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El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde.
Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás)
camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad.La oscuridad se El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad. La oscuridad se avecina y las luces primeras de la ciudad le guiñan descoloridas y ausentes una sonrisa que nunca pidió y que la vuelven pálida, rauda, generosa de sensaciones, húmeda de recuerdos frente a un teclado sin nombre, temeroso y que hoy le permite saltar en libertad. Decide el sueño, acurrucada y sólida junto a la chimenea humeante que la ausenta de la noche y de su nombre, sueña. Sueña evocando el más allá, ligera, leve, indisoluble, encamina su silueta desnuda hacia el abismo; despojada, sin pretéritos, sin futuros, desligada del tiempo, estrellada de eclipses se lanza hasta que deja de volar. Yace en el pavimento, impávida, absolutamente ausente de los que se acercan, la miran, pasan, se quedan, se marchan, murmuran, lloran y ella ya El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que
El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad.La oscuridad se El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad. La oscuridad se avecina y las luces primeras de la ciudad le guiñan descoloridas y ausentes una sonrisa que nunca pidió y que la vuelven pálida, rauda, generosa de sensaciones, húmeda de recuerdos frente a un teclado sin nombre, temeroso y que hoy le permite saltar en libertad. Decide el sueño, acurrucada y sólida junto a la chimenea humeante que la ausenta de la noche y de su nombre, sueña. Sueña evocando el más allá, ligera, leve, indisoluble, encamina su silueta desnuda hacia el abismo; despojada, sin pretéritos, sin futuros, desligada del tiempo, estrellada de eclipses se lanza hasta que deja de volar. Yace en el pavimento, impávida, absolutamente ausente de los que se acercan, la miran, pasan, se quedan, se marchan, murmuran, lloran y ella ya El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que
El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad.La oscuridad se El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que se liberan como ella del árbol, de las raíces que la amarran y las manos que la ahogan y cercenan su voluntad. La oscuridad se avecina y las luces primeras de la ciudad le guiñan descoloridas y ausentes una sonrisa que nunca pidió y que la vuelven pálida, rauda, generosa de sensaciones, húmeda de recuerdos frente a un teclado sin nombre, temeroso y que hoy le permite saltar en libertad. Decide el sueño, acurrucada y sólida junto a la chimenea humeante que la ausenta de la noche y de su nombre, sueña. Sueña evocando el más allá, ligera, leve, indisoluble, encamina su silueta desnuda hacia el abismo; despojada, sin pretéritos, sin futuros, desligada del tiempo, estrellada de eclipses se lanza hasta que deja de volar. Yace en el pavimento, impávida, absolutamente ausente de los que se acercan, la miran, pasan, se quedan, se marchan, murmuran, lloran y ella ya El suelo mojado, gris, la saluda reverente, con un destello de complicidad. Subió a lo más alto del edificio, recorrió primero las cornisas , tocó las nubes, respiró el viciado aire de la tarde. Quiso volar desterrada, ajena, sin patrias, sin amores, mirando los tejados sucios, descoloridos. Ella, con sólo las botas puestas ( nada le perteneció jamás) camina, corre, vuela, se desarma, se entroniza, se sorprende y se sonríe dulcemente. La tarde le sopla una llovizna que ni siquiera la estremece. La brisa le regala un traje de hojas otoñales, amarillentas, que