Portada » Historia » El Imperio Español: Conflictos, Política y Consolidación de los Austrias
La llegada de Carlos I generó un profundo descontento en Castilla y Aragón, lo que desencadenó dos conflictos importantes. En Castilla, las Comunidades (1520-1522) surgieron como una sublevación de ciudades que reclamaban respeto a las leyes, cargos políticos para castellanos, igualdad fiscal y mejores condiciones para los campesinos. Sin embargo, fueron derrotadas militarmente en la Batalla de Villalar (1521), consolidando la autoridad de Carlos I y fortaleciendo la monarquía. En Aragón, las Germanías (1519-1523) representaron una revuelta de las clases medias urbanas de Valencia y Mallorca contra la alta nobleza, exigiendo democracia municipal y reformas agrarias, pero también fueron sofocadas con apoyo de la monarquía. Ambos conflictos fortalecieron la alianza entre la monarquía y la alta nobleza, consolidando un modelo autoritario en el que esta última aceptó su sumisión a cambio de protagonismo político.
El gobierno de los Austria se organizaba en Consejos, desarrollados por Carlos I para gestionar su vasto y diverso imperio. Estos se dividían en:
Sus funciones eran preparar informes para el rey y resolver asuntos delegados, estando dirigidos por secretarios, con el del Consejo de Estado directamente vinculado al monarca. Aunque centralizado, los territorios mantenían autonomía con instituciones como los Virreyes, las Cortes (que en Castilla se centraban en aprobar impuestos) y las audiencias, que junto con las Chancillerías actuaban como tribunales de justicia.
La política imperial de Carlos I estuvo marcada por los conflictos religiosos en Alemania, donde las ideas de Lutero dividieron al Sacro Imperio. Aunque logró victorias como la de Mühlberg (1547) y promovió el Concilio de Trento (1545-1563) para frenar el protestantismo, el apoyo de Francia a los protestantes lo obligó a firmar la Paz de Augsburgo (1555), que reconocía la coexistencia religiosa según la fe del príncipe. Centrado en el imperio y desatendiendo España, Carlos, agotado por el fracaso de su proyecto y la crisis económica, abdicó en 1556, dejando el patrimonio austriaco a Fernando y el resto a Felipe II.
Carlos I buscó una “unión universal” para unir a los monarcas cristianos contra la expansión turca, pero enfrentó el nacionalismo de Francia e Inglaterra, la Reforma de Lutero y la oposición papal. En Italia, aseguró su control tras la victoria en Pavía (1525) y la Paz de Cambray (1529), aunque tuvo que enfrentar la invasión y saqueo de Roma (1527) debido a la alianza entre el Papa y Francia. Además, la expansión turca amenazaba sus posesiones en Italia y Austria, y la piratería berberisca dificultaba el comercio en el Mediterráneo. Pese a conquistar Túnez (1535), fracasó en Argel (1541) y dejó gran parte del Mediterráneo bajo control turco, aunque logró detener a los otomanos en Viena (1529).
Felipe II heredó en 1556 un vasto imperio que incluía España, los Países Bajos, posesiones italianas y colonias en América. Durante su reinado, consolidó el modelo autoritario de los Austrias, centralizando el poder en la figura del monarca y reforzando el control sobre los territorios mediante una administración estrechamente vinculada a la Corona. Estableció la corte en El Escorial y enfrentó desafíos como las revueltas en los Países Bajos y conflictos con Francia. Su gobierno jerárquico y centralizado estuvo marcado por la influencia de la Casa de Austria y la defensa del catolicismo frente al protestantismo y el expansionismo turco.
Felipe II consolidó la centralización del poder al establecer la capital en Madrid en 1566 y trasladar la Corte al monasterio de El Escorial, símbolo de su autoridad. Allí, reforzó la censura con el Índice de Libros Prohibidos y promovió las reformas del Concilio de Trento para garantizar la unidad religiosa. Su gobierno, caracterizado por la concentración de poder en su figura y el apoyo de sus secretarios, le permitió controlar los territorios de la Corona, aunque enfrentó conflictos con particularismos locales, como en Aragón. Además, en 1580 logró la unión con Portugal, ampliando su dominio en la península ibérica.
Durante el reinado de Felipe II, los conflictos europeos marcaron su gobierno. La guerra con Francia culminó con la victoria en San Quintín (1558) y la Paz de Cateau-Cambrésis (1559), aunque las Guerras de Religión francesas prolongaron la inestabilidad hasta la Paz de Vervins (1598). En Flandes, la rebelión contra la centralización y las tensiones religiosas derivaron en una guerra de independencia que dividió el territorio entre las Provincias Unidas y el sur bajo control español. Felipe también enfrentó a Inglaterra, cuyo apoyo a los flamencos y el desafío marítimo llevaron a la derrota de la Armada Invencible en 1588, perdiendo la hegemonía en el Atlántico. Además, intervino en las Guerras de Religión francesas apoyando a los católicos y logró la anexión de Portugal en 1580, alcanzando el máximo esplendor territorial del imperio, aunque los conflictos debilitaron su economía y su supremacía en Europa.
La política de Felipe II centralizó el poder en su figura y defendió el catolicismo con una fuerte intransigencia religiosa, promoviendo el Concilio de Trento, instaurando la censura de libros y prohibiendo estudiar en el extranjero. Utilizó la Inquisición no solo para asuntos religiosos, sino también para ejercer control político, como en el caso de Antonio Pérez. Este secretario aragonés, acusado de conspiraciones y del asesinato del Duque de Alba, se refugió en Zaragoza, apelando a las leyes locales. Esto generó un conflicto con Felipe II, quien intentó juzgarlo mediante la Inquisición, sin éxito, evidenciando los límites de su autoridad. Este caso contribuyó a la Leyenda Negra, una campaña propagandística impulsada por enemigos de España, como los protestantes, que presentó a Felipe II como un gobernante cruel y a su régimen como opresivo, reforzando la percepción negativa de la monarquía española en Europa.