibrada
hasta la irrupción del Arconte, que, haciendo uso de sus poderes, creó amplias llamaradas que consumieron a
varios de los enemigos. El Ejercito Revolucionario avanzó por distintas direcciones. La brutal pelea fue habitación
por habitación, donde las tropas leales a Garveloth demostraron su determinación de luchar hasta el último
guerrero en pie.
Tras casi dos horas de una intensa carnicería, los defensores se replegaron a los pisos superiores. Allí, con su líder,
ofrecerían la resistencia final.
Afuera, a pesar de las bajas sufridas, los hostigadores rebeldes consiguieron erradicar a todos los arqueros
enemigos. La lucha en el exterior finalizó.
Mhorkvel y sus Tropas de Elite avanzaron por las escaleras. Detrás de ellos venia un contingente de vampiros.
Caminaron sin encontrar problemas hasta llegar a un amplio salón. Ahí, formados en posición defensiva,
aguardaban unos pocos soldados fieles al Gran Hechicero. Junto a ellos se encontraba una gran figura humanoide,
la cual parecía estar dirigiéndolos. Llevaba una amplia túnica y una gruesa capucha; de su piel, desagradable y
arrugada, emanaba una lóbrega aura.
Impacientes, algunos de los vampiros avanzaron. Fueron sorprendidos por una fugaz magia que lanzó el
encapuchado. Los rápidos azotes arcanos continuaron hasta destrozar a los apresurados atacantes. Acto seguido,
uso nuevamente sus poderes para, ante el asombro de todos los rebeldes, impedir el movimiento de la mayoría de
ellos. El Arconte, que no había sido afectado, respondió con sus tradicionales llamaradas, las cuales fueron dirigidas
directamente al líder enemigo. Este sufrió graves quemaduras, cayendo muerto al suelo; su hechizo inmovilizador
se fue con él. Tras esto, Mhorkvel repitió el proceso con el resto de los enemigos. Los pocos supervivientes del
despiadado fuego ofrecieron su rendición incondicional, la cual fue aceptada.
El Sur Orccidental estaba ahora bajo el control de la Gran Revolución.
Tras el sitio del Castillo, el cual había quedado dañado y bañado en sangre, Mhorkvel, interesado por los
testimonios de las tropas enemigas, ordenó que se investigará a fondo cada sección del lugar. Buscaba lo que,
según los prisioneros, era la más reciente investigación del Gran Hechicero en cuanto a magia oscura.
En la recamara de Garveloth, si bien había cientos de pergaminos y libros que podían ser de interés para el Arconte,
no estaba lo que perseguía. La búsqueda fue infructuosa hasta que, por accidente, se descubrió un pasadizo que
llevaba a unas amplias catacumbas; grandes mazmorras subterráneas en las que abundaban los cadáveres
putrefactos de cientos de seres. Allí, en medio de ese macabro espectáculo, se encontraban apilados sobre una
mesa una serie de libros. Estaban escritos, según Mhorkvel, por el propio Garveloth. En ellos se describía
detalladamente, paso por paso, distintos rituales necrománticos. Eran grandes enciclopedias destinadas
únicamente a la nigromancia, es decir, a una magia maligna que permitía revivir y manipular seres muertos.
El Revolucionario se maravilló al ver estos completos tomos. Con ellos en sus manos, sería capaz de crear nuevos
e inmortales ejércitos, reemplazar efectiva y fácilmente a los caídos e incluso sobrepasar en número a las tropas
del Gran Hechicero. Una satisfacción mucho mayor llegó cuando fue informado por los enemigos cautivos de que
esos eran los únicos libros de ese tipo que existían en todo el Mundo.
Nigromancia: el arma secreta de la Gran Revolución.
(Año 1757 A.bA)
Mhorkvel fue capaz de asimilar fácilmente los conceptos básicos de la nueva magia descubierta, pero no podía ir
más allá de la reanimación simple de cadáveres pequeños, los cuales no podía dirigir ni mantener en pie por mucho
tiempo. Por eso decidió que debía entrenar a sus mejores brujos en este nuevo concepto. Aún así, a pesar de tener
cientos de candidatos, eran pocos los realmente capaces de ejercer un verdadero poder necromántico. La mayoría
de los que lo conseguían eran vampiros, aunque había excepciones.
Tras arduos meses de horrorosas practicas con distintos tipos de cadáveres que hallaron en las mazmorras, los
poderes y las habilidades de los brujos rebeldes se iban perfeccionando hasta alcanzar lo que, según los libros
escritos por el Gran Hechicero, era la «nigromancia perfecta».
El descubrimiento y posterior aprendizaje de estas nuevas técnicas supuso un cambio radical en los planes de
Mhorkvel para el futuro de la guerra. Ahora tenía la posibilidad de ampliar sus ejércitos, pero necesitaba mas y
mejores cadáveres para que sus nigromantes los reanimaran.
Tras pensarlo, tomó una decisión que lo llevaría a realizar, sin saberlo aún, una de las campañas más memorables
e importantes de la Guerra Civil.
Directiva No. 3
(Año 1753 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
1. Habiendo conseguido un triunfo decisivo en todo el Sur Oriental, tal y como fue acordado con todos los
vampiros, se cederán seiscientas hectáreas del terreno conquistado para ellos y el otrora Castillo del Gran
Hechicero. Pero no podrán hacer uso de esas tierras hasta el fin de la guerra.
2. La nigromancia, una potente magia negra que Garveloth planeaba utilizar para instaurar el terror y
oprimir aún más este Mundo, será usada en su contra por la Gran Revolución. Sé que quizás esta práctica
antinatural puede parecer horrorosa, pero debemos hacer frente al enemigo con todos los medios
disponibles, y este no puede ser la excepción. Garantizo que cuando la guerra finalice y el cargo de
Arconte Militar Supremo sea suprimido, se prohibirá el uso de esta disciplina.
3. He decidido comenzar a preparar una futura operación a gran escala que, de completarse
adecuadamente, nos garantizará la victoria de la guerra. No hay fecha definida, pero los preparativos
llevarán muchos años. La nigromancia será parte fundamental del plan.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
V
El conflicto se generaliza (Años 1746 a 1702 A.bA)
La Guerra Civil acabó expandiéndose a todos los rincones del Inframundo. Las noticias del triunfo rebelde en el Sur
Occidental se diseminaron incluso por las calles de Kalath. Allí la población se encontraba dividida entre los pro-
revolucionarios y los fieles al Gran Hechicero. Los conflictos entre ambos grupos no tardaron en inundar varios
sectores de la Ciudad Capital, especialmente las zonas más pobres, donde abundaba el apoyo a Mhorkvel.
Garveloth, viendo sus dominios críticamente comprometidos por la creciente oleada revolucionaria, utilizó su Gema
del Poder.
El Sur Oriental experimentó también el alzamiento de grupos pro-revolucionarios.
Disturbios en Kalath.
(Año 1746 A.bA)
La ciudad estaba dividida en distintas zonas. En el anillo central, sobre una amplia meseta, se encontraba el
monumental Templo Kalath. Más allá, en el anillo medio, estaban grandes edificios, amplias plazas y colosales
estatuas; un glorioso barrio digno de la elite de Kalath. Aún más lejos se ubicaba el anillo exterior, donde la mayoría
de la población subsistía acomodadamente, aunque envidiando a sus vecinos. Por último, en la periferia de la urbe,
cientos de humildes chozas cubrían el paisaje; los pobres e indigentes habitaban en un conglomerado de míseros
barrios que rodeaban todo el perímetro de Kalath.
Cuando las noticias del triunfo de la Gran Revolución llegaron a la Capital, los pobladores de las amplias zonas
pobres se emocionaron con los ideales de los rebeldes. Comenzaron a manifestar públicamente su apoyo a los
revolucionarios, cosa que atrajo la atención del resto de la población. En el anillo exterior también se sintió la
influencia de la rebelión, pero no todos se identificaron con ella. Mientras, las clases altas veían con horror como los
marginados organizaban revueltas.
Garveloth respondió a estos levantamientos con violencia. Por muchas calles de la ciudad corría la sangre de todos
aquellos que se atrevían a manifestar su descontento con su régimen. Cientos de hechiceros fanáticamente leales
a su amo avanzaban casa por casa para comprobar la lealtad de sus habitantes. La menor discrepancia era
castigada con la muerte.
Pero los rebeldes de Kalath también derramaron sangre. Organizados en diversos grupos armados, asaltaron varios
barrios del anillo medio, saqueando y asesinando a los acaudalados vecinos del lugar.
Así, entre pro-revolucionarios y fieles, la Ciudad Capital su sumió en un horroroso conflicto que duró casi tres años.
Al final de ese tiempo, la población había disminuido; muchas hectáreas de terreno quedaron destrozadas; y
cientos de los antiguos pobladores de la periferia escaparon hacia Kerthon, donde esperaban poder unirse a la Gran
Revolución.
Comienza la ofensiva de los bombardeos.
(Año 1739 A.bA)
Desde el inicio de la Guerra Civil, desde los primeros éxitos militares rebeldes, Garveloth estuvo ideando el golpe
definitivo, la ofensiva que derrotara al enemigo de una vez por todas. Su objetivo era claro: salvar sus dominios,
sus tropas, y poner fin a la guerra tan rápidamente como fuese posible. Y lo que planificó fue algo nunca antes
visto; él lo denominó: «bombardeo específico». Consistía en, mediante los poderes arcanos de la Gema del Poder,
lanzar grandes concentraciones de destructiva energía mágica hacia un blanco determinado. El resultado sería la
destrucción, parcial o total, del objetivo. Se atacarían los asentamientos rebeldes, especialmente Kerthon, sin tener
en cuenta a la población civil. Según las espeluznantes palabras del Gran Hechicero:
-Se destruirá la moral de la población y en especial la de los soldados fieles a Mhorkvel. Ellos iniciaron esta guerra y
ahora serán testigos del final de la misma.
Garveloth pasó semanas preparando un minucioso ritual en el amplio patio del Templo Kalath, pensando y
calculando. Ni siquiera sus más fieles y cercanos discípulos se atrevieron a interrumpirlo. Una vez terminados los
preparativos necesarios, determinó su primer objetivo: la Fortaleza Kerthon, la cual consideraba como un insultó de
los revolucionarios hacia su autoridad.
Canalizó grandes cantidades de potencial arcano; estaba utilizando la Gema del Poder más que nunca en toda su
vida. Un estruendoso sonido se manifestó en Kalath a la vez que un colosal rayo blanco y brilloso se materializaba
sobre el Gran Hechicero. Se hacía más y más grande, elevándose hasta perderse en el infinito. Con gran esfuerzo,
Garveloth logró que el relámpago se moviese lentamente hasta apuntar a una determinada dirección. Cuando
estuvo seguro de que era el lugar exacto, exclamó una serie de fugaces palabras y el rayo se disparó a una
velocidad sorprendente. Exhausto, se arrodilló sobre el suelo; estaba seguro de que todo había salido bien. Él no
podía verlo pero, a kilómetros de distancia, las amplias murallas de la Fortaleza Kerthon estaban en ruinas; un
implacable fuego blanco lo consumía todo.
Casi un mes después de ese primer bombardeo, con todos los nuevos preparativos hechos y energías renovadas,
Garveloth preparó otro ataque. Su objetivo era, irónicamente, el antiguo castillo que poseía en el Sur Occidental, el
cual había sido tomado por los vampiros rebeldes. Nuevamente, el majestuoso rayo blanco inundo los cielos y salió
propulsado a velocidades inimaginables. Impactó en una de las torres del castillo; los destrozos fueron fatales.
Durante muchos años, Garveloth bombardeo los territorios rebeldes casi cada mes, convencido de que finalmente
los revolucionarios se vendrían abajo. No obstante, la «Furia del Éter», nombre que recibió el constante ataque de
los relámpagos y su terrible fuego, no consiguió que los rebeldes se rindiesen. Y con el tiempo, estos ataques
dejaron de ser realizados con tanta frecuencia.
Directiva No. 4
(Año 1728 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
Resistir a toda costa. ¡El dictatorial enemigo no vencerá!
Estos últimos años han sido duros para la Gran Revolución. Los ataques fueron constantes e inclementes.
Pero también hemos progresado, pues pronto marcharemos a la victoria.
Decreto, ordeno y aviso lo siguiente:
1. Tras la eficaz ampliación subterránea de la Fortaleza Kerthon, todo el que lo desee podrá refugiarse allí
en caso de amenaza enemiga.
2. Las reconstrucciones de los edificios, territorios y caminos dañados seguirán su curso, pero prestando
principal atención a Kerthon.
3. Pronto, el Ejercito Revolucionario de Kerthon y las Fuerzas de Nigromantes comenzaran una crucial
operación en el Sur Oriental. Es cierto que quizás se retrase aún más de lo debido, pero se hará.
4. Toda la población debe saberlo ya, pero los terribles ataques sufridos en estos tiempos son obra del
tiránico Gran Hechicero. Desde las sombras, utiliza un gran poder que oculta al mundo para producir estos
holocaustos. Sepan, rebeldes, que luchamos por quitarle ese poder. Y venceremos.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
El Cisma de Rismont.
(Año 1702 A.bA)
Mientras Garveloth comenzaba a abanador paulatinamente su campaña de bombardeos específicos y los rebeldes
reorganizaban sus tierras y tropas para sus futuras odiseas, en el Sur Oriental, un territorio que hasta entonces
había estado alejado de la conflictiva Guerra Civil, se produjeron ciertos acontecimientos que alteraron la relativa
paz de la región.
Casi no había asentamientos en esa zona del Mundo, a excepción de los pequeños poblados instalados en las
cercanías del Puente Rismont, que permitía cruzar el Río Daglor. Allí sobrevivían diversas tribus de feroces
guerreros, que en varias ocasiones habían causado problemas a las guarniciones del Gran Hechicero instaladas en
las cercanías.
Las noticias sobre la Gran Revolución tardaron en llegar a esos alejados rincones del Mundo. Pero, cuando llegaron
informes sobre las derrotas del Gran Hechicero, la población no dudo en aprovechar esa oportunidad para
sorprender a los diversos puestos de guardia emplazados cerca de Rismont. Masacraron a cuantos fieles pudieron y
en cuestión de días tomaron el control del Puente.
El Sur Oriental se convertiría en un nuevo frente de batalla. Y pronto se derramaría mucha más sangre en él.
VI
La Guerra cambia de curso (Años 1701 a 1692 A.bA)
Tras casi cien años de continuo conflicto bélico, la suerte de la Gran Revolución comenzó a menguar. Los triunfos
iniciales rebeldes se vieron opacados por una serie de sucesos que alterarían el curso de la guerra y darían, al
menos por el momento, cierto alivio a Garveloth.
El Cisma de Rismont, que concluyó con un levantamiento en contra del Gran Hechicero, fue suprimido
violentamente en el año 1699 A.bA, por lo que Mhorkvel no pudo contar con aliados en ese nuevo frente.
Directiva No. 5
(Año 1701 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
Ataque al Puente Rismont y posteriores operaciones.
I. Intención general.
La revolución lleva ya mucho tiempo, pero esta lucha no finalizará hasta que nuestros estandartes ondeen
victoriosamente en Kalath. Y para eso serán necesarios muchos sacrificios y esfuerzos aún por venir.
Comenzaré por lo básico: el enemigo nos supera en número. El Gran Hechicero puede utilizar su poder
para crear súbditos dispuestos a morir en su defensa, mientras que nuestros nigromantes, si bien realizan
una tarea parecida, requieren de un importante factor extra… cadáveres.
Con esto presento el segundo punto relevante. Un asalto exitoso a Kalath solo será posible con una amplia
cantidad de tropas, las cuales solo pueden conseguirse, al menos a corto plazo, por medio de la
nigromancia. Pero, como fue dicho antes, se requieren los elementos necesarios. Ante esta situación, he
ideado un audaz plan, el cual permitirá a nuestros brujos obtener lo necesarios para las reanimaciones.
En el Norte, mucho más allá del Río Daglor, oculto entre los pantanos, está emplazado un gran mausoleo;
un imponente cementerio donde se enterró a miles de fieles siervos de Garveloth. Serán perfectos para
nuestros nigromantes. Propongo atravesar por la fuerza el Puente Rismont, avanzar rápidamente hacia el
norte, tomar el panteón y reanimar tantos cadáveres como sea posible. Y con estas nuevas fuerzas,
lanzar un ataque definitivo a Kalath. Todo debe realizarse con la máxima celeridad y sin errores.
II. Expectativas y tareas.
1. El ataque inicial a Rismont será llevado exclusivamente por los mejores nigromantes y sus fuerzas no-
muertas (aproximadamente unos seis mil efectivos). Está en ellos asegurar la zona y dejar la vía libre
para un posterior avance del Ejército Revolucionario de Kerthon.
2. Estos nigromantes que dirigirán el asalto recibirán el título y cargo temporal de «Arcontes Menores»,
pues me reemplazaran como líder militar en el frente hasta que el Puente sea tomado efectivamente.
Confío en que tendrán un buen desempeño.
3. El Ejército Revolucionario de Kerthon sigue bajo mi mando y solo intervendrá en la operación una vez
que Rismont sea nuestro. Permanecerán en la ciudad de Kerthon hasta el momento indicado.
4. Si bien los Arcontes Menores tendrán cierta autonomía al momento de realizar acciones bélicas, están
obligados a respetar mis órdenes en caso de haberlas, especialmente las concernientes a las fechas de
los ataques.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
Primera Batal la del Puente Rismont: comienzan los problemas para los
rebeldes.
(Undécimo mes del año 1693 A.bA)
La larga marcha de los nigromantes y sus tropas de muertos reanimados los llevó, tras atravesar todo el Sur
Occidental, cruzar los Grandes Lagos y penetrar en el Sur Oriental, hasta pocos kilómetros del Puente Rismont. Allí
se prepararon para lo que debía ser una victoria rápida y decisiva.
Tras los disturbios que habían tenido lugar años antes, Garveloth reforzó sustancialmente la zona. Unos cuatro mil
hombres formaban ahora la guarnición, en comparación a los trescientos que estaban emplazados durante el
Cisma. Se percataron de la presencia rebelde días antes de la batalla, lo cual les permitió estar bien preparados para
el combate.
Los Arcontes Menores discutían severamente sobre cómo deberían actuar. No sabían exactamente a cuantos
enemigos se enfrentarían, pero tenían esperanzas (acertadas, dicho sea de paso), de que tendrían cierta
superioridad numérica. La mayoría sostenía que lo mejor era atraer a la guarnición hacia terreno abierto, pues los
muertos vivientes, en la mayoría de los casos, poseían poca agilidad y eran más efectivos en grandes hordas que
en grupos pequeños dentro de lugares estrechos (en este caso, un puente); además, estando en un campo de
batalla amplio, los nigromantes podrían entrar y salir de combate para dirigir, reanimar o manipular a las tropas
según fuera más conveniente. Tras discutirlo, se aceptó esta estrategia.
Pero todos los preparativos de los Arcontes Menores se opacaron el día anterior al pactado para el ataque, pues
fueron sorprendidos por la guarnición leal a Garveloth, que atacó sin previo aviso. Apresuradamente, bajo una lluvia
de flechas, los nigromantes organizaron a los no-muertos en seis columnas, las cuales marcharon a enfrentar al
enemigo. Estas embistieron al ejército del Gran Hechicero partiéndolo en dos y dejando a las fuerzas leales aisladas
unas de otras. La victoria total estuvo en esos instantes muy cerca de los rebeldes, y fue solo por un certero
disparo de flechas que todo se perdió. Dos de los principales Arcontes Menores que eran, además, los mejores
nigromantes, fueron alcanzados por los arqueros de la guarnición. Sin su dirección, miles de muertos vivientes se
desorientaron y fueron fácilmente repelidos. Un fugaz contraataque obligó a los restantes Arcontes Menores a
replegar sus fuerzas.
Tras la batalla, los vencedores se ocuparon de eliminar los cadáveres para evitar su futuro uso por parte de los
revolucionarios. Muchos fueron cremados, algunos otros arrojados a las profundadas del Río Daglor. Los leales
habían sufrido casi mil quinientas bajas.
Tras replegarse a tres kilómetros del campo de batalla, las tropas de la Gran Revolución, ahora con menos de
cuatro mil efectivos, se reorganizaron. La moral de los nigromantes estaba por el suelo. Para ellos la derrota no era
tolerable. Pero en esos momentos tampoco veían muy probable una victoria.
Segunda Batal la del Puente Rismont: el desastre total .
(Tercer mes del año 1692 A.bA)
Los meses pasaron y los Arcontes Menores se negaron a retirarse. Planearon una nueva ofensiva y decidieron
ejecutarla. Dividirían sus fuerzas en dos grupos que se formarían de manera tal que pudiesen rodear al enemigo y
aplastarlo con, según sus palabras, «un ataque contundente y despiadado». Las opiniones sobre esta nueva
estrategia eran extremadamente optimistas para la difícil situación en la que se encontraban; muchos creían que
se trataba de un ataque suicida, pero Mhorkvel quería resultados rápidos y ellos no podían fallarle.
La guarnición leal a Garveloth había aprovechado este tiempo sin hostilidades para preparar una gran defensa,
aprovechando lo que habían aprendido sobre el combate contra los no-muertos de la Gran Revolución. Cavaron una
amplia cantidad de zanjas en los alrededores del Puente, algunas fueron parcialmente llenadas con materiales
inflamables y crearon improvisadas torres de guardia, donde emplazaron a casi todos los arqueros, a los cuales se
les ordenó priorizar sus ataques hacia los nigromantes.
Los Arcontes Menores y sus guerreros avanzaron sin inconvenientes hasta estar a casi cien metros de Rismont. A
esa distancia lograron contemplar las torres que habían sido montadas recientemente. Sin darles la importancia
que se merecían realmente, continuaron con su avance; contemplaron como, desde el horizonte, se acercaba el
ejército enemigo. Ante esta situación, dividieron a los muertos vivientes en dos grupos que, en conjunto,
intentaron formar un semicírculo. Sin embargo, se encontraron con que muchos quedaron atrapados en pozos y
zanjas. Para empeorar las cosas, una lluvia de flechas brotó de las torres; muchas estaban prendidas fuego, e iban
dirigidas a las trincheras en donde estaban inmovilizados los no-muertos. Al momento en que impactaron, los
Arcontes Menores comprobaron con horror como las llamas se extendían a gran velocidad, cremando a cientos de
muertos reanimados.
Los arqueros concentraron su atención luego en los nigromantes: más de la mitad de ellos fueron alcanzados por
los proyectiles. Y esto garantizó una lucha fácil para las tropas de Garveloth que, entre los muertos vivientes
calcinados y los desorientados, vencieron fácilmente.
Los pocos Arcontes Menores que aún seguían con vida a esas alturas de la batalla emprendieron una retirada
desesperada, dejando atrás a sus camaradas. Muy pocos se molestaron en retirar con ellos a sus soldados,
dejándolos para contener a la guarnición mientras escapaban. Al final del día, quedaron solo quinientos guerreros
no-muertos y menos de veinte nigromantes; todos se replegaban, derrotados, hacia los Grandes Lagos, al Sur
Occidental, para anunciar su deshonrosa derrota. Rismont había resultado ser un puente demasiado lejano. La
ambiciosa operación de Mhorkvel se vio frustrada, dejando un amplio frente abierto. Y los soldados perdidos serian
irrecuperables.
Garveloth se maravilló al recibir las noticias sobre los sucesivos triunfos, e inmediatamente envió gran cantidad de
refuerzos para perseguir a los rebeldes en retirada; incluso pensó en penetrar a través del Sur Occidental, territorio
de la Gran Revolución, e intentar acabar finalmente con la guerra. Los restos de la guarnición del Puente Rismont,
junto a los nuevos efectivos enviados desde Kalath, formaron un gran ejército.
Tras una ardua persecución, las tropas del Gran Hechicero llegaron a los Grandes Lagos, donde encontraron casi
todos los restos de las fuerzas no-muertas, que habían sido abandonadas por los Arcontes Menores al huir hacia
Kerthon. Establecieron una avanzada en la orilla oriental y esperaron nuevas órdenes.
La Guerra Civil estaba cambiando de curso. Las esperanzas de Mhorkvel de obtener una fugaz y efectiva victoria se
desmaterializaron. Y ahora todo pendía de un hilo.
VII
El Cruce de los Montes del Silencio (Años 1690 a 1678 A.bA)
A principios del 1690 A.bA, las fuerzas de Mhorkvel se encontraban muy dispersas. Los Grandes Lagos requerían
desesperadamente refuerzos, ya que el principal ejército de Garveloth comenzaba a penetrar en el Sur Occidental.
El Arconte había tomado medidas críticas para defender la frontera. Todos los prisioneros de guerra, disidentes del
régimen revolucionario y criminales eran asesinados y reanimados como soldados no-muertos. De esa forma, a
duras penas se podía mantener estable el frente.
Los planes de Mhorkvel seguían siendo los mismos: se debía llegar al Panteón y obtener allí, mediante la
nigromancia, suficientes guerreros para asaltar Kalath. Pero tomar la ruta a través del Sur Oriental y el Puente
Rismont sería imposible, de modo que preparó un nuevo plan. Y resultó ser el mas osado y audaz hito de la historia
militar hasta ese momento.
Directiva No. 6
(Año 1688 A.bA)
Iniciado por Mhorkvel
Cruce de los Montes del Silencio.
I. Intención general.
Son bien conocidas las consecuencias del fracaso en el Sur Oriental. Y no podemos permitir que ese
tropiezo arruine todo lo que hemos conseguido. Debemos seguir adelante. Vencer al tirano. ¡La Gran
Revolución debe triunfar!
Mi prioridad sigue siendo clara: llegar al mausoleo del Gran Hechicero y usar a sus antiguos siervos en su
contra. Hay otra forma de llegar hasta el Panteón, pues las Tierras del Norte, a pesar de estar casi
deshabitadas y llenas de dificultosos pasos montañosos, son un buen camino hasta los pantanos y el
cementerio.
Propongo cruzar los Montes del Silencio, la amplia cordillera que se eleva por todo el Norte y llegar hasta
el Panteón por una ruta que Garveloth jamás podría imaginarse. La travesía será difícil y larga, pero
puede hacerse. ¡El Ejercito Revolucionario de Kerthon logrará lo que nadie ha hecho antes!
II. Organización.
Para llevar a cabo mi plan, solicito que se hagan los siguientes preparativos:
1. Tropa. El Ejercito Revolucionario de Kerthon va a ser usado casi en su totalidad, cuatro mil ochocientos
soldados, y se llevará un gran número de nigromantes adicionales. Se necesitará equipo de asedio
adecuado y gran cantidad de viveres.
2. Transporte. Cada soldado cargará con su propio equipo. Muchas partes del trayecto serán difíciles de
realizar, y las catapultas y demás equipo deberán ser resguardados con mucha cautela.
3. Duración. El viaje será largo, de eso no hay duda. Pero es una carrera contra el tiempo, pues nuestras
defensas en la frontera no aguantaran por siempre al enemigo superior en número. La celeridad debe ser
priorizada, pero no a costa de la seguridad.
4. Cruce de Daglor. El Puente Frisgur debe ser rápidamente reconstruido para permitir el acceso al
Hemisferio Norte.
5. Defensa. Mientras se lleve a cabo el cruce, la seguridad de nuestras tierras estará a cargo de:
a) Vampiros desde el antiguo Castillo de Garveloth.
b) Fuerzas no-muertas establecidas en la frontera.
c) Restos de los antiguos Arcontes Menores, que permanecerán en Kerthon.
Hemos llegado muy lejos, no podemos rendirnos ahora. El tirano caerá y su Poder también lo hará con él.
¡Gloria a la Gran Revolución! ¡Mueran los salvajes y traidores seguidores de Garveloth!
Firmado:
Mhorkvel, Arconte Militar Supremo.
El Cruce de los Montes del Si lencio.
(Año 99 1682 A.bA)
El territorio septentrional al Río Daglor es un colosal sistema de cordones montañosos, cuya principal cordillera son
los Montes del Silencio. La Ciudad Capital, Kalath, se ubica al pie de estas montañas, encima de un antiguo volcán.
Hacia el Noreste, las montañas cesan en una gigantesca ciénaga.
Mhorkvel tenía esperanzas de llegar hasta los grandes pantanos en busca del Panteón que allí se encontraba,
atravesando para eso los Montes del Silencio, en un intento de viajar seguro y evitando batallas innecesarias con
las fuerzas de Garveloth.
El decimo tercer día del noveno mes del año 1686 A.bA, dio comienzo el Cruce de los Montes del Silencio. Se
atravesaron alturas superiores a los tres mil metros, teniendo que soportar temperaturas extremadamente frías
durante las noches y de agobiante calor en el día.
Cientos de guerreros cayeron durante el trayecto, superados por las adversas condiciones del ambiente inhóspito y
el viaje. Fueron reanimados por los nigromantes, pues Mhorkvel no podía permitirse perder ninguna tropa.
Pasaron muchos meses en esas cordilleras, escalando y sobreviviendo; avanzando sin mirar atrás. Después de
casi tres años de odisea, los soldados, consternados por todo lo que habían pasado, y pensando en los peligros que
les esperaban, parecieron perder el coraje. El Arconte los reunió y, desde una gran cima, los mostró el horizonte,
desde donde comenzaban a vislumbrarse las grandes ciénagas. Al mismo tiempo les indicó con la mano el punto
donde estaba ubicada Kalath, y les recordó el objetivo que debían cumplir. Solo pocas semanas después de este
suceso, el Ejercito Revolucionario de Kerthon terminó con éxito el largo viaje.
El cruce de los Montes del Silencio había provocado mas de mil muertes, la mayoría de las cuales fueron
solventadas por los nigromantes. Se habían perdido, entre diversos problemas, diez de las veintidós catapultas que
se transportaban. Pero, a fin de cuentas, había resultado tal y como Mhorkvel deseaba. Estaban a poca distancia
del mausoleo de Garveloth y sin fuerzas enemigas cerca para hostigarlos.
El Cruce de los Montes del Silencio fue sin duda la mayor hazaña de la Guerra Civil, y una de las mas grandes de la
historia militar universal. Extremadamente arriesgado, el plan de Mhorkvel jamás volvería a ser realizado por
ningún otro comandante.
VIII
El círculo se cierra (Años 1678 a 1676 A.bA)
La última ofensiva de Garveloth
(Segundo mes del año 1678 A.bA)
Mientras Mhorkvel y su ejército rebelde ejecutaban con éxito el cruce de los Montes del Silencio, las tropas del Gran
Hechicero, que antiguamente estaban atrincheradas en los Grandes Lagos, avanzaron como un gran enjambre por
todo el Sur Occidental; las precarias defensas establecidas en la frontera no pudieron frenar la invasión. Garveloth,
sin saber el verdadero paradero del caudillo rebelde, dio órdenes a sus tropas de arrasar todo ese hemisferio hasta
encontrarlo. Así, el ejercito de leales se disperso hacia tres objetivos principales.
El tercer mes, se sitió el castillo que ahora pertenecía a los vampiros rebeldes. La valentía de los defensores sería
tremenda: resistirían hasta el final, cada vez más próximo, de la guerra.
Al cuarto mes, las tropas divisaron las grandes y oscuras murallas de la Fortaleza Kerthon; se libró una feroz
batalla, de casi treinta días, a pocos kilómetros de la urbe rebelde. Los Arcontes Menores compensaron sus
antiguos errores con una envidiable valentía al defender el lugar, e hicieron uso de sus más oscuras artes mágicas
para mantener alejado al enemigo. Allí, casi contra todo pronóstico, se definió que, al menos temporalmente, la
ciudad resistiría.
A mediados del quinto mes de ese año, los guerreros leales a Garveloth alcanzaron y bloquearon el reconstruido
Puente Frisgur; le resistencia en esa zona era mucho más débil que en los otros dos objetivos, y la victoria fue
fácil. Fue ahí donde, mediante espantosas y dolorosas interrogaciones a los lugareños capturados, escucharon
relatos de «un gran ejercito, comandado por «el Revolucionario», que atravesaría las montañas del norte». Estos
informes, en los que se describía el cruce de los Montes del Silencio por Mhorkvel, fueron desestimados por los
guerreros de Garveloth. El Gran Hechicero solo recibió algunos rumores varios meses después, cuando ya era
demasiado tarde para intentar detener a los rebeldes en la base de la cordillera.
Sin que el Gran Hechicero lo supiese en ese momento, la invasión al Sur Occidental, que había autorizado pocos
meses antes, sería la última ofensiva que realizaría en lo que quedaba de la guerra, pues a partir de ahora,
Mhorkvel volvería a tomar la iniciativa; mientras que Garveloth se vería obligado a jugar a la defensiva.
El avance hacia Kalath
(Undécimo mes del año 1678 A.bA)
Después de la titánica proeza de cruzar los Montes del Silencio, el Ejercito Revolucionario de Kerthon se encontró
un último obstáculo natural que les impedía llegar al gran cementerio que buscaban. Las ciénagas que se
extienden por el noroeste del Plano fueron un desagradable contratiempo; el ambiente, el ecosistema del
gigantesco pantano, hostigó a cada momento a los rebeldes. Se sabe que Mhorkvel describió la travesía de la
siguiente manera:
«No importa la dirección en que se mire, siempre resulta ser el mismo escenario, desagradable e inalterable. Los
arboles, oscuros y de troncos retorcidos, extienden sus maltrechas raíces entre el fango cenagoso que, con su
viscosidad, ralentiza nuestro avance. De la oscura y pestilente agua emanan burbujas y vapores; solo los no-
muertos son capaces de pasar a través de ellos, pues su toxicidad asfixia al más robusto ser viviente. Los
innumerables insectos inundan el aire con su presencia, pero no son nada en comparación a los demás habitantes
de la ciénaga; el peor peligro son las sanguijuelas, desagradables parásitos y depredadores de innumerables
tamaños, nos acosan a cada momento. Este pantano es, sin ninguna duda, un digno enemigo»
Y tras atravesar, con un colosal esfuerzo, los grandes pantanos del noreste, el Ejercito Revolucionario de Kerthon
logró lo que Mhorkvel tanto deseaba. El vigésimo octavo día del undécimo mes del año 1678 A.bA, el Arconte y sus
nigromantes contemplaron emocionados la gran meseta sobre la cual se erigía el famoso Panteón, el mausoleo
privado del Gran Hechicero. Todo el lugar era enorme y macabramente majestuoso, ornado con ricos frisos y
ciclópeas esculturas. En muchas zonas exteriores, el suelo se volvía blanco por los incontables huesos que lo
cubrían.
En su interior descansaban los restos de los miles de siervos que Garveloth tuvo a su servicio por incontables
evos. Sus más fieles consejeros, sus adeptos más preciados, e incluso sus más fanáticos y despiadados verdugos
y guardianes, se encontraban enterrados allí. Mhorkvel no podía contener la siniestra felicidad que sentía: su
ejército se duplicaría en tamaño y letalidad.
Los nigromantes comenzaron inmediatamente con la reanimación; sin descanso, perpetraron sus oscuras artes
mágicas a todo momento. Por día revivían un promedio de trescientos súbditos, listos para obedecer ciegamente la
voluntad de su nuevo maestro. La larga travesía hasta allí había valido la pena pues, en poco más de tres
semanas, Mhorkvel estaba al mando de casi trece mil tropas. Su revolución estaba lista para continuar la marcha
hacia Kalath. Y el avance se reanudó a principios del año 1677 A.bA
Para ese entonces, Garveloth ya estaba al tanto de la desastrosa situación: mientras que sus fuerzas luchaban y
eran derrotadas en el Sur, el enemigo avanzaba por el norte en dirección a Kalath. Consternado y desesperado,
pero lleno de orgullo y ambición, y decidido a no fallar, colocó todas sus esperanzas en una defensa
suficientemente efectiva para doblegar a las tropas de Mhorkvel.
IX
La caída de Kalath (Año 1677 A.bA)
El escenario para el asalto final de Kalath, la última batalla de una larga guerra, estaba preparado. Mhorkvel y su
reforzado ejército marchaban con celeridad hacia la Ciudad Capital. Garveloth estaba desesperado; utilizó al máximo
su preciada Gema del Poder, reunió a sus más fieles y poderosos hechiceros, e incluso recurrió a la población civil
para que ayudaran a defender la ciudad. Su desmoronado imperio se preparaba para una batalla final, terrible y
apocalíptica, por la supervivencia.
El Arconte estaba por cumplir su más preciado anhelo, su oscura ambición de poder.
Kalath, capital de la derrota
(Primeros meses del año 1677 A.bA)
El vigésimo segundo día del primer mes, casi diez mil habitantes, la mayor parte de ellos marginados de los barrios
periféricos, abandonaron la capital ante el peligro del gran ejército rebelde, que ya todos sabían, se avecinaba.
Garveloth había prohibido abandonar la ciudad, bajo la amenaza de castigos terribles. Pero Kalath era indefendible.
El Gran Hechicero no quiso reconocerlo; dominado por sus obsesiones, había decidido que esta sería una ciudad
heroica donde se estrellara al enemigo, como había ocurrido en el Puente Rismont y en Kerthon. Todos debían
permanecer allí: los que pudiesen luchar, haciéndolo; los que no, animándolos.
El total de defensores, que eran una mezcla heterogénea entre la guarnición de la urbe, hechiceros fanáticos y
reclutas civiles de cuestionable valor militar, obligados a luchar, sumaban unos seis mil efectivos. Hay que añadir a
los habitantes no aptos para el combate, pero que ayudaban en las tareas de fortificación de la ciudad, puesto que
esta no poseía más murallas que las circundantes al Templo Kalath. Así, casi treinta mil seres estaban enfrascados
en esta lucha sin futuro.
Pero Garveloth también tenía sus esperanzas puestas en otros factores: en el oeste, un deteriorado ejército se
replegaba de su fatídica campaña en el Sur Occidental; eran menos de dos mil soldados, debilitados y
desmoralizados, y a gran distancia de la capital. Tenían órdenes imperantes de asistir a la defensa de Kalath.
Mientras, las mismas consignas se habían dirigido a la guarnición del Puente Rismont, y sus escasos mil hombres
marcharon, aun sabiendo que estaban lo suficientemente lejos de la ciudad para llegar a tiempo. Solo la
desesperada mente del Gran Hechicero podía concebir esa estratagema extremadamente optimista, en la que un
puñado de guerreros moribundos y un regimiento debían marcar la diferencia.
Además, en esta batalla contaría con sus más fieles discípulos para apoyarlo. Los cuatro Hechiceros Elementales,
los más fanáticos, despiadados y poderosos esbirros del Gran Hechicero, coordinarían con él la defensa de la ciudad.
La última esperanza de Garveloth era la situación geográfica del nuevo frente de batalla. La capital estaba sobre
terreno elevado, cada uno de los anillos de la ciudad se elevaba más y más, hasta la cima del Anillo Central y el
Templo Kalath; y los barrios periféricos, ahora casi totalmente abandonados y en peores condiciones que de
costumbre, estaban en la base de las mesetas. Basándose en esto, el Gran Hechicero y sus discípulos planificaron
la defensa y fortificación de la ciudad de la siguiente forma:
Un primer cinturón defensivo, en la base de las mesetas, rodearía la ciudad, aprovechando las estructuras de los
barrios marginales para la defensa. Se daría más énfasis a todo el perímetro este, pues el ejército rebelde se
aproximaba en esa dirección. La mayoría de las fuerzas defensivas estarían apostadas aquí, con ordenes de
desgastar y detener al enemigo a cualquier precio, y seguidamente intentar algún contraataque de forma local y
esporádica.
Otro cinturón se estableció rodeando el Anillo Medio, donde la mayoría de la población, fanáticamente leal al Gran
Hechicero, había formado un sistema defensivo mucho mejor que el primero. La mayoría de los brujos y magos
que colaboraban con la defensa estaban apostados aquí.
El tercer y último cinturón defensivo, desde donde se coordinaría la defensa de toda la ciudad, fue el Anillo Central,
de solo quinientos metros cuadrados. Las grandes murallas que rodeaban al Templo Kalath delimitaban la última
defensa. Aquí, Garveloth, con su Gema del Poder, preparaba un poderoso y terrible conjuro que, el destino lo
revelaría así, marcaria el fin de Kalath.
Los Hechiceros Elementales hacían lo posible por mantener leal a la población civil del Anillo Exterior. A través de
órdenes y contraordenes, emitían consignas para estimular la resistencia; también, siguiendo las directivas de
Garveloth, amenazaban a los defensores: si desertaban o retrocedían, sufrirían severos castigos. No eran
amenazas sin respaldo porque, paralelamente a la defensa de la ciudad, decenas de inquisidores enviados por el
Gran Hechicero recorrían los barrios y detenían a quienes consideraban que no cumplían con sus designios,
ejecutándolos bajo los cargos de deserción o traición.
La situación se mantuvo así durante los primeros meses del año; los refuerzos en los que Garveloth confiaba aun
no habían llegado cuando, en el oriente, se pudieron divisar las columnas de humo del ejército rebelde. Entonces, a
pesar de que pocos dudaban del resultado final, los defensores de Kalath acudieron a sus puestos.
La Batal la de Kalath
(Vigésimo a trigésimo día del cuarto mes del año 1677 A.bA)
Mhorkvel deseaba concluir rápidamente con la guerra. Su preciado botín lo esperaba en el Templo Kalath y no podía
esperar más por él. Pero, para sorpresa suya, tomar la capital no resultaría tan fácil como todos, incluido el
enemigo, creían.
El Ejercito Revolucionario de Kerthon estaba estacionado a dos kilómetros de la capital cuando, el día diecinueve del
cuarto mes del año 1677 A.bA, Mhorkvel comunicó a las tropas sus expectativas para la captura de la ciudad. En
teoría, llegar al Templo Kalath, objetivo final de la campaña, no debía tardar más de una semana. Neutralizando
cualquier defensa en el camino, se debía alcanzar con celeridad al Anillo Medio de la ciudad y, una vez allí,
aprovechar la amplia avenida principal, que comunicaba dicho sector de la urbe con el Anillo Central, para avanzar
hasta él. La población civil de la ciudad, a menos que causara problemas, debía ser ignorada. El inicio de la ofensiva
fue pactado para el día siguiente.
Así, el día veinte comenzó el ataque al primer cinturón defensivo, y con él, la Batalla de Kalath. Las catapultas
bombardearon las débiles chozas y las improvisadas empalizadas, erigidas donde antes había intrínsecas
callejuelas; dos mil tropas de la infantería rebelde, casi en su mayoría no-muertos, cargaron hacia los escombros,
en busca de los defensores. Los barrios marginales de la capital, ahora el nuevo frente de batalla, respondieron con
una lluvia de flechas, e incluso algún conjuro destructivo. Casi cuatro mil tropas leales a Garveloth, que hasta
entonces habían estado ocultas entre los deplorables edificios, embistieron también. Al cabo de casi media hora, los
hombres del Gran Hechicero hicieron retroceder al invasor.
Tras esa primera ofensiva rebelde no hubo más combates el resto del día, pero las catapultas, los arqueros y los
brujos tenían órdenes de continuar hostigando a los defensores todo lo posible. Las pérdidas no habían sido
especialmente altas, aunque eso dependía del punto de vista: Mhorkvel confiaba en que, una vez que avanzara,
podría revivir a los caídos. Pero para Garveloth la situación era diferente: de sus cuatro mil hombres, quedaban
poco más de tres mil y eran irremplazables, pues cada vez se hacía más evidente que los refuerzos no eran más
que una falsa esperanza.
Al amanecer del día veintiuno, Mhorkvel lo intentó de nuevo, ahora atacando dos puntos a la vez, para dispersar la
atención de los defensores y, finalmente, dar un tercer ataque frontal que los destruyera. En total utilizaría seis mil
hombres, pues esta vez deseaba que los números se impusieran a su favor. Poco pudieron hacer los soldados del
Gran Hechicero ante un enemigo tan superior y, si bien hubo casos en los que se peleó con gran heroísmo hasta el
final, muchos se replegaron hacia la ciudad. Para desesperación de los Hechiceros Elementales, no se pudo recrear
la exitosa defensa del día anterior, y ahora el camino estaba libre para el avance por todo el Anillo Exterior de
Kalath.
Por ocho días, Mhorkvel y su ejército atravesaron cautelosamente la ciudad. Desde el primer cinturón defensivo
hasta el segundo había unos cuatro kilómetros, pero el avance promedio diario era de unos quinientos metros,
pues las emboscadas abundaban. Muchos de los restos de la defensa de los barrios periféricos tenían órdenes de
no replegarse al Anillo Medio, sino hostigar a los rebeldes en su avance por el Anillo Exterior. Sin embargo, para
suerte del Arconte, eran más los que desertaban que los que obedecían.
Los nigromantes de la Gran Revolución no tenían descanso, Mhorkvel exigía que todos los caídos fueran
reanimados para servirle, incluso los enemigos muertos, cosa que era imposible dadas las circunstancias de
continuo movimiento.
Finalmente, el día veintinueve, llegaron a lo que antes era el inicio de la avenida principal de Kalath, que ahora era
un gigantesco foso, detrás del cual se encontraba una mejor empalizada que la del primer cinturón. Fueron
recibidos por una larga serie de conjuros provenientes del otro lado. Grandes llamaradas consumieron los cuerpos
de los rebeldes e increíbles explosiones arcanas hicieron volar a otros por los aires. Mientras el Arconte daba
órdenes que resultaban difíciles de concebir, arqueros y brujos rebeldes contraatacaban a los hechiceros de
Garveloth.
A duras penas, bajo el fuego enemigo, se pudo construir una improvisada pasarela para atravesar el foso. Una vez
que los números se impusieron, Mhorkvel pudo disfrutar el hecho de que estaba a solo tres kilómetros del Templo
Kalath. Y para el día treinta ya estaban a quinientos metros de las puertas del Anillo Central, contemplando las
ciclópeas murallas que rodeaban la meseta.
La situación de los defensores era ahora crítica. Quedaban, siendo optimistas, mil quinientos efectivos, la mayoría
atrincherados en el tercer cinturón defensivo. Ya nadie dudaba del desenlace que tendría el conflicto, y la moral
estaba por el piso.
Pero fue entonces cuando el Gran Hechicero anunció a los pocos fieles que aun seguían con él, que la victoria
todavía podía llegar desde las fauces de la derrota. Tenía un último secreto, una última arma para obtener la
victoria final. Nunca antes había utilizado su preciada Gema del Poder de esta forma; en todos los evos que la
utilizo para sus malvados propósitos, jamás realizo algo como esto. Pero era el momento. En su obsesión por
triunfar, desataría sobre ese Plano el más horroroso de los poderes que esa gran joya otorgaba, algo que solo sería
superado por quien la usaría después.
Su macabro ritual tuvo lugar rápidamente: pronuncio oscuras frases arcanas y la Gema se iluminó de una manera
sobrenatural; el brilló se volvió totalmente rojo y empezó a emitir un calor sofocante que pocos espectadores
pudieron soportar. La tierra comenzó a temblar. Era un horrible y ruidoso espectáculo, y se sabe que el temblor se
sintió en lugares distantes como Kerthon. Segundo a segundo, se volvía más y más fuerte. La tierra alrededor del
Anillo Central comenzaba a resquebrajarse; las grietas que se abrían en la tierra tragaban los edificios hacia las
profundidades de la tierra. Y de ellas brotaron, furiosa y salvajemente, grandes cantidades de magma hirviendo.
Y el fenómeno se extendió por toda Kalath. Miles de vidas fueron consumidas en solo segundos; la lava avanzó
calcinando todo a su paso. El Ejercito Revolucionario de Kerthon fue erradicado casi totalmente.
Los pocos supervivientes, guiados por Mhorkvel, avanzaron rápidamente hasta las proximidades de la colosal
puerta del Anillo Central. Afortunadamente para ellos, la puerta había resultado dañada por los temblores, y resultó
fácil poder derribarla con un improvisado ariete, hecho con los restos de una catapulta. Mientras sus tropas
avanzaban y los pocos nigromantes supervivientes hacían lo imposible por solventar las perdidas, el Arconte no
podía evitar sentirse maravillado. Todo el poder que esa Gema podía ofrecer era increíble. Y ahora, más que nunca,
lo deseaba para él.
Casi al final del día, los últimos defensores se replegaron al interior del Templo Kalath. Las bajas habían sido
monstruosas para ambos bandos, a tal punto que quedaban menos de treinta nigromantes rebeldes, y solo la
mitad estaba en condiciones de reanimar cadáveres.
Pero Mhorkvel los arengaba a seguir. Estaban a un paso de derrotar al Gran Hechicero. A un paso de la Gema del
Poder.
Dentro del Templo, Garveloth daba sus últimas instrucciones a sus discípulos. Pese a todos los esfuerzos, tuvo que
reconocer que la guerra estaba perdida. Pero no pensaba rendirse; lucharía cara a cara con Mhorkvel hasta el final.
Mas sus fieles hechiceros no debían sufrir su misma suerte. El Gran Hechicero utilizó su Gema del Poder, por
última vez registrada, para crear un portal que sus esbirros atravesarían. Ellos tenían sus órdenes, pero pasarían
siglos para que pudieran cumplirlas.
El portón principal del Templo Kalath cedió ante los golpes del ariete y los últimos vestigios del Ejercito
Revolucionario de Kerthon, con su Arconte Militar Supremo a la cabeza, penetraron dentro del monumental edificio.
Se sabe que hubo un implacable duelo entre Mhorkvel y Garveloth, donde ambos exprimieron al máximo sus
poderes. Y la victoria final fue del primero. Este, haciéndose con el tesoro del Gran Hechicero, su Gema del Poder,
logró encerrar su alma en ella definitivamente.
Era el final de la Guerra Civil. Garveloth estaba encerrado en su propio artefacto mágico y Mhorkvel había
demostrado ser un glorioso líder. Kalath había desaparecido, consumida por la ambición de su amo.
Y los más importante, un factor que cambiaria para siempre la historia: ahora la gema yacía sobre las manos de
Mhorkvel, y con ella todo el poder de su creador. Sin que nadie pudiera hacerle frente.
X
Epílogo para una guerra
La Guerra Civil del Inframundo duró ciento cuatro años, un siglo que definiría para siempre la historia. Tras su
victoria, Mhorkvel, que siglos después sería conocido por las razas de nuestro mundo como «el Demonio», retornó
a Kerthon con la Gema del Poder como trofeo.
Alegando que aun estaban libres los principales colaboradores del Gran Hechicero, los Elementales, se negó a
deponer su titulo de Arconte. Y declaró que la Gema del Poder, tal y como había prometido, seria de todos y para
todos cuando el ultimo Hechicero hubiera caído.
Su discurso completo en la Fortaleza Kerthon fue el siguiente:
Iniciado por Mhorkvel
Ciudadanos de Kerthon, en este día hemos logrado una gran transición.
Por eones, Kalath se mantuvo como el gran bastión que coronaba a los seres civilizados y, desde allí, se
extendió por todo este Plano. Pero los objetivos de los que aspiraban a ser nuestros tiranos han sido
enfrentados por aquellos que, junto a mí, no temían a sus elitistas y peligrosos poderes. ¡Nuestros leales
soldados lucharon en el interior del Templo Kalath y alrededor de todo el Mundo!
¡Los Hechiceros Elementales que quedan serán perseguidos y derrotados, y sus colaboradores sufrirán la
misma suerte!
Estos han sido tiempos difíciles, pero hemos superado la prueba. La guerra ha terminado, el Gran
Hechicero ha sido derrotado y Kalath aplastada. ¡Estamos ante un nuevo comienzo!
Pero ante el remanente enemigo que queda en libertad, es necesario un único y poderoso guía, que
mantenga estable y segura nuestra nueva sociedad. Una sociedad, una nación, que continuara bajo este
dirigente soberano escogido de por vida.
Bajo este nuevo orden, defenderemos nuestros ideales con la fuerza de nuestros brazos. No les daremos
cuartel a nuestros enemigos y estaremos juntos contra su ataque; como una gigantesca horda,
acabaremos con todos ellos. Un nuevo, fuerte y creciente ejército asegurará que se cumpla la ley.
Este nuevo orden ha triunfado sobre los vergonzosos hechiceros. La dirección de nuestro camino es clara.
¡Lideraré este nuevo pueblo a glorias más allá de su imaginación!
¡Diez mil años de gloria comienzan hoy!
Pero lo que Mhorkvel haría en realidad no sería perseguir a sus pocos enemigos. Al contrario, usaría su preciada
Gema para realizar sus más oscuros propósitos. Gracias a ella llegó a otro plano, lo que ellos llaman «El plano real».
También gracias a su gema del poder, creó su reino eterno: el infierno, el más horroroso uso que se le dio a la
Gema del Poder.
Cuando por fin culminó todas sus obras siniestras y sintió que su liderazgo no sufría ningún tipo de amenaza,
decidió por seguridad, fragmentar las cuatro gemas del poder.
Este hecho siniestro, sucedió aproximadamente entre el año 1570 y 1550 A.bA.
Con el paso de los años, el Demonio se olvidó de los hechiceros, ya que nunca los pudo hallar. Despreocupado, iría
dejando estratégicamente las gemas en distintos lugares claves para él y su poder. Así, con el tiempo se olvidaría
de ellas, hasta su reaparición, más de dos mil años después.