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IV. NACE LA ECONOMÍA LIBERAL
En un siglo como el XVIII, de exuberante producción intelectual, las ideas económicas experimentan una evolución del mayor interés, al tiempo que las sociedades europeas van saliendo del feudalismo y se encaminan al abandono del Antiguo Régimen. Es sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se van materializando estos cambios y el mercantilismo, en vigor desde el siglo XV como marco político e ideológico de la actividad económica, entra en crisis por inadaptación a los nuevos tiempos, que son de expansión económica y demográfica. Fisiócratas y liberales se lanzan contra ese mercantilismo obsoleto que estorba a los designios de las nuevas clases dominantes. Finalmente, será el liberalismo como teoría, doctrina y política la alternativa vencedora, que se impondrá de la mano del poderío británico, que se hace incontestado. El siglo acabará con la siniestra advertencia que Malthus, uno de los fundadores de la teoría liberal, hace en su Ensayo sobre la población (1798): los alimentos, que aumentan en razón aritmética, no podrán alimentar a la población, que lo hace en razón geométrica.
Un siglo de auge económico
Pese a las continuas guerras la economía europea vivió durante el siglo XVIII una expansión hasta entonces desconocida, impulsada en los principales Estados por el comercio. Y es el comerciante el protagonista, tanto de la actividad económica como de la presión ideológica que buscaba adaptar a las nuevas condiciones existentes el marco político-normativo, para lo que se volcó en la elaboración de nuevas ideas económicas, más favorables. La idea fundamental que se abría paso, desde mediado el siglo, era la de libertad económica en general y de apertura comercial en particular, lo que beneficiaría a todos los agentes económicos.
Para el comerciante-burgués trabajaban numerosos obreros que suministraban desde sus comunidades rurales los productos manufacturados encargados, sobre todo los textiles, que irían ampliándose con la revolución industrial de las últimas décadas del siglo, así como vulnerando irremediablemente el sistema y los privilegios gremiales, dando origen a una dualidad bien marcada en la sociedad: por una parte, 16
el comerciante-empresario, que impone un patrón de riqueza personal contraria a la distinción por los privilegios, como era la situación anterior, y por otra una clase industrial-proletaria, sin capacidad propia para regular su trabajo o para defenderse. La ganancia comercial fácil -amparada en la fuerza y el engaño-favorece la acumulación económica y la pérdida de la moralidad medieval, basada en la moderación de las ganancias y el escrúpulo ético.
Así, aunque Europa mantiene su carácter eminentemente agrícola en todo el siglo XVIII el comercio se desarrolla más que la agricultura o la industria, proporcionando el poder financiero a personas, sociedades y estados, lo que se traduciría en un protagonismo político propiamente europeo; porque la clave del esplendor es el comercio con las colonias de América, desde el principio ventajista y monopólico, y cuyo desarrollo se mantiene vinculado con ciertos puertos y ciertas regiones, además de reservarse a ciertas compañías privilegiadas.
Importancia -decisiva- del esclavismo
La esclavitud fue esencialmente un sistema político, económico y jurídico destinado en exclusiva a obtener un beneficio económico. Y al constituir una gigantesca empresa comercial hizo posible el desarrollo del capitalismo europeo. Se estima entre 12 y 13 millones los esclavos negros que fueron trasladados, entre los siglos XV y XIX, desde las costas africanas a los campos de plantación en las colonias europeas de América, con el máximo contingente (90 por 100 del total) entre 1740 y 18509 . Fue la inmensa mortandad producida por los primeros conquistadores y colonizadores entre la población indígena y el incremento de las actividades agrícolas y extractivas lo que rápidamente llevó a una escasez de mano de obra que la emigración no cubría.
El tráfico negrero, llamado comercio triangular, consistía en el embarque de dotaciones de indígenas -hombres, mujeres y niños- en las costas de África (desde Gambia a Angola, en especial), donde eran intercambiados a los reyezuelos por manufacturas y joyas fabricadas en Europa; viajaban en condiciones espantosas (con la muerte de un 15 por 100 del total movilizado) hasta las colonias de América, donde eran vendidos y puestos a trabajar sin ningún derecho o protección. El producto de este trabajo -azúcar, café, tabaco, minerales- era repatriado a Europa, en cuyos puertos se reiniciaba este macabro ciclo comercial unos 18 meses después.
Aunque se ha evaluado la rentabilidad directa de este comercio negrero en un 8/10 por 100, es necesario tener en cuenta el negocio en su globalidad: construcción, armamento y mantenimiento de buques, existencia de colonias ultramarinas, importación de producciones agrícolas que adquirían alto valor en Europa… De esta manera, la trata de negros estuvo en el núcleo de la riqueza y la potencia colonial de los más importantes estados europeos en los siglos XVII y
XVIII, que es el periodo en que se va formando la economía moderna, contribuyendo en gran manera a la formación de capitales que luego se destinarían a la manufactura industrial.
Este crimen abominable fue tolerado por la conciencia europea durante siglos, e incluso justificado por todo tipo de intelectuales y religiosos en base a la inferioridad del africano, que no podía aspirar a la dignidad o los derechos del europeo. Sólo con la Ilustración empezó a cambiar este sentimiento y fue en primer lugar la Convención republicana la que abolió el comercio de esclavos en 1794 (aunque Napoleón lo restableció en 1802); Gran Bretaña y Estados Unidos lo hicieron en 180710 , y el Congreso de Viena (1815) lo prohibió por acuerdo internacional (aunque persistió, ilegal, hasta mediado el siglo XIX).
El mercantilismo colonial
Con ocasión de la primera expansión colonial tras los descubrimientos geográficos y las conquistas territoriales de los europeos en los siglos XV y XVI se perfila el mundo económico moderno y se desarrollan las ideas económicas mercantilistas. El mercantilismo no constituía un sistema único, ordenado o coherente de principios económicos y (lejos todavía de la aparición del economista) los pronunciamientos teóricos sobre la actividad económica reposan, por una parte, sobre filósofos, juristas e incluso teólogos, y por otra en hombres de negocios, sean industriales, banqueros o, más todavía, comerciantes. En esta corriente se daba una general coincidencia acerca del protagonismo de un Estado nacionalista e intervencionista, así como en el aprecio de los metales preciosos y su acumulación, que debía de ser la consecuencia de un comercio exportador favorable; es la industria, es decir, los bienes acabados, lo que debía fomentarse, por ser objeto preferente en las exportaciones.
Dependiendo del carácter y vicisitudes de las potencias coloniales, el mercantilismo adquiere distintas formas imponiéndose por motivos obvios de preponderancia política el francés y el inglés. El primero alcanza su máximo exponente con Colbert, ministro de Hacienda de Luis XIV, que favorece obstinadamente la manufactura para la exportación (1667) y prohíbe la salida de cereales para evitar el hambre en el interior. Contra este colbertismo, erigido en doctrina predominante hasta bien entrado el siglo XVIII, se lanzarán los ataques de los críticos del mercantilismo. La modalidad británica también favorece el comercio, busca mantener una balanza exterior siempre positiva y aumenta sistemáticamente la flota naval para uso propio y ajeno.
De aquel mercantilismo que instituía la comunidad (o el paralelismo) de intereses de la acción del Estado y los particulares se acabarán derivando las doctrinas que construyen su núcleo ideológico en la oposición entre ambos: los intereses de los particulares son contradictorios con los del Estado y con su intervención económica, que debe reducirse a mínimos y que debe tener, como
excepciones y límites, los casos en que los propios particulares pidan su intervención… De estas doctrinas, que se resumen en las dos más conocidas y difundidas de la fisiocracia y el liberalismo, será esta segunda la que triunfe y se generalice, incrementando los contenidos de sus postulados anti estatistas a medida que se desarrollen las relaciones capitalistas en los sistemas económicos. En este sometimiento del Estado a la economía, que ha de ser privada en el mayor grado posible, se le reservan algunas misiones consideradas más o menos propias, tradicionales o intocables, que serán la protección y defensa, los tribunales y ciertas obras públicas (además de la asistencia a los marginados y no productivos).
La fisiocracia francesa
La teoría fisiocrática (de physis, tierra) se desarrolla en Francia en las décadas centrales del siglo XVIII. Constituye una formulación teórica coherente, delimitada, liderada y explicada. La historia económica nos ha legado varios nombres significativos, ante todo François Quesnay (1694-1774), principal teórico del grupo y al que se le debe la primera descripción general de la economía francesa, que publicó en su obra Cuadro económico (1758), basada en la producción y la distribución de bienes. Otros dos personajes representativos son Anne-Robert-Jacques Turgot (1727-81)11 , que fue ministro de Hacienda en las décadas prerrevolucionarias y que lanzó ciertas reformas en sentido liberalizador que fueron rechazadas frontalmente por las clases privilegiadas; y Pierre-Samuel Dupont de Nemours (1739-1817), economista, político y empresario, que acuñó el término en su obra Fisiocracia (1767) y dirigió el periódico en el que se difundía ese pensamiento.
Los fisiócratas influyeron durante poco más de dos décadas de la historia de Francia y formaban un pequeño grupo (siendo conscientes de serlo). Dirigieron claramente sus ataques a la preponderancia dada a la industria ya que están convencidos de que es la tierra la fuente principal de riqueza, por ser la agricultura la única actividad verdaderamente productiva; la industria, como el comercio, son en el pensamiento fisiocrático formas secundarias y parásitas de la actividad económica, hasta el punto de que artesanos, industriales y comerciantes formaban, en su entender, una clase estéril (y el comercio, un mal necesario). Por supuesto, se declaraban partidarios decididos de la libertad económica y del protagonismo del individuo, alzándose contra el intervencionismo y la voluntad reglamentaria de los mercantilistas, así como a favor del carácter singular y sagrado de la propiedad. El lema fisiocrático fue el famoso laissez-faire, laissez-passer, que sigue siendo hoy el del individualismo económico.
La Ilustración escocesa y el liberalismo smithiano
Aunque la fama se la llevase la Ilustración francesa, no puede ocultarse que en Escocia brillaron las ideas durante el mismo periodo de tiempo, alumbrando una 19 .