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Desde finales de los setenta y comienzos de los ochenta, nuevas áreas industriales,se suman a la oferta industrial aprovechando las ventajas competitivas que les proporcionan sus menores costes laborales. En algunos casos como Corea del Sur, Malais o Singapur, el despegue económico fue propiciado a partir de sinergias endógenas empresariales o políticas; en otros casos, fueron grandes empresas de Occidente, las que siguiendo estrategias de reducción de costes, acudieron detrás del trabajo para instalarse allí donde fuera hábil, disciplinado y barato. Como consecuencia, si a comienzos de los sesenta toda la producción de la Volkswagen se fabricaba en Alemania, en los noventa la empresa había distribuido la producción entre diferentes países. Esta división del trabajo consiste en ubicar las tareas de dirección en la metrópoli y la producción en la periferia, permite a las multinacionales aunar dos grandes ventajas: estar cerca de los centros de poder y de los mercados con mayor poder adquisitivo, y producir a bajos costes. La abundante, hábil y barata mano de obra permitía a las empresas, además, elegir el sistema de trabajo o el tipo de relación industrial que más le conviniera. La ausencia de sindicatos era otro elemento favorable en la elección del lugar donde ubicarse. La competencia en los mercados en las últimas décadas del siglo XX, ha conducido a las empresas a mejorar su competitividad, bien mediante innovaciones tecnológicas, bien externalizando determinadas tareas a países con mano de obra barata 7.2.- Flexibilización y desregulación de los mercados de trabajo.
Bajo las pujantes tesis neoliberales de las décadas de los ochenta y noventa, gobiernos y empresas, trabajando mancomunadamente, emprendieron diversas estrategias de desmontaje de las normas que habían regulado los mercados de trabajo en las décadas precedentes. Esas estrategias se engloban bajo el común denominador de los términos desregulación, re-regulación o flexibilización de los mercados de trabajo. Flexibilizar fue el objetivo clave en la nueva macroeconomía de la oferta. La flexibilización puede alcanzarse por distintas vías; puede obtenerse financieramente y numéricamente .La flexibilidad llega, hasta el punto de situar en cualquier parte del mundo determinadas parcelas de la producción. Los grandes pactos de los cincuenta y sesenta por los que se regulaban los mercados de trabajo a través de la negociación colectiva, que establecían determinadas reglas sobre barreras de entrada a los empleos o salarios en función de la antigüedad, no fueron sino una reverberación de la ventajas legales que las grandes compañías obtuvieron de los gobiernos para evitar la competencia entre sí y repartirse el mercado nacional. En mayor o en menor media, los gobiernos europeos han iniciado y desarrollado el camino de la desregulación siguiendo cualquiera de estos itinerarios. Pasaron los tiempos en los que como en España, Grecia o Italia el contrato temporal o a tiempo parcial estaba prohibido. El aumento del número de contratos temporales o a tiempo parcial ha venido facilitado por la legalización y posterior proliferación de la Empresas de Contrato Temporal. En cuanto a los despidos colectivos, los sindicatos han tenido que aceptar mayores dosis de flexibilidad en el trabajo a cambio de que los recortes del empleo fueran mayores. Otra materia objeto de reforma por parte de los gobiernos han sido los salarios. Una fórmula común fue la revisión de los subsidios de desempleo, acortando las prestaciones con el ánimo de debilitar la rigidez de los mercados de trabajo.
En otro grupo de países, los gobiernos usaron su fuerte ascendencia sobre las relaciones laborales para recomendar o imponer un modelo descentralizado de negociación colectiva. las leyes emitidas por los gobiernos socialistas de comienzos de los ochenta institucionalizaron los mecanismos de negociación dentro de la empresa mediante fórmulas que respaldaban la representación y la protección del empleo de los delegados obreros. Entre 1981 y 1987, el número de convenios por empresa se cuadruplicaron hasta celebrarse unos seis mil al año. El objetivo era incluir en la cobertura de la negociación una buena parte de la clase obrera, pero también facilitar a los empresarios la posibilidad de intercambiar mejoras laborales a cambio de flexibilidad y mayor productividad. En síntesis, se puede concluir que a final del siglo XX, en lo que concierne a Europa-naturalmente no a Estados Unidos o a Japón donde la presencia pública estuvo siempre muy difuminada-, se mantenían muchos de los rasgos que había caracterizado a la negociación colectiva en décadas anteriores, aunque resultaba cada vez más evidente la intención de dejar hacer y que la negociación fuera el resultado de vicisitudes y contingencias de las distintas empresas. En lugar de consideraciones solidarias respecto a los trabajadores menos cualificados o de las empresas meno competitivas, desde mediados de los ochenta, las organizaciones empresariales-al menos, las más dinámicas-, popularizaron términos como salarios de calificación, salarios por resultados, bonus de productividad, participación en los beneficios-en 1991, el 55 por 100 de los empleado suecos recibía alguna forma de pagos por resultados-, que favorecieron a nivel micro la productividad y la lealtad hacia la empresa y, a nivel macro o político, la debilidad de los principios solidarios mantenidos por los gobiernos socialdemócratas durante cincuenta años.
Durante los años sesenta la densidad sindical de los países industrializados experimentó un importante crecimiento al situarse en torno al 50 por 100 de la población trabajadora.La mas obvia de las razones externas son los cambios producidos en la actividad productiva yen la composición de la fuerza de trabajo.Otro factor externo, fue el relativo control mantenido sobre los precios al consumo. Las elevadas tasas de paro están lógicamente relacionadas con las modestas tasas de afiliación. Una tónica que se generaliza, sin embargo, es que los sindicatos han dejado de ser considerados por amplios colectivos de trabajadores como instrumentos útiles que les aporten beneficios reales. La guerra de trincheras puede observarse, por tanto, desde una doble perspectiva: una, como defensa numantina contra la avalancha desregularizadora.El viejo sindicalismo de masas ya no era el instrumento adecuado para la defensa de los trabajadores cualificados. Los obreros no cualificados y los jóvenes, por otra parte, ya no suponían una ayuda decisiva para los colectivos mejor organizados dentro del mismo porque en el contexto de paro y subempleo de los ochenta y noventa su capacidad de movilización y de respuesta era prácticamente nula. La fragmentación de la negociación conllevó que la segmentación de los mercados de trabajo y de los trabajadores fuera un hecho. Un segmento superior, minoritario, conformó una nueva aristocracia obrera integrada por los empleados de las sedes matrices de las grandes empresas, cerca de la alta dirección, dedicados especialmente a tareas de innovación del proceso productivo, al diseño corporativo y al marketing
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