Portada » Filosofía » Aristóteles: Epistemología, Ética y Política
Entre los filósofos griegos, y ya desde los presocráticos, la sensibilidad y la experiencia estaban muy devaluadas como fuente de conocimiento. Según Parménides, los sentidos proporcionan conocimiento engañoso (opinión) y solo la razón permite conocer la realidad de manera fiable. Platón únicamente consideraba verdadero el conocimiento de las Ideas, para lo cual los sentidos eran un continuo estorbo.
Pero Aristóteles adopta una perspectiva opuesta: no duda en devolver todo su valor a lo empírico. Su teoría del conocimiento, por lo tanto, será empirista. No admite más mundo que el de la experiencia, el mundo conocido por nuestros sentidos. No puede existir, para Aristóteles, ningún conocimiento en el alma previo a su existencia en el cuerpo, pues ésta no existía previamente. El conocimiento, por lo tanto, no puede explicarse por anámnesis o recuerdo como lo hacía Platón, sino que tiene que ser adquirido durante la vida del hombre a partir de los datos que nos proporcionan los sentidos.
El conocimiento empieza por la observación de lo particular y se eleva hasta lo general a través de la abstracción de lo particular (inducción). La abstracción es un proceso complejo que consiste en prescindir de los elementos singulares de las cosas, que dependen de sus aspectos materiales, quedándonos solo con los elementos universales, que dependen de sus aspectos formales. Así, por ejemplo, el conocimiento de lo que es una «mesa» en general, parte de la observación de las mesas singulares; de esos conocimientos sensibles prescindimos de lo que tienen de singular (que la mesa sea alta o baja, redonda o cuadrada, negra o marrón, de tres o de cuatro patas, de madera o de hierro, etc.), es decir, de sus aspectos materiales, y nos quedamos únicamente con aquello en lo que coinciden todas las mesas, es decir, con sus aspectos formales. Así se forma el concepto universal de «mesa», que puedo aplicar a todas las mesas particulares.
Hay, pues, para Aristóteles, distintos niveles de conocimiento, según el nivel de abstracción alcanzado.
El conocimiento del universal da lugar a la ciencia, que puede definirse como conocimiento necesario y demostrativo de las cosas por sus causas. Dentro de la teoría hilemórfica es especialmente importante la causa formal, que es la que nos permite el conocimiento de la naturaleza o physis de los seres. La ciencia es, por tanto, el estudio de los universales, de las esencias, de las formas. Este estudio tiene un proceder inductivo, esto es, parte de lo particular (la experiencia empírica) para llegar al universal. Y también tiene un proceder lógico, el silogismo: deducir lo particular a partir de lo universal.
Las ciencias pueden ser:
Como hemos visto anteriormente, según Aristóteles, el fin último, el bien supremo y la felicidad de cada ser dependen de su naturaleza. En el caso del ser humano, hemos visto que se trataba de la actividad racional teórica.
Aristóteles establece una división fundamental entre los seres humanos: unos son libres por naturaleza, otros son esclavos, también por naturaleza. Incluso entre los hombres libres, piensa que hay algunos, como los labradores, los artesanos y los mercaderes, que no son verdaderamente libres porque tienen que trabajar para vivir, por lo que sería preferible que estas ocupaciones estuvieran desempeñadas por esclavos. También establece Aristóteles una separación entre los varones y las mujeres. Las mujeres, al tener una naturaleza diferente de los varones, no forman parte de los seres humanos libres. Así pues, solo los varones libres, los que poseen bienes suficientes para vivir sin trabajar, pueden consagrarse a las actividades intelectuales, llevar una vida virtuosa y conseguir la felicidad. Como esto solo lo consiguen los hombres libres si viven en la ciudad, en la polis, Aristóteles dice que el hombre (el libre, por supuesto) es un animal político. En consecuencia, solo los hombres libres son auténticos ciudadanos, no los otros grupos sociales de los que hemos hablado antes.
La ética aristotélica apunta a la política y parece subordinarse a ella, porque los griegos no entendían al ser humano en aislamiento, sino inserto en una sociedad civil para poder conseguir su propia perfección individual. Ética y política se ocupan de averiguar cuál es el bien del ser humano. Aunque «el bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo, se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y a un Estado entero» (Ét. Nic. I, 2, 1094 b). Además, nadie puede ser virtuoso si no ha sido educado, y es al Estado a quien compete, en último término, la tarea educativa.
Aristóteles escribió tres tratados de ética: Gran Ética, que es curiosamente el más corto en extensión, Ética Eudemia y Ética a Nicómaco. De los tres, el último es el que presenta con mayor claridad el pensamiento de Aristóteles.
Es evidente que todos los animales poseen un éthos, es decir, un carácter determinado por sus tendencias, apetitos e instintos que posibilitan su supervivencia, etc. Ese éthos de los animales lo estudia Aristóteles en sus obras sobre zoología; de hecho, se considera a Aristóteles el padre de la Etología, o ciencia que estudia el comportamiento de los animales en su medio natural. Sin embargo, el ser humano posee razón y lenguaje. Ambas cosas le abren un extenso abanico de posibilidades para la acción de la que no gozan los animales y, además, implican deliberación, elección, toma de decisiones racionales, etc. Por todo ello, el éthos o carácter peculiar de los humanos requiere un tratamiento distinto al de los animales, que permita incluir todos los factores señalados. Ese tratamiento específico del éthos humano nos lo proporciona la ética.
El objeto de las ciencias prácticas (ética y política) es la acción humana. Es un proceso originado en el ser humano y cuyos efectos repercuten sobre él mismo. Por eso se diferencia de la producción técnica, cuyo resultado es un objeto externo. Es el objeto central del estudio de la ética. En el sentido técnico, no significa cualquier acto del hombre, sino solo aquello que va precedido de deliberación y, por ello, expresa mejor el carácter real de la persona. Tal deliberación es un proceso de reflexión sobre las alternativas reales que precede a la acción.
Toda acción tiene una finalidad, tiende hacia algún bien. La ética es la parte de la filosofía que se ocupa del fin o del bien que persigue el individuo humano. Por ello, la ética de Aristóteles es teleológica o finalista. Al contrario que Platón, Aristóteles no cree que exista un único Bien, una Idea del Bien. Aristóteles considera que, así como hay muchos seres y acciones, también hay muchos fines y muchos bienes. No persiguen los mismos fines los animales y el hombre y, entre los hombres, unos buscan el placer, otros el dinero, otros el poder… La cuestión es saber cuál es el fin perfecto.
Llamamos fin perfecto a aquel hacia el cual se orientan todos los demás fines, aquel a cuya consecución debe orientarse toda la vida humana, aquel que debe proporcionar al hombre su perfección como ser. Del mismo modo que en la Metafísica Aristóteles observa que, aunque el ser se dice de muchas maneras, existe una categoría respecto a la cual se ordenan todas las demás (la sustancia), también en la Ética Aristóteles busca el fin perfecto hacia el cual se ordenan todos los demás fines.
Los bienes o fines que no son perfectos son solamente medios para alcanzar otros bienes o fines, como ocurre con los instrumentos, que los utilizamos como medios para alcanzar otra cosa. Por ejemplo, no buscamos la riqueza por sí misma, sino para rodearnos de las cosas que creemos necesitar. Por tanto, la riqueza no es el fin perfecto que se busca. Aristóteles cree que el fin perfecto, aquel que se busca por sí mismo y no por otra cosa, es la felicidad. La felicidad es el único bien o fin que se busca por sí mismo, mientras que los otros fines o bienes se buscan para conseguir la felicidad. Como en griego felicidad se dice eudaimonía, la ética de Aristóteles recibe el nombre de eudemonista.
Una vez que ha decidido que la felicidad es el fin perfecto que persigue el hombre, Aristóteles se pregunta en qué consiste concretamente la felicidad. Rechaza que la felicidad consista en la acumulación de riquezas, porque se trata de bienes que no se buscan por sí mismos, sino como medios para lograr otros bienes; y también que la felicidad consista en el disfrute de los placeres o de los honores, porque no son bienes apropiados a la naturaleza humana. ¿Cuál es, pues, el fin último de los seres humanos?
Aristóteles razona del siguiente modo: Así como tenemos claro cuál es el fin de un músico, de un escultor o de un médico, puesto que está directamente relacionado con su función (el fin del músico es tocar música, el del escultor crear esculturas, el del médico sanar a sus pacientes), Aristóteles cree que debemos preguntarnos por la función propia del ser humano en cuanto ser humano. La felicidad del hombre, concluye Aristóteles, tiene que tener relación con su función o actividad racional. Como el hombre se distingue de los demás seres por su racionalidad, el fin del hombre, y por lo tanto su felicidad, la logrará el hombre usando la facultad que le es propia: la razón. En definitiva, Aristóteles define la felicidad como una actividad del alma (no se puede ser feliz en la pasividad) conforme a la razón y a lo largo de una vida completa (no pueden ser felices los niños, por ejemplo).
Ahora bien, así como la función de un músico es hacer música y de un buen músico hacer buena música, la función del hombre no es solo usar la razón, sino cultivarla de un modo excelente. La virtud es el hábito o disposición estable a ejercitar de un modo excelente la facultad propia del ser humano: la razón.