Para que un acto pueda ser juzgado moralmente, es decir, para que pueda ser considerado bueno o malo han de darse las siguientes condiciones:
1) El acto ha de ser consciente y voluntario. Ha de ser realizado con intención y conociendo sus consecuencias (por ejemplo, si se me cae un papel sin darme cuenta y otro que va detrás de mí resbala y se cae, no juzgaríamos moralmente esta situación: no ha habido ni conciencia ni
voluntad de que el otro se caiga).
2) El acto ha de tocar la cuestión de lo bueno y lo malo en sentido moral, es decir, ha de afectar a la relación moral que mantenemos con nosotros mismos o con los demás.
3) El acto ha de ser libre. Para entender qué queremos decir con esto hay que diferenciar tres
a) La libertad entendida como la disponibilidad para conseguir lo que queremos. Por ejemplo, soy libre para comprar el diario marca o el mundo deportivo, pero no para comprarme una casa en París con vistas al Sena, porque no tengo suficiente dinero para ello.
b) La libertad entendida como la capacidad de querer lo que queremos o de pensar lo que pensamos. En este sentido, incluso el preso sería libre. Nadie puede obligarnos a querer algo o a pensar con convicción algo.
c) La libertad entendida como la posibilidad de elegir lo que hacemos. Aunque no elijamos lo que nos pasa (por ejemplo, que nos encierren), sí elegimos nuestra manera de afrontar lo que nos pasa (en el ejemplo del preso, podemos elegir ser sumisos con nuestros carceleros o bien podemos intentar complicarles la vida intentando fugarnos, aunque
fracasemos, desobedeciendo, etc…). De hecho, estamos obligados a elegir, no podemos no elegir alguna actitud. El ser humano, a diferencia de los animales, no está determinado por sus instintos a actuar de una manera determinada de antemano. El ser humano ha de hacerse a sí mismo, es decir, ha de inventarse a sí mismo, aunque no elija las circunstancias que le han tocado en suerte. Sean cuales sean nuestras circunstancias, nunca nos “libramos”
de esta libertad.
Es este último sentido el que resulta relevante para la Ética. Por esta libertad el ser humano es responsable de sus actos y a través de sus elecciones particulares va escogiendo también unos valores, una moral y, en general, su identidad.
III. TIPOS DE ÉTICAS SEGÚN EL MODO DE JUSTIFICAR EL JUICIO MORAL Justificar nuestro juicio moral consiste explicar por qué decimos que un acto es bueno o malo. Podemos clasificar las distintas éticas en dos grandes grupos, en función de la manera en que justifican sus juicios morales: 1) ÉTICAS MATERIALES Este tipo de éticas fijan, en primer lugar, lo que hemos de lograr con nuestra acción, es decir, los “bienes” que hemos de intentar alcanzar. Estos “bienes” son situaciones objetivas (algo que consideramos que hay que preservar, como por ejemplo, para Chesterton, que una niña pueda tener su cabello largo y limpio) o estados subjetivos (un sentimiento o un estado de ánimo). Según la corriente filosófica se fijan unos “bienes” u otros. Los más habituales son la felicidad, el placer (Epicuro), el deseo, el interés. El punto de vista de las éticas materiales hace que justifiquemos la acción por las consecuencias que se siguen de ella: se parte de unos bienes que hay que alcanzar y, a partir de ahí, se juzga la acción en función del grado en que logre dichos bienes. Elegiremos la acción que tenga las mejores consecuencias, es decir, aquella que colabore a obtener los bienes señalados en mayor número o con la mayor intensidad. Por ejemplo, si se considera que el mayor bien es el placer, en ciertas circunstancias, mentir puede ser un medio adecuado para alcanzarlo: en ese caso haríamos bien en mentir (es lo que queremos decir cuando hablamos de una “mentira piadosa”). 2) ÉTICAS FORMALES Este tipo de éticas no nos dicen qué hemos de perseguir con nuestra acción. Es decir, no señalán unos “bienes” que haya que lograr y desde los que se juzgue nuestra acción. No juzgan la acción por sus consecuencias. Las éticas formales no dicen lo que hemos de alcanzar sino que ponen una condición a la manera alcanzarlo. Dicho de otro modo, se centran en los medios que utilizamos y no en los fines. Podemos perseguir lo que queramos pero ha de ser de cierta manera. ¿Qué condición ha de cumplir nuestra acción? Esta condición es diferente según la corriente filosófica. Algunos ejemplos: a) Para Kant, la condición se pone a la regla de nuestra acción: la regla que utilicemos ha de poder ser universalizable, es decir, válida para todos (se explica en el punto IV). b) Para la Escuela de Frankfurt, la condición que ha de cumplir nuestra acción se pone al procedimiento por el que decidimos nuestra acción: la decisión ha de ser el resultado de un diálogo en el que participen por igual todos los afectados. En este caso, como ética formal no anticipamos cuál debe ser el resultado del diálogo. Es decir, no fijamos de antemano los “bienes” que se han de escoger entre todos; sólo se pone una condición a la manera de elegirlos. c) Otro ejemplo de ética formal es el de Sartre. La única condición que ha de cumplir nuestra acción para ser de “buena fe” es que reconozcamos que ha sido elegida libremente por nosotros. Cualquier acción será válida siempre que no pongamos excusas para descargarnos de nuestra libertad. Ni las circunstancias (“no pude obrar de otro modo”, “no tenía elección”, etc…) ni los demás (“el otro tampoco me habría tenido en cuenta a mí”, etc…) nos liberan de la responsabilidad sobre nuestra acción. IV. LA ÉTICA FORMAL DE Kant Según Kant, el ser humano es un ser natural, con inclinaciones y deseos como cualquier otro ser vivo, pero también es un ser racional, es decir, dotado de Razón. La Razón es la facultad por la que somos capaces de alcanzar un conocimiento intelectual de la realidad (descubrir las leyes naturales, causas, anticipar efectos y consecuencias). Pero la Razón no sólo sirve para descubrir leyes naturales; también nos muestra una ley que nos dice cómo debemos comportarnos. La ley moral nos manda actuar de cierta manera, independientemente de nuestras inclinaciones naturales. Por eso el ser humano es libre: porque, además de inclinaciones naturales, cuenta con la ley moral, que nos indica lo que debemos hacer (por ejemplo, en alguna ocasión, mentir puede ser la opción más “placentera” o más fácil y cómoda, pero no la opción moral). Si no fuese por la ley moral el ser humano no sería libre sino que seguiría, simplemente, sus inclinaciones naturales (sería “esclavo” de esas inclinaciones, su conducta estaría determinada de antemano, como la de cualquier otro animal). La ley moral no nos dice las cosas o estados subjetivos que hemos de buscar (no es una ética material). Cada uno puede poner su felicidad en lo que quiera. Pero ha de hacerlo cumpliendo una condición, que Kant expresa mediante el imperativo categórico: obra de tal modo que la regla de tu acción pueda valer como ley universal. Es decir, persigue lo que quieras pero con la condición de que los demás puedan usar tus mismas reglas. Mentir, robar o traicionar son algunas de las reglas que no podemos desear que los demás utilicen con nosotros y que se autodestruyen al ser universalizadas. Por ejemplo, mentir, no sería una regla universalizable. Si intentamos hacerla válida para todos se autodestruye: si todo el mundo supiera que en determinada situación la regla es mentir, mentir sería imposible, pues nadie creería a nadie. El imperativo categórico nos dice que hemos de tratarnos a nosotros mismos y a los demás como fines y no sólo como medios. Todo ser humano es un ser racional con un pensamiento y una voluntad propios: la ley moral nos dice que no hemos de aceptar que otros nos utilicen como simples instrumentos ni podemos tratar a los demás como simples instrumentos de nuestros fines.