Portada » Filosofía » Análisis Comparativo de las Ideas de Rousseau y Nietzsche: Sociedad, Moral y Conocimiento
Sociedad Rousseau: Uno de los filósofos que más se dedicó a estudiar la sociedad y la política en la edad moderna es Rousseau. Vivió durante el siglo XVIII en Francia, en un momento en el que se estaban forjando ideas políticas novedosas. La sociedad corrompe al hombre, pero Rousseau es consciente de que no se trata de volver a un estado primitivo, que ni siquiera se puede demostrar que existió, sino que hay que analizar esta sociedad, que produce esa infelicidad y egoísmo en el ser humano, para ver cuál es su causa y reformarla de forma tal que pueda ser una comunidad que haga felices a los hombres. Y para realizar esta tarea seguirá dos pasos: en primer lugar, situar el origen del mal social; y, segundo, proponer una serie de reformas para transformar esta sociedad.
Para Rousseau, el origen del mal en la sociedad es la desigualdad. Esto produjo un permanente enfrentamiento social donde lo que primaba era el egoísmo y no la cooperación, pues el deseo era poseer más y, por tanto, se fomentaba la codicia y el enfrentamiento entre todos. Así, la sociedad actual es injusta y, además, impide la realización plena de los seres humanos, pues no les lleva a la felicidad.
Para reformarla, Rousseau propone un Contrato Social. Se trata de establecer las bases para un pacto social justo, donde se pueda armonizar libertad, igualdad y poder político. En El contrato social, él manifiesta otra manera de paliar la degeneración a la que nos vemos abocados en el estado social, degeneración que resume en su célebre frase: «el hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado». Los hombres deben establecer “un nuevo contrato social” que los acerque a su estado natural. Este nuevo contrato es un pacto de la comunidad con el individuo y del individuo con la comunidad, desde el que se genera una voluntad general que es distinta a la suma de las voluntades individuales y que se constituye en fundamento de todo poder político. La soberanía ha de emanar de la voluntad general. La libertad individual ha de constituirse, a través de la voluntad general, en libertad civil y en igualdad. Esta soberanía popular se expresa en la voluntad general, que no es una mera suma de las voluntades de cada uno. Efectivamente, la voluntad de todos sería la suma de intereses egoístas de cada uno; sin embargo, la voluntad general es la del sujeto colectivo que siempre pretende el bien común. Así, el individuo renuncia a sus egoísmos personales para someterse por consentimiento libre a las leyes que se emanan de la voluntad general. Cada uno renuncia, no a la libertad como ciudadano, sino a la libertad de obrar de acuerdo al egoísmo propio y en contra de la comunidad.
Además, para la creación de esta nueva sociedad será fundamental la educación. Rousseau, en su obra Emilio, considera que a los niños se les debe instruir desde la libertad, huyendo del academicismo y el mero aprendizaje memorístico. Para esta educación se debe tener en cuenta que los niños tienen una mentalidad diferente a los adultos, buscando abrir su mente a la curiosidad y deseo de saber a través, fundamentalmente, del contacto con la naturaleza. Esta educación tiene como finalidad última formar buenos ciudadanos y contribuir a la mejora social.
De esta forma, y según Rousseau, los seres humanos pueden entrar en un nuevo estado que no es ni el social anterior, donde primaba el egoísmo individual, ni tampoco el natural. Este nuevo estado consiste en una sociedad racional y libre donde se erradicará el mal moral y la injusticia y permitirá que cada uno de los seres humanos pueda alcanzar su felicidad y plena realización.
Hombre Rousseau: Según Rousseau, hay una diferencia fundamental entre el hombre natural y el hombre social. El hombre natural es aquel que vive en el estado de naturaleza, una época histórica hipotética que permite a Rousseau desarrollar la idea del mito del buen salvaje. El hombre en estado de naturaleza, antes de convivir en sociedad, era un hombre bueno y feliz, independiente en relación a los otros hombres y con un egoísmo no negativo. El buen salvaje tenía, así, un sano amor hacia sí que no implicaba buscar el mal de los otros, hacia los que sentía compasión. En este estado natural, el hombre mantenía sentimientos puros, no coartados o envenenados por el prejuicio social, y una relación directa con la naturaleza. Este estado natural de cómo sería el hombre en sus hipotéticos orígenes se enfrenta al hombre social, aquel que vive en un estado de sociedad o estado cultural. En este estado social, que sí que es real frente al natural, el hombre no es un ser feliz y bueno, sino que está llevado por un egoísmo malsano por el cual busca su propio interés en detrimento de los otros seres humanos. Así, la cultura y el progreso no han hecho al hombre más feliz y más bueno, como creían la mayoría de los pensadores de la Ilustración, sino que lo han hecho más desigual, injusto y profundamente infeliz. Cultura y progreso no actúan, pues, como elementos emancipadores, sino que dentro de la sociedad son elementos que han corrompido a los hombres.
Las ideas éticas de Rousseau no pueden separarse de sus consideraciones antropológicas y de su interpretación de la historia y de la sociedad. El pensador ginebrino acepta la tesis tradicional de la existencia de una diferencia cualitativa fundamental entre el ser humano y los animales: la libertad. Precisamente, por el hecho de ser libre, el ser humano tiene una dimensión moral, que le es específica y no se encuentra en ningún otro ser vivo. Su comportamiento no es meramente instintivo y, en contra de lo que pensaban los materialistas, no puede ser explicado según las mismas leyes que explican el funcionamiento de la naturaleza. La libertad, pues, es la base o fundamento de la moralidad y la causa de la responsabilidad.
Rousseau rechaza abiertamente los planteamientos intelectualistas, pero también el hedonismo que coloca en la base de la conducta moral el interés egoísta y la búsqueda del placer propio. En consonancia con su antropología y su teoría del hombre primitivo, considera que la mayoría de las acciones humanas están originadas por la compasión hacia los demás seres humanos. Así pues, sobre el sentimiento de empatía, y no sobre la razón, se fundamentaría la moralidad en el estado de naturaleza. Otra tesis constante de Rousseau fue la idea de que el impulso fundamental del hombre es el amor de sí mismo. Nuestras necesidades originan nuestras pasiones, y como las necesidades del hombre primitivo, así como sus deseos, eran puramente físicos, la autoconservación fue su principal y casi única preocupación. Pero esa pasión fundamental del amor propio, del amor de sí mismo, no se debe confundir con el egoísmo. Pues el egoísmo es un sentimiento que nace sólo en sociedad y que mueve al hombre a preferirse a los demás.
El amor propio considerado en sí mismo es «siempre bueno, siempre en concordancia con el orden de la naturaleza». En el hipotético estado de naturaleza, la compasión ocupa el lugar de las leyes, la moral y las virtudes. Pero aunque es posible distinguir entre amor propio y compasión, en realidad esta última se deriva del primero.
Por esto nacen entonces las virtudes y los vicios y se forman los conceptos morales. Pero todo ello se funda en los sentimientos fundamentales del hombre que son anteriores a toda argumentación filosófica sobre la ética y a la existencia de códigos morales. Si toda nuestra vida moral depende de nuestros impulsos o pasiones fundamentales, no puede sorprender que Rousseau ataque a los que mantienen que la educación moral consiste en extirpar dichas pasiones.
El amor propio es susceptible de desarrollo en amor de la humanidad entera y en la promoción de la felicidad general, cosas que son el objeto de todo hombre verdaderamente virtuoso. La moralidad es el desarrollo sin constricción ni impedimentos de las pasiones y los sentimientos naturales del hombre. El vicio no es natural al hombre, sino que constituye una distorsión de su naturaleza. El desarrollo de la civilización ha multiplicado las necesidades y los deseos del hombre, y esto ha provocado el egoísmo. Por lo tanto, aunque Rousseau no niega que la razón y la reflexión tengan que desempeñar una función en el desarrollo de la moralidad, las otorga un papel ciertamente secundario y subordinado al sentimiento. De este modo, el filósofo suizo se aproximó claramente a las tesis del emotivismo moral de Hume, a quien conoció en persona y con quien mantuvo una compleja relación de amistad y odio.
Rousseau es partidario de establecer una religión natural y una religión civil que no admitan distinción alguna entre lo público y lo privado, la política y la teología, lo exterior y lo interior, tal como hace el cristianismo, sino que garantice la convivencia y la aceptación de la voluntad general que ama siempre el bien común. Así, las verdades fundamentales de la religión natural o «religión del hombre», que se opone a todo elemento sobrenatural, son la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Según Rousseau, la existencia de Dios es reconocida a partir del maravilloso orden y finalidad de la naturaleza, cuya única explicación es la existencia de Dios. De este modo, su postura se aproxima, pues, al deísmo de muchos ilustrados, según el cual Dios existe como causa del universo, pero no interviene directamente en este. Por añadidura, en cuanto a la inmortalidad del alma, se sigue de la imposibilidad racional de admitir que los malos triunfen definitivamente sobre los buenos, tal como ocurriría si todo se redujese a lo acontecido en la historia de la humanidad. Asimismo, la voz de la conciencia (es decir, del principio de justicia según el cual se juzgan las acciones propias y ajenas) es el sentimiento natural e innato de amor al bien y a la justicia, si bien por sentimiento hay que entender una aprehensión inmediata o intuitiva. Finalmente, según Rousseau, el culto divino esencial no es otro que el del corazón y la moralidad. Además de la «religión del hombre», es necesario proponer también una religión civil o «religión del ciudadano», es decir, una profesión de fe puramente civil cuyos artículos sean establecidos por el pueblo soberano, pero no como dogmas religiosos, sino como sentimientos sociales necesarios para ser buenos ciudadanos. Así, a las verdades de la religión natural, se añaden, primero, la santidad del contrato social y, segundo, la tolerancia de toda religión que a su vez sea tolerante y no se oponga a los deberes del ciudadano. Para Rousseau, el instrumento de salvación no es la Iglesia, sino únicamente el Estado.
La obra de Rousseau critica especialmente la idea optimista del progreso y el individualismo ilustrado. En contra de los ilustrados, Rousseau piensa que la ciencia y la inteligencia no son elementos de progreso y desarrollo humano; está minando así las propias bases del pensamiento ilustrado, que centraba toda su fuerza en la capacidad liberadora de la razón y de la ciencia. Para el autor, son mucho más importantes en el hombre los sentimientos morales naturales que la ciencia y el progreso material. Las mejoras técnicas han ocasionado el aumento de la competitividad y el egoísmo, y han llevado al abandono de los sentimientos naturales. Los ilustrados solamente podían entender estas proclamas como una defensa de la tradición y de la Iglesia, cosa que no era así.
Rousseau dice que la ciencia, las artes y la filosofía son fruto de la ociosidad de los hombres y de su deseo de destacar sobre los demás. Son la vanidad, la envidia y la debilidad humanas las que han conducido a esa carrera desenfrenada por el progreso, y han ofrecido la falsa idea de que con ello serían libres, cuando son realmente esclavos de un orden social y político despótico y de unas exigencias sociales cada vez más insaciables: lujo, posición social, vanagloria, etc. Rousseau se adentra en la sociedad en la que está viviendo, y mira más hacia el presente y el futuro que hacia el pasado.
Lo que está intentando poner en evidencia Rousseau son las contradicciones que se dan en la incipiente sociedad burguesa, cuyos valores no producen mejora del ser humano; por eso, su progreso es más aparente que real.
El pensamiento ilustrado francés, por influencia de Locke, había defendido la existencia de unos derechos naturales, entre los que destaca el derecho a la propiedad. El valor de la comunidad estriba en que sirva para la protección de esos derechos naturales; no tiene un valor en sí misma, sino como elemento que proporciona seguridad y comodidad a sus miembros, y descansa solamente sobre el egoísmo individual. Sin embargo, Rousseau, por influencia platónica, dice que la vida en comunidad es la que permite que el hombre tenga deseos de protección, de libertad y de egoísmo particular. Fuera de la comunidad, el hombre no adquiere las posibilidades de tener sentimientos morales, pues estos se forman desde la vida social. La sociedad es, por tanto, el factor de moralización más elemental, y no la suma de los intereses privados.
Va a defender posteriormente su idea de la superioridad de la comunidad sobre el individuo. El individualismo no es más natural que las necesidades sociales que llevan al hombre a vincularse en comunidades. Sin embargo, la sociedad actual se ha organizado en función de estos valores individualistas, y ello solo ha llevado a la desigualdad entre los hombres y a su depravación moral. Esto le lleva a hablar a Rousseau sobre el concepto de hombre y el Estado de naturaleza.
Nietzsche, en su obra La genealogía de la moral, sostiene que la historia humana se define por la lucha entre los valores de los nobles y los siervos. Los nobles representan la libertad, la fuerza y la creatividad, mientras que los siervos representan la sumisión, la obediencia y una moral de rebaño. Critica la democracia por dar poder a la ligera y considera al socialismo y al anarquismo como descendientes secularizados del cristianismo, promoviendo una moral igualitaria que deteriora la excelencia individual y la voluntad de poder. Su antropología sostiene una jerarquía innata en la humanidad, donde algunos son superiores a otros en capacidad y valor. Para Nietzsche, el hombre superior es aquel que se libera de las convenciones sociales y vive conforme a su propia voluntad, similar a la inocencia del niño. Por ello, critica las instituciones sociales que suprimen la individualidad y promueven un rechazo hacia cualquier forma de Estado o gobierno que obstaculice el desarrollo de la personalidad individual y la realización de la vida humana. Esta división lleva a Nietzsche a defender una sociedad basada en la afirmación de los instintos individuales, lo que implica el fin de la colaboración y la solidaridad. Para él, el individuo se convierte en un valor supremo en contraposición a la sociedad, que diluye la singularidad y el poder personal. Es decir, su filosofía representa un llamado desesperado por la individualidad frente a las fuerzas homogeneizadoras de la sociedad.
Friedrich Nietzsche, considerado uno de los filósofos más importantes de la época contemporánea. Una de las aportaciones más importantes que hizo a la filosofía es su concepto de ética. Nietzsche defenderá la “Voluntad de Poder”, que es asumir y enfrentarse a la realidad cambiante afirmando una perspectiva de forma temporal para vivir más plenamente. Con la Voluntad de Poder se reconoce la imposibilidad de captar la realidad como algo estable y de que exista, por tanto, la verdad, admitiendo las distintas perspectivas para potenciar la propia vida. Desde la Voluntad de Poder, los conceptos no son en realidad más que metáforas que se generan a través de un proceso que se va alejando cada vez más del original, de la cosa real. La primera metáfora es la imagen mental conformada por nuestra percepción de los sentidos, es decir, Nietzsche llama metáfora a la imagen mental que nos hacemos de algo cuando lo percibimos por los sentidos. Esta imagen la convertimos en palabra que expresa nuestra forma individual y original de captarla, siendo así la metáfora de la primera metáfora. Y así, sucesivamente, de manera que las ideas más abstractas solo son las metáforas más alejadas de la realidad. Estas metáforas se convirtieron en conceptos por la necesidad y el deseo del ser humano de vivir en sociedad. Se establecieron así los nombres y significados de las cosas, imponiendo ciertas convenciones como las correctas por mera utilidad. Con el tiempo se olvidó el origen metafórico, afirmándose erróneamente el concepto universal (la esencia) como la verdadera realidad.
Nietzsche afirma una visión pesimista del hombre, como un animal cuya única arma para defenderse del mundo es la inteligencia. El ser humano es débil e indigente y, sin embargo, se cree el centro de la naturaleza. Por ello, Nietzsche considera que el ser humano debe ser sólo un puente hacia el superhombre. El hombre sigue un proceso evolutivo, es algo cambiante (en tanto que es vida) y, tras una serie de transformaciones, conseguirá superarse a sí mismo en el superhombre, aquel que tiene voluntad de poder, no de verdad, siendo ésta última el concepto que hemos comentado antes, de creer en unos valores absolutos alojados en un mundo eterno y perfecto, según el ideal cristiano. Un hombre que tiene la Voluntad de Verdad sigue estos principios y vive en el nihilismo; el hombre que busca la Voluntad de Poder evoluciona al superhombre.
El hombre débil, anterior al superhombre, sigue los dictados de la moral tradicional. Se trata de una moral de los esclavos donde lo fundamental es la resignación y el rechazo a la vida. Por ello, para que el superhombre pueda llegar a existir, para afirmar absolutamente la vida, hay que acabar con Dios y acabar con la voluntad de verdad que él representa. Esta transmutación de los valores no implica solo crear valores diferentes, sino cambiar radicalmente la misma forma de valorar, como ya hemos comentado. Efectivamente, la transmutación de los valores implica que ya no se valorará desde el resentimiento contra la vida, sino desde la “Voluntad de Poder”, desde los instintos que en cada caso potencien la vida. Esta transmutación será hecha por el superhombre, producto de la evolución desde el hombre débil, racional y dominado por la Voluntad de Verdad, hacia un ser humano fuerte, instintivo, con Voluntad de Poder, destructor y creador constante que acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas perspectivas. Éste último es la representación del superhombre, que tiene la Voluntad de Poder y admite la vida como un Eterno Retorno. El superhombre rechaza la moral del esclavo y la conducta gregaria, siendo contrario al igualitarismo. Frente a estos valores de los débiles, el superhombre es un creador constante de valores, que vive un mundo sin trascendencia donde hace de su vida una creación propia. Así, el superhombre es el creador de su propia vida como una obra de arte.
Nietzsche afirma una visión pesimista del hombre, un animal cuya única arma para defenderse del mundo es la inteligencia. El hombre es un ser débil e indigente y, sin embargo, se cree el centro de la naturaleza. Por ello, Nietzsche considera que el hombre debe ser sólo un puente hacia el superhombre. El hombre sigue un proceso evolutivo, es algo cambiante (en tanto que es vida) y, tras una serie de transformaciones, conseguirá superarse a sí mismo en el superhombre, aquel que tiene voluntad de poder, no de verdad.
El hombre débil, anterior al superhombre, sigue los dictados de la moral tradicional. Se trata de una moral de los esclavos donde lo fundamental es la resignación y el rechazo a la vida. Es antinatural, niega los instintos vitales, y su fundamento ha sido Dios. Además, Dios ha sido el fundamento no solo de la moral, sino también de la idea de que existe una verdad única y de que la vida individual y propia, la vida concreta, debe ser sacrificada en aras a otra vida futura. Así, Dios es el fundamento último de la voluntad de verdad y del platonismo y, por lo tanto, es el gran enemigo frente al surgimiento del superhombre que tiene voluntad de poder. Por ello, para que el superhombre pueda llegar a ser, para afirmar absolutamente la vida, hay que acabar con Dios y acabar con la voluntad de verdad que él representa. Dios ha sido la gran objeción contra la vida y es necesario, para dar valor a la vida, negar a Dios. Esta negación ha ocurrido en la época moderna, donde Dios ha muerto. Con ello, todos los valores tradicionales se derrumban, se quedan en nada, surgiendo una nueva época dominada por el nihilismo. Este puede tener dos sentidos: uno negativo en cuanto a que, con el derrumbe de los valores tradicionales, se cae en la pasividad, en el sinsentido de la existencia; otro, positivo, en cuanto a que la muerte de Dios es la oportunidad para la transmutación de los valores y el surgimiento del superhombre. Así, deberán transmutarse los valores. Esta transmutación de los valores no implica solo crear valores diferentes, sino cambiar radicalmente la misma forma de valorar.
Efectivamente, la transmutación de los valores implica que ya no se valorará desde el resentimiento contra la vida, sino desde la “Voluntad de Poder”, desde los instintos que en cada caso potencien la vida. Esta transmutación será hecha por el superhombre, producto de la evolución desde el hombre débil, racional y dominado por la Voluntad de Verdad, hacia un hombre fuerte, instintivo, con Voluntad de Poder, destructor y creador constante que acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas perspectivas. Esta evolución del espíritu hasta el superhombre pasa por tres estadios: el camello, que todavía asume su deber racional; el león, el nihilista que se rebela frente a todo, pero aún es incapaz de crear nuevos valores; y el niño, que hace de la vida un juego y una creación artística. Éste último es la representación del superhombre, que tiene la Voluntad de Poder y admite la vida como un eterno retorno. El superhombre rechaza la moral del esclavo y la conducta gregaria, siendo contrario al igualitarismo. Frente a estos valores de los débiles, el superhombre es un creador constante de valores, que vive un mundo sin trascendencia donde hace de su vida una creación propia. Así, el superhombre es el creador de su propia vida como una obra de arte.
En el pensamiento nietzscheano, la figura de Dios es imprescindible porque su muerte metafórica es la catarsis necesaria para que el ser humano cambie de paradigma a uno más fiel a la vida. Para Nietzsche, el mayor problema de la civilización occidental es no haber entendido que cualquier intento de dominar la realidad es vano, precisamente porque la realidad es la vida y la vida es constante cambio.
Nietzsche afirma que con Sócrates y Platón comienza la decadencia de la sociedad occidental, ya que crea un hombre que teme a los instintos y a la vida. Pero, además, criticará la moral cristiana posterior por la inversión de los valores morales a raíz de la aparición del judaísmo y cristianismo y que tuvo su origen en la filosofía platónica. En la Antigua Grecia, lo bueno y virtuoso tenía un sentido aristocrático contrario a lo vulgar. La moral aristocrática defendía valores de fuerza, de poder, de superioridad. Nietzsche lo llama moral de señores: caballeresca, propia de hombres que aman la vida, la grandeza y el placer. La inversión de valores que trajo el cristianismo fue el resultado del miedo a la vida y el deseo de venganza de los débiles. Supuso que lo que antes era bueno ahora pasó a ser malo. Así nació la moral de los esclavos: de los débiles, de la humildad, la resignación, de seres frustrados, cobardes y mezquinos. Al imponer una moral de esclavos sobre los señores, debilitaron a toda la sociedad porque lo bueno para la moral cristiana es lo malo para la vida. El cristianismo impone su moral para defender a los débiles de los fuertes. Para cumplir con estos valores morales de rebaño, el hombre deja de seguir sus deseos e impulsos vitales. Así, el ser humano, para escapar del miedo a la vida, había creado a Dios, un ente estático, superior a él, que dio significado y finalidad a todo lo que le rodeaba. Cuando descubre que todos los valores en los que creía eran una farsa, se encuentra en un estado de nihilismo pasivo, de pérdida, de renuncia y odio a la vida. Nada tiene sentido si no hay una finalidad. Es el momento de anunciar la muerte de Dios (en consonancia con el aumento del laicismo y el ateísmo en las sociedades contemporáneas), reconocer la falsedad de los pilares morales de la cultura occidental. De este modo, la muerte de Dios simboliza no solo la pérdida de ese referente, sino de la confianza en los fines últimos, en todo aquello en lo que el ser humano había depositado su fe: naturaleza, ciencia, progreso, Dios. Muerto Dios, el hombre se encuentra en un estado de nihilismo activo, la falta de valores le impulsa a adquirir otros nuevos. La superación del nihilismo se consigue con la voluntad de poder, con la voluntad de rechazar la moral de esclavos y disponer la llegada del superhombre.
Nietzsche describe la verdad como un conjunto de metáforas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son. La forma más básica de todo conocimiento es la intuición, el conocimiento directo, inmediato e individual, que proporciona el sistema perceptivo, interno y externo. Y es la intuición la única forma de captar la vida.
Aparentemente, el lenguaje sirve para expresar los pensamientos y, por ello, las intuiciones. Pero Nietzsche se pregunta si el lenguaje es la expresión adecuada de la realidad, si el lenguaje expresa correctamente esas intuiciones. La respuesta es que el lenguaje se limita a crear metáforas que intentan expresar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres, porque la cosa en sí, la esencia, es totalmente inconcebible.
La metáfora es una figura, pero no una realidad. La intuición originaria queda oculta tras una palabra que pretende ser su imagen. Se trata de un primer falseamiento. Nietzsche hace remontar al pacto primitivo entre los hombres ese tiempo en el que se inventa una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria. La palabra, pues, no es más que una metáfora aceptada socialmente. En adelante, se entiende como verdadero todo aquello que sea coincidente con la metáfora aceptada, y como falso lo que se aparte de ella.
La palabra se transforma en concepto. Y todo concepto se forma por equiparación de casos no iguales, por abandono de las diferencias individuales. Ese abandono de peculiaridades es arbitrario, de manera que en el concepto realmente sólo está lo que los hombres ponen en él. De ahí su antropomorfismo, pues el concepto provoca una comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada.
Es la racionalidad, y no la intuición, el nuevo origen: se sustituye la realidad por el concepto, la intuición por la razón. Los hombres han olvidado el verdadero origen de los conceptos y los toman como verdaderos, como exactas representaciones de la realidad. Se ha olvidado que todo concepto falsea la realidad, y tanto más cuanto más abstracto, cuanto más universal es.
No conocemos ningún hecho en sí, y parece absurdo pretenderlo. El mundo, al ser susceptible de diversas interpretaciones, no tiene un sentido fundamental, sino muchísimos sentidos (perspectivismo).
Conocer quiere decir volver conscientes las condiciones (no indagar esencias, cosas en sí). El mundo de la verdad, científica o filosófica, no es cognoscible porque no existe. El de los fenómenos existe porque el concepto falsea el fenómeno convirtiendo en un «en sí», en una esencia, en una sustancia, lo múltiple y diferente.
Las consecuencias de todo esto son que toda la mecánica del conocimiento es un aparato de abstracción y de simplificación. La voluntad de poder está en el origen del conocimiento. Poder que momifica las intuiciones hasta hacerlas conceptos. Poder para imponer unos conceptos en lugar de otros. Nietzsche, además, acusa a los filósofos que niegan el devenir y desacreditan el valor del testimonio de los sentidos, al que ellos acusan de falso. Se fundamentan en los conceptos más abstractos que culminan en el de Dios. De esta manera, la metafísica presenta un mundo al revés: hace depender toda la realidad del concepto más falso. E igualmente acusa a la ciencia, que rechaza las creencias asentándose ella misma en la creencia, en la fe.