Portada » Lenguas extranjeras » Análisis de la Normalización Lingüística del Gallego
Partiendo de la situación de que el castellano fue hasta hace muy poco en Galicia la lengua minoritaria pero dominante, se creó el proceso de normalización lingüística. Se trata de un conjunto de iniciativas que tienen el objetivo de que la lengua gallega recupere el prestigio. Comienza a principios del siglo XX, se expande y acelera entre 1916 y 1936 y culmina con la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1936. Este fue el primer texto legal que reconoció al gallego como oficial.
Se produce un estancamiento que hace que el Estatuto no sea efectivo por consecuencia de la Guerra Civil Española y la dictadura franquista. Años después, en 1981, se aprueba el Estatuto de Autonomía en el que la lengua gallega pasa a ser oficial en Galicia junto con el castellano; ambas lenguas serán cooficiales. Con la transición democrática, en 1983, se aprueba en el Parlamento de Galicia la Ley de Normalización Lingüística, hecho que produce la utilización de la lengua gallega en la Administración pública y en la elaboración de leyes que promuevan el idioma gallego en la enseñanza, en los medios de comunicación, etc.
Otros factores que inciden en el proceso de normalización del idioma son:
A pesar de su creciente protección y normalización desde la Edad Media, el gallego afronta un claro riesgo de sustitución a pesar de su mejora en la consideración social y de su uso en ámbitos que antes de la aprobación del Estatuto de Autonomía estaban prohibidos. Las causas son:
Los avances (que fueron muchos teniendo en cuenta que antes de su oficialización no se podía usar en actos públicos, ni en la enseñanza, ni en la administración…) no frenan la pérdida masiva de personas que hablan gallego, pues no consiguieron extender la lengua a las nuevas generaciones, que cada vez están más castellanizadas y en las que el gallego pasó a ser una lengua minoritaria.
Se trata de restringir y reducir las posibilidades de uso de una lengua a determinados ámbitos, debido a que esta lengua es percibida como menos prestigiosa y, por lo tanto, indigna para ser empleada por las altas clases. En esta viñeta se refiere a que una lengua como el gallego no se acepta para el estudio de una ciencia como las matemáticas y que, por lo tanto, solo se podría llevar a cabo a través de la única lengua aceptada y considerada válida para esto, el castellano. Sin embargo, en situaciones de desigualdad social, se acepta el uso de lenguas menos prestigiosas para determinadas funciones también prestigiosas, pero presentadas como inferiores o de menor categoría, como para el cultivo de la poesía. De ahí que, en los procesos de normalización lingüística, cuando la lengua minorizada comienza a emplearse en la escrita, siempre se inicia por la literatura y, dentro de esta, por la lírica.
En la actualidad aún persisten claras consecuencias de este prejuicio, como el hecho de que la mayoría de la prensa diaria escrita en papel sea publicada en castellano o que la mayor parte de las veces que consultamos la cartelera de cine no se ofrezca ni una sola película en nuestra lengua, a pesar de que la cinematografía gallega sea de alta calidad. Por otra parte, destaca un hecho, a mi modo de ver absurdo, que es la prohibición de dar las Matemáticas en gallego, sino que se tienen que dar en castellano.
Correspondiente con el Rexurdimento literario, época en la que se comienza a escribir en gallego (tras la publicación de Cantares Gallegos de Rosalía de Castro, primera obra en gallego, se inició el Rexurdimento, obra escrita por una mujer pero que no fue publicada por ella, sino que la publicó su marido porque ella no se atrevía a hacerlo; se publicó el 17 de mayo y desde el centenario de la obra se comenzó a celebrar el Día de las Letras Gallegas), después del largo período de los siglos oscuros y, por consiguiente, no existían ni diccionarios ni gramáticas, por lo que la principal fuente era la propia lengua utilizada por el pueblo.
Estas características sí que se mantienen en la actualidad y tienen plena vigencia, sobre todo las contracciones propias de la oralidad y los denominados castellanismos, pero solo en las variedades coloquiales y orales de la lengua. Hoy en día contamos con una variedad normativa (estándar) plenamente consolidada, destinada a los usos formales y escritos, por lo que en estos ya no encontramos estos fenómenos.
La variedad estándar o normativa es creada para servir como «vehículo expresivo común y válido para todo el pueblo gallego», tal como se recoge en las propias normas. Con este fin ha de ser continuadora de la lengua hablada por la comunidad, pero evitando dependencias del castellano (castelanismos). De las diferentes alternativas dialectales, se escogen aquellas con más extensión geográfica y demográfica, así como las que cuentan con tradición literaria. Dado que se trata de una variedad destinada al registro formal, también quedan fuera de ella los coloquialismos de cualquier tipo.
El texto denuncia la ausencia del gallego de ámbitos de prestigio como las tecnologías digitales, lo que también se puede extender a otros medios de comunicación, como la prensa o la televisión. Esto indica que la lengua gallega no está normalizada, ya que no se encuentra presente en todos los ámbitos sociales. Además, tiene repercusión en la transmisión intergeneracional del gallego, pues, como le ocurre a la protagonista de la anécdota, Moraima, aunque recibe la lengua gallega por parte de su familia, algunos de los otros agentes de transmisión ofrecen solo o mayoritariamente input lingüístico en castellano o inglés. Esta situación puede provocar que niños y niñas de familias gallegohablantes, al ir creciendo e incorporándose a la sociedad, vayan abandonando su lengua inicial.
Las medidas de normalización destinadas a intentar superar esta situación se relacionan con el aumento de su presencia en los ámbitos de mayor prestigio para la infancia y la juventud. Tenemos recientemente ejemplos con el fenómeno de las Tanxugueiras o la demanda de la Mesa pola Normalización Lingüística de un canal temático infantil de la Televisión de Galicia. Además, con respecto al ámbito escolar, sería necesario contemplar la aplicación de programas de inmersión lingüística en la Educación Infantil (0-6 años), sobre todo en los ámbitos urbanos, tal como, de hecho, recoge el Plan Xeral de Normalización da Lingua Galega, aprobado por unanimidad del Parlamento de Galicia en 2004.
Castelao pertenece al Grupo Nós y es, junto con Vicente Risco y Otero Pedrayo, uno de los creadores de la narrativa moderna en lengua gallega. Cronológicamente, los situamos en el primer tercio del siglo XX, período en el que encontramos, desde un punto de vista lingüístico, un deseo de alejarse del castellano, por lo que son muy habituales los hiperenxebrismos, como «concencia» (1ª línea), en lugar de «conciencia», o «cencia» (7ª línea), en lugar de «ciencia»; y los arcaísmos, como «tiduo» (1ª línea), en lugar de «título», o «door» (6ª línea), en lugar de «dolor» o «dor». De todos modos, también se mantienen características más propias del período anterior (Rexurdimento), como las vacilaciones vocálicas propias de la oralidad: «doume» (4ª línea), en lugar de «deume», o «antre» (4ª línea), en lugar de «entre»; o los castelanismos, como «decirme» (5ª línea), en lugar de «dicirme».
El principal avance de este período con respecto a la normalización lingüística radica en su extensión de usos a los diferentes géneros literarios y no literarios, gracias al labor de la Revista Nós (1920) y el Seminario de Estudos Galegos (1923). Además, también se comienza a emplear el gallego en actos orales públicos, como mítines o actos institucionales. El Estatuto de Autonomía, aprobado en 1936, contemplaba avances tan relevantes como la introducción del gallego en la enseñanza o la obligación de conocer el gallego para los funcionarios destinados a Galicia. No obstante, este progreso se vio truncado por la guerra civil y la posterior dictadura franquista y, de hecho, el Estatuto no llegó a entrar en vigor.
A raíz de la aprobación del Estatuto de Autonomía, en 1981, el gallego se convierte en lengua oficial de la Comunidad Autónoma de Galicia, al mismo nivel que el castellano. Tienen, por lo tanto, las dos lenguas el estatus legal de cooficiales. Además, el establecimiento como lengua propia del gallego supone su reconocimiento como lengua histórica de Galicia y, en consecuencia, pone en valor su importancia como símbolo cultural e identitario. Sin embargo, el hecho de que se establezca el derecho de conocer y usar tanto el gallego como el castellano, pero no el deber, implica una desigualdad hacia la lengua gallega, pues en la Constitución española, aprobada en 1978, sí que se declara la obligatoriedad del conocimiento de la lengua castellana, en su artículo 3.1. Esto provoca una situación de jerarquía lingüística en favor del castellano, que además es la única lengua oficial en todo el Estado español.
Este estatus legal de la lengua gallega debe materializarse en una serie de usos, que se recogen en la Ley de Normalización Lingüística, aprobada en 1983 por el Parlamento de Galicia. Podemos destacar algunos como el empleo por las instituciones de la Comunidad Autónoma de Galicia y su Administración pública, la incorporación al sistema educativo, del cual es la lengua oficial en todos los niveles, o la toponimia en gallego como única oficial. Por otra parte, al convertirse en lengua oficial, aumenta la necesidad de fijar una variedad estándar o normativa, con el fin de ser usada en los ámbitos formales y en la escrita. Así, en 1982 se publican las Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego, declaradas oficiales ese mismo año por la Xunta de Galicia. Estas normas fueron revisadas en 1995 y en 2003, versión que alcanzó ya un importante consenso entre las diferentes propuestas, por lo que se conoce como la «normativa de concordia».
El uso de la lengua gallega aumenta a medida que disminuye el tamaño del municipio, de manera que en las siete ciudades gallegas (concellos de más de 50.000 habitantes), el porcentaje de gallegohablantes, de forma exclusiva o mayoritaria, es menos de la mitad de los que se registran en el hábitat más rural (concellos de menos de 10.000 habitantes). En las villas de mayor tamaño, el porcentaje entre gallegohablantes y castellanohablantes está equiparado, mientras que en las villas más pequeñas ya encontramos mayoría de gallegohablantes, con una diferencia de 16 puntos porcentuales con respecto a los castellanohablantes.
El hecho de que los gallegohablantes se concentrasen mayoritariamente en las zonas rurales provocó que las características negativas asociadas tradicionalmente a este hábitat se aplicasen también a este grupo lingüístico y, por extensión, a la lengua gallega, mediante un proceso de generalización y atribución de causas erróneo. Dado que los habitantes del rural, en general, poseían menos estudios y menor nivel económico, se atribuían estas características a los gallegohablantes, dando lugar al prejuicio de que la lengua gallega era síntoma de incultura y pobreza. En realidad, la falta de estudios de los habitantes de las zonas rurales y, por extensión, de los gallegohablantes no se debía a su menor capacidad, sino a la falta de oportunidades, que provocaba a su vez la escasa o nula opción de movilidad social y ascenso económico.
En primer lugar, hoy en día no existe esa vinculación directa entre el rural y la pobreza y/o incultura. Además, las connotaciones asociadas al rural han cambiado, de manera que remite a un estilo de vida en muchos aspectos mejor que el del ámbito urbano, en cuanto a tranquilidad, contacto con la naturaleza, etc. Además, aunque, como indica el gráfico, los hablantes de gallego son mayoría en el rural, también hay un porcentaje importante en las villas, casi igualados a los castellanohablantes, e incluso en las ciudades representan casi el 20%. En definitiva, hablar una lengua u otra no implica en ningún caso mayor o menor capacidad intelectual o mayor o menor nivel económico, del mismo modo que ocurre con el género o la raza. No se trata de características intrínsecas, sino circunstanciales, debidas a una situación social de desigualdad que impide a grupos con estas características el acceso a determinados bienes.