Portada » Lengua y literatura » Caracteristicas teatro anterior a 1936
La novela anterior a la Guerra Civil española cuenta en primer lugar con novelistas que prosiguen el realismo y el naturalismo del siglo anterior. En este sentido, debe destacarse la obra de los discípulos de Galdós, Clarín o la Pardo Bazán… Se trata de narraciones que constituyen el reflejo de la realidad social. Adquiere un especial relieve la producción de Vicente Blasco Ibáñez, figura que se inscribe dentro de los planteamientos naturalistas.
La ruptura y la renovación de la novela a principios de siglo vendrá de la mano, sin embargo, de los hombres del Grupo del 98. Dos rasgos son los más caracterizadores de estas novelas:
En ello se oponen por completo a la etapa realista y naturalista y, de una forma o de otra, se hallan patentes en los novelistas del 98. Azorín (La voluntad, 1902) es un ejemplo de voluntad artística y subjetivismo; Unamuno, por su parte, utiliza la novela para debatir ideas (Amor y Pedagogía, 1902), para proyectar sus preocupaciones religiosas (San Manuel Bueno, mártir) o para expresar su angustia existencial en una novela como Niebla (1914) en que los personajes se rebelan contra el propio autor, y ponen de relieve su ‘lucha’ por ser, existir, frente a la muerte o la disolución de la personalidad. Son éstos, ideas y procedimientos narrativos muy diferentes a los de los autores realistas del siglo anterior.
Pero el autor que manifiesta con mayor claridad el cambio que se produce en la novela de principios de siglo es Baroja. Es cierto que su concepción de la novela aparece ligada al realismo precedente. Pero si Galdós era objetivo, sereno y realista, Baroja será subjetivo, apasionado e impresionista.
En efecto, no le interesará copiar la realidad, sino interpretarla desde su propio ‘yo’; no se mantendrá impasible ante lo que cuenta, sino que denunciará y criticará y, por último, frente al detallismo del escritor que se pliega ante lo que está describiendo, él utilizará unos pocos rasgos fuertes, definidores, que transmitirán una ‘impresión’ vívida del objeto. Su estilo se caracteriza por la sencillez, por recoger la lengua viva y por su clara intención antirretórica: la lectura de las novelas de Baroja transmiten la sensación de ‘cosa vivida’. A ello contribuye la magnífica utilización del diálogo: El árbol de la ciencia que, además, es la manifestación más certera de la actitud noventayochista, puede ser un buen ejemplo de todo ello. (=> Breve comentario sobre el sentido y alcance de esta novela)
En otras coordenadas se mueve Valle-Inclán cuyas Sonatas son la mejor expresión de la prosa modernista. Su influencia se dejó sentir en Gabriel Miró (Las cerezas del cementerio), novelista ya de la Generación del 14 (novecentistas) y cuya obra evoluciona hacia una ‘novela lírica’ en la que se reduce al máximo la acción y destaca la descripción de sensaciones y de ambientes.
En el marco de la Generación del 27, lo más importante es señalar la aparición de una ‘novela social’(Ramón J. Sender) que recoge influencias de la novela del 98 y del mismo Blasco Ibáñez, el escritor naturalista, y se convertirá en un referente para la reconstrucción del género novelístico una vez acabada la Guerra Civil, en la etapa de posguerra. Sabido es que ni la prosa vanguardista de Gómez de la Serna ni la novela de vanguardia –alguna hubo- pueden competir con la extraordinaria creación poética de la Generación.
Pueden distinguirse dos grandes tendencias: la continuadora del teatro que se hacía a finales del siglo XIX y la que pretende innovar.
En el primer caso, hallamos un teatro en verso, de tema histórico y legendario, muy apreciado por el Modernismo, dentro del cual destacan –con un enfoque particular- las obras de los hermanos Machado, Manuel y Antonio. Se trata de obras que continúan el teatro modernista, interesantes más por sus autores, que por sus cualidades escénicas. También debemos mencionar un teatro cómico:
los sainetes de Carlos Arniches (ambientados en el Madrid “castizo” de chulapos y chulapas) y las obras llenas de gracia y de folclore andaluz de los hermanos Álvarez Quintero. Pero, sobre todo, en el marco de este teatro continuista y “comercial”, hay que mencionar a Jacinto Benavente, el gran autor de la llamada “comedia burguesa”:
refleja el mundo de la burguesía, se pliega a sus gustos y carece de sentido crítico; la excepción es Los intereses creados, una farsa que ofrece una cínica visión de los ideales burgueses (aunque sin llegar al extremo).
La tendencia innovadora cuenta con el teatro del Grupo del 98. Es un teatro de ideas en el que cabe mencionar a Unamuno, cuyas obras tratan de las preocupaciones y conflictos humanos que le obsesionaban, y a Azorín quien, en la trilogía Lo invisible, presenta la angustia ante la muerte. Muy en la línea de la literatura noventayochista, este teatro, de denso contenido, es el cauce para expresar las inquietudes intelectuales de sus autores, pero carece de mérito escénico.
Será Valle-Inclán quien lleve a cabo la auténtica renovación del teatro en el siglo XX. Sus Comedias bárbaras, representan la superación del modernismo de las “Sonatas” y abren la vía a un lenguaje duro y agrio, de gran fuerza dramática, que refleja el ambiente rural gallego a través de personajes violentos, extraños o tarados. Siguen en su producción unas obras, ya de tono esperpéntico, entre las que destaca su obra maestra, Divinas palabras, también de ambiente gallego. En ella la ‘deformación’ expresionista se corresponde con un lenguaje desgarrado y con frecuencia brutal. Pero la primera obra a la que Valle-Inclán da el nombre de “esperpento” es Luces de bohemia
. Constituye la culminación de su expresionismo: la deformación de la realidad sirve, uniendo lo trágico y lo burlesco, para denunciar los vicios, las lacras sociales y morales de la España de la época. Son palabras de Valle: “Deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España”. Se trata de una aportación genial a la literatura española.
El otro gran autor del teatro antes de 1936 es Federico García Lorca.
El mundo lorquiano está presidido por el sentido de la frustración, el sentimiento dramático de las cosas y el destino trágico. Todo ello alcanza su expresión máxima en el teatro: La casa de Bernarda Alba, Bodas de sangre o Yerma son la manifestación del choque entre el individuo y su entorno, entre la realidad y el deseo, entre la vida y la muerte. En La casa de Bernarda Alba, la protagonista enfrenta su deseo de amar, de vivir, al autoritarismo más despiadado; en Bodas de sangre, la pasión amorosa choca contra las barreras sociales y morales y, en Yerma, el deseo de maternidad choca contra el destino de la mujer estéril. Tragedias todas ellas de una honda intensidad en las que sobresale el arte del diálogo, el sabor popular y un sesgo poético del lenguaje: metáforas, comparaciones, connotaciones y hallazgos verbales son prueba de ello.