Portada » Historia » Ascenso del Totalitarismo y Crisis Económica Mundial
El período de entreguerras, que sigue a la Primera Guerra Mundial, presenció la expansión de la democracia en gran parte de Europa. Sin embargo, las crisis económicas, políticas y sociales pronto minaron la estabilidad de los sistemas democráticos. Entre 1922 y 1939, en países con poca tradición democrática, surgieron dictaduras totalitarias de extrema derecha.
La crisis económica y social posterior a la Primera Guerra Mundial fue el caldo de cultivo para el ascenso de estas dictaduras. A pesar de la aparente consolidación de la democracia en Europa, los gobiernos democráticos no lograron resolver los problemas fundamentales. Muchos creyeron que la democracia liberal parlamentaria era inadecuada para enfrentar los desafíos de la posguerra y abogaron por Estados autoritarios y fuertes.
Los partidos totalitarios, inicialmente preocupados por el avance comunista tras la Revolución Rusa y luego por las consecuencias devastadoras de la Gran Depresión, abogaron por soluciones basadas en la disciplina, el nacionalismo agresivo y el totalitarismo. La ideología fascista se caracterizaba por un Estado totalitario, el culto al líder, el anticomunismo, el nacionalismo, el militarismo, el racismo, la violencia contra los oponentes políticos, la movilización de masas y la exaltación de la masculinidad.
El fascismo encontró apoyo en una amplia base social, que incluía veteranos de guerra, jóvenes desencantados, clases medias afectadas por la crisis, empresarios, terratenientes, el ejército y la policía. Estos sectores se sintieron atraídos por el mensaje del fascismo y, en muchos casos, colaboraron en su ascenso al poder.
Tras el final de la Primera Guerra Mundial, Italia enfrentó graves problemas económicos y sociales. La desmovilización militar aumentó el desempleo y la inflación, mientras que las huelgas obreras y las revueltas campesinas sacudieron al país durante el «Bienio Rojo» (1919-1920), generando temores de una revolución bolchevique. La frustración por los resultados de la guerra, en la que Italia luchó junto a los aliados sin recibir las promesas esperadas, avivó el nacionalismo.
En este contexto surge Benito Mussolini, líder del Fascismo. Anteriormente un radical socialista, Mussolini se convierte en un nacionalista extremo y funda los Fascios Italianos de Combate en 1919. Este grupo paramilitar ultranacionalista, conocido por sus camisas negras, atrajo a diversos sectores, desde anarquistas hasta excombatientes. Mussolini transformó el movimiento en el Partido Nacional Fascista, que ejecutó una campaña de represión contra la izquierda.
La «Marcha sobre Roma» en octubre de 1922 llevó a Mussolini al poder, con el apoyo del rey Víctor Manuel III. Aunque inicialmente respetó el régimen liberal, el asesinato del diputado socialista Matteotti aceleró la instauración de la dictadura. Mussolini promulgó las «Leyes Fascistísimas», eliminando los partidos políticos, sindicatos y estableciendo la censura de prensa. Bajo su liderazgo como «El Duce», Italia se convirtió en un Estado totalitario, con propaganda y control ideológico masivo.
Los Pactos de Letrán en 1929 consolidaron el régimen, estableciendo oficialmente el Estado del Vaticano y otorgando al catolicismo estatus privilegiado. Mussolini controló la educación, organizaciones juveniles, medios de comunicación y la cultura. El fascismo promovió el corporativismo, prohibió las huelgas y adoptó políticas natalistas para impulsar la natalidad. Se implementaron medidas económicas autárquicas y de guerra para respaldar el expansionismo fascista.
En noviembre de 1918, tras la abdicación del emperador Guillermo II durante la Primera Guerra Mundial, el Partido Socialdemócrata alemán proclamó la República de Weimar. La nueva república enfrentó crisis inmediatas, incluyendo la insurrección de los Espartaquistas en enero de 1919, aplastada violentamente, y los ataques de la extrema derecha liderados por los «freikorps». La firma del Tratado de Versalles y sus duras condiciones agravaron la situación.
En 1919, se fundó el Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP) en Múnich, que más tarde se convirtió en el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP) con la entrada de Hitler. La ideología nazi abrazaba el nacionalismo, el «socialismo nacional», la superioridad racial aria y el antisemitismo.
Hitler asumió el liderazgo del NSDAP en 1921 y protagonizó un fallido golpe de Estado en Múnich en 1923. Después de su encarcelamiento, escribió «Mein Kampf» y reformó el partido para atraer más apoyo, centrando su mensaje en la lucha contra los judíos y el Tratado de Versalles.
La Gran Depresión aumentó el apoyo al partido nazi, que se convirtió en el segundo más grande de Alemania en las elecciones de 1930. En 1933, Hitler fue nombrado canciller y, tras el incendio del Reichstag, obtuvo poderes dictatoriales mediante una ley parlamentaria.
Hitler eliminó a todos los partidos políticos excepto el suyo, estableciendo un régimen de partido único. Tras la «noche de los cuchillos largos» en 1934, donde se eliminó la amenaza de las SA, Hitler se convirtió en dictador absoluto y se asoció la cancillería con la presidencia, iniciando el Tercer Reich.
El régimen nazi impuso una intensa campaña de adoctrinamiento y control ideológico, manipulando la educación, la cultura y los medios de comunicación. Se implementaron leyes antisemitas y, durante la Segunda Guerra Mundial, se llevó a cabo el genocidio conocido como la «Solución Final».
Económicamente, el régimen nazi buscó la autarquía y el rearme intensivo, congelando salarios y extendiendo jornadas laborales. La economía se orientó hacia la guerra, lo que condujo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la Primera Guerra Mundial, Europa enfrentó graves desequilibrios económicos. En 1923, Alemania enfrentó una hiperinflación debido a la emisión excesiva de billetes. El Plan Dawes se implementó en 1924 para estabilizar la economía alemana. Para 1929, Estados Unidos experimentó un auge económico conocido como los «Felices Años Veinte», pero la prosperidad se basaba en una base frágil. En 1929, la especulación financiera condujo al colapso del mercado de valores, desencadenando la Gran Depresión.
Se impusieron dos soluciones contrastantes: la deflacionista, aplicada por Estados Unidos y el Reino Unido, y la inflacionista, adoptada por Alemania, que llevó a una hiperinflación.
El Plan Dawes se implementó para estabilizar la economía alemana, con éxito, y se adoptó una nueva moneda. Sin embargo, Europa dejó de ser el centro económico mundial, con Estados Unidos ocupando ese lugar, lo que generó una fuerte dependencia. Estados Unidos experimentó los «Felices Años Veinte», con un espectacular crecimiento industrial, impulsado por la producción en masa y el consumo de masas.
Sin embargo, esta prosperidad tenía una base frágil, con desequilibrios persistentes como la crisis de los sectores tradicionales, el descenso del consumo y del comercio mundial, y la especulación financiera. La prosperidad se apoyó en parte en la especulación financiera, lo que contribuyó a una burbuja que finalmente estalló, desencadenando la Gran Depresión.
En octubre de 1929, la quiebra de la Bolsa de Nueva York desencadenó el «Crac del 29», uno de los eventos más catastróficos en la historia económica mundial. Esta crisis comenzó en Estados Unidos pero pronto se extendió por todo el mundo, marcando el inicio de la Gran Depresión.
La situación tenía profundas raíces. Por un lado, el crecimiento acelerado de la producción industrial y agrícola en Estados Unidos había superado la capacidad de consumo de la población, lo que llevó a una crisis de sobreproducción. Por otro lado, la especulación en el mercado de valores había alcanzado niveles alarmantes, con un gran número de
inversiones realizadas a crédito.
La crisis alcanzó su punto máximo en el famoso «jueves negro» del 24 de octubre de 1929, cuando una avalancha de ventas de acciones provocó una caída masiva en los precios de las acciones. Este pánico se intensificó y culminó el 29 de octubre con la venta de 16.5 millones de acciones, llevando al colapso total del mercado bursátil. Las consecuencias fueron devastadoras. La destrucción masiva del ahorro de millones de inversores, combinada con la quiebra de numerosos bancos que no pudieron hacer frente a la retirada masiva de depósitos, generó una profunda recesión. La producción industrial se desplomó, el desempleo alcanzó niveles récord y millones de personas perdieron sus hogares.
Lo que comenzó como una crisis económica en Estados Unidos pronto se convirtió en una crisis global. El comercio internacional se vio gravemente afectado por la imposición de aranceles y la disminución de las exportaciones. Además, la retirada de inversiones estadounidenses en el extranjero exacerbó la crisis financiera en otros países.
Para hacer frente a esta situación, se implementaron una serie de políticas económicas en todo el mundo. En Estados Unidos, el presidente Franklin D. Roosevelt lanzó el «New Deal», un ambicioso programa de intervención estatal que incluía medidas de estímulo económico, reformas financieras y programas de bienestar social. Aunque el New Deal no logró resolver completamente la crisis, ayudó a aliviar sus efectos más graves y sentó las bases para la recuperación a largo plazo.
En otros países, como el Reino Unido y Alemania, se tomaron enfoques diferentes. Mientras que el Reino Unido optó por políticas proteccionistas para proteger su economía nacional, Alemania adoptó medidas de control estatal bajo el liderazgo de Adolf Hitler, orientadas hacia el rearme militar y la preparación para la guerra.
En resumen, el Crac del 29 y la Gran Depresión que le siguió marcaron un punto de inflexión en la historia económica mundial, cambiando para siempre la forma en que se percibían y se manejaban las crisis económicas. Las lecciones aprendidas de esta época turbulentas siguieron influyendo en las políticas económicas y financieras en las décadas posteriores.