Portada » Filosofía » Descartes duda y certeza
Cogito y verdad. Descartes es para muchos el primer filósofo de la modernidad, se enfrenta a una época sacudida por cambios y convulsiones sociales, religiosas y científicas que dibujan horizontes y perspectivas nuevas, en las que el saber aportado por la tradición se muestra insuficiente y estéril. Nuestro autor ante esta experiencia del hundimiento cultural de una época necesita hacer metafísica, debe fundar un nuevo saber que incluya al sujeto moderno en la reflexión, destacando el nuevo papel que este sujeto desempeña por el indudable progreso científico y técnico. No le vale al hombre moderno el conocimiento apoyado en la tradición, debe fundar un nuevo saber, consolidar una nueva verdad. Ante el desmoronamiento del saber tradicional, surge la tentación de caer en el escepticismo, por lo que el nuevo fundamento del saber, tiene que vencer esta tentación escéptica. Descartes se enfrenta a esta tentación escéptica con las armas del enemigo: la duda que usa Descartes es metódica, persigue un objetivo y plantea un camino a seguir. Empieza por lo más simple, analizando el origen del conocimiento. Se abren dos posibilidades: o los sentidos o la razón. El primer nivel de la duda revisara los sentidos, y advierte que estos a veces nos engañan, por lo que deja en suspenso los datos que nos ofrecen: En el segundo nivel de duda advierte la dificultad para discernir correctamente entre sueño y vigilia, lo que sume a nuestro autor en una indeterminación radical, pero al pensar que todo lo que había entrado en su espíritu era falso, el sujeto, el yo que lo pensaba debía ser efectivamente alguna cosa, de ahí que la afirmación ‘yo pienso, luego yo existo’ se conforma como una verdad evidente, que se pone a prueba en un nuevo momento de la duda con la ficción del ‘genio maligno’. La duda en este momento es total, afecta a todos los sectores del saber, nada se resiste a su fuerza corrosiva, no queda entonces ninguna certeza, ni siquiera los contenidos que antes había considerado indudables, como las matemáticas quedan también puestos en entredicho, y en ese momento de sombras surge la luz: ‘aunque quería pensar que todo era falso, era por fuerza necesario que yo, que así pensaba, fuese algo’; y esta verdad: ‘yo pienso, luego yo soy’ es una verdad tan sólida que no puede conmoverla ni la más extravagante hipótesis de los escépticos’. Si el genio maligno me engaña es porque yo soy algo que duda, que piensa, que existe por eso mismo. El cogito se convierte en la primera verdad que encuentra Descartes, para quien la verdad, en una concepción idealista, se identifica con la certidumbre del pensar. Esta verdad se va a convertir en modelo y fuente de certeza: yo pienso, luego yo existo es verdad porque se ve muy claramente que para pensar es preciso ser. Si la duda era metódica, Descartes no puede apartarse del rigor del Método, esta primera certeza se va a convertir en regla: solo podemos aceptar como verdaderas las ideas evidentes, y estas son las ideas que, como el cogito se conciben con claridad y distinción. El Método solo acepta como cierto lo que es evidente, y sus reglas buscan esa evidencia que se construye a partir de los elementos más simples que se captan mediante la intuición. El cogito es la intuición básica, la base firme que permite edificar un nuevo saber sólido y firme. Y a través del cogito se rehabilitan los conocimientos y datos que la duda había dejado en suspenso: el cogito contiene la idea de perfección que nos remite a Dios, que se convierte en garante del mundo. La posibilidad del genio maligno queda anulada por la bondad de Dios, ya no cabe que alguien nos engañe, pero al no ser prefectos podemos caer en el error, que podemos prevenir gracias a la eficacia del Método, inspirado en los avances de la ciencia moderna y de las matemáticas.
Las demostraciones. Descartes apuntala su filosofía en torno al descubrimiento del cogito, la evidencia que este cogito destila se convierte en fuente, y ejemplo de cualquier otra. Pero Descartes puede morir de éxito si no consigue trascender este sujeto fundante, amenazado de solipsismo. Para poder volver al mundo y traspasar los límites del sujeto, Descartes necesita encontrar un aval, una garantía de que en el mundo hay certeza, para no contradecirse, y verse obligado, sin más a aceptar el titubeante testimonio de los sentidos, herido de muerte por la ficción del genio maligno. Esta garantía la encuentra nuestro autor en Dios, en el que recala, como no podía ser de otra manera, analizando el cogito, reparando en las ideas en las que se ocupa el sujeto, ya que de momento no admite otra realidad; en esto el planteamiento es moderno, aunque, como veremos recurre a argumentos medievales para demostrar la existencia de Dios. Llega Descartes a Dios al reparar en la idea de perfección, de ser perfecto que se encuentra en un ‘yo’, una ‘sustancia finita’, que no es perfecta, tampoco puede proceder de fuera del ‘ yo’ porque fuera de él no hay nada perfecto. Así la idea de perfección no puede ser elaborada por el sujeto ni tampoco venir del exterior por lo que tiene que provenir de algo realmente perfecto que ha depositado esa idea en el ‘yo’. En esta argumentación cartesiana podemos rastrear ideas medievales, como el principio de que todo cuanto existe tiene que tener una causa de su existencia: concepto medieval de causa eficiente, aplicado a las ideas, se convierte en la exigencia de que las ideas tengan una causa eficiente, y la idea de una jerarquía de lo ente la causa no puede ser inferior al efecto, no puede tener menos realidad que él (Dios). La segunda de las demostraciones viene de la mano de la teoría de la creación continua, que sigue un camino parejo al de la anterior demostración. Según este argumento lo que existe necesita de una causa, y no solo para empezar a existir: las cosas no siguen existiendo por inercia. Si mi ‘yo’ tiene la idea de perfecciones que yo no tengo, no puedo darme lo que tengo, por lo tanto tampoco podre producirme a mí, ni conservarme, de ahí que quien me produce y conserva tiene todas las perfecciones que yo puedo concebir. Y aquello que posee todas las perfecciones concebibles es lo que llamamos Dios. La tercera demostración actualiza el argumento ontológico de San Anselmo: en la propia esencia divina está contenida su existencia. Siguiendo el criterio de certeza cartesiano, es verdad que aquello que percibimos clara y distintamente, Si de un triángulo percibimos clara y distintamente que sus ángulos suman dos rectos pero no percibimos clara y distintamente que exista realmente, en cambio de Dios sí, porque la noción misma de Dios incluye la existencia, si Dios no existiera no sería perfecto, y caeríamos en una contradicción al admitir por un lado que la perfección suma, y por otro una limitación a esa perfección. Por tanto, la idea de Dios incluye la idea de existencia, luego Dios existe. Y una vez que Descartes demuestra la evidencia de Dios siguiendo los principios del ‘yo’, la realidad exterior al sujeto queda rehabilitada gnoseológicamente: el sujeto puede abordar el mundo con garantías, el engaño del genio maligno, se convierte en la posibilidad del error propio de un sujeto que no es perfecto. Pero el sujeto no se encontrara indefenso, cuenta con un método que le permitirá avanzar con paso firme en el conocimiento.
Duda y certeza. Descartes siente la experiencia del hundimiento cultural de la época; el edificio de la filosofía tradicional se derrumba al entrar en conflicto con los descubrimientos de la nueva ciencia. El hombre se enfrenta a un nuevo mundo, por lo tanto ya no puede valerse del saber aportado por la costumbre o la tradición, es preciso revisar todo si se quiere llegar a poseer la verdad, si se quiere llegar a comprender esta nueva realidad. Es necesario encontrar un cimiento solido sobre el que erigir el edificio de la nueva filosofía, encontrar un fundamento del saber. Ante el desmoronamiento del saber tradicional, surge la tentación de caer en el escepticismo, por lo que el nuevo fundamento del saber, tiene que vencer esta tentación escéptica. Y Descartes se enfrenta a este escepticismo adoptando sus propias armas, la duda, que es la actitud básica del escéptico, se convierte en método para conseguir certeza, en el criterio negativo de certeza. Descartes dudara de todo hasta que se encuentre algo indudable, que será entonces evidentemente cierto, así la primera certeza será el hecho que él duda, y por tanto el que duda debe ser algo, debe existir, de ahí su formulación: ‘Pienso, luego existo’. A pesar de haber llegado a esta certeza, Descartes prosigue con la labor crítica de la duda, dudando en un segundo nivel de la propia conciencia, y convierte la duda en hiperbólica con la ficción del genio maligno que cuestiona hasta los contenidos de su mente que consideraba indudables, como las verdades matemáticas. Pero la duda ratifica su certeza: ‘Por mucho que dude, yo existo’. La existencia del propio sujeto se ve reafirmada, pero esta certeza no puede traspasar los límites del propio sujeto, está condenada al solipsismo, hasta que descubre a Dios y la certeza se impone a toda duda. Dios es infinitamente bueno y no va a engañar, la amenaza del genio maligno desaparece, transformándose el problema del engaño en la posibilidad de caer en el error, de ahí la necesidad de un método que asegura la certeza, en sintonía con los procedimientos de la nueva ciencia, cuantifica la eventualidad del error, y nos puede librar de él.
Alma y cuerpo. Nuestro autor vive en una época en la que se produce un cambio de paradigma, Descartes es el primer pensador cuya perspectiva está profundamente influida por la nueva física y la nueva astronomía, tiene mucho de escolástico, pero no acepta los cimientos edificados por sus predecesores y se esfuerza por construir un edificio filosófico completo, siendo un síntoma de la nueva confianza que los hombres tienen en sí mismos, engendrada por el progreso científico. Descartes busca una certeza sobre la que erigir el nuevo edificio del saber, y la encuentra cuando dudando de todo no puede dudar de que piensa por lo tanto existe. Llega a la conclusión de que es una cosa cuya actividad es pensar, una res cogitans, que el sujeto conoce antes que ninguna otra realidad, llegando a convertirse este descubrimiento del cogito en el criterio de verdad. Esta verdad nace y nos remite al sujeto, el descubrimiento moderno por excelencia. Un sujeto que se cuestiona la realidad, que al no reconocer otro criterio de autoridad que el emanado por la propia razón, inicia la andadura de la filosofía critica, que conducirá hasta Kant. Un sujeto de naturaleza mental que conocemos antes que nuestro cuerpo, porque es lo primero que conocemos con evidencia, y que necesitará profundizar en sí mismo, para poder llegar a Dios, que le permitirá trascender los límites de la propia razón, y aceptar la existencia de la realidad exterior al propio sujeto, empezando por su propio cuerpo. La unión el yo y el cuerpo es accidental, nuestro autor defiende que el yo puede existir con independencia del cuerpo, que es concebida como una sustancia que tiene por propiedad esencial la extensión, una res extensa. Toda esta sustancia es la misma materia en todo el universo, de ahí que Descartes niega la posibilidad de vacío: en el mundo solo puede haber extensión, y de igual manera que el universo es concebido como una gran máquina, el cuerpo humano como todo objeto físico es también una máquina. El ser humano se diferencia del resto de la realidad por estar compuesto también de sustancia pensante, es el único ser en el que se encuentran a la vez dos sustancias distintas entre sí, lo que plantea un problema a los planteamientos cartesianos, de ahí a que se vea obligado a afirmar que el alma aunque inextensa, conecta con el cuerpo extenso a través de la glándula pineal. Esta glándula aparece como un intermedio entre el alma y el cuerpo, es el órgano que es movido inmediatamente por el alma humana y que actúa sobre los espíritus vitales guiándolos y estos al movimiento del cuerpo.
Pensamiento e ideas. La filosofía de Descartes gira en torno a la primera certeza que ha descubierto, el cogito ergo sum, que se ha convertido en el modelo de evidencia: todo lo que conozcamos de la misma manera que conocemos esa verdad de manera clara y distinta será cierto. Nuestro autor se describe como una sustancia que piensa, identifica el pensar con el existir. Pero el sujeto no puede salir de si mismo, de ahí que se vuelva sobre sí mismo para encontrar una salida a la amenaza de solipsismo que se cierne sobre él. Las ideas son la materia y la actividad del pensamiento, si decimos que el alma es una res cogitans, decimos que es una sustancia cuya característica es pensar, y lo que piensa son ideas. Al volverse sobre si este sujeto se vuelca sobre las ideas y partiendo de ellas puede trascender sus propios límites. La primera idea que le llama la atención es la idea de perfección, y Descartes se pregunta cuál puede ser su origen, ya que éste duda más que conoce, y la duda es una imperfección respecto del conocer que sería lo perfecto. Tampoco esta idea viene de fuera del sujeto, ya que fuera de él no encuentra nada perfecto. Esta idea tiene que provenir de algo perfecto, que no puede ser otro que Dios, de esta manera nuestro autor actualiza el argumento ontológico de San Anselmo, de la idea de Dios pasa a la afirmación que exista Dios. Tenemos en nuestro pensamiento la idea de Dios que ha sido puesta en nosotros como su huella. La idea, la huella, de Dios nos remite a Dios, que se convierte en garante de la realidad exterior al sujeto, anulando la posibilidad del genio maligno. El peligro del engaño se troca en la posibilidad del error, por lo que el sujeto puede volver al mundo pero asegurándose de un método que le asegure certeza. Esta idea de Dios es una de las ideas innatas, que son la base del pensamiento, pertenecen al pensamiento mismo, y sin ellas no es posible su actividad. Otras ideas tienen su origen en el exterior, son las ideas adventicias, que llegan al sujeto a través de los sentidos. Y por último, Descartes señala otro grupo de ideas, las ideas facticias, de las que el sujeto es su inventor. Las ideas innatas son las más importantes en el pensamiento de Descartes, que son las ideas de pensamiento, de existencia y que están presentes en la primera certeza del cogito ergo sum.
Context. Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, pertenecía a una familia de la baja nobleza, estudió en el colegio de los jesuitas de La Flèche, hasta los dieciséis años, estudiando luego Derecho en la Universidad de Poitiers. Según declara nuestro autor, las enseñanzas del colegio le decepcionaron, a excepción de las matemáticas, en donde veía la posibilidad de encontrar un verdadero saber. Acabados sus estudios se inscribe como soldado de fortuna, lo que le permitirá viajar por toda Europa. En una de estas campañas tiene tres sueños en los que entrevé los principios de su sistema filosófico. Más tarde vivirá en Holanda buscando paz y seguridad en su trabajo, (tras la condena de Galileo) y finalmente, muere de pulmonía en Suecia, a donde se había trasladado para dar clases a la reina Cristina. El discurso del método, obra a la que pertenece el fragmento que analizamos, es la principal obra de nuestro autor, y una obra fundamental en la historia de la filosofía occidental. Fue concebida como el prólogo a tres ensayos: Dióptrica, Meteoros y Geometría; agrupados bajo el titulo conjunto de los Ensayos filosóficos. Se articula esta obra en seis partes, y con un estilo muy directo y personal, se mezclan elementos autobiográficos y los principios de su filosofía, y el método que se debe seguir para no apartarse de la verdad. El discurso del método es una de las primeras obras de la filosofía moderna. Descartes es un pensador moderno, para muchos el primer filosofo de la modernidad, aunque en el podamos encontrar temas escolásticos, como el argumento ontológico de San Anselmo. La duda ya la elaboró San Anselmo por primera vez; en su polémica contra los escépticos señalo que “si dudo soy”, pero esta duda, que nos revela en San Agustín a Dios que calma y sosiega el cogito, en Descartes nos remite al hombre para quien su cogito se convierte en problemático, porque conduce a cuestionarse continuamente la realidad. La cuestión del método es fundamental para nuestro autor. Recordemos que método quiere decir camino a seguir, y el método cartesiano está inspirado en el procedimiento matemático que tuvo oportunidad de conocer en su estancia en el colegio jesuita de La Flèche, pretende guiar los pasos de quien quiere investigar la verdad. Esta verdad es única y común a todas las ciencias, de ahí que el propósito, que en este sentido anime a Descartes sea el de conseguir una ciencia universal a la que inspiraba el Renacimiento. Recordemos los pasos de este método, la primera regla ya la hemos abordado en el análisis, y es la de la evidencia, la segunda la del análisis, la tercera de la síntesis y la cuarta la de enumeración y revisión. El método cartesiano, pretende guiar nuestro conocimiento para evitar que caiga en el error, pretende adquirir certeza, y el problema de la certeza se perfila como una cuestión puramente moderna, iniciado con la Reforma. Lutero destrozó el criterio de certeza imperante en la Escolástica, al dejar al hombre a solas con Dios. En la filosofía escolástica la veracidad de una afirmación necesitaba ser contrastada con la obra de pensadores reconocidos como autoridades; la iglesia actuaba como mediadora entre Dios y el hombre: Lutero rompe esta mediación, y deja al hombre sin certeza externa a él. La certeza debe ser interna, porque la relación con Dios es ahora inmediata, sin ninguna mediación. Se hace necesario tener un criterio de certeza, un saber a que atenerse propio. La investigación que emprende Descartes es una investigación eminentemente moderna. La duda, se perfila como la posición filosófica por excelencia del sujeto que quiera adentrarse en el camino del conocimiento. Hoy seguimos cuestionándonos la realidad, con la misma necesidad vital que tenía Descartes.