Portada » Lengua y literatura » Baroja y Unamuno
Novelista español. Por su padre, como por su madre, pertenecíó a familias distinguidas, muy conocidas en San Sebastián; entre los ascendientes de la madre, existía una rama italiana los Nessi.
Este poco de sangre italiana que llevaba en las venas no dejó nunca de halagar a nuestro autor, aunque su orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca. Eran tres hermanos: Darío, que murió, joven aún, en Valencia; Ricardo, que fue pintor y escritor y gozó también de alguna fama, y Pío, el novelista. Era éste el menor de los hermanos. Ya muy separada de ellos, nacíó Carmen, que había de ser la gran compañera del novelista.
El padre de Baroja, don Serafín, era ingeniero de minas, profesión que, unida a su temperamento inquieto y errabundo, llevó a la familia a continuos cambios de residencia. Ello fue una suerte para Pío que, de este modo, pudo conocer desde niño diversas partes de España, y sobre todo, Madrid, su amor más grande después de» Vasconia».
Baroja permanecíó poco tiempo en su ciudad natal; tenía siete años cuando sus padres se trasladaron a Madrid donde don Serafín había obtenido una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; de Madrid pasaron a Pamplona, siempre por exigencias del cargo del padre . Desde Pamplona volvíó la familia a Madrid; esta vez a don Serafín no le impulsaría ya solamente la inquietud, los deseos de cambio: sin duda entró también en su decisión la necesidad de educar a los hijos.
Cuando abandonó Pamplona tenía Baroja catorce años cumplidos; había asistido con sus hermanos a las clases del Instituto, y sobre todo jugado y correteado por las murallas.Había iniciado Baroja en San Sebastián sus estudios, continuándolos en Pamplona y Madrid. Finalmente en Valencia, terminó la carrera de Medicina, doctorándose posteriormente en la capital de España. Los cambios de ciudad motivan un cierto desarraigo en Pío, aunque, por otro lado, pudieron contribuir a la capacidad de adaptación y observación que le caracterizó a lo largo de su vida, así como a su interés por conocer el mundo.
Fue, por lo general, un pésimo estudiante; estuvo siempre mucho más interesado en las novelas que en los libros de texto; su carácter arisco y rebelde le perjudicó también en gran manera, pues acabó riñendo con algunos de sus profesores y no despertó simpatías en ninguno.
Aparte de esto, pasó toda su juventud entre dudas; nunca supo bien qué carrera le gustaba estudiar; en verdad, no le interesaba ninguna. Sólo las letras le atraían, pero tampoco en las letras veía clara su vocación. Antes de ir a Valencia había empezado algunos cuentos, artículos, tal vez una novela, pero lo rompíó todo o lo dejó olvidado. Sus fracasos de estudiante se debieron más a falta de interés que de talento. Pocos escritores ha habido de vocación más segura y que se moviese más inseguro, con más dudas sobre su vocación, y aún mucho después, escrita ya buena parte de su obra, se preguntaba si sería verdaderamente escritor.
Significativamente, el tema de su tesis doctoral fue el dolor y al terminar sus estudios, Baroja se trasladó a Cestona, en el país vasco, donde había conseguido una plaza de médico. No tardó en advertir que aquello no era lo suyo; al poco tiempo estaba asqueado del oficio; había reñido con el médico viejo, con quien compartía el cuidado de la salud de aquellos pueblos, como había reñido antes con sus profesores; se había enemistado con el alcalde y, naturalmente, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaban de trabajar los domingos en su jardín.
Se fue de allí asqueado del pueblo, del médico y hasta de los enfermos, cuando menos de algunos de éstos, y se trasladó a San Sebastián, donde estaba en aquel momento la familia. Permanecíó algún tiempo en San Sebastián, y de allí salíó para Madrid. En la capital estaba su hermano Ricardo, que, también sin empleo, se ocupaba en un negocio de pan de una tía de ellos que había quedado viuda. Ricardo le había escrito a su hermano que estaba harto del negocio y que iba a dejarlo. Baroja vio el cielo abierto ante él, y sin vacilar un instante escribíó a su hermano que iba a Madrid, con la intención de ocuparse de aquel negocio.
De este modo, se vio convertido en dueño de un comercio de pan, sobre lo cual se le gastaron después tantas bromas y le irritaron de tantas maneras, sin contar los disgustos que se derivarían para él de la marcha del negocio. En Madrid, no obstante, había algo para él que estaba por encima de todo: de la vulgaridad del oficio y de las burlas que se le pudiesen gastar; allí podría, en efecto, reanudar los contactos con sus antiguos amigos, frecuentar los medios literarios, ponerse, en realidad, en contacto con su vida, volver de un modo o de otro a aquello que cada vez con mayor certeza sentía que era su vocación.
A poco de llegar a Madrid, instalado ya en el negocio, empezó sus colaboraciones en periódicos y revistas; en 1900 publicaba su primera obra Vidas sombrías, colección de cuentos, que empezó a darlo a conocer. Eran, en su mayoría, cuentos escritos en Cestona sobre temas de aquella regíón y de sus experiencias de médico; se trataba de vidas humildes, y reflejaban toda la tristeza de aquel medio, y la tristeza, sobre todo, que reinaba entonces en su alma -mezclada con ráfagas de cólera-.
Puede decirse que en su primera obra estaba ya en germen toda su obra futura.
Vidas sombrías constituyó un éxito, un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Galdós y sobre todo Unamuno, que se entusiasmó con él, especialmente de uno de los cuentos, «Mary-Belche», y quiso conocer a su autor.
Se relacionará especialmente con Benito Pérez Galdós, Unamuno y Azorín . Con este último llegaría a intimar, del mismo modo que con Ramiro de Maeztu y constituirán juntos el llamado «Grupo de los tres» literatos de ideología anarquista.
A partir de entonces Baroja fue dedicándose más y más a las letras, y apartándose cada vez más del negocio, hasta dejarlo del todo y consagrarse exclusivamente a su vocación. En algún momento Baroja llevó a cabo alguna incursión en el campo de la política, arrastrado más que por su convicción, por el ambiente de la época y por el ejemplo de algunos de sus compañeros, como por ejemplo, Azorín. Efectivamente, Baroja se presentó para concejal en Madrid, y más adelante para diputado por Fraga.
Estas tentativas, como era natural, constituyeron dos rotundos fracasos; tampoco él lo había tomado demasiado a pecho. Se retiró cada vez sin gran disgusto; nos divirtió después contándonos las peripecias, y volvíó al camino de las letras del que nunca habría ya de apartarse.
Fue Baroja un gran viajero; los libros y los viajes fueron sus grandes aficiones, puede casi decirse que sus únicas aficiones. Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado; fue unas veces con sus hermanos, Carmen y Ricardo, otras con amigos; hizo uno con Maeztu y otro con Azorín, en sus comienzos, y más adelante, con Ortega y Gasset, que le llevó en algunas ocasiones en su automóvil.
Baroja llegó a ser uno de los escritores que conocíó mejor la España de su tiempo, cosa que se puede comprobar en sus novelas. La ciudad más visitada -también la más querida de las ciudades extranjeras- fue París. En ella pasó un largo tiempo en sus últimos años, cuando huyó de España durante la Guerra Civil. También estuvo en Londres y más adelante en Italia; viajó por Suiza, Alemania, Bélgica, Noruega, Holanda y Jutlandia, escenario de su trilogía Agonías de nuestro tiempo, con la magnífica El torbellino del mundo, con que encabeza la trilogía.
Fuera de esto, su residencia habitual fue Madrid, y más adelante Vera del Bidasoa, donde adquiríó la casa de Itzea, y donde pasó los veranos con su familia. En este tiempo su destino estaba ya fijado, y con él su norma de vida; Baroja consagraba su tiempo a escribir y a viajar. Sus producciones iban apareciendo con gran regularidad y su fama creciendo hasta situarle en pocos años entre las primeras figuras de la nacíón. Esta actividad no cesó apenas durante su vida, de manera que es el escritor de su tiempo que cuenta con una obra más copiosa; también más diversa y más rica.
Entre sus mejores obras merecen citarse Vidas sombrías, publicada en 1900; Inventos y mixtificación de Silvestre Paradox, de 1901, en la cual evoca sus días de estudiante en Pamplona, con el ambiente de la ciudad; Camino de perfección (1902), confesión íntima y muy personal, en que podemos verle en las dudas y vacilaciones de su juventud, y que causó vivísima impresión. Muy bella, y bastante lograda, aunque de otro tono, es El mayorazgo de Labraz (1903), escrita también con recuerdos de Cestona, en que relata admirablemente la vida en un pueblo de España, con influencias tal vez de la vieja tragedia.
Importante es también en la producción barojiana la trilogía que siguió a estas novelas, que aparecíó bajo el subtitulo «La lucha por la vida», formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja; aparecidas primero en folletín, y publicadas en volúMenes sueltos en 1904, ofrecen en mucha parte, en su desarrollo, las carácterísticas de aquel género; en ellas el autor recoge admirablemente el ambiente de los barrios bajos del Madrid de su tiempo, en las primeras luchas sociales; merecen también citarse Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía, novela la primera situada en la tierra vasca y en la época de las guerras carlistas, y la segunda, dedicada a la vida del mar con recuerdos de antepasados del escritor, de aventuras, de piraterías, y sobre todo con evocaciones de su infancia en San Sebastián, parte que constituye tal vez lo mejor del libro.
Estas dos novelas eran aquellas por las cuales mostró Baroja una cierta preferencia, especialmente por Zalacaín y en ella por la figura del héroe. No obstante, la obra más importante del novelista es sin duda Las memorias de un hombre de acción, novela cíclica, que escribíó a lo largo casi de su vida y que terminó ya en la vejez. Consta esta obra de veintidós volúMenes y el héroe central es un antepasado suyo, G. De Aviraneta, que tuvo alguna importancia en los hechos políticos de su tiempo; en tomo a la existencia de su héroe, el autor reconstruye toda una época agitada y terrible de España; se incluyen en ella las guerras de la Independencia y carlistas, con tumultos y sublevaciones, en los días de Fernando VII e Isabel II.
Es una amplia evocación que tiene de novela, de historia y de folletín, pero siempre dentro de un gran rigor histórico, y todo fundido y recreado por la imaginación del escritor. Destacan en esta serie El escuadrón de Brigante, Los recursos de la astucia, El sabor de la venganza, Las figuras de cera, La nave de los locos y La senda dolorosa, dedicada ésta, en su mayor parte, al trágico fin del conde de España.
Aparte de estas obras, Baroja escribíó algunos ensayos; sus libros de recuerdos, Juventud, egolatría (1917); Las horas solitarias y La caverna del humorismo (1918); eran éstas las obras preferidas por Ortega y Gasset, que aconsejaba al escritor que persistiera en aquel género; ya en sus últimos años Baroja dio a la prensa sus Memorias. Estas Memorias constituyen un monumento de la época, una evocación de su vida, y de la vida de su tiempo, con las figuras más importantes con las que trató, tanto en las letras como en las artes.
Sus Memorias constituyen asimismo un documento inapreciable para el conocimiento del autor, acaso su libro más interesante, el de lectura más agradable, y con el cual coronaba su obra y, puede decirse, su existencia. En este tiempo vivía en Madrid con su familia, con la que continuó viviendo hasta su muerte; su producción alcanzaba ya una cifra muy importante, y aunque no gozaba quizá de la fama que merecía, su nombre figuraba entre los tres o cuatro más destacados de la nacíón.
Está considerado uno de los más grandes novelistas de la lengua española; más leído y admirado en el exterior que honrado por las autoridades de su país. Excepcionalmente, Pío Baroja será admitido en la Real Academia de la Lengua, en 1935, -único honor oficial que se le dispensó- con el discurso «La formación psicológica de un escritor
En sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista; sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que brillaban aún más en su tiempo, de Balzac, Tolstoi y Dickens, que fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró sin reservas al lado de Dostoievski; se notan también en él influencias de la picaresca española, Quevedo y El Lazarillo.
En las ideas dominaba al principio Nietzsche. El fondo de sus libros es, por esto, pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de paisajes, de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un entusiasta, con una nota continua de alegría y, podríamos decir, da optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su obra.
Destaca Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos y paisajes, y sobre todo, en la pintura de tipos. No estuvo adherido a ninguna escuela, ni formó parte, en cuanto a influencias, de ningún grupo; fue, en este aspecto, el más rebelde de los escritores y el más independiente en todos los sentidos.
El mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección por toda suerte de seres fantásticos, locos, de gente rara y absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un deseo de redención y de justicia, que le emparenta con los grandes novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más admiró. A Don Pío lo que más le interesaba era conocer a personas interesantes, alrededor de las cuales creaba sus novelas. Por el pueblo de Vera de Bidasoa corríó el rumor de que
«se dedicaba a sacarle opiniones a las personas, para después emplearlas en sus libros, por lo que había que tener cuidado con él».
Baroja ha sido, sobre todo por sus ideas y por su manera de exponerlas, el literato más discutido, el más atacado de los escritores de su tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas, por su sinceridad brutal, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de la España de su tiempo, al lado de Galdós, y para algunos por encima de éste.
En el verano de 1955 transcurre su última estancia en su casa de Itzea en Vera. Publica Paseos de un solitario y Aquí, París. El doctor Gregorio Marañón le diagnostica de grave su proceso arterioesclerósico. En Mayo de 1956, padece una caída, con fractura de fémur, de la que es operado. Fallece el 30 de Octubre de 1956, en Madrid, y es enterrado en el Cementerio Civil.
La obra de Baroja es fundamentalmente novelística, si exceptuamos accidentales incursiones en otros géneros como el verso en sus Canciones del suburbio de 1944 y el libro de poemas en prosa Fantasías Vascas.
La producción novelística de Pío Baroja se puede dividir en dos sectores: Las novelas de las trilogías y la Memorias de un hombre de acción. Baroja agrupó sus novelas de una forma algo arbitraria en trilogías.
Entre las más conocidas están:
. Trilogía: La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909)
El mayorazgo de Labraz (1903) es una de sus novelas más admiradas. Presenta la contraposición del hombre contemplativo y del hombre de acción.
La Casa de Aizgorri es un claro exponente del desengaño barojiano y de su propuesta para el cambio social en España. En esta novela vemos el pesimismo de Schopenhauer, pero más aun el Naturalismo médico que trata el caso de una degeneración hereditaria. Zalacaín el aventurero es una gran novela de acción, quizás la mejor de sus obras. Narra las aventuras de un tipo juvenil y simpático en el ambiente de las guerras carlistas (nombre por el que son conocidas las tres guerras civiles que tuvieron lugar en España a lo largo del Siglo XIX y que enfrentaron, de un lado, a los partidarios de los derechos al trono de la hija del rey Fernando VII, Isabel II, y, del otro, a los de la línea dinástica encabezada por el hermano de aquél, Carlos María Isidro de Borbón).
Trilogía: La busca (1904), La mala hierba (1904) y Aurora roja (1905)
Es la obra por la que se hizo más conocido fuera de España. Es una conmovedora descripción de los bajos fondos de Madrid, una cruda y desgarrada visión del hampa madrileña. Turbia y miserable descripción de los barrios bajos de la capital con acentos de crítica social. Los personajes que pueblan esta trilogía son golfos de todas las clases sociales.
Trilogía: La dama errante (1908), La ciudad de la niebla (1909) y El árbol de la ciencia (1911)
La dama errante presenta el ideal de una anarcoaristocracia individual. Para reanimar el cadáver de España hay sólo dos caminos: La violenta lucha individual contra la moral vieja y la nivelación socialista. También aquí tenemos la contraposición entre el hombre de acción pura, terrorista casi y el anarquista más filosófico.
La ciudad de la niebla nos describe la vida de María Aracil en Londres en lucha contra una humanidad decepcionante, hasta que cansada se vuelve a España y se convierte en señora sedentaria y tranquila. María, antes sensible, apasionada y orgullosa, se convierte ahora en mujer dócil, discreta y adaptada. Otro héroe fuerte de Baroja que al final fracasa.
El árbol de la ciencia es posiblemente su novela más perfecta y la más típica del 98. En ella encontramos también el sentimiento del fracaso y el reconocimiento de lo absurdo de la vida. Por boca del héroe, el médico Andrés Hurtado, expone Baroja su amarga filosofía de la vida y realiza una crítica atroz de la sociedad española del tiempo del 98: Después del desastre de Cuba, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo… Hurtado había creído que el español, inepto para la ciencia y la civilización (sic), era un patriota exaltado, y se encontraba que no. En el ambiente de la sociedad indiferente al desastre, resaltan las reacciones de Hurtado. La posición de Andrés Hurtado es la de los futuros hombres del 98. Pero su fatalismo y resignación le lleva al suicidio, un suicidio cerebral y frío, a pesar del mundo emotivo en el que se mueve internamente.
Esta novela es casi una autobiografía. Por lo menos, muestra el personaje que pudo ser Baroja. La obra rebosa un estoicismo senequista español con ciertos acentos de cinismo. El tono de la novela es sobrio, indiferente ante la vida y preparatorio de la muerte. Hurtado no encuentra la actividad adecuada y, aunque quiere adaptarse a la vida normal, no le queda más salida que el suicidio. La “nada” queda como la raíz de todo.