Portada » Filosofía » El Pensamiento de Aristóteles: Claves sobre Ética y Política
Aristóteles, hijo de un médico y miembro de una clase social acomodada, fue discípulo en la Academia de Platón. Se convirtió en tutor de Alejandro Magno. Tras la incursión de Alejandro en Atenas, Aristóteles fue acusado de ser su mentor y de colaborar en la invasión. Por ello, se marchó a la costa, donde comenzó su trabajo en taxonomía (clasificación de animales). A la muerte de Alejandro, Aristóteles regresó a Atenas y fundó el Liceo.
Tras la muerte de Alejandro, Ptolomeo, uno de sus generales, gobernó Egipto. En Alejandría, Ptolomeo creó el Museo y la Biblioteca de Alejandría, inspirados en el Liceo de Aristóteles.
Las obras de Aristóteles se pueden organizar en tres categorías principales:
La ética se ocupa de actuar correctamente, es decir, de acuerdo con el bien. Para Platón, el bien es una realidad trascendente, preexistente a nuestra realidad. Nuestros actos son reflejos de ese bien trascendental.
Aristóteles, en cambio, difiere radicalmente. Para él, solo existe la realidad que percibimos. El bien no preexiste a la acción, sino que surge como resultado de nuestros actos. Nos volvemos justos al realizar actos justos. Las ideas no son entidades preexistentes, sino que se crean a través de nuestras acciones.
El tema central de la ética y la política de Aristóteles es la acción. Para Platón, el conocimiento del bien conduce a actuar correctamente. Aristóteles, por el contrario, afirma que somos buenos como resultado de realizar actos buenos, como resultado de un hábito. La acción es fundamental en la existencia humana. La pregunta clave es «¿qué hacer?».
La diferencia entre ambos filósofos también se refleja en sus concepciones de la ontología y la epistemología. Aristóteles, como científico natural, se centra en la realidad perceptible como el escenario de nuestra vida.
Dos ideas importantes para comprender a Aristóteles:
Los bienes del cuerpo y los exteriores tienen un límite y están sujetos a la variabilidad. Pueden generar insatisfacción. Los bienes del alma, como el conocimiento y la justicia, no tienen límite. Son absolutos y los deseamos por sí mismos.
Buscamos muchos bienes y realizamos acciones para conseguirlos. Estos bienes son fines (telos), entendidos como objetivos o propósitos. Pero no todos los fines son iguales. Algunos son medios para conseguir otros fines. Aristóteles llama a esto la «cadena de fines». Solo hay un fin último, que no es medio para ningún otro: la felicidad (eudaimonia).
La felicidad es un fin en sí mismo. Los demás fines son medios para alcanzarla. En su obra Física, Aristóteles describe cuatro tipos de causas:
Dos preguntas surgen: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo se consigue?
La felicidad se consigue mediante hábitos, acciones realizadas regularmente que forman parte de nosotros. Un hábito es una acción consciente y eficaz cuando es autoconsciente. La pregunta es: ¿qué acción elegir? La respuesta es el «término medio» entre un extremo (exceso) y otro (defecto). Los extremos desestabilizan y son un obstáculo para la acción racional.
Los hábitos racionales que evitan el exceso y el defecto son las virtudes, «disposiciones del cuerpo y del alma», «prácticas» o «acciones racionales» (acciones conscientes).
En toda acción hay dos componentes: la acción misma y el conocimiento sobre ella. Existen dos tipos de virtudes:
Estas virtudes son el término medio. Por ejemplo, el hedonismo es el exceso respecto a la mansedumbre, y la castidad es su defecto. Son virtudes éticas porque expresan la personalidad de una persona buena.
Virtudes intelectuales (dianoéticas): Virtudes que implican reflexión. No se refieren a hechos, sino a la reflexión misma como acción.
«Éticas» proviene del griego ethos (hábito, costumbre). Las virtudes éticas se logran con la práctica. Las virtudes dianoéticas requieren conocimiento previo. ¿Cuáles son?
Estas virtudes dianoéticas son «hábitos intelectuales». Para conseguirlas, hay que practicar hábitos (virtudes): actos (virtudes éticas) y hábitos del pensamiento (virtudes dianoéticas). Se relacionan la forma de ser y la forma de pensar.
«Eres lo que piensas, piensas según lo que eres».
La felicidad consiste en tener una «vida buena», es decir, vivir practicando las virtudes. Aristóteles utiliza la teoría del acto y la potencia. Cualquier ser está en acto (realizado) y en potencia (posibilidad de ser). El paso de la potencia al acto es el cambio.
La felicidad se alcanza practicando hábitos (virtudes) éticas y dianoéticas. Llevar una vida buena es desarrollar lo propio de nuestra naturaleza, pasar de la potencia al acto. Un ser humano es en potencia un ser humano «bueno» y, al actualizar esa posibilidad, consigue la felicidad.
La felicidad es cumplir lo que antes era solo una posibilidad. Todos podemos ser buenos y felices (en potencia). Las virtudes nos ayudan a realizarlo.
Sin embargo, no estamos solos. Vivimos en sociedad. En su obra Política, Aristóteles afirma que el ser humano es un «animal político». Vivir con otros es una necesidad y un hecho inevitable. ¿Cómo ser bueno o feliz en sociedad?
¿Es posible llevar una «vida buena» (felicidad) en sociedad? Aristóteles no plantea una utopía, sino que argumenta que no tiene sentido pensar en una sociedad buena sin saber qué es una vida buena. Una sociedad buena debe estar compuesta por ciudadanos buenos. Existe una interacción entre sociedad e individuo.
El individuo necesita vivir en sociedad para realizar las virtudes y llevar una vida buena. La sociedad depende de la virtud de sus ciudadanos. Ciudadanos virtuosos hacen una sociedad virtuosa.
Aristóteles se pregunta cuál es el mejor modelo de sociedad (polis). Es imposible saberlo sin conocer el modelo de vida buena. ¿Puede todo el mundo ser virtuoso en una sociedad determinada? ¿Estaríamos todos dispuestos a llevar una vida buena?
Aunque parece haber consenso en que la vida buena es el mejor modelo, en la sociedad no se observa que haya tantas personas virtuosas. Aristóteles señala que a la mayoría le interesan más los «bienes exteriores» (riqueza, poder) que las virtudes. Desconocen que los bienes materiales no conducen a la felicidad, sino al revés: una vida feliz permite conseguir bienes materiales.
Deberíamos elegir las virtudes porque los bienes materiales tienen límites (exceso o defecto), mientras que las virtudes no.