Portada » Filosofía » Fe y Razón en la Filosofía Medieval y la Ciencia Naciente: Agustín, Aquino y la Escolástica
«Creo para comprender, comprendo para creer».
San Agustín de Hipona defiende que la fe y la razón no son opuestas, sino complementarias. La razón ayuda a alcanzar la fe, y esta, a su vez, ilumina a la razón para comprender mejor la realidad. Su teoría del conocimiento, llamada doctrina de la iluminación, sostiene que los criterios inmutables y perfectos con los que la razón juzga las cosas provienen de Dios. Gracias a la luz divina, el alma humana puede conocer estos arquetipos y utilizarlos para comprender el mundo.
San Agustín considera que el ser humano es una unidad de cuerpo y alma, donde el cuerpo no es una prisión, sino el templo del alma. Para conocerse a sí mismo, es necesario mirar en la profundidad del alma, y en ese proceso se encuentra a Dios. A diferencia de Plotino, Agustín enfatiza la individualidad del alma y el conflicto interior.
En cuanto a Dios, su existencia no se demuestra para convencer a los incrédulos, sino para reafirmar la fe y calmar la inquietud del corazón. Su esencia es inefable, pero la razón puede conocer tres atributos divinos vinculados a la Trinidad: el Padre es el ser puro e inmutable, el Hijo es la verdad suprema y el Espíritu Santo es el bien, fuente de vida y amor. Estos atributos también están presentes en el alma humana.
San Agustín sostiene que Dios creó el mundo a partir de la nada (creatio ex nihilo), basándose en las ideas eternas que residen en su mente. La creación es atemporal e instantánea, aunque permite el desarrollo progresivo de los seres. Según su doctrina de las razones seminales, Dios creó todo en un solo acto, pero solo algunas cosas existieron de inmediato, mientras que otras tenían el potencial de desarrollarse con el tiempo. Así, la evolución del mundo es la actualización de esas razones seminales (protoevolucionismo).
San Agustín abordó el problema del mal inicialmente con una visión dualista, pero tras su conversión al cristianismo lo interpretó como una privación del bien (privatio boni), y no como una entidad creada por Dios. Distinguió tres niveles de mal:
San Agustín, en La ciudad de Dios, fundó la filosofía de la historia al proponer una visión teológica del devenir humano. Distingue dos ciudades:
Ambas coexisten en lucha espiritual hasta el fin de los tiempos, cuando la ciudad de Dios triunfará. Su concepción de la historia es lineal y guiada por la voluntad divina, pero también influida por la libertad humana. Pese a las dificultades, el cristiano debe mantener la esperanza en el plan de Dios.
La escolástica medieval fue una corriente filosófica que abarcó desde el siglo IV hasta el XIV, centrada en entender y explicar la verdad revelada por la tradición cristiana. Aunque sus autores fueron diversos, todos compartieron la meta de clarificar las verdades conocidas a través de la revelación divina, utilizando argumentos precisos y rigurosos. Además, se destacó por un enfoque colaborativo en la búsqueda de conocimientos y logros colectivos.
El problema de los universales trata sobre la existencia y naturaleza de los conceptos generales. En Isagoge, Porfirio introduce este debate en relación con la Metafísica de Aristóteles.
Existen tres posturas principales:
La filosofía árabe y judía se caracteriza por figuras como Avicena, Averroes y Maimónides, quienes abordaron cuestiones clave sobre la metafísica y la creación.
Avicena (s. XI) jugó un papel clave en el desarrollo de la escolástica, introduciendo una noción de metafísica modal que influyó en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Avicena distinguió entre dos tipos de ser: el ser necesario (Dios), que no puede no ser, y el ser contingente (las criaturas), que puede ser o no ser. Según Avicena, todos los seres tienen una esencia, pero mientras que la esencia de Dios incluye la existencia, en las criaturas esta no lo hace. En cuanto a la creación, Dios es el ser necesario que crea de forma necesaria, conforme a su esencia, mientras que las criaturas, aunque contingentes por sí mismas, se vuelven necesarias gracias a la acción divina.
Averroes (s. XII) fue fundamental en la transmisión del pensamiento aristotélico, especialmente en su división del aristotelismo, que tuvo gran impacto en la escolástica tardía. Su teoría de la doble verdad afirmaba que existen dos caminos para acceder a las verdades divinas: uno simple y narrativo, relacionado con la religión, y otro más profundo y especulativo, asociado con la filosofía. Para Averroes, la reflexión filosófica era la forma más perfecta de rendir culto a Dios. También reinterpretó la obra de Aristóteles, destacando que el entendimiento es único y común a todos, y rechazó la idea de la creación ex nihilo, sosteniendo que existe una materia eterna y no que Dios crea ‘de la nada’.
Maimónides (s. XII-XIII), con su obra Guía de perplejos, buscó resolver las contradicciones entre los textos sagrados y la filosofía. Según Maimónides, quienes se enfrentan a estos conflictos están en una situación de perplejidad, un estado de asombro ante la dificultad de reconciliar la fe con la razón.
Santo Tomás de Aquino plantea que la filosofía debe basarse en principios que sean evidentes para la razón humana, sin necesidad de recurrir a la fe para su comprensión. Considera que la filosofía es la ciencia primera y, aunque el filósofo creyente puede tener fe, no debe depender de ella para su razonamiento. En cambio, ve la filosofía como una ‘sirvienta’ de la teología, con cierta autonomía, pero siempre subordinada a los preceptos de la fe. Según Santo Tomás, existen dos órdenes de la realidad: el orden natural y el orden de la gracia. El primero es el resultado de la creación divina, en el que Dios asigna a cada ser su esencia, y está sujeto a la comprensión humana a través de la razón natural. El orden de la gracia, por su parte, está relacionado con lo sobrenatural, perfeccionando la naturaleza y permitiendo la intervención divina.
En cuanto a la relación entre la fe y la razón, Santo Tomás sostiene que las verdades de la fe son superiores a las de la razón, pero estas últimas pueden preparar el terreno para las primeras. Dentro de las verdades de la fe, hay dos tipos: algunas que van más allá de lo que la razón puede comprender, como los dogmas (la Trinidad, la resurrección), y otras que pueden ser demostradas, como la existencia de Dios. A pesar de esta jerarquía, la razón puede defender la fe y refutar sus opositores.
En la metafísica de Santo Tomás de Aquino, se distingue el ser del ente a través de varios conceptos tomados de Aristóteles, como materia-forma, acto-potencia, y substancia-accidentes. Sin embargo, Tomás añade una distinción crucial entre esencia y acto de ser (esse), que aplica a los entes creados. Para él, el esse o acto de ser es lo que hace que una substancia sea real, sin necesidad de una existencia material previa. En los seres creados, la esencia no incluye necesariamente el acto de ser, pero en Dios, esencia y acto de ser se identifican.
Tomás clasifica los entes creados en tres niveles: en el nivel substancial, la forma se relaciona con la materia como potencia y acto, de acuerdo con Aristóteles; en el nivel accidental, la substancia se determina por sus modificaciones accidentales; y en el nivel trascendental, tanto la esencia como los accidentes se interpretan como potencia respecto al acto de ser.
En cuanto a la existencia de Dios, Santo Tomás argumenta que, aunque Dios es lo primero en el orden de lo real, no lo es en el orden del entendimiento, por lo que su existencia no es evidente. Las pruebas de su existencia deben recurrir a la razón, no a la fe, y se consideran preámbulos de la fe. Todas sus pruebas (conocidas como las Cinco Vías) se basan en el principio de causalidad, una de las leyes fundamentales de la razón humana. La estructura de estas pruebas es la siguiente: partir de un fenómeno observable del mundo sensible, aplicar el principio de causalidad a ese fenómeno, demostrar que es imposible una sucesión infinita de causas intermedias y, finalmente, establecer a Dios como la causa primera incausada.
La nueva ciencia renacentista surgió en respuesta a las limitaciones del modelo aristotélico-geocéntrico, que no podía explicar con precisión las retrogradaciones planetarias. Copérnico, en su obra De revolutionibus orbium coelestium, rechazó el geocentrismo y propuso un modelo heliocéntrico basado en la observación y el tratamiento matemático, aunque contradecía el sentido común y la cosmovisión cristiana de la época, y sus predicciones no eran completamente exactas. Sin embargo, su modelo ofrecía ventajas, como la simplicidad y la reducción de cálculos matemáticos. Kepler mejoró la teoría de Copérnico, demostrando que los planetas giran en órbitas elípticas alrededor del Sol y perfeccionó los cálculos del movimiento planetario. Adoptó una nueva actitud científica, donde, aunque la teoría es importante, la observación se convierte en el eje de la investigación.
La física de Galileo Galilei evidenció el conflicto entre los datos observables y las conclusiones de la física aristotélica. Propuso el principio de la relatividad del movimiento, según el cual el movimiento solo se puede observar si se tiene un sistema de referencia en reposo. Galileo resolvió el problema de la caída libre de los cuerpos y el movimiento de proyectiles al explicarlos mediante conceptos como la fuerza de gravedad, el peso y la masa, desafiando el principio aristotélico de continuidad, que sostenía que el movimiento debía ser suave y continuo. En su nueva física, Galileo distingue entre diferentes tipos de movimiento: uniforme, uniformemente acelerado (como la caída libre) y proyectiles (movimiento violento). Además, hizo una distinción entre cualidades primarias (propiedades objetivas, como la forma y el tamaño) y cualidades secundarias (propiedades subjetivas, como el color o el sabor).
El nuevo método científico propuesto por Galileo y Francis Bacon marcó un cambio crucial. Galileo usó el método hipotético-deductivo, formulando hipótesis matemáticas y verificándolas experimentalmente. Bacon, en su Novum Organum, defendió el método inductivo, que se basa en la observación y experimentación sistemática para conocer las leyes naturales y utilizarlas en beneficio de la humanidad. Este método implica registrar tres tipos de datos (tablas): presencia (casos donde el fenómeno ocurre), ausencia (casos similares donde no ocurre) y grado (casos donde el fenómeno varía en intensidad).