Portada » Historia » Fases y Consecuencias de la Primera Guerra Mundial y Revolución Rusa: Orígenes y Desarrollo
El casus belli es el motivo específico que provoca el inicio de un conflicto bélico. En el caso de la Gran Guerra, fue el asesinato, el 28 de junio de 1914, del heredero al trono del Imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, y su esposa, por el nacionalista serbio Gavrilo Princip en Sarajevo. Como respuesta, Austria-Hungría amenazó con invadir Serbia, que era aliada de Rusia y miembro de la Triple Entente. A partir de ese momento, entraron en juego todas las alianzas militares de la Paz Armada y se inició la guerra.
La llamada Guerra de Movimientos estuvo marcada por el ataque alemán contra Francia a través de Bélgica en el Frente Occidental; y en el Frente Oriental, por el ataque conjunto de Alemania y Austria-Hungría contra Rusia. Durante estos primeros meses, los países en combate pensaban que la guerra sería corta, pero enseguida se produjo una parada de los frentes.
En 1915, los países de la Entente detuvieron una gran ofensiva alemana en el frente occidental, cerca del río Marne (próximo a París). A partir de ese momento, comienza la “Guerra de Posiciones” o “de Trincheras”, que provocó una paralización de los frentes y la muerte de millones de personas. La infantería de ambos bandos tuvo que cavar un complicado sistema de trincheras, de miles de kilómetros, que se extendía desde el mar del Norte hasta Suiza, provocando el sufrimiento extremo de los combatientes, que estuvieron expuestos a la lluvia, el frío, la nieve, el barro, las ratas, los piojos y todo tipo de enfermedades. Se lanzaron importantes ofensivas para reactivar la guerra, como la Batalla de Verdún (febrero de 1916) y la Batalla del Río Somme (1916), que provocaron dos millones de muertos, pero no consiguieron sus objetivos.
Poco a poco, la guerra se extendió por todo el mundo, ya que entraron en combate las colonias de franceses, británicos y alemanes, en África, los Balcanes, la zona del Mar Egeo y Oriente Próximo. Así, por ejemplo, podemos nombrar la batalla de Gallipoli, cerca de Turquía, en la que los países de la Entente intentaron invadir el Imperio otomano, pero fracasaron.
1917 es un año clave para el fin de la guerra. En esa fecha, se produjo la revolución comunista en Rusia, que abandonó la guerra y, en 1918, firmó la rendición frente a la Triple Alianza. Sin embargo, la retirada de Rusia fue compensada con la participación de EE. UU. en la guerra a favor de la Entente. El origen de la entrada de EE. UU. en la guerra se remonta a mayo de 1915, cuando un submarino alemán hundió el buque británico “Lusitania”, donde murieron más de 1.000 personas, la mayoría de ellas de EE. UU. A partir de ese momento, se generó una corriente de opinión en Norteamérica favorable a la guerra, que se concretó en abril de 1917 con la entrada de EE. UU. Gracias a la ayuda norteamericana y a los avances de la Entente, en 1918, el emperador alemán Guillermo II abdicó y se proclamó la República de Weimar. Además, en este contexto, el presidente de EE. UU., Woodrow Wilson, presentó su famoso proyecto de paz llamado “Los 14 puntos de Wilson”. Finalmente, tras la derrota de la Triple Alianza y de sus aliados, se firmó el 11 de noviembre de 1918 el Armisticio de Paz.
Podemos nombrar las siguientes:
La paz se concretó en cinco tratados firmados por separado con las potencias derrotadas. Todos ellos se conocen en conjunto como la Paz de París. El más importante de todos se firmó con Alemania y se llama Tratado de Versalles, que además de sanciones económicas y territoriales, incluía las siguientes obligaciones:
Con el objetivo de evitar nuevas guerras futuras, se creó un nuevo organismo internacional, la Sociedad de Naciones, que impulsaba la resolución pacífica de conflictos y buscaba el desarme de las grandes potencias. Su sede estaba en Ginebra. Pese a sus buenas intenciones, no evitó nuevos conflictos mundiales.
A principios del siglo XX, el Imperio ruso era enorme y suponía una sexta parte de la superficie terrestre. Tenía una población de 150 millones de habitantes y englobaba a gran número de pueblos, nacionalidades y etnias. La economía era de base agrícola, el nivel de vida era muy bajo y la pobreza afectaba a la mayoría de la población.
El sistema de gobierno era una monarquía autocrática, es decir, el zar (emperador), cuyo poder se consideraba de origen divino, ejercía el absolutismo y se apoyaba para gobernar en una aristocracia de carácter feudal, en la Iglesia ortodoxa y en una burocracia corrupta.
A finales del siglo XIX, se empezó a desarrollar una oposición política al zarismo. En este sentido, destacó el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), de ideología marxista, que defendía una revolución obrera para acabar con la injusticia y las desigualdades. A principios del siglo XX, se dividió en dos ramas:
Desde finales del siglo XIX, el Imperio ruso y el Imperio japonés luchaban por territorios en Extremo Oriente, en especial por el control de Corea y Manchuria. Esto condujo a la guerra ruso-japonesa (1904-1905). Las tropas rusas fueron derrotadas y quedaron en evidencia ante la opinión pública internacional. Esta situación se unió a una grave crisis económica, política y social en el país, lo que provocó numerosas huelgas.
En este contexto, las fuerzas opuestas al zar intentaron conquistar el poder mediante una revolución. La causa que la inició fue la brutal represión de una manifestación pacífica que reclamaba una mejora de las condiciones de vida. Estos acontecimientos, que tuvieron lugar el 22 de enero de 1905, se conocen con el nombre de “Domingo Sangriento”, en los que el zar mandó al ejército a disparar contra hombres, mujeres y niños, provocando casi 1000 muertos. Este trágico suceso significó la ruptura total entre el pueblo y el zar.
A partir de este momento, se produjeron por todo el país movilizaciones populares, huelgas obreras, protestas campesinas y sublevaciones militares que dieron lugar a una situación revolucionaria. La huelga política se convirtió en el principal alma de la revolución. Para coordinar a todas estas fuerzas, se creó en San Petersburgo, que era la capital del imperio, el Sóviet, un consejo formado por representantes de los obreros, de los campesinos y del ejército. La revolución de 1905 no consiguió el poder, pero obligó al zar a realizar una serie de reformas:
El detonante de esta nueva revolución fue la imposición por parte del gobierno de cartillas de racionamiento a la población. Se trataba de unos documentos que limitaban la adquisición de alimentos básicos por parte de las familias.
Este hecho provocó, en febrero de 1917, las protestas de las mujeres y del proletariado. Aunque en un primer momento dudaron, pronto se sumaron a la revolución las fuerzas del orden y la Duma.
El zar Nicolás II comprendió que se había quedado solo y abdicó. Había triunfado la revolución de febrero. Campesinos, obreros y militares se fueron rebelando por todo el país y se formaron sóviets en las principales ciudades.
Encontramos a partir de este momento dos vías para la revolución: una liberal, encabezada por la Duma, y otra revolucionaria, encabezada por el consejo nacional de los sóviets. Ambos llegan a un acuerdo y se establece un gobierno provisional, que concede amnistía política y libertades democráticas.
Gracias a estas medidas, Lenin, que estaba refugiado en Suiza, pudo regresar a Rusia y proclamar sus famosas Tesis de Abril, donde pedía todo el poder para los bolcheviques y una serie de medidas:
El gobierno provisional, dirigido por el moderado Aleksandr Kérenski, intentó dar un impulso a la guerra, lo que aumentó la tensión en el país. El ejército, por su parte, intentó dar un golpe de Estado y proclamar una dictadura militar, pero fracasó.
Ante esta situación, Lenin decidió llevar a cabo otra revolución. Desde el sóviet de Petrogrado, en la noche del 24 al 25 de octubre de ese mismo año, los bolcheviques ocuparon los puntos estratégicos de la ciudad, tomaron el Palacio de Invierno y acabaron con la Duma. Era el triunfo final de la revolución bolchevique.