Portada » Filosofía » Analogia continua
3ª.- Descartes presenta a partir de la séptima línea un razonamiento por analogía que tomando como foro, como elemento de comparación conocido, la construcción de edificios y de ciudades y la elaboración de las leyes, permite concluir : “Y así yo pensé que las ciencias de los libros, al menos aquellas cuyas razones son sólo probables y carecen de demostraciones, habiéndose compuesto y aumentado poco a poco con las opiniones de varias personas diferentes, no son tan próximas a la verdad como los simples razonamientos que puede hacer naturalmente un hombre de buen
Analiza la fuerza vinculante de esa argumentación, para ello, encuentra los parecidos y las discrepancias que hay entre la construcción de edificios, ciudades y leyes, por una parte, y la elaboración
Descartes desarrolla una larga analogía en las pp. 76-79 con la que pretende justificar su intento de deshacerse de todas las opiniones recibidas de otros autores y atenerse sólo a su propia razón para conducirse. La frase “…por todo ello, no podría escoger a alguien cuyas opiniones me pareciesen que debían preferirse a las de los demás, y me encontré como constreñido a emprender por mí mismo la tarea de conducirme” (p. 79), debe considerarse la conclusión a la que llega tras esa larga analogía. Dentro de esa analogía podemos hallar dos partes. Una primera, que es a la que hace referencia esta 3ª pregunta, en la que Descartes trata de justificar que “no hay tanta perfección en las obras compuestas… por la mano de distintos hombres como en aquellas en que uno solo ha trabajado”. Esta parte se desarrolla en el primer párrafo .La segunda parte estará suscitada en la pregunta siguiente. Para probar que no hay tanta imperfección en las obras compuestas por uno solo que en las compuestas por muchos, compara el autor las ciencias (al menos las ciencias opinables, en las que no hay demostraciones) con los edificios, ciudades y leyes de un Estado. Tanto los edificios como las ciudades y leyes serían más perfectos (armoniosos, coherentes) hechos por uno solo porque tendrían unidad, perseguirían un solo propósito o fin; si muchos arquitectos o legisladores participan en la misma, cada uno con un designio o finalidad diferente, la obra adolecerá de incoherencia, de falta de unidad. Lo mismo, piensa Descartes, puede ocurrirle al que construye sus opiniones sacándolas de muchos autores diferentes, cada uno de los cuales no concuerda con otros: nuestro pensamiento erá incoherente, contradictorio. La argumentación podría, pues, esquematizarse así: – a, b, c (edificios, ciudades, leyes) tienen la propiedad P (están mejor hechos cuando los hace uno solo). – d (las opiniones) es semejante a a, b, c. ——————————————————- – Por tanto, d tiene también la propiedad P.
¿Hasta qué punto este argumento es convincente? Se trata de un argumento por ANALOGÍA. Recomendamos al profesor/a que analice brevemente en clase los argumentos por analogía, pues son de los que se practican en abundancia en la vida cotidiana (alguno, además, es de rancio abolengo filosófico, como el argumento volteriano que considera razonable sostener que Dios existe, porque el mundo es como un reloj, y todo reloj ha debido ser construido por un relojero). El argumento por analogía no puede considerarse nunca demostrativo, pues las cosas comparadas son análogas, pero no idénticas, y por tanto no puede afirmarse sin más de una lo que se afirma de las otras. Pero esto no obsta para que algunos argumentos por analogía sean más razonables que otros, porque la semejanza entre las cosas que se comparan sea mayor en unos casos que en otros, y por eso consideramos didáctico que el alumno se detenga en el análisis de estos argumentos. El punto clave es la 2ª premisa: ¿hasta qué punto son semejantes las opiniones a los edificios, ciudades o leyes? Para juzgar si la analogía es razonable hay que proceder a examinar: a) cuántas semejanzas tienen las cosas comparadas. b) cuántas diferencias tienen, y sobre todo c) si las semejanzas (o diferencias) son relevantes para lo que se afirma en la conclusión, es decir, si están causalmente relacionadas con ella. Por supuesto, aquí no podemos adivinar cuántas semejanzas y diferencias van a encontrar los alumnos entre las casas, ciudades y leyes, por una parte, y las ciencias (o las opiniones) por otra, pero sí observaremos solamente que hay alguna posible objeción que ha sido entrevista y anticipada por Descartes. En efecto, entre las casas, ciudades y leyes, y las ciencias existe la importante diferencia de que las primeras no buscan la verdad y las ciencias sí. Las casas o ciudades pueden estar hechas de muchas maneras porque se han diseñado con distintas finalidades (descansar, comerciar, vigilar un territorio importante militarmente, etc.). Ninguna de ellas es, sin embargo, una casa o ciudad más verdadera que otra. La imperfección no consistiría pues en su “falsedad”, sino en su falta de unidad, en que se habría pretendido combinar en una sola varios de estos diseños. Pero las ciencias tienen como finalidad alcanzar la verdad. ¿No podría ser, por tanto, que en ciencia sí sea posible que muchos colaboren y el resultado final sea “perfecto”, porque todos ellos hayan descubierto una parcela de verdad, la cual no puede ser contradictoria con las otras parcelas? Precisamente en esta característica de la ciencia se basan muchos autores que afirman que sólo en ciencia hay progreso acumulativo, es decir, lo que unas generaciones descubren se añade a lo descubierto por otras y constituirá el acervo científico que heredarán las generaciones siguientes.