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Un diagnostico oficial autocrático y una nueva estrategia de desarrollo.
En la historia reciente de la política económica mexicana los últimos meses de 1970 y los primeros de 1971, aparecen como un periodo singular. En el marco del proceso sexenal mente reiterado de transmisión del poder al presidente en turno, tuvo lugar un brusco cambio de perspectiva. De una visión que se apoyaba en los aspectos cuantitativos del crecimiento y la estabilidad económica, se pretendió transitar a una percepción que privilegiada los aspectos cualitativos que circundan el fenómeno del crecimiento, buscando apartarse de una visualización abstracta y excesivamente simplificada de las leyes de funcionamiento de la economía e incorporar una óptica estructural como orientadora de la política económica.
Al hacerse cargo de la presidencia de la República de Luis Echeverría, el mundo del oficialismo vivió el “Redescubrimiento autocritica “de una realidad económica, social y política que negaba en buena medida la dorada imagen del país que, bajo la divisa del “milagro mexicano”, se había difundido en todos los niveles, formas y tonos en los años anteriores. Con certidumbre respecto al poder e influencia que concentraba el Ejecutivo Federal, el nuevo presidente en su primer mensaje a la nación, el primero de diciembre de 1970, declaro: “Si para cumplir los mandatos de la constitución es preciso modificar la estrategia de nuestro desarrollo, procederemos resueltamente. (…) Actuaremos por mandato de la soberanía nacional e iremos tan lejos como el pueblo quiera.” Dos días después, en reunión con inversionistas nacionales y extranjeros reitero: “Ha llegado al gobierno un grupo de hombres que piensan que es necesario modificar la estrategia el desarrollo económico de México”.
Se trataba, de la perspectiva y en los lenguajes oficiales, del reconocimiento explicito que el modelo seguido por el sistema mexicano llevaba al País por una ruta de distanciamiento creciente respecto a los “compromisos sociales” que la revolución mexicana se impuso en la constitución de 1917.
Veamos la primera cuestión.
Como aspecto medular fue señalado el carácter desigual que había asumido el reparto de los frutos del crecimiento económico anterior.
Se planteo que la polarizada distribución del ingreso no era, como se había pretendido hasta entonces, una condición sin el crecimiento, sino un obstáculo potencial al mismo y fuente de injusticias y conflictos sociales. El planteamiento especifico de Luís Echeverría al respecto fue el siguiente: “No existe un dilema inevitable entre la expansión económica y la redistribución del ingreso. Quienes pregonan que primero debemos crecer para luego repartir, se equivocan o mienten por interés. Se requiere en verdad, aumentar el empleo y los rendimientos con mayor celeridad que hasta el presente. Para ello, es indispensable compartir el ingreso con equidad y ampliar el mercado interno de consumidores. Se requieres también que el esfuerzo humano sea más fecundo. Para lograrlo, es preciso igualmente distribuir; el bienestar, la educación y la técnica”. Esta fue la viga maestra sobre la que se pretendió estructurar lo que poco tiempo después se conocería como “la estrategia del desarrollo compartido”.
Adicionalmente se enfatizo que la dinámica concentradora del ingreso obedecía a, y se expresaba en, 2 desequilibrios fundamentales que se observan en la evolución económica del país: el desequilibrio sectorial y el regional.
El primero se expresaba en la diferenciada tasa de crecimiento de los más importantes sectores de la estructura productiva. Así fue señalado un rezago en el ritmo de expansión de los sectores que integran la actividad económica primaria de manera que la agricultura, silvicultura, pesca y minería crecieron durante los sesenta a un ritmo igual o inferior al de la población, en condiciones de que su participación ocupacional respecto a la población económicamente activa fue del 50% aproximadamente por el contrario, en este periodo, petróleo, manufacturas, construcción, energía eléctrica y comercio crecieron a tasa sensiblemente superiores al promedio de la economía.
En correspondencia con los diferentes ritmos de expansión se profundizo una marcada diferenciación en los niveles de productividad por hombre ocupado en los diversos sectores “para 1969 la productividad del trabajador en actividades primarias había caído a menos de la cuarta parte del promedio de la economía, a la sexta parte del trabajador de la industria manufacturera y a la duodécima parte de la del trabajador del comercio”. Se llamo igualmente la atención sobre el hecho de que aunados a estas desigualdades intersectoriales tanto en las actividades dinámicas como en las deprimidas.
Por lo que toca a los desequilibrios regionales se tomo en cuenta de la existencia de las zonas muy localizadas de desarrollo agrícola e industrial.
La agricultura mexicana fue visualizada en una división que comprende zonas de marcado dinamismo donde se obtienen altos niveles de productividad, en las que domina las formas capitalistas de organización y que fueron las principales beneficiadas de la política oficial de desarrollo agrícola de los sexenios anteriores, en contraste con regiones deprimidas con muy bajos niveles de productividad, aguda situación de miseria y en las que predominan las formas ejidales y minifundiarias de explotación. En el frente industrial se indico que el proceso de concentración de esta actividad en los polos industriales del Distrito Federal y Estado de México, así como en los de la región norte del país, seguía su marcha y se traducía en una creciente afluencia de población del campo hacia esos centros con las siguientes implicaciones sociales. De una manera general fueron destacadas como principales regiones de pobreza de los estados de Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Tabasco, Zacatecas, Hidalgo, Durango, Querétaro y Tlaxcala.
Dicho en una frase, la columna vertebral del diagnostico fue la siguiente: desarrollo desplegado de una situación socioeconómica ostensiblemente atentatoria contra la legitimidad de un Sistema históricamente construido bajo principios de “justicia social”.
De manera complementaria fueron integrados 2 elementos cuya valoración parecía en principio más estratégica que coyuntural se trataba de los desequilibrios externo fiscal. El primero, provocada por una estructura de las importaciones que imponía una alta elasticidad de ingreso de las mismas, y por la existencia de un debilitado sector exportador primordialmente localizada en las actividades primarias con escasas posibilidades de competir en la línea de manufacturas, una situación internacional desfavorable. El segundo, propiciado por un sistema impositivo orientado al apoyo de la acumulación industrial privada y que arrojaba bajos coeficientes de tributación, por un sector paraestatal financieramente deficitario merced a su ineficiencia y a una política de precios destinada a subsidiar otras actividades y por un nivel de gasto publico determinado por necesidades que reclaman la atención estatal de manera creciente.
Es posible detectar aquí también, la pretensión de recuperar algunos valores ideológicos propios de la Revolución mexicana, en este caso el nacionalismo, implicado por la prevención de los riesgos inherentes a la permanente profundización de la dependencia tecnológica, comercial y financiera involucrada en el desequilibrio externo y el papel conductor del Estado sobre el proceso re indicado al sugerir las implicaciones que en tal dirección proyecta una ruta de creciente debilitamiento financiero del Estado.
En lo que se refiere a la nueva estrategia económica que se estaba proponiendo, sus líneas principales se asocian de una u otra manera al diagnostico arriba resumido y se puede esquematizar como sigue:
c) Canalización de mayores recursos hacia los mecanismos que cumplen una función redistributiva (sistema de seguridad social para los trabajadores urbanos y rurales, programas de salud pública y vivienda popular y organismo públicos de comercialización).
3.1.2 Fortalecimiento de las finanzas públicas o aumento de la captación estatal de los recursos que genera la comunidad.
a) Impulso a la exportación tanto de materias primas como de artículos manufacturados, con claridad respecto a que en el largo plazo solo los bienes industriales podrán equilibrar las transacciones.
d) Revisión de algunos aspectos de las políticas fiscales y arancelarias con la idea de promover la eficacia productiva y consecuentemente la competitividad internacional.
Y desestimulo a la importación suntuaria y dispendiosa.
Una mirada de conjunto al diagnostico y la estrategia enunciados llama a plantear tres consideraciones:
3.2.1 El diagnostico no es mucho más que la recuperación, a nivel oficial, de una situación permanente y crecientemente denunciada por analistas de la realidad mexicana que actuaban con independencia, en una corriente general no apologética, si no critica. La originalidad, pues, no reside en el contenido del diagnostico, sino en su carácter “autocritico”.
3.2.2 Es un diagnostico parcial, en la medida en que no recoge de manera explícita e integrada en 2 elementos esenciales para entender a cabalidad la necesidad política de un cambio de rumbo. Estos elementos son el evidente y critico desgaste del sistema de dominación política, sistema cuya eficiencia en las décadas anteriores dio cuenta, en medida nos desdeñable, de las posibilidades de concretar un proceso de acumulación de capital fluido y estable y el debilitamiento relativo de la burocracia política como entidad social respecto a una burguesía crecientemente capaz de ajustar el nivel de su poder política al de su poder económico.
3.2.3 El carácter eminentemente descriptivo del diagnostico, su escaso contenido interpretativo, se traduce en una estrategia demasiado simplificada y lineal e incluso contradictoria en algunos aspectos: en suma, una lista de propósitos, pero no necesariamente de posibilidades.
Independientemente de su obviedad, las consideraciones enumeradas desdoblan dos preguntas claves primero, ¿Por qué si algunos elementos del diagnostico habían sido detectados con anterioridad y tenían un largo periodo de gestación especialmente el carácter dependiente, marginalizante y desigual del proceso económica, la autocritica y la pretensión de cambio de rumbo emergen en el momento en que lo hacen?, ¿es que se trata de una necesidad puramente política?; segundo, ¿Por qué diagnostico y estrategia adoptan la forma que adoptan?
Respecto a la primera postulamos la hipótesis, que por lo demás no pretende ser original, de que no se trataba de una pura necesidad política, puesto que en el segundo lustro de los sesenta el sistema económico mexicano mostraba ya los síntomas inequívocos de agotamiento del modelo de acumulación en que se apoyo la fase estabilizadora, y del carácter estructural de sus contradicciones y limitaciones principales. Es decir, en rigor, durante la segunda parte de la década pasada aparecen los indicios de lo que en 1970 sería una realidad evidente: fundamental por el desequilibrio externo y la perspectiva del debilitamiento de un ciclo largo de acumulación industrial oligopolica, provocado por una creciente diferencia en los ritmos de ampliación de la capacidad productiva y las condiciones de realización.
Las consecuencias que derivamos de este planteamiento exigen que se le explique aunque solo sea brevemente.
De partida es preciso señalar que el comportamiento de la economía mexicana en el segundo lustro de los sesenta tiene como marco más general el anuncio del agotamiento de la fase expansiva que el sistema capitalista central vivió a partir de la posguerra. Las más directas y evidentes consecuencias de tal situación se ubican en los ámbitos comerciales y financieros: en el primero por la agudización de la competencia internacional y las restricciones impuestas por los países capitalistas centrales al libre comercio internacional, y en el segundo por el desordenamiento de los mercados internacionales de capital que dificulta el acceso a los mismos.
Internamente uno de los aspectos más relevantes del periodo es el estancamiento del sector agrícola. Es bien conocido el papel que al sector le cabe en el proceso global de acumulación, por lo que no es pertinente repetirlo. Anotemos simplemente que el producto agrícola.
Entre 1960 y 1964 creció a una tasa media anual del 6.2% y en 1965-1969 lo hizo solo al 1.2%. En particular las exportaciones agrícolas, que en el primer lustro crecieron al 9% anual, en el segundo descendieron al 2.7% por año. Si consideramos que a mediados de la década pasada la agricultura representaba más del 40% del complejo exportador de mercancías, encontraremos aquí uno de los más importantes elementos que configuran el cuadro del desequilibrio externo.