Portada » Historia » El Conflicto Hispano-Estadounidense y la Independencia de Cuba y Filipinas (1895-1898)
Ante la imposibilidad de Martínez Campos de controlar militarmente a los insurrectos, fue sustituido por el general Valeriano Weyler, quien implementó una táctica de fuerte represión. Para aislar a los rebeldes, Weyler organizó concentraciones de campesinos, recluyéndolos en pueblos y evitando su contacto con los combatientes. Además, dividió la isla con trochas (líneas fortificadas) para impedir el movimiento de los insurrectos. La dureza de Weyler, que incluyó la aplicación de la pena de muerte y provocó hambre y epidemias entre la población civil, generó protestas internacionales, aprovechadas por Estados Unidos para intervenir.
La guerra en la selva (la manigua) era desfavorable para España. Las fuerzas españolas no estaban entrenadas para este tipo de combate, carecían de medios adecuados y sufrían numerosas bajas debido a enfermedades tropicales y mal aprovisionamiento.
Tras el asesinato de Cánovas en 1897, el nuevo gobierno liberal sustituyó a Weyler por el general Blanco e inició una estrategia de conciliación. Se decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Sin embargo, estas reformas llegaron tarde, y los independentistas, apoyados por Estados Unidos, rechazaron el fin de las hostilidades.
Paralelamente al conflicto cubano, en 1896 estalló la rebelión en Filipinas. La colonia contaba con una escasa inmigración española y una débil presencia militar, aunque sí con un importante contingente de misioneros.
Los intereses económicos españoles en Filipinas eran menores que en Cuba, centrados en la producción de tabaco y el comercio con Asia.
El independentismo filipino se articuló en torno a la Liga Filipina, fundada por José Rizal en 1892, y la organización clandestina Katipuman. Ambas contaron con el apoyo de la burguesía mestiza y grupos indígenas.
La insurrección se extendió por la provincia de Manila. El capitán general Camilo García Polavieja aplicó una política represiva y condenó a muerte a Rizal en 1896. El nuevo gobierno liberal de 1897 nombró capitán general a Fernando Primo de Rivera, quien promovió la negociación con los insurrectos, logrando una pacificación temporal.
Estados Unidos, con intereses expansionistas en el Caribe y el Pacífico, había intentado comprar Cuba en varias ocasiones. El presidente McKinley apoyó abiertamente a los insurrectos cubanos, suministrándoles armas.
El incidente del acorazado Maine, que estalló en La Habana en febrero de 1898 (con casi 300 muertos), sirvió de pretexto para la intervención. Estados Unidos culpó a España y le envió un ultimátum exigiendo su retirada de Cuba. España negó su implicación y rechazó el ultimátum, lo que condujo a la guerra hispano-norteamericana.
La guerra fue desigual. La superioridad militar y económica estadounidense se impuso a un ejército español anticuado y mal equipado.
En mayo de 1898, la flota española, al mando del almirante Cervera, fue destruida en la bahía de Santiago de Cuba. Las tropas estadounidenses desembarcaron y ocuparon fácilmente la isla, sin reconocer al gobierno independiente cubano.
En Filipinas, el general Aguinaldo, apoyado por Estados Unidos, reanudó la lucha. La escuadra española fue destruida en Cavite (abril de 1898), y las tropas estadounidenses ocuparon todo el territorio excepto Manila.