Portada » Historia » Historia de España: Desde la Prehistoria hasta el Siglo XIX
En Atapuerca, se descubrió el Homo antecessor, una especie del Paleolítico (800000-5000 a. C.) cuya economía era depredadora, donde su supervivencia se basaba en la caza, la pesca y la recolección. Utilizaban herramientas de piedra, hueso y asta. Tenían una sociedad nómada, de carácter colectivo, organizada en pequeños grupos sin jerarquía. En el Neolítico (5000-3000 a. C.), surgen las primeras comunidades neolíticas debido a la difusión por las costas mediterráneas de corrientes culturales procedentes de Oriente Próximo. Comienza la revolución neolítica en la que se adopta un modelo económico productor que llevó a la división del trabajo y a una sociedad sedentaria, además de la creación del comercio y la elaboración de cerámica y tejidos.
En estas épocas, además, destaca el arte rupestre. El arte cantábrico (Paleolítico superior) es un arte figurativo en el que destacan los animales. Estos se encuentran en Cantabria (El Castillo, Altamira) y Asturias (Tito Bustillo). El arte levantino (Epipaleolítico y Neolítico) se caracteriza por escenas de carácter narrativo en el que abundan figuras humanas, colores planos y esquematización de las figuras. Se encuentran en Lleida (Cogull) y Castellón (Valltorta). Las pinturas rupestres son relacionadas con prácticas y creencias mágicas.
En el primer milenio a. C., la Península Ibérica era un mosaico de pueblos con diversas características y desarrollos culturales. Tartessos, un reino legendario en el suroeste, destacó por su agricultura avanzada, actividad minera y comercio de metales con los fenicios entre los siglos IX y VII a. C. Los íberos ocuparon la costa mediterránea, tenían tribus independientes y conocían la escritura y la moneda. Su sociedad estaba estratificada y generalmente era una monarquía. Practicaban la agricultura, ganadería, minería y comercio. De sus actividades artísticas destaca la Dama de Elche. Celtas y celtíberos, habitantes del centro y oeste, compartían lengua, conocimientos de metalurgia y vivían en poblados amurallados con una aristocracia guerrera. Los galaicos, astures, cántabros y vascones centraban su economía en la ganadería y el saqueo.
Los colonizadores del Mediterráneo llegaron atraídos por los recursos de la Península. Los fenicios, pueblo mercantil, fundaron Gadir (Cádiz) en el siglo IX a. C., introduciendo la metalurgia del hierro, la escritura, nuevas técnicas agrícolas y cultivos. Los griegos fundaron colonias en la costa catalana (Rosas y Ampurias) y mediterránea (Sagunto, Alicante y Denia), influyendo en la vida de las poblaciones íberas. Los cartagineses, con objetivos político-militares, fundaron Cartago Nova y Ebussus. La derrota bárquida en las Tres Guerras Púnicas marcó el inicio de la romanización de la Península Ibérica desde el siglo III a. C.
La conquista romana de la Península Ibérica, que abarcó más de doscientos años (desde finales del siglo III a. C. hasta finales del siglo I a. C.), fue un proceso gradual sin un plan específico. La ocupación se dividió en tres etapas: la toma del litoral mediterráneo y los valles del Guadalquivir y Ebro (218-170 a. C.), la penetración en la Meseta (170-29 a. C.) enfrentando resistencia en guerras celtibéricas y lusitanas, y, finalmente, la sumisión de la franja cantábrica (29-19 a. C.).
La romanización, que implicó la asimilación a la cultura romana, abarcó la organización territorial y administrativa, urbanización, obras públicas, integración económica, adopción del latín, derecho romano, expansión del cristianismo y costumbres. La intensidad de la romanización varió, siendo más marcada en el sur y este, y más débil en las regiones montañosas del norte. El latín se convirtió en la lengua oficial y base de las futuras lenguas romances. El Derecho romano sigue siendo parte esencial del ordenamiento jurídico actual. Obras públicas como calzadas, puentes y acueductos fueron fundamentales en el proceso de romanización. El cristianismo se impuso como religión dominante, dando unidad a la cultura occidental tras la caída del Imperio. La Hispania romana contribuyó con grandes figuras como emperadores (Trajano y Adriano) y destacados intelectuales como Séneca, Columela, Pomponio Mela, Quintiliano y Marcial.
En el siglo IV, aprovechando las luchas internas y la debilidad del Imperio romano, suevos, vándalos y alanos se expanden rápidamente por la Península Ibérica, generando inestabilidad política. En respuesta, los visigodos, otro pueblo germano, son enviados por el Imperio para restaurar el orden. Después de expulsar a vándalos y alanos, los visigodos crean el Reino de Tolosa en la Galia, pero son derrotados por los francos en el 507 y se asientan definitivamente en la Península, estableciendo su capital en Toledo.
Bajo el reinado de Leovigildo, inician la unificación territorial, eliminando el reino suevo de Galicia y expulsando a los bizantinos del sureste. Recaredo, su sucesor, logra la unión religiosa al adoptar el catolicismo en el III Concilio de Toledo (589). Recesvinto completa la unión legislativa con el Liber Iudiciorum. La fórmula de gobierno visigoda era una monarquía electiva y vitalicia, donde la designación del rey dependía de la Asamblea de los hombres libres. Sin embargo, el poder real estaba debilitado a favor de nobles e Iglesia, generando inestabilidad política. San Isidoro de Sevilla destacó en la cultura visigoda, rescatando el legado romano. En arquitectura, sobresalieron iglesias de nave única y arcos de herradura, influenciando el arte prerrománico. Además, en orfebrería se destacó el tesoro de Guarrazar.
Carlos I, nacido y educado en Flandes, hijo de Felipe “el Hermoso” y Juana “la Loca”, heredó la Corona de Aragón y Castilla en 1516, junto con vastos territorios en Europa y el título imperial. Su reinado enfrentó conflictos internos, como la Guerra de las Comunidades (1520-1521) y la revuelta de las Germanías (1519-1523), relacionados con tensiones sociales tras la muerte de Isabel. En política exterior, buscó el Imperio universal cristiano, enfrentándose a Francia por la hegemonía europea, a los turcos en defensa del comercio mediterráneo y a los protestantes por la unidad católica.
Su hijo, Felipe II, heredó una monarquía amplia y diversa. Internamente, su autoritarismo y la intolerancia religiosa causaron rebeliones, como la de los moriscos en Granada y la de Aragón. En el ámbito externo, afrontó la sublevación de los Países Bajos, rivalidades con Francia, conflictos con Inglaterra y guerras contra los turcos. La invasión de las Islas Británicas con la «Armada Invencible» resultó en un fracaso. Sin embargo, logró una victoria significativa en la Batalla de Lepanto contra los turcos en 1571 y unificó Portugal en 1580. La política exterior de Felipe II estuvo marcada por desafíos constantes y una serie de enfrentamientos con potencias europeas y enemigos heredados de su padre.
Durante el siglo XVII, la Monarquía Hispánica estuvo bajo el gobierno de los «Austrias Menores», caracterizados por delegar el poder en «validos». Felipe III (1598-1621) designó al duque de Lerma como valido y estableció la Pax Hispánica. Su sucesor, Felipe IV (1621-1665), confió en el conde-duque de Olivares, quien enfrentó rebeliones en Cataluña (Guerra dels Segadors) y Portugal. Las guerras exteriores, como la Guerra de los Treinta Años y conflictos con Francia y las Provincias Unidas, llevaron a crisis y pérdida de territorios tras la Paz de Westfalia (1648) y la Paz de los Pirineos (1659).
Carlos II (1665-1700) heredó un reino debilitado. Su regencia, encabezada por la madre, Mariana de Austria, intentó la recuperación económica con reformas como la Junta de Comercio y políticas monetarias deflacionistas. La política exterior se vio marcada por las guerras expansionistas de Luis XIV de Francia, resultando en la pérdida de territorios. La cuestión sucesoria se volvió crucial al final del reinado, ya que Carlos II, sin descendencia, dejó el trono en su testamento a su sobrino, Felipe de Anjou, desencadenando la Guerra de Sucesión Española.
Se denomina Sexenio Revolucionario o Democrático a la etapa comprendida entre 1868 y 1874 porque constituyó el primer intento de establecer en España una democracia basada en el sufragio universal masculino. En la década de 1860 se formó una oposición a la Corona por la crisis generalizada del régimen moderado. En 1866 se firmó el “Pacto de Ostende” entre demócratas y progresistas, y posteriormente los unionistas para acabar con los Borbones. El origen del Sexenio es la Revolución de septiembre de 1868, conocida como “la Gloriosa”, que se inició en Cádiz con el pronunciamiento militar del almirante Topete apoyado por los generales Prim y Serrano, líderes respectivos de los progresistas y unionistas. Dicho pronunciamiento tuvo dos vertientes, la militar y la popular. Se redactó el manifiesto de “Viva España con Honra”, en el que se incitaba al levantamiento popular, y tuvo como consecuencias la formación de Juntas Revolucionarias en las principales ciudades y la formación de un cuerpo armado independiente (Voluntarios de la Libertad). En Alcolea las tropas isabelinas fueron derrotadas e Isabel II se vio obligada a exiliarse en Francia, sin renunciar a la Corona, con lo que se produce un vacío de poder que asumen las Juntas Revolucionarias.
La organización de la España postrevolucionaria presentó una dualidad de poder entre el gobierno provisional y las Juntas Revolucionarias establecidas por los demócratas en algunas ciudades. El gobierno provisional estaba formado por unionistas y progresistas. Se nombró a Serrano jefe de Estado y a Prim presidente de gobierno.
Las primeras medidas del gobierno provisional fueron destinadas a controlar la revolución desarticulando las Juntas Revolucionarias y los grupos armados voluntarios.
El objetivo fundamental del gobierno provisional fue la redacción de una nueva Constitución, por lo que se convocaron Cortes constituyentes a través de un sufragio universal masculino directo por primera vez en España. Las elecciones dieron la victoria a unionistas, progresistas y demócratas moderados, partidarios de una monarquía parlamentaria democrática, de la soberanía nacional, y de un gobierno elegido por las Cortes y responsable ante ellas. Las principales características de la Constitución de 1869, vigente hasta 1874, fueron: soberanía popular; limitación del rey a una figura representativa; establecimiento de una monarquía parlamentaria; división de poderes (el ejecutivo corresponde al rey, aunque es el Consejo de ministros el que gobierna; el legislativo corresponde a las Cortes bicamerales divididas en Congreso y Senado; y el judicial correspondía a los tribunales de justicia); aprobación de una amplia carta de derechos como libertad de asociación o libertad de cultos religiosos; además de establecimiento de sufragio masculino para mayores de 25 años. Entre las concesiones a la tradición destacan la composición elitista del Senado y la aceptación de la monarquía como forma de gobierno. Tras aprobarse la constitución que reconocía la monarquía, el general Serrano fue nombrado Regente y Prim jefe de gobierno, hasta que se encontrara un monarca que ocupara el trono español.
En el ámbito económico se realizaron reformas liberalizadoras. Se estableció la peseta como única moneda nacional, se implantó el Arancel Figuerola, y se promulgó la Ley de Minas, una desamortización del subsuelo, en la que el monopolio estatal vendía minas a empresas privadas para su explotación.
Entre los problemas que enfrentó el Sexenio Revolucionario encontramos la división del partido demócrata en Cimbrios y Republicanos. El sector republicano, al verse apartado del gobierno, llevó a cabo un alzamiento republicano federal entre la burguesía y el proletariado en Cataluña, Valencia y Andalucía. A esto se suma que a lo largo del s. XIX la clase obrera comenzó a tomar conciencia del abuso recibido por las élites sociales y consolidó el movimiento obrero. En el Congreso de Barcelona de 1870 se fundó la sección española de la AIT, en la que triunfa el anarquismo sobre el marxismo al ser España eminentemente agrícola.
Además, aprovechando la Revolución Gloriosa y el vacío de poder consecuente, los criollos, apartados del poder, se sublevaron en Cuba contra los peninsulares reclamando su independencia y dando origen a la Guerra Larga (1868-1878). El levantamiento también se debe a la oposición al Pacto Colonial, que impedía a Cuba comerciar con otros países, y a la diferencia económica entre el oeste (donde se encontraban poderosos terratenientes) y el este (habitado por campesinos y esclavos) de la isla. En el este, Carlos Manuel de Céspedes proclamó la revolución y abolió la esclavitud en los condados del este.
A todo esto, se sumaba la necesidad de un nuevo rey con convicciones constitucionales y consensuado por los Estados europeos, tarea que recayó en Prim. Prevaleció la candidatura de Amadeo de Saboya, hijo del rey Víctor Manuel II de Italia, que fue proclamado rey de España por las Cortes en 1870. Antes de su llegada a España, Prim (su principal valedor) fue asesinado.
Amadeo I llega a Madrid el 2 de enero de 1871, jura la constitución, convirtiéndose en el primer monarca constitucional de España. Nombra como presidente de gobierno a Serrano, con quien, en realidad, nunca llegó a entenderse. Su reinado se caracterizó por la falta de apoyos y por la inestabilidad política.
I. Inestabilidad Gubernamental
El reinado de Amadeo resultó complejo, en parte por la inestabilidad de los gobiernos que se sucedieron, que fueron en total 7 en 2 años (además de 3 elecciones generales). Estos fueron unionistas, constitucionalistas y radicales. El clima político estaba muy condicionado por las rivalidades en el seno de los partidos, el fraude electoral, el clientelismo personal y el fallido turno de partidos.
II. Problemas
Por otra parte, hubo una serie de sucesos que dificultaron su reinado:
III. Falta de Apoyos para Gobernar
Amadeo no contará con el apoyo social y político necesario para gobernar debido a varios factores:
El incidente del Cuartel de Artillería de San Gil durante el reinado de Isabel II fue -en última instancia y de manera indirecta- la causa de la crisis final de la monarquía de Amadeo. Tras el pronunciamiento fallido en 1866, el cuerpo de artillería sufrió una gran represión, llegando al extremo en que Ruiz Zorrilla propuso, ya en época de Amadeo, la disolución del mismo. Al negarse Amadeo a llevar a cabo la medida, Zorrilla llevó la propuesta directamente a las Cortes, donde se aprobó. Amadeo, al ver la indiferencia que causaba su opinión y autoridad, decidió dimitir definitivamente el 10 de febrero de 1873. Al día siguiente, el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, asumieron los poderes y proclamaron la república (258 votos a favor y 32 en contra). Debido a la ilegalidad del origen de la república, esta fue siempre dudosa y cuestionable.