Portada » Filosofía » Principales Corrientes Éticas en la Filosofía Clásica y Moderna
Aristóteles defendió el eudemonismo ético. Él decía que todos los seres tienden por naturaleza a un fin; y el ser humano también, y lo esencial es su capacidad racional. La máxima felicidad del ser humano está en la vida contemplativa: el ejercicio de la razón, en el conocimiento de la naturaleza y de Dios, y en la conducta moral prudente.
A más sabiduría, más posibilidades de elección, sin duda; pero siempre recurriendo a la mediación de la prudencia (phrónesis), definida como «la capacidad de escoger el justo medio, adecuado a nuestra naturaleza, tal como es determinado por la razón, y como podría determinarlo el sabio». El justo medio no se trata de una media aritmética entre cantidades, sino del ejercicio de la moderación, afinado por la experiencia. Cuando hablamos de la cantidad de comida que debemos ingerir, la virtud se situará en el punto medio entre apenas comer nada (defecto) y ser un glotón (exceso). No obstante, según Aristóteles, no podemos fijar una cantidad determinada adecuada de comida para todo el mundo por igual, pues el punto medio será diferente en cada persona atendiendo a su altura, su corpulencia, etc.
Ejemplos del justo medio:
Este carácter moral está arraigado a nuestra historia como especie. La selección natural favoreció el éxito de los más propensos a la sociabilidad. Se formó la intuición moral: una especie de sexto sentido en la que podemos reconocer comportamientos que contribuyen al bienestar de la comunidad.
El relativismo cultural moral sostenía que la moral solo era una convención y negaba principios morales con validez universal. Protágoras de Abdera, conocido por: «El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, y de las que no son, en cuanto que no son», fue interpretado como expresión de un pensamiento relativista: el ser humano decide qué es justo y qué no.
En oposición al relativismo moral y cultural, Sócrates presenta la primera teoría ética que defiende la existencia de valores objetivos y universales (como el bien y la justicia). Pensaba que el objetivo de la filosofía era la búsqueda, mediante el ejercicio de la razón, de las verdaderas definiciones de los conceptos éticos. Decía que si una persona era capaz de escuchar su propio daimon o conciencia interior, dejando a un lado sus intereses egoístas, entonces podría progresar en su conocimiento de aquello que es realmente justo y bueno.
Si una persona adquiere completa comprensión acerca del bien, ello tendrá como consecuencia que actúe bien. Así, el conocimiento del bien conlleva su práctica. Por eso dice que quien actúa mal lo hace por ignorancia o desconocimiento. Superar el desconocimiento es esencial para alcanzar la virtud, pues nos mejora, ya que sabemos lo que son las acciones correctas.
Hedonismo viene del griego hedoné, ‘placer’. Se considera hedonista toda doctrina que identifica el placer con el bien y que concibe la felicidad en el marco de una vida placentera. Aunque existen muchas teorías hedonistas, suelen diferir en la definición propuesta de placer.
Los cirenaicos formaron una escuela iniciada por un discípulo de Sócrates, Aristipo. Según él, la finalidad de nuestra vida es el placer, entendido como goce sensorial. También el epicureísmo identifica placer y felicidad. Sin embargo, a diferencia de los primeros, define el placer como la ausencia de dolor y perturbaciones. No es buscar el placer sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar del alma. Esta serenidad y tranquilidad del alma (ataraxia) es el objetivo que debe perseguir todo ser humano y es la verdadera esencia de la felicidad.
Según Epicuro, la ataraxia se alcanza mediante un cálculo exacto de placeres que tenga en cuenta que un placer hoy (disfrute de manjares) puede ser un dolor mañana (enfermedad) y, en cambio, lo que hoy se nos presenta con dolor puede anunciar un próximo bien (salud). Así, el sabio se conduce razonablemente y no escoge a la ligera lo que pueden ser solo placeres aparentes.
Pueden considerarse estoicas todas las doctrinas éticas que defiendan la indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los propios deseos. Pero, en sentido estricto, se conoce por estoicismo tanto la corriente filosófica grecorromana, iniciada por Zenón de Citio, como la teoría ética mantenida por estos filósofos.
La ética estoica se basa en que el mundo está gobernado por una ley o razón universal (logos) que determina el destino de todo lo que en él ocurre, lo mismo para la naturaleza que para el ser humano. El ser humano está delimitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que solo puede mantenerse una actitud de aceptación. Según los estoicos, el sufrimiento humano surge del deseo de que las cosas sean distintas de como son. La virtud consiste en la eliminación de todas las pasiones.
Esta es la razón de que la felicidad solo sea posible en el seno de una vida tranquila, gracias a la imperturbabilidad del alma. No obstante, la aceptación que reclaman los estoicos no debe interpretarse como resignación, conformismo o inactividad. De hecho, destacaron por su crítica social y política, como la demanda de abolición de la esclavitud. Dicen que debemos tratar de conocer el logos, el sentido del universo, para orientar nuestra vida en consonancia y no lamentarnos por aquello que es inevitable, como por ejemplo, nuestra condición mortal.
El utilitarismo es una doctrina ética muy cercana al eudemonismo y el hedonismo, ya que vincula la felicidad al placer. Surgió en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX. Fue fundada por Jeremy Bentham y desarrollada por John Stuart Mill.
La tesis principal es el principio de utilidad: el acto moralmente correcto es aquel que proporciona mayor placer o felicidad al mayor número de personas. Es decir, busca el bien común y trata de huir del egoísmo. La principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico es que el primero trasciende el ámbito personal.
Bentham quiso fundar una ética científica a partir del cálculo de los placeres y dolores (según su grado de intensidad, duración, certidumbre, alcance, etc.). Pensaba que con esta información se podría establecer una reforma social para aumentar la felicidad posible para el mayor número posible de personas. Stuart Mill, sin embargo, entendió que los placeres humanos también debían distinguirse por su cualidad, y habló de placeres inferiores y superiores, e identificó los segundos como aquellos que promueven el desarrollo moral e intelectual del ser humano.
La ley moral dictada por la razón se expresa mediante el imperativo categórico, que dice así: «Actúa de manera que tu acción pueda convertirse en norma de una legislación universal». Una segunda formulación de dicho imperativo categórico dice así: «Obra de tal manera que cualquier otro ser humano sea para ti un fin, y nunca un medio».
Tal como Kant propone, iría en contra de una ética de la justicia la instrumentalización de cualquier persona para satisfacer los deseos de otra. Cuando uno actúa siguiendo la ley que emana de la razón, cuando esta se orienta según el imperativo categórico que exige tratar a las personas siempre como un fin en sí mismo, porque entendemos que ese es nuestro deber y no porque esperamos obtener ninguna recompensa, entonces, y solo entonces, podemos decir que estamos teniendo un comportamiento moral.