Portada » Filosofía » Como demuestra san agustin la existencia de Dios
6.3.6. El problema de la libertad. (ÉTICA)
Tenemos, pues, que el hombre está en el mal porque ha pecado (pecado que consiste en anteponer lo sensible a Dios, y que se hace extensible a todos los hombres a partir del pecado original de Adán). Ahora bien, para que el hombre haya pecado, para que pueda ser culpable, tiene que haber sido libre (obviamente, si el hombre no fuese libre de actuar de un modo u otro no tendría sentido considerarlo culpable de sus acciones). Una vez caído en el pecado el hombre no puede salvarse por sí mismo, necesita de la fe (que vuelve la orientación del hombre a Dios). Pero la fe es concedida por Dios, es una gracia (un don gratuito divino), que Dios concede a quien quiere en virtud de designios que solo Él conoce.
Esta concepción del pecado original y de la gracia motivó otra larga disputa entre diversas fracciones cristianas. El problema que se debatía era el siguiente: si el pecado original se transmite a todos los hombres de modo inexorable, y si Dios decide de antemano a quienes les será dada la gracia y a quienes no, parece que la conclusión lógica es que los hombres no son libres de salvarse o condenarse (hagan lo que hagan no tiene importancia porque el pecado y la salvación no depende para nada de ellos). Esta fue la conclusión a que llegó Orígenes. Por el contrario, los pelagianos (véase apartado 6.2.4) consideraban que el hombre es radicalmente libre, por lo que no puede estar considerando por el pecado
original (que sería cosa exclusiva de Adán) ni por la gracia que Dios conceda de una forma caprichosa.
Agustín combatió las tesis de los pelagianos pero intentando al mismo tiempo defender la libertad humana. Esto le lleva a defender las siguientes tesis:
1. Defiende su peculiar doctrina de la predestinación, según la cual Dios sabe desde la eternidad quiénes serán condenados, pero estos continúan siendo libres de salvarse. Agustín se lo explica así: “Dios ofrece la posibilidad de la salvación a los hombres, pero estos, libremente, le rechazan”
2. Distingue entre libre arbitrio y libertad. El libre arbitrio es la capacidad de elegir del hombre, capacidad que le puede llevar a elegir el mal o el bien. Ahora bien, como el hombre es un ser caído, que está en el mal, usa su libre arbitrio para el mal. La gracia permite al hombre elegir el bien, y a esta capacidad de elegir que se orienta al bien le llama Agustín libertad.
3. El problema de cómo pueda explicarse el pecado original (según el cual en Adán hemos pecado todos los hombres) lo resuelve Agustín recurriendo al traducianismo (véase 6.1.2), aunque tampoco descarta las tesis creacionistas.
6.3.7. El amor y la virtud (ÉTICA)
Ya hemos visto la importancia que tiene el amor en la filosofía platónica. Pero Platón privilegia una determinada concepción del amor: el eros. Con el cristianismo pasa a primer plano, ya desde Pablo de Tarso, otra concepción del amor: el amor entendido como caridad. La caridad consiste en amar a Dios y a los hombres en función de Dios. Es decir, consiste en una disposición de la voluntad que lleva a dispensar el amor según la jerarquía de ser. La caridad consiste, por lo tanto, en una disposición de la voluntad inversa a la que lleva al pecado (que consiste, como ya quedó dicho, en dispensar nuestro amor en primer lugar a lo sensible; el amor a lo sensible es lo que denomina Agustín cupiditas: concupiscencia).
Aquí se produce un cambio en la concepción de la virtud con respecto a la que predominaba en el mundo griego y helenístico, donde la virtud aparecía siempre vinculada de una u otra forma al conocimiento. Ahora, con Agustín, la virtud aparece vinculada a la voluntad, pues por virtud entiende, precisamente, la disposición de la voluntad que lleva al amor entendido como caridad.
El origen del alma humana: para los primeros pensadores cristianos se explica de varias formas. Para el creacionismo, el alma es creación directa de Dios. Para el traducianismo el alma pasa de padres a hijos.
6.3.8. La historia: la ciudad terrena y la ciudad de Dios. (POLÍTICA)
Agustín de Hipona es el primer pensador (si hacemos excepción de Mani y los maniqueos) que intenta explicar el sentido de la historia. Para los griegos, como para la mayoría de los pueblos antiguos, el mundo es eterno y la historia es cíclica. Con el cristianismo, al mismo tiempo que surge la idea de la
creación del mundo desde la nada, surge también una concepción lineal de la historia. Según esta, la historia es el escenario de la salvación y tiene un comienzo (la creación), una serie de momentos privilegiados (el pecado de Adán, el antiguo pacto, la venida de Jesús) y un final (el juicio final).
Para este análisis del sentido de la historia Agustín parte de un punto de vista moral: la historia es la búsqueda de la felicidad, que se halla en Dios. A partir de aquí la humanidad se divide en dos grupos de hombres: (1) “Aquellos que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios” (que constituyen lo que llama la ciudad terrenal). (2) “Aquellos que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismo”, que constituyen la ciudad de Dios. La historia es una lucha de estas dos ciudades que acabará con el triunfo final de la ciudad de Dios, que será también el final de la historia.
Posteriormente algunos intérpretes han identificado la Ciudad de Dios con la Iglesia, y a la Ciudad terrenal con el Estado, pero no parece ser esa la intención de Agustín.