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“Elegía a Ramón Sijé” es el texto frente al cual nos encontramos, creado por el poeta y dramaturgo español, Miguel Hernández, un autor de especial relevancia en la literatura del siglo XX. Nació en Orihuela, Alicante, dentro del seno de una familia humilde y dedicada a la crianza de ganado. Su padre reprimió sus intentos de escribir, por lo que Miguel Hernández se refugió en la lectura de libros, convirtiéndose en una persona totalmente autodidacta, leyendo especialmente a los autores del Siglo de Oro, que terminaron por convertirse en sus indudables maestros. Además se encontró sumergido dentro del marco histórico de la Guerra Civil, donde terminó por alistarse en el bando republicano.
Aunque a Miguel Hernández se le considera de la Generación del 36, enmarcándolo por su situación histórica, mantuvo cercanía con la tendencia anterior, la Generación del 27, por su estética seguida, ideas empleadas y temas tratados.
Sus inicios se enmarcan en sus escritos de la naturaleza, durante tertulias y reuniones junto con otros amigos, entre ellos con Ramón Sijé, pero atravesó una larga y concurrida trayectoria literaria, en donde podemos encontrar una serie de etapas. Primeramente, en 1931, comienza un acercamiento a la vanguardia en la que los objetos corrientes son sometidos a una deslumbrante elaboración metafórica, siguiendo la moda “Gongorina”, donde elaboró “Perito en lunas” en 1934. Seguidamente, su poesía alcanza la total plenitud, escribiendo “El rayo que no cesa” en 1936. En esta misma etapa, aparece su gran tríptico temático de vida, amor y muerte, “Elegía a Ramón Sijé”, obra que nos corresponde en la que expresa su gran dolor por la muerte de su amigo, y que debía salir sin duda en la obra que se iba a publicar en enero, por lo que fue creada en 15 días y el propio Miguel Hernández paró las máquinas de impresión de su poemario, pidiendo que se incluyera este último escrito. Posteriormente se sucede una poesía revolucionaria, más comprometida políticamente en la que escribe “viento del pueblo” y “el hombre acecha”, en donde predomina en él un acento de dolor por la tragedia de la guerra. Es la época en la que se encuentra en la cárcel y ahí compone mayor parte de su “Cancionero y romancero de ausencias”, donde vuelve a los temas de amor, a su esposa e hijo, un amor triste por la separación entre ellos, junto a la guerra como temática. En este mismo momento, compone “Nanas de cebolla” dedicada a su hijo, debido a que mientras se encontraba en la cárcel su esposa le mandaba cartas en las que le explicaba la única comida a la que accedían, pan y cebolla, que dio el título a esta obra.
Miguel Hernández, influenciado por su origen natal y su amor por él, presta en todas sus obras las sensaciones características de la naturaleza, percibido en todos los términos relacionados con ella que emplea. Por otro lado, la muerte y la vida se hacen un importante hueco, dado principalmente a esa tragedia que lo rodeó durante toda su vida, pero el tema por excelencia es el amor, abarcando prácticamente toda su obra.
En específico en esta composición el tema principal que se aborda es la muerte de su amigo, por el simple hecho de que la composición sea una elegía. Se presentan, además indudablemente los temas anteriormente nombrados, entremezclados con el sentimiento de amistad, la tristeza, el dolor, la esperanza, una cierta creencia en la
la reencarnación, la frustración y rabia junto con el remordimiento y la impotencia, siguiendo una estructura prácticamente establecida. Primeramente, Miguel Hernández, en las primeras seis estrofas, expresa en primera persona ese dolor desgarrador ante la muerte de su amigo, y la aceptación ante su pérdida. Seguidamente, en las cinco estrofas posteriores, da a conocer esa rabia y rechazo, considerando que la marcha de su compañero ha sido muy temprana, demostrando su incomprensión ante ello (“no perdono”). Y por último finaliza con un tono esperanzador, donde el autor da una mirada a los momentos pasados junto a él y a un futuro reencuentro.
Miguel Hernández para la composición de esta elegía decanta y se apoya en 15 tercetos endecasílabos de rima consonante, finalizando con un serventesio de cuatro versos, en los cuales expone su dolor por la pérdida de su amigo.
A través de los recursos que emplea se produce la formación de esa ventana que nos alcanza a sus máximos sentimientos y a la expresión más bella ante ese sufrimiento, ocasionando un gran número de recursos e incluso entremezclándolos.
De esta forma, las metáforas destacables se conforman por “por los altos andamios de las flores”, “daré tu corazón por alimento”, “las aladas almas de las rosas del almendro” y con ella comparte lugar la hipérbole “en mis manos levanto una tormenta”, “que por doler me duele hasta el aliento”, “no hay más extensión más grande que mi herida”, “quiero escarbar la tierra con los dientes”, expresando ese intenso dolor que lo consume. Por otra parte, las personificaciones abundan a lo largo de la composición expuestas en “desalentadas amapolas”, “en mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes”, “alimentando lluvias”, “vida desatenta”, “No perdono a la muerte enamorada”. Seguidamente la presencia de estructuras paralelísticas se hacen notar en las estrofas ocho y diez “no perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada” “quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrare, y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte”, donde podemos a su vez apreciar un polisíndeton en esta última estrofa, con el reiterado uso de la conjunción “y”. Además, se presenta un asíndeton en “Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado” refiriéndose constantemente a la muerte; una anáfora “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo”; y una aliteración con el uso continuo del fonema “al” “a las aladas almas de las rosas del almendro de nata le requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”. Por último se presentan epítetos presentes en “golpe helado”, “hachas estridentes”; y versos en los que se aprecian más de un recurso como “Levantó la muerte” correspondiendo a una personificación y metáfora y “siento más tu muerte que mi vida” siendo una metáfora e hipérbole simultáneamente, un hecho muy abundante en esta obra.
En cuestión al lenguaje que emplea, en general es sencillo y altamente simbólico y adjetivado, es decir, con gran adornación. Por otro lado los verbos en primera persona abundan con la finalidad de expresar aquello que nuestro autor siente “quiero, daré, lloro, siento, no perdono, ando, voy, levanto”, junto con la tercera persona del singular, refiriéndose a la muerte “levantó”. Además se encuentra presente también la segunda persona del singular refiriéndose a Ramón Sijé en futuro, correspondiendo a ese reencuentro en esas últimas estrofas: “volverás, alegrarás, pajareará” que junto a la primera persona del plural conforman esa cita pendiente que les queda.
En relación a la simbología, aparece la naturaleza como uno de los rasgos que se esconden tras sus palabras tierra, huerto, higuera, flores, amapolas, hortelano, lluvias y caracolas. Estas a su vez componen otra serie de significados diferentes entre ellas: hortelano, refiriéndose a aquel que cuidará de su amigo o amapolas, reflejando la muerte debido a que crecen en los cementerios. La muerte también se expone mediante “hachazo invisible y homicida”, “manotazo duro”, una muerte fulminante e inesperada. Por otro lado, “la sombra de mis cejas”, simbolizan sus ojos, aquellos que tras la reencarnación en la que cree el autor podrán ver a su amigo en otro ser. Además junto a ello se expone una cierta connotación católica, por ejemplo tras “aladas almas de las rosas del almendro de nata que le requiero”, siendo los ángeles, en donde se compara el algodón de los almendros con el blanquecino de las alas angelicales. Miguel Hernández también se sirvió de los almendros para representar su tierra; y el campo (“volverás a mi huerto y a mi higuera”) aludiendo a donde él y su amigo compartieron momentos en la niñez. Por último, ciertos sentimientos como la soledad o el remordimiento se ven dentro de la simbología presentada, respectivamente en “y sin calor de nadie y sin consuelo” y “siento más tu muerte que mi vida”.
Miguel Hernández proporcionó una visión intimista, apenada y de sufrimiento ante la muerte de su gran amigo Ramón Sijé, a pesar de no atravesar en esos momentos su mejor etapa de relación. Para ello se sirvió al igual que en otras de sus obras y tentado por su condición natal, de la fragancia y elegancia que le proporciona la naturaleza, apoyándose en ella como un mero transmisor entre sus emociones y la expresión de ellos, debido a que refleja mediante la madre naturaleza esos sentimientos compuestos de rabia, amor, muerte y tristeza.