Portada » Filosofía » Crítica de la Razón y los Sentidos en la Historia de la Filosofía
Versa sobre las características defectuosas de la idiosincrasia de los filósofos, se alude al problema parmenídeo-heracliteo del ser y el devenir. Lo que es no deviene, lo que deviene no es. Esta afirmación se mantiene por la falta de sentido histórico de los filósofos, de su odio a la noción misma de cambio, de devenir y su rechazo a los sentidos, por su egipticismo y su monoteísmo. La conclusión de Nietzsche es que los sentidos no nos engañan, lo que introduce la mentira es lo que hacemos con su testimonio, es decir, la ‘razón’ es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos.
Versa sobre las características defectuosas de la idiosincrasia de los filósofos, es decir, se alude al problema parmenídeo-heraclíteo del ser y el devenir. Lo que es no deviene, lo que deviene no es. Esta afirmación se mantiene por la falta de sentido histórico de los filósofos, de su odio a la noción misma de cambio, de devenir y su rechazo a los sentidos. Aunque Heráclito aceptó el devenir, no fue justo con los sentidos pues según Heráclito nos engañan por no ofrecer perduración y unidad que es lo propio del cosmos.
La conclusión de Nietzsche es que los sentidos no nos engañan, lo que introduce la mentira es lo que hacemos con su testimonio, es decir, la ‘razón’ es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos
Insiste en el error de los filósofos al despreciar los sentidos como testimonio de la realidad; pero esta vez Nietzsche señala ese error ofreciendo una imagen contraria de los sentidos, o sea, enalteciéndolos, elogiándolos, describiéndolos como «sutiles instrumentos de observación». Frente a la tendencia de Platón de identificar mundo sensible con mundo visible, con el sentido de la vista, ahora él se fija en el olfato y su potencia (el olfato nos lleva hacia la realidad más inmediata, hacia lo material, al rastreo, la vista, por el contrario, hacia arriba, lo representado). Nietzsche dice de sí mismo que ha sido el primero en olfatear la podredumbre, la muerte de los valores de Occidente.
Por otra parte, la misma ciencia positiva (Física, Química, etc.) ha reconocido la importancia de los sentidos, de la experiencia sensible y ha buscado como mejorarlos con la tecnología.
Se aborda la confusión entre lo último y lo primero, llegando a la conclusión de que todo lo que es ha de ser causa de sí mismo. Tal error se produjo por un deshistorizar, un empeñarse en que las cosas sean algo fijo. La metafísica se deja guiar por los llamados conceptos supremos que deben tener su causa en ellos mismos porque lo inferior no puede ser causa de los superior (concepción de la causalidad escolástica), no pueden estar contaminados con la realidad sensible, ya que entonces carecerían de valor. Así el concepto supremo por excelencia, el ente realísimo (Dios), aparece como lo primero, como el más real, a pesar de ser el más vacío, el producto de mentes enfermas que rechazan la vida y que como arañas tejen conceptos para poder sobrevivir ellos y de paso haciendo que generaciones enteras sean ineptas para la vida, obligadas a renunciar a sí mismos y a sus instintos.
Nos advierte de cómo una vez embaucados por la razón, nos vemos obligados a utilizar su lenguaje donde las palabras olvidan su carácter metafórico y quieren suplantar a las cosas. En consecuencia, nos vemos, pues, atrapados por su lógica, sus reglas, su gramática, y obligados a ver las cosas tal y como las representa el lenguaje. Acabamos, por tanto, viendo el «yo», sujetos, sustancias, causas etc., y añadimos realidad (ser) a entidades que sólo son palabras de hecho. Mientras que el lenguaje esté teñido de las categorías de la razón existirán instrumentos para engañarnos con respecto a la realidad. Por eso, aunque nos deshagamos del concepto de Dios, va a ser difícil que volvamos al único mundo existente porque continuamos creyendo en la gramática, que es una verdadera «metafísica del pueblo». La realidad queda desdoblada por quienes confunden estructura del lenguaje y estructura de la realidad:
Esta labor de la «razón» en el lenguaje es engañadora (transmuta lo real), vieja (opera desde los albores de la humanidad) y femenina (se insinúa por el engaño que es más propio de la naturaleza de la hembra)
En ella Nietzsche explica que la razón por la que se ha decretado falso el mundo de los sentidos (materialidad, pluralidad, cambio) son los rasgos del único tipo de realidad posible. No hay otro mundo que el que se experimenta por los sentidos.
En ella Nietzsche explica que los rasgos del Mundo Verdadero (identidad, inmaterialidad, eternidad) creados a partir de la negación de lo experimentado por los sentidos no son más que el producto de una «ilusión óptico-moral», es decir, una suerte de alucinación cuya causa es moral: es el resentimiento contra la vida real lo que hace que deliremos con un supuesto Mundo Verdadero.
En ella Nietzsche explica como los incapaces de soportar el dolor y la fugacidad de la vida crean otra vida. El mundo de las ideas o el cielo brota del afán de ultrajar la vida, quedando como un tránsito o valle de lágrimas para pasar a otro donde la vida es segura, cierta, eterna. El sistema de valores que sostiene esta idea decreta como indeseable todo lo que nos reconcilie con la vida (el cuerpo, los instintos, las pasiones)
En ella Nietzsche explica como la tradición cristiana y filosófica (Kant es un cristiano alevoso) al defender la división entre vida terrena y vida celestial, mundo verdadero y aparente (Platón), noúmeno (lo que una cosa es) y fenómeno (lo que una cosa muestra) más la necesidad moral de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios no es más que una muestra de decadencia
Frente al filósofo decadente el artista ofrece su interpretación de la realidad, su perspectiva compatible con la de otros, ofrece una apariencia seleccionada, corregida, creada a partir del devenir y la vida gozando intensamente de los dolores y los placeres de esta. El arte con sus metáforas y creaciones abre la posibilidad de innumerables perspectivas autoexpresivas no excluyentes entre sí frente al concepto uniformizador de la razón. Quien ama la vida se caracteriza por una voluntad afirmativa, por la creatividad, afirmando los aspectos problemáticos de la existencia, el sufrimiento y la muerte, por ello es también amor a lo que nos depare el destino. El filósofo artista es dionisiaco porque no juzga la vida, sino que la acepta en su integridad incluyendo el sufrimiento y lo terrible.