Portada » Griego » Caída de Troya: Relato de Eneas en el Libro II de la Eneida
Capis, no obstante, y los de mejor opinión en la mente, nos mandan arrojar al mar la trampa del Dánao y el extraño presente, y quemarlo con fuego debajo, o perforar los huecos de su panza buscando escondrijos.
Dudosa entre dos pareceres se divide la gente.
Y, mira, el primero de todos, seguido de gran compañía, baja Laocoonte encendido de lo alto de la fortaleza, y a lo lejos: “¡Qué locura tan grande, pobres ciudadanos! ¿Del enemigo pensáis que se ha ido? ¿O creéis que los dánaos pueden hacer regalos sin trampa?
Buscando y corriendo sin parar entre los edificios, se presentó ante mis ojos la sombra de la misma Creúsa, su figura infeliz, una imagen mayor que la que tenía. Me quedé parado, se erizó mi cabello y la voz se clavó en mi garganta. Entonces habló así y con estas palabras me liberó de cuidado:
“¿Por qué te empeñas en entregarte a un dolor insano, oh dulce esposo mío? No ocurren estas cosas sin que medie la voluntad divina; ni te ha sido dado el llevar a Creúsa contigo, ni así lo consiente el que reina en el Olimpo soberano. Te espera un largo exilio y arar la vasta llanura del mar, y llegarás a la tierra de Hesperia donde el lidio Tíber fluye con suave corriente entre los fértiles campos de los hombres. Allí te irán bien las cosas y tendrás un reino y una esposa real; guarda las lágrimas por tu querida Creúsa. No veré yo la patria orgullosa de los mirmídones o de los dólopes, ni marcharé a servir a las matronas griegas, nuera que soy de la divina Venus y Dardánida; me deja en estos lugares la gran madre de los dioses. Adiós ahora, y guarda el amor de nuestro común hijo.”
Luego me dijo esto, me abandonó llorando y queriendo hablar aún mucho, y desapareció hacia las auras sutiles. Tres veces intenté poner mis brazos en torno a su cuello, tres veces huyó de mis manos su imagen en vano abrazada, como el viento ligera y en todo semejante al sueño fugitivo. Así, por fin, consumida la noche, vuelvo con mis compañeros. Y encuentro allí asombrado que una gran muchedumbre de nuevos amigos había acudido, mujeres y hombres, la juventud reunida para la marcha, una gente digna…
…los dánaos; dejadme ver de nuevo el combate emprendido.
No todos moriremos hoy sin venganza.”
Me ciño entonces de nuevo la espada y colocaba ya el escudo en mi izquierda y me lanzaba fuera de la casa. Pero mira por dónde, abrazada en el umbral, Creúsa a mis pies se detenía y a su padre ofrecía al pequeño Julo:
«Si vas a morir, llévanos a nosotros contigo, pase lo que pase; pero si, a sabiendas, alguna esperanza pones en las armas que empuñas, lo primero es guardar esta casa tuya. ¿A quién entregas al pequeño Julo, a quién a tu padre y a mí, que un día fui llamada tu esposa?” Gritando y gimiendo llenaba toda la casa con esas palabras, cuando aparece de repente un prodigio asombroso. En efecto, entre las manos y los rostros de sus pobres padres, he aquí que de lo alto de la cabeza de Julo derramar parecía un leve rayo su luz y una llama suave que no…
…crimen e infligir una pena merecida seré alabado y gozaré mi ánimo saciando de fama vengadora y
cumpliendo con las cenizas de los míos.”
Eso decía y me dejaba llevar de mi mente enloquecida, cuando se me presentó como nunca ante mis ojos lo había hecho tan claro, y en una luz pura brilló a través de la noche mi noble madre, mostrándose diosa tal y como la ven los que habitan el cielo, y tomándome con su diestra me contuvo y esto me dijo además con su boca de rosas:
“Hijo, ¿qué dolor tan grande provoca tu cólera indómita? ¿Por qué te enfureces? ¿A dónde se ha ido tu cuidado por mí? ¿No verás antes dónde has dejado a tu padre Anquises, cansado por su edad, y si viven aún tu esposa Creúsa y tu hijo Ascanio? Por todas partes a todos les rodean las armas griegas, y, si no fuera constante mi providencia, ya les tendrían las llamas y clavado se habría el puñal despiadado. No eches la culpa a la odiada belleza de la espartana hija de Tindáreo, ni aun a Paris: la inclemencia de los dioses, la de los dioses, arruinó este poder y abatió a Troya de su cumbre. Mira bien (que ahora retiraré toda la nube que tienes delante y oscurece tu visión mortal, y, húmeda, se evapora alrededor; no temas tú los mandatos de tu madre ni rehúses obedecer sus órdenes): aquí, donde ves las moles deshechas y las rocas arrancadas de las rocas y el humo ondear mezclado con el polvo, Neptuno con su enorme tridente es quien golpea los muros y los removidos cimientos y la ciudad entera de su asiento arranca. Aquí la muy cruel Juno ocupa la primera las puertas Esceas y ceñida con la espada convoca enloquecida de las naves al ejército aliado. Mira ya en lo más alto del alcázar a Palas Tritonia sentada, brillando con su nimbo y la cruel Gorgona. Mi propio padre da ánimo a los dánaos y favorece sus fuerzas; él empuja a los dioses contra las armas de Troya. Sálvate, hijo, y marca un final a tus fatigas; nunca te faltaré, y te llevaré a salvo hasta el umbral de una patria.”
Así dijo, ocultándose en las espesas sombras de la noche. Los númenes supremos de los dioses muestran su rostro a Troya cruel y enemigo.
…es, mi padre, y los árboles la escondían, claro se vuelve el sonido y se acerca el horror de las armas. Salgo de mi sueño y llego subiendo a lo más alto del tejado y me paro, atento el oído: como cuando la llama por la ira del Austro cae sobre el sembrado o el rápido torrente del río inunda los campos, inunda los alegres sembrados y las labores de los bueyes y arranca de cuajo los bosques; se queda de piedra, ignorante, el pastor sobre el alto peñasco escuchando el bramido. Entonces por fin quedó al descubierto su lealtad y se vieron…
En sueños, atiende, se me apareció tristísimo Héctor ante mis ojos, derramando un llanto sin fin, como cuando fue arrebatado por las bigas y negro del polvo cruento, y atravesados por una correa sus pies tumefactos. ¡Ay de mí y cómo estaba! ¡Qué distinto del Héctor aquel que volvió revestido de los despojos de Aquiles o que lanzaba los fuegos frigios a las naves de los dánaos! En desorden la barba y el cabello encostrado de sangre… y aquellas heridas, que muchas recibió rodeando de la patria los muros. Entre mis propias lágrimas me veía llamando al héroe y expresarle estos tristes lamentos:
“¡Oh, luz de Dardania, de los teucros la más firme esperanza! ¿Qué ha podido retenerte? ¿De qué riberas vienes Héctor ansiado? ¡Cómo te vemos, después de tantas muertes de los tuyos, agotados por tantas fatigas de los hombres y de nuestra ciudad! ¿Qué indigna causa tu rostro sereno manchó? ¿Por qué esas heridas estoy contemplando?” Nada repuso él a mis vanas preguntas, nada repuso pero sacando un grave gemido de lo hondo del…
…pecho, “Ay, ¡huye, hijo de la diosa! -dijo-, líbrate de estas llamas. Está el enemigo en los muros; Troya se derrumba desde lo más alto. Bastante hemos dado a la patria y a Príamo. Si con tu diestra pudieras salvar a Pérgamo, ya por la mía habría sido salvada. Troya te encomienda sus objetos sagrados y sus Penates. Tómalos; compañeros de tu suerte, surca el mar y levanta para ellos unas dignas murallas.”
Dice así y saca del interior del templo las cintas con sus manos, y Vesta poderosa, y el fuego eterno.
…ongo -dice-, y también a vosotros, altares y nefandas espadas de los que pude huir, y cintas de los dioses que llevé al sacrificio: permitidme romper los sagrados juramentos de los griegos, permitidme odiar a esos hombres y poner todo en claro, todo cuanto ocultan. Que ninguna ley de la patria me ata. Tú…
…compadecemos encima. Y Príamo mismo ordena el primero quitarlas esposas y las apretadas ligaduras y así le dice con palabras de amigo: “Seas quien seas, olvida desde ahora a los griegos que dejaste (serás de los nuestros) y dime la verdad, que te pregunto: ¿para qué levantaron esa mole del caballo imponente? ¿Quién lo ideó o qué pretenden? ¿Es algún voto? ¿Es tal vez algún artefacto guerrero? ” Había dicho. Y aquél, en trampas experto y en la maña pelasga, levantó a las estrellas sus palmas libres de cadenas: “A vosotras, llamas eternas, y a vuestro numen inviolable por testigos os pongo…
Otro tema que se destaca en el libro II de la Eneida es la importancia de la lealtad y el valor en momentos de adversidad. Virgilio presenta a personajes como Héctor, Laocoonte y Príamo, quienes demuestran valentía y lealtad hasta el final. A pesar de la inevitable caída de Troya, estos personajes se mantienen fieles a su ciudad y a sus principios, y muestran una valentía inquebrantable frente a la tragedia. Este tema refuerza los valores romanos de lealtad y sacrificio, y destaca la fuerza de carácter de los personajes troyanos.
Cumpliendo con la solicitud de Dido, Eneas comienza su dolorosa historia, y agrega que volver a contar implica volver a experimentar el dolor. Nos lleva de vuelta a diez años de la Guerra de Troya: en el momento en que comienza la historia, los Danaan (griegos) han construido un caballo de madera gigante con una barriga hueca. Ocultan en secreto a sus mejores soldados. La visión de un enorme caballo de pie ante sus puertas en un campo de batalla aparentemente desierto desconcierta a los troyanos.