En Diciembre de 1545 se inaugura el Concilio de Trento, convocado por el papa Paulo III. Tras múltiples interrupciones y 22 sesiones, fue clausurado por el papa Pio IV en Diciembre de 1563, con sus 18 años ha sido el concilio más largo de la historia. Trento estaba en la Italia del norte; pero era ciudad imperial y cabía esperar que a ella consintieran en acudir los protestantes, que jamás participarían en un concilio celebrado en suelo papal. No fue fácil llegar a su apertura; quince largos años constituyen un período preconciliar salpicado de vacilaciones y recelos. Las primeras voces pidiendo un concilio sonaron en Alemania. Un «concilio general, libre, cristiano, en tierra alemana» era el clamor proveniente tanto de católicos como de protestantes. Carlos V deseaba ardientemente la reuníón del concilio, con la esperanza de que sirviera para rehacer la unidad religiosa del Imperio. Pero esta perspectiva y el fortalecimiento del poder de Carlos que ello supondría bastaba para que el otro gran monarca católico de Europa, Francisco I de Francia, en guerra casi continua con el emperador, no sintiera el menor entusiasmo por la convocatoria conciliar. El Concilio de Trento afrontó problemas dogmáticos como la precisión de la fe católica contra los errores del protestantismo, aunque las cuestiones de la primacía papal y del concepto eclesial no se modificaron. Reafirmando la doctrina tradicional, el Concilio fijó el contenido de la fe católica. Trento promulgó catorce decretos doctrinales y trece decretos sobre la reforma de la atención pastoral y la disciplina de la Iglesia. Las conclusiones más importantes del Concilio, a mi modesto entender y con la brevedad necesaria, fueron: Se reafirmó que las fuentes de la fe son las Sagradas Escrituras y la tradición de la Iglesia. Para los protestantes la única fuente de la revelación es la Sagrada Escritura; la Iglesia no sería, por tanto, depositaria ni intérprete de la Revelación: la «sola Escritura» era, según Lutero, la única fuente de la Revelación y su interpretación correspondía a cada fiel en particular, directamente inspirado por Dios ( «sacra Scriptura su¡ ipsius interpres», las sagradas escrituras se interpretan por sí mismas). Está claro que esta tesis iba contra la línea de flotación de la Iglesia como organización. Las Sagradas Escrituras deben ser interpretadas por la Iglesia y no tener interpretación libre como decía Lutero, negando el magisterio eclesial. Reafirmó que la fe es necesaria para la salvación, pero también lo son las buenas obras. Lutero decía que con la fe solamente se bastaba para ir al Cielo. «Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea excomulgado» Se volvíó a ratificar que el pan y el vino consagrados son el Cuerpo y la Sangre de Cristo y no como Lutero decía, una representación. Se proclamó que se podía rendir culto a los santos como ejemplos y testimonio de vida cristiana: «deben ser absolutamente condenados…Los que afirman que … Son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro.» Se define el pecado original que se borra con el Bautismo. Se había discutido la necesidad de bautizar a los recién nacidos : «Si alguno niega que los niños recién nacidos se hayan de bautizar, aunque sean hijos de padres bautizados; o dice que se bautizan para que se les perdonen los pecados, pero que nada participan del pecado original de Adán, … Sea excomulgado» Se dispone que los obispos debían vivir en sus diócesis y debían hacer visitas a sus parroquias de un modo frecuente: «por cuanto se hallan algunos en este tiempo, …, que olvidados aun de su propia salvación, y prefiriendo los bienes terrenos a los celestes, y los humanos a los divinos, andan vagando en diversas cortes, o se detienen ocupados en agenciar negocios temporales, desamparada su grey, y abandonando el cuidado de las ovejas que les están encomendadas…». Se dictan normas contra el concubinato de los clérigos: «prohíbe el santo Concilio a todos los clérigos, el que se atrevan a mantener en su casa, o fuera de ella, concubinas, u otras mujeres de quienes se pueda tener sospecha; ni a tener con ellas comunicación alguna: a no cumplirlo así, impónganseles las penas establecidas por los sagrados cánones» Se prohíben los duelos, con gravísimas penas: «Extermínese enteramente del mundo cristiano la detestable costumbre de los desafíos, introducida por artificio del demonio para lograr a un mismo tiempo que la muerte sangrienta de los cuerpos, la perdición de las almas…Los que entraren en el desafío, y los que se llaman sus padrinos, incurran en la pena de excomunión y de la pérdida de todos sus bienes, y en la de infamia perpetua, y deban ser castigados según los sagrados cánones, como homicidas; y si muriesen en el mismo desafío, carezcan perpetuamente de sepultura eclesiástica.» Se mandan construir seminarios para formar bien al clero. A los religiosos se les urge la vida en común y a las monjas la clausura: «Que todas las personas regulares, así hombres como mujeres, ordenen y ajusten su vida a la regla que profesaron» «..Procuren con el mayor cuidado restablecer diligentemente la clausura de las monjas en donde estuviere quebrantada» Se reafirma la existencia del Purgatorio: «Habiendo la Iglesia católica,…Enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa«. Hay que considerar que la tesis de que las ánimas benditas del Purgatorio mejoran con misas y donaciones, supónía una buena fuente de ingresos para la Iglesia de la época. Se prohíbe la misa en lengua vernácula, pero se recomienda la homilía en dicha lengua: «Aunque la Misa incluya mucha instrucción para el pueblo fiel; sin embargo no ha parecido conveniente a los Padres que se celebre en todas partes en lengua vulgar» Se establece la Vulgata latina como la única Biblia reconocida por la Iglesia: «..Se declara qué edición de la sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas las ediciones latinas que corren; establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas, disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el largo uso de tantos siglos…». Esta era la primera traducción de la Biblia del griego al latín y fue hecha por San Jerónimo en el año 383. Se decide la publicación de un catecismo que recoja toda la doctrina del Concilio y se manda hacer una nueva edición corregida del Misal y del Breviario (rezo de los salmos). Trento no pudo ser un concilio para unir católicos y protestantes pero, por lo que se refiere a la obra pastoral y disciplinaria de Trento, sus decisiones fueron, con el tiempo, trascendentales. La reforma del episcopado fue objeto de abundantes discusiones y decretos: se reguló el deber de residencia, de visita pastoral diocesana, de predicación y de convocatoria frecuente de sínodos. Parecidas recomendaciones de residencia, predicación, cura de almas, vida austera, uso del traje talar, etc., se hicieron a los párrocos. La novedad que el Concilio presentó en esta materia se refería al celo que en adelante habría de ponerse en la selección, formación moral, teológica y doctrinal de los curas, para lo cual se pedía a los obispos que se establecieran seminarios diocesanos, de tal manera que se evitaran los abusos denunciados y se llevase a cabo la reforma real de los ministros seculares de la iglesia.