Portada » Ciencias sociales » Análisis Social de la Religión: Orígenes, Evolución e Interpretaciones
En la Antigüedad grecorromana, los filósofos ya intentaban explicar el origen de las creencias. Critias pensaba que la religión (y el temor a los dioses) se había inventado para imponer el respeto a la sociedad: disciplina, moral, sentido del bien y del mal. Lucrecio, en De natura rerum, emite la hipótesis de que los hombres inventaron a los dioses para explicar las maravillas y los misterios de la naturaleza: para explicar lo que no controlaban.
Este punto de vista se hizo famoso por los trabajos de Rudolf Otto. Más tarde, Mircea Eliade propone el término de hierofanía como percepción de lo sagrado, en donde el impulso o sentimiento religioso está caracterizado por un sentimiento de insuficiencia ante la explicación de la realidad que ofrecen los sentidos y la razón humanas. La idea de hierofanía que propone Eliade asienta una oposición entre lo sagrado y lo profano que desplaza la anterior entre razón y miedo irracional.
Este enfoque será el germen de un nuevo tratamiento en los estudios sobre la religión y posibilitará su expansión en las principales universidades de Europa y EE. UU. En las religiones más antiguas, algunos miembros de sociedades de cazadores-recolectores o agrícolas se aislaban, en un estado de deprivación sensorial para favorecer la aparición de visiones y sueños místicos. A menudo diversos métodos o productos alucinógenos eran empleados como activadores de estos procesos.
Esta evolución, unida al triunfo o colapso de las diferentes civilizaciones que las acogen, y a la presión del medio social en el que se desenvuelven, explicarán en buena medida el futuro de las distintas religiones.
La actitud de los primeros sociólogos ante la religión fue diversa a la de los filósofos de la Ilustración, pues no consideraban este fenómeno como un momento pasajero lleno de supersticiones en la historia de la humanidad, sino como un aspecto casi imprescindible de la organización social.
Por este motivo, la mayoría de las grandes doctrinas religiosas han dado respuestas a preguntas relacionadas con la creación del universo, el propósito de la vida, la naturaleza humana, la definición de bien y mal, la moral, la escatología.
En el siglo XX, Talcott Parsons deja constancia de la relación entre la religión y la sociedad, incluida la «cibernética»: genera valores, modifica las normas, influye en los roles sociales y da una guía para los sistemas de la sociedad, de la personalidad y del comportamiento.
Sin embargo, no se ha logrado un consenso en relación con el método: el problema resulta complejo ya que un método explicativo implica un cierto grado de objetividad, y se contesta la posibilidad de que un estudioso no tenga preconceptos en relación con la religión, y un método interpretativo permite diversos acercamientos y respuestas.
En el año 1980, James Peacock y Thomas Kirsch publican un libro que intenta una vía intermedia para explicar desde la antropología el desarrollo de roles distintos en las religiones. Después de esta publicación, los estudios se han ido centrando en tratar de determinar el origen de la religión.
Las variantes propuestas son muchas: la magia, el totemismo, el politeísmo, el fetichismo, el animismo, etc.; sin embargo, Evans-Pritchard subraya la dificultad de demostrar que algunas de estas manifestaciones —que se presentarían como origen de la religión o la «primera» religión— sea aislable e independiente de otras manifestaciones cronológicamente contemporáneas.
Este tema del origen de la religión y el problema de las diferencias entre las religiones es el objetivo temático de la antropología cultural en el siglo XXI, ya que ha abandonado su interés inicial por elaborar una especie de catálogo de todas las religiones y sus manifestaciones y prácticas.
Para Wallace y Olivier Herrenschmidt, la religión es una actividad social que pone de manifiesto la existencia de creencias en seres o realidades sobrenaturales; esta actividad se declara mediante prácticas rituales que tienen como objetivo establecer relaciones entre los participantes y aquellas fuerzas sagradas.
Las creencias tienen como objeto de su fe potencias o seres divinos y trascendentes, y las prácticas rituales que sustantivan esta relación son radicalmente diferentes de otros comportamientos sociales: son estrictamente formales (estilizadas, repetitivas y estereotipadas), y a diferencia de una representación, los participantes se lo toman con la plena seriedad de tener la creencia de estar haciendo algo performativo. Bronislaw Malinowski advierte que no hay que confundir la religión con la magia.
Desde la cultura del hombre primitivo, religión y magia ya tenían funciones diferentes: la magia es práctica, técnica, de creencia sencilla, primordial, medio para un fin, en manos de especialistas con oscuras iniciaciones y con resultados inmediatos, mientras que la religión no muestra una utilidad directa ni se aprehende con conjuros, el mundo sobrenatural al que hace referencia es complejo e integra la vida futura en una cosmogonía teleológica, es un fin moral en sí, es un asunto de todos y se concelebra en comunidad, y su función última apunta a establecer, fijar e intensificar actitudes que cohesionen a la sociedad. Igualmente proponen que huir de ciertas trampas que una visión euro o cristianocéntrica puede parar, renunciando a asignar a la religión ideas como: solo los hombres, y no los animales, tienen alma; existe una separación absoluta entre lo profano y lo sagrado; el monoteísmo es el modelo o meta, siendo el politeísmo residual, y alejarse, finalmente, de una cierta fenomenología de la religión, que pretende que las religiones no son sino el fenómeno de una esencia incognoscible.
Dada la universalidad de su expresión, no se puede hablar de religión, sino de religiones, con una concreción histórica definida. Esta existencia históricamente definida permite hablar de diferentes roles de la religión: desde aquel que permitió al hombre primitivo adaptarse a la aterradora realidad reflexiva que le enfrentó a su propia muerte hasta el de ser herramienta de control social o de creación de comunidad social, o el de actuar como una herramienta de ecología, en tanto que adaptación cultural en un entorno rudo o cambiando, o un instrumento de cambio social, ya sea de progreso como si es de regresión. Cada una de estas funciones viene enmarcada en un discurso religioso, un discurso que establece una relación entre el conocimiento incorporado al discurso y el poder de su posesión.
Este discurso tiene una dependencia con la organización social donde se desarrolla, de tal manera que determinados tipos de sociedad tenderán a generar un tipo de religión, el discurso de la cual, en su sentido axiológico y pedagógico, querrá instaurar intencionadamente un determinado sentido de la existencia y de la realidad. Finalmente, hay que tener en cuenta la existencia de dos formas de entender la relación religiosa con el objeto de culto: la mediata y la inmediata.
Freud consideraba todos los ritos y creencias religiosas como proyecciones inconscientes de los conflictos internos a la familia que afirman la posición del yo en la sociedad: así, en el ámbito propio de las creencias religiosas y partiendo de ellas, tales conflictos podrían resolverse. Aun cuando reconocía ventajas en la religión, buscó promover un mayor realismo y resignación dado que la religión contendría muchas fijaciones infantiles. Uno de los alumnos de Freud, Carl Gustav Jung, se ocupó también del tema religioso.
Aun cuando las aproximaciones que dependen de Freud y de Jung sean las más influyentes, también se dieron en Europa algunas otras interpretaciones, como, por ejemplo, la que intentó fundar una psicología de la religión a partir de los instrumentos de la teoría del conocimiento de Kant (véanse, por ejemplo, los trabajos de Richard Müller-Freienfels).
Los modernos desarrollos afirman a la psicología de la religión como un ámbito demasiado reciente de estudio, en donde buena parte de lo que se considera experiencia religiosa no puede ser admitido bajo criterios empíricos a la vez que se contrastan efectos beneficiosos y duraderos para el individuo, por lo que es una disciplina de creciente interés y actividad.
En las principales religiones encontramos lo que se suelen llamar experiencias místicas o trascendentes como una base fundacional de la experiencia religiosa. Aunque en principio la mayoría de religiones son doctrinalmente facilitadoras de estas experiencias místicas, también a menudo las organizaciones religiosas no las han tolerado, considerándolas un contrapoder a la hora de interpretar los significados religiosos en sociedad.
A partir del siglo XIX, la observación de la religión proveniente del materialismo histórico la considerará de manera crítica. Émile Durkheim la atribuye a una «efervescencia colectiva» en el contexto social en el que tales experiencias se producen. William James encabezará una interpretación psicológica que enmarcará a la experiencia mística de las religiones como parte de algo mucho más amplio y no exclusivo de ellas.
Actualmente, interpretaciones como las de Csikszentmihalyi hablan de teorías de un «estado de flujo» que puede aparecer en la mente humana realizando diversas actividades que exijan concentración, provocando determinado estado de felicidad. La exploración científica más moderna de los ámbitos de contemplación, éxtasis y meditación común a la mística de las distintas religiones arrojan conclusiones tan espectaculares como abiertas a la especulación, siendo este un terreno aún tan interesante como inexplorado para la ciencia. En muchos casos, en las religiones de Asia oriental, la mística y la especulación filosófica no han sufrido tantas dificultades históricas, estando integradas en la práctica religiosa de sus seguidores.