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La vida y el pensamiento de Nietzsche ocupan buena parte del siglo XIX, en el
que se fraguan todos los cambios y características que definen nuestro tiempo presente.
Es el siglo de las revoluciones obreras con el surgimiento de los movimientos
internacionalistas de los trabajadores, el del socialismo, el anarquismo y el de la contrarrevolución conservadora, que pretende restar protagonismo a las masas. Se retoma la confrontación entre los valores aristocráticos del Antiguo Régimen, dotados de un aire de melancólica decadencia y de pesimismo racional, y los valores democráticos en alza, con su dosis de igualitarismo y homogenización social.Los antecedentes intelectuales directos de Nietzsche hay que buscarlos en la revolución teórica producida en el siglo XVIII, como consecuencia de la acumulación de antidogmatismo, anticlericalismo y racionalismo, que en el plano moral y político se manifestaba como la eliminación de la tradición feudal y la recuperación de la Razón como fundamento de los principios éticos y políticos y en el religioso como el intento de acabar con el teocratismo político y el oscurantismo.
Nietzsche comprendió el sentido de reforma histórica que produjo la Ilustración, sin embargo, mantuvo en todo momento sentimientos ambivalentes.
Es verdad que desde el principio Nietzsche la asume teniendo en cuenta las
notas que Kant considera características del espíritu y la actitud ilustradas. La falta de la misma es causa de la ignorancia, de falta de pulcritud, de la superstición, de la dominación del clero; pero también descubrimos razones para establecer diferencias sustanciales por lo que se refiere a la fe en el progreso y por su denuncia sistemática de lo que él entiende bajo la denominación general de ideas modernas: el democratismo, el igualitarismo, la uniformidad y nivelación, la reducción o ignorancia de las diferencias, que no son más que consecuencias del último gran acontecimiento político: la Revolución francesa. Nietzsche se desmarca del ingenuo optimismo ilustrado, que cree en la inevitabilidad del progreso, pero sin caer en un pensamiento reaccionario.
Más allá de las palabras desacreditadas( HdH I) de optimismo y pesimismo, lo que se da es la posibilidad de progreso, contemplado al margen de toda instancia teológica y providencialista: es precipitado y casi sin sentido creer que el progreso debe tener lugar necesariamente; pero, ¿cómo podría negarse que es posible?. Si hay un sentido en el que podamos llamarnos hombres modernos, resultados de un progreso, éste es el de haber llegado a ser maduros para la experiencia, para el experimento de la pluralidad. También por no vivir con el temor continuo de las fieras, de los bárbaros, de los dioses y de nuestros ensueños, y porque la ciencia, la técnica y la organización social del trabajo nos han protegido de las más inmediatas amenazas a nuestra supervivencia. En este sentido podemos considerar que Nietzsche es heredero de la Ilustración pero a la vez es el intento más fuerte llevado a cabo por superarla.
Calificativos como los de ilustrado o, más aún, positivista, que se suele adjudicar al pensamiento expresado en el periodo intermedio, deberían, por tanto, ser convenientemente matizados.
El excesivo apoyo a la idea de una conciencia moral -subjetivismo moral-, da
lugar a un conflicto entre la realidad (ser) y la conciencia moral (deber ser). Hegel intentará resolver esta contradicción afirmando que lo real es racional porque lo racional es real; todo es Razón que se despliega en el espacio y el tiempo, se desarrolla y se plasma en leyes y en el arte. Frente a este intento de legitimar la realidad vigente mediante la Razón aparece la filosofía de Nietzsche como el intento de superar el sistema lógico de lo real y con ello toda la metafísica tradicional de occidente. Si Hegel pensó que podía dar una respuesta positiva a la historia, Nietzsche representará lo contrario, la negación despiadada del pasado y la repulsa de las tradiciones. Esta repulsa tiene la forma de crítica total de la cultura y las consecuencias de esta crítica radical será la inversión o transvaloración de los valores occidentales.
Nietzsche realizó un esfuerzo constante por permanecer despierto y tomar
conciencia de aquellos acontecimientos que a su juicio arrojaban luz sobre el auténtico sentido de su tiempo. Fue precisamente uno de ellos, la muerte de Dios, junto con su rastreo del arte, la religión y la filosofía, como máximos exponentes de la cultura, lo que nos permite entender cabalmente a Zaratustra
que, aunque anuncia al superhombre, sabe que no será comprendido hasta que no se haya tomado conciencia de esta nueva situación y de los peligros que conlleva. La negación de Dios de manera pasiva no logra entrever la profundidad y consecuencias del descubrimiento que precede a la gran decepción, de manera que ese ateísmo fácil nada tiene que ver con el conocimiento que Nietzsche tenía de la cultura europea y de sus múltiples y equivocadas respuestas ante los signos inquietantes de la devaluación de la vida. La muerte de Dios no supone en modo alguno, a no ser muy superficialmente, la obligatoriedad del ateísmo: ¡Como si no pudiera haber otros dioses!. Esos otros dioses eran los que veneraron los griegos, dioses contradictorios y múltiples, que ampliaban las perspectivas del hombre.
La singularidad de Nietzsche se muestra también inequívoca en su diagnóstico
del nihilismo como desvalorización de los valores supremos, que habita en la misma raíz de la historia de Occidente, desde Sócrates a Schopenhauer cuando nos enseñan que la vida no vale nada, y su poder como hilo conductor para analizar los problemas neurálgicos de nuestra civilización, desenmascarando las debilidades de tantas legitimaciones y justificaciones ideológicas que tamizan el orden establecido. Esta misma singularidad nos muestra un Nietzsche desenmascarador de mentiras, conscientes e inconscientes, de las hipocresías y de las superestructuras, sociales o psicológicas, de la metafísica y de la moral burguesa-cristiana.
La crítica contra la tradición occidental comienza con la eliminación de todo
lenguaje sistemático en tanto que discurso ordenado de ideas propias de la filosofía occidental. el ansia de sistema constituye una falta de honradez (Crepúsculo de los ídolos). Es por ello que recurra al lenguaje poético y a los aforismos, de ahí la influencia de Goethe al que consideraba como el auténtico pagano de la Ilustración que comprendió el mundo más en su expresión artística que en la especulación racional.
Hay dos influencias directas sobre Nietzsche:
Arturo Schopenhauer y Ricardo Wagner.
De Schopenhauer Nietzsche tomó la idea de que el mundo es esencialmente nuestra representación (Kant), y esta representación que nos hacemos del mundo es fundamentalmente voluntad de existir, voluntad ciega de perdurar en el ser. La influencia de Schopenhauer en el pensamiento nietzscheano se podría resumir en: La inteligencia no es más que una herramienta manejada por los instintos.
El papel predominante concedido al arte, sobre todo a la música como
apaciguador momentáneo de la voluntad.
Radical desconfianza en la historia y en la visión ilustrada de progreso
histórico. Para Nietzsche Wagner supuso la irrupción de un espíritu libre cuyas armas eran las que más podían agradarle, la música y la poesía. Cabe destacar también que Nietzsche tuvo relación con alguno de los pensadores radicales llamados jóvenes hegelianos o izquierda hegeliana como fueron Bruno Bauer y Max Stirner.
El primero fue un brillante crítico de la cultura europea, autor de una obra de denuncia histórica contra las pretensiones trascendentales del cristianismo: El cristianismo descubierto. El segundo realizó una crítica aún más radical intentando eliminar de la filosofía cualquier resto de idealismo en tanto que esos suponía una abstracción alienadora.
El resultado de esta influencia es la creencia de Nietzsche de que la historia espiritual de occidente caracterizada por la antigüedad y dos mil años de cristianismo ha sido un camino errado en el que el hombre se ha extraviado. Ante esta pérdida es necesario renunciar a todo lo que hasta ahora se ha considerado bueno, santo y verdadero.
Nietzsche representa así la crítica más extrema contra la religión, la filosofía, la moral y la ciencia.