Portada » Psicología y Sociología » Fundamentos de la Actividad Neuronal y la Conciencia: Un Enfoque Cuantitativo
Esta concepción se extrae directamente de observaciones patológico-clínicas, en particular aquellas en que se trata de representaciones hiperintensas, como en la histeria y en la neurosis obsesiva, donde el carácter cuantitativo resalta con más pureza que en el caso normal. Procesos como estímulo, sustitución, conversión y descarga, que allí se describen, sugieren de manera directa la concepción de la excitación neuronal como cantidades fluyentes. Partiendo de este abordaje, se formula un principio fundamental de la actividad neuronal con referencia a Q: el principio de la inercia neuronal. Este enuncia que las neuronas procuran aliviarse de la cantidad.
El principio de inercia explica en primer lugar la bi-escisión arquitectónica de las neuronas en motoras y sensibles, como un dispositivo para cancelar la recepción de Qñ mediante su liberación. Proporciona el motivo para el movimiento reflejo. Un sistema primario de neuronas se sirve de esta Qñ así adquirida para librarla por conexión con los mecanismos musculares, y así se mantiene exento de estímulo. Esta descarga constituye la función primaria de los sistemas de neuronas. Aquí hay lugar para el desarrollo de una función secundaria, pues entre los caminos de descarga son preferidos y mantenidos los que conllevan un cese del estímulo, una huida del estímulo.
Función Primaria = Principio de la Inercia Neuronal = Principio de Constancia (Tendencia primaria a la descarga total – nivel 0).
Sin embargo, el principio de inercia es quebrantado desde el comienzo por otra constelación. Con la complejidad de lo interno, el sistema de neuronas recibe estímulos desde el elemento corporal mismo, estímulos endógenos que de igual modo deben ser descargados. Estos provienen de células del cuerpo y dan por resultado las grandes necesidades: hambre, respiración, sexualidad (Apremio de la vida).
De estos estímulos el organismo no se puede sustraer como de los estímulos exteriores, no puede aplicar su Q para huir del estímulo. Sólo cesan bajo precisas condiciones que tienen que realizarse en el mundo exterior; por ejemplo, la necesidad de alimento. Para consumar esta acción, que merece ser llamada específica, hace falta una operación que es independiente de Qñ endógena, y en general es mayor, pues el individuo está puesto bajo unas condiciones que se pueden definir como apremio de la vida.
Por esto, el sistema de neuronas está forzado a resignar la originaria tendencia a la inercia, es decir, al nivel cero. Tiene que admitir un acopio de Qñ para solventar las demandas de la acción específica. No obstante, en el modo en que lo hace se muestra la perduración de la misma tendencia, modificada en el afán de mantener al menos la Qñ lo más baja posible y defenderse de cualquier acrecentamiento, es decir, mantenerla constante. Todas las operaciones del sistema de neuronas se deben situar bajo el punto de vista de la función primaria o bien el de la función secundaria, que es impuesta por el apremio de la vida.
La idea de combinar esta teoría de Qñ con la noción sobre las neuronas, tal como la proporciona la moderna histología, es un segundo pilar de esta doctrina. El sistema de neuronas se compone de neuronas distintas, de idéntica arquitectura, que están en contacto por mediación de una masa ajena, que terminan unas en otras como en partes de tejido ajeno; y en ellas están prefiguradas ciertas orientaciones de conducción, pues con prolongaciones celulares reciben, y con cilindros-eje liberan.
Si se combina este cuadro de las neuronas con la concepción de la teoría Qñ, se obtiene la representación de una neurona (N) investida (besetzt), que está llena con cierta Qñ, y otras veces puede estar vacía. El principio de inercia halla su expresión en el supuesto de una corriente, que desde las conducciones o prolongaciones celulares está dirigida al cilindro-eje. La neurona singular es, así, una copia del sistema neuronal en su conjunto, con su arquitectura bi-escindida, siendo el cilindro-eje el órgano de descarga. En cuanto a la función secundaria, que demanda un almacenamiento de Qñ, es posibilitada por el supuesto de unas resistencias que se contraponen a la descarga, y la arquitectura de la neurona sugiere la posibilidad de situar todas las resistencias en los contactos, que así reciben el valor de unas barreras. El supuesto de las barreras-contacto es fecundo en muchas direcciones.
La primera legitimación de este supuesto surge de considerar que aquí la conducción pasa a través de un protoplasma indiferenciado en lugar de pasar, como en otros casos sucede dentro de la neurona, a través de un protoplasma diferenciado, probablemente más apto para la conducción. Así se obtiene un indicio para anudar la capacidad de conducción a la diferenciación, de suerte que se tiene derecho a esperar que por el propio proceso conductor se cree una diferenciación dentro del protoplasma y, con ella, una mejor capacidad de conducción para ulteriores conducciones.
Además, la teoría de las barreras-contacto admite las siguientes aplicaciones: una propiedad rectora del tejido nervioso es la memoria, es decir, en términos generales, la aptitud para ser alterado duraderamente por un proceso único, lo cual ofrece llamativa oposición con la conducta de una materia que deja pasar (durchlassen) un movimiento de onda, tras lo cual regresa a su estado anterior. Cualquier teoría psicológica atendible tiene que brindar una explicación de la memoria. Ahora bien, toda explicación de esa índole choca con la necesidad de tener que suponer, por una parte, que tras la excitación las neuronas serían duraderamente distintas que antes, al par que es imposible no admitir que las excitaciones nuevas tropiezan en general, con idénticas condiciones de recepción que las excitaciones anteriores. Es decir, las neuronas quedarían influidas y, a la vez, inalteradas, imparciales. No podemos imaginar fácilmente un aparato capaz de esta complicada operación; entonces, el expediente reside en que atribuyamos a una clase de neuronas ser influidas duraderamente por la excitación, y a otra clase la inalterabilidad frente a ella, o sea, la frescura para excitaciones nuevas. Así se generaría la separación entre células de percepción y células de recuerdo, separación corriente pero que no ha sido articulada en ninguna ensambladura ni ha podido sustentarse en nada.
Si la teoría de las barreras-contacto adopta este expediente, puede darle la siguiente expresión: existen dos clases de neuronas. En primer lugar, aquellas que dejan pasar Qñ como si no tuvieran ninguna barrera-contacto, y por ende tras cada decurso excitatorio quedan en el mismo estado que antes, y en segundo lugar, aquellas cuyas barreras-contacto se hacen valer de suerte tal que Qñ sólo con dificultad o sólo parcialmente puede pasar por ellas. Estas, tras cada excitación, pueden quedar en un estado otro que antes, y así dan por resultado una posibilidad de constituir la memoria.
Por consiguiente, existen neuronas pasaderas (durchlassig) (en las que no opera ninguna resistencia y no retienen nada), que sirven a la percepción, y neuronas no pasaderas (aquejadas de resistencia y retenedoras de Qñ), que son portadoras de la memoria y probablemente también de los procesos psíquicos en general. En lo sucesivo llamaremos Fi al primer sistema de neuronas y Psi al segundo.
Ahora es tiempo de aclarar los supuestos que es necesario hacer acerca de las neuronas Psi para dar razón de los caracteres más generales de la memoria. El argumento es este: son alteradas duraderamente por el decurso excitatorio. Introduciendo la teoría de las barreras-contacto: sus barreras-contacto caen en un estado de alteración permanente. Y como la experiencia psicológica muestra que existe un aprender-sobre con base en la memoria, esta alteración tiene que consistir en que las barreras-contacto se vuelvan más susceptibles de conducción, menos impasaderas, y por ende más semejantes a las del sistema Fi. Designaremos este estado de las barreras-contacto como grado de la facilitación (Bahnung). Entonces se puede decir: la memoria está constituida por las facilitaciones existentes entre las neuronas Psi.
Supongamos que todas las barreras-contacto Psi estuvieran igualmente bien facilitadas o, lo que es lo mismo, ofrecieran la misma resistencia; entonces es evidente que no resultarían los caracteres de la memoria. En efecto, la memoria evidentemente es, en relación con el decurso excitatorio, uno de los poderes comandantes, que señalan el camino y con una facilitación igual en todas partes no se inteligiría la predilección por un camino. Por eso se puede decir, con mayor corrección todavía: la memoria está constituida por los distingos dentro de las facilitaciones entre las neuronas Psi.
Ahora bien, ¿de qué depende la facilitación en las neuronas Psi? Según la experiencia psicológica, la memoria (o sea, el poder de una vivencia para seguir produciendo efectos) depende de un factor que se designa magnitud de la impresión, y de la frecuencia con que esa misma impresión se ha repetido. Traducido a la teoría: la facilitación depende de la Qñ que dentro del proceso excitatorio corre a través de la neurona, y del número de repeticiones del proceso.
Como sin quererlo, se recuerda aquí el afán originario del sistema de neuronas, afán que perdura a través de todas las modificaciones, de ahorrarse ser lastrado por Qñ o de reducir ésta lo más posible. Compelido por el apremio de la vida, el sistema de neuronas tuvo que apoyarse en un acopio de Qñ. Para eso hubo menester de una multiplicación de sus neuronas, y éstas tenían que ser impasaderas. Ahora se ahorra el llenado con Qñ, la investidura al menos en parte, estableciendo las facilitaciones. Se ve entonces, que las facilitaciones sirven a la función primaria.
Algo más exige esta aplicación del requisito de la memoria a la teoría de las barreras-contacto: es preciso atribuir a toda neurona Psi, en general, varios caminos de conexión con otras neuronas; por tanto, varias barreras-contacto. En esto, en efecto, descansa la posibilidad de la selección que es determinada por la facilitación. Se vuelve totalmente evidente que el estado de la facilitación de una barrera-contacto tiene que ser independiente del de todas las otras barreras-contacto de las mismas neuronas Psi; de lo contrario, tampoco aquí se obtendría ninguna preferencia, y por tanto ningún motivo. De esto se puede extraer una conclusión negativa sobre la naturaleza del estado facilitado. Si se imagina una neurona llena con Qñ, por ende investida, sólo se puede suponer esta Q como de igual medida por todas las regiones de la neurona, o sea también por todas las barreras-contacto de ella. Por el contrario, no hay dificultad alguna en imaginarse que con una Qñ corriente sólo se tome un camino definido a través de la neurona, de suerte que sólo una barrera-contacto esté sometida a la injerencia de la Qñ corriente, y después se conserve una facilitación de ella como secuela. Por consiguiente, la facilitación no puede tener su fundamento en una investidura retenida; es que ello no arrojaría como resultado los distingos en la facilitación de las barreras-contacto de la misma neurona.
Queda sin decidir en qué consiste, por lo demás la facilitación. En un primer abordaje se podría pensar: en la absorción de Qñ por las barreras-contacto. La Qñ cuya secuela ha sido la facilitación es sin duda descargada, justamente en virtud de aquella, que aumenta el carácter de pasadero.
El supuesto de dos sistemas de neuronas, Fi y Psi, de los cuales Fi consta de elementos pasaderos y Psi de elementos impasaderos, parece brindar la explicación para esta propiedad del sistema de neuronas: retener y, no obstante, permanecer receptivo.
A nuestra hipótesis de las barreras-contacto se objetará que suponemos dos clases de neuronas con una diversidad fundamental en sus condiciones de función, para cuya separación, a primera vista, falta toda otra base. Al menos morfológicamente (o sea, histológicamente), no se conoce nada que sustente esa separación.
Pero: ¿De dónde se extraería entonces un fundamento para esta división entre clases?
En lo posible, del desarrollo biológico del sistema de neuronas que para el investigador de la naturaleza es algo que ha devenido poco a poco, como todo lo demás. Se pretende saber si las dos clases de neuronas pueden haber tenido en lo biológico un significado diferente, y, en caso afirmativo, el mecanismo a través del cual se desarrollaron sus caracteres diferentes de lo pasadero y lo impasadero.
Un primer intento de respuesta que podríamos llamar Anatomista podría ser el siguiente: El sistema Fi sería aquel grupo de neuronas al que llegan los estímulos exteriores; el sistema Psi contendría las neuronas que reciben las excitaciones endógenas. Entonces no habríamos inventado a Fi y a Psi, sino que los habríamos encontrado. Resta todavía identificarlos con algo consabido. De hecho, por la anatomía tenemos noticias de un sistema de neuronas (la sustancia gris espinal) que es el único en entramarse con el mundo exterior, y de uno superpuesto (la sustancia gris encefálica), que no tiene conexión periférica alguna, pero al cual competen el desarrollo del sistema de neuronas y las funciones psíquicas. El encéfalo primario no se adecua mal a nuestra caracterización del sistema Psi, si nos es lícito suponer que el encéfalo tiene vías directas, independientes de Fi, hasta el interior del cuerpo. Ahora bien, no es consabido para los anatomistas el origen y el significado biológico originario del encéfalo primario; según nuestra teoría es, para decirlo directamente, un ganglio simpático. Aquí se nos ofrece la primera posibilidad de poner a prueba la teoría con un material empírico.
Provisionalmente consideremos al sistema Psi identificado con la sustancia gris encefálica. Ahora, se comprende con facilidad, por las puntualizaciones biológicas introductorias, que justamente Psi está sometido al ulterior desarrollo por multiplicación de neuronas y acumulación de cantidad, y también se intelige cuán adecuado al fin es que Psi conste de neuronas impasaderas, pues de otro modo no podría cumplir los requerimientos de la acción específica. Pero, ¿por qué camino ha llegado Psi a la propiedad de lo impasadero? Es que también Fi tiene barreras-contacto; y si éstas no desempeñan papel alguno, ¿por qué sí lo desempeñan las barreras-contacto de Psi?. Siguiendo unas argumentaciones darwinistas, se podría aducir que esas neuronas impasaderas son indispensables y por eso han sobrevivido.
Otro expediente parece más fecundo y menos pretencioso: Recordemos que también las barreras-contacto de neuronas Psi terminan por quedar sujetas a la facilitación, y que las facilita Qñ. Mientras más grande sea la Qñ en el decurso excitatorio, tanto mayor será la facilitación; es decir, por otra parte, tanto mayor su aproximación a los caracteres de las neuronas Fi. Por eso, no situemos el distingo en las neuronas, sino en las cantidades con que ellas tienen que habérselas. Entonces cabe conjeturar que sobre las neuronas Fi discurren cantidades frente a las cuales no cuenta la resistencia de las barreras-contacto, y en cambio a las neuronas Psi sólo llegan cantidades que son del orden de magnitud de esa resistencia. Así, una neurona Fi devendría impasadera, y una neurona Psi, pasadera, si pudiéramos permutar su tópica y conexiones; ellas conservan, sin embargo, sus caracteres, porque la neurona Fi sólo se entrama en la periferia y la neurona Psi, sólo con el interior del cuerpo. La diversidad de naturaleza es sustituida por una diversidad de destino y de medio.
Pero ahora tenemos que someter a examen este supuesto averiguando si es lícito decir que de la periferia externa llegarían a las neuronas cantidades de estímulo de orden más alto que de la periferia interna del cuerpo.
En primer lugar, el mundo exterior es indiscutiblemente el origen de todas las grandes cantidades de energía. El sistema Fi, que está vuelto hacia ese mundo exterior, tendrá la tarea de descargar con la mayor rapidez posible las Qñ que penetren en las neuronas, pero, de cualquier manera, estará expuesto a la injerencia de grandes Q.
El sistema Psi, según nuestra mejor noticia, no tiene conexión con el mundo exterior; sólo recibe Q, por una parte, de las neuronas Fi mismas, y por la otra, de los elementos celulares situados en el interior del cuerpo; entonces, de lo que ahora se trata es de conferir verosimilitud a que estas cantidades de estímulo sean de un orden de magnitud inferior. Quizá perturbe, sobre todo, el hecho de que debamos atribuir a las neuronas Psi dos fuentes de estímulo tan diferentes como Fi y las células del interior del cuerpo; no obstante, aquí nos presta suficiente apoyo la moderna histología de los sistemas de neuronas. Ella enseña que terminación neuronal y conexión neuronal están edificadas siguiendo el mismo tipo, que las neuronas terminan unas en otras tal como lo hacen en los elementos del cuerpo; es probable que también lo funcional de ambos procesos sea de índole idéntica. Y es verosímil que en la terminación nerviosa estén en juego cantidades semejantes que en la conducción intercelular. Tenemos derecho a esperar, también, que los estímulos endógenos sean de ese mismo orden de magnitud intercelular. Por otra parte, aquí se abre un nuevo acceso para la comprobación de la teoría.
No se sabe nada sobre la magnitud absoluta de estímulos intercelulares, pero es posible suponer que son de un orden de magnitud bajo, el mismo que el de las resistencias, de las barreras-contacto, lo cual sería de fácil intelección. Con este supuesto queda salvada la identidad de naturaleza de las neuronas Fi y Psi y explicada biológica y mecánicamente su diferencia con respecto al carácter de lo pasadero.
En primer lugar, si se ha recogido la impresión correcta sobre la magnitud de las Q en el mundo exterior, cabe preguntarse si la tendencia originaria del sistema de neuronas, mantener Qñ en cero, se satisface con la descarga rápida, o bien ya actúa en la recepción de estímulo. De hecho, se ve que las neuronas Fi no terminan libremente (o sea, sin vainas) en la periferia, sino debajo de formaciones celulares que reciben el estímulo exógeno en lugar de aquellas. Estos aparatos nerviosos terminales muy bien podrían tener el fin, en el sentido más general, de poner diques a las Q exógenas, no dejarlas ejercer un no reducido efecto sobre las Fi. Tendrían en tal caso el significado de unas pantallas para Q, que sólo unos cocientes de las Q exógenas atravesarían.
¿Existe algún fenómeno que se pueda coordinar con el fracaso de estos dispositivos? Se cree que es el dolor.
El sistema de neuronas tiene la más decidida inclinación a huir del dolor. Se discierne en ello la exteriorización de la tendencia primaria dirigida contra la elevación de la tensión Qñ, y se infiere que el dolor consiste en la irrupción de grandes Q hacia Psi. Entonces, las dos tendencias son una sola. El dolor pone en movimiento tanto al sistema Fi como al Psi, para él no existe ningún impedimento de conducción; es el más imperioso de todos los procesos. Las neuronas Psi parecen así pasaderas para él; consiste, pues, en la acción de unas Q de orden más elevado.
Las ocasiones del dolor son, por una parte, un acrecentamiento cuantitativo; toda excitación sensible, aún de los órganos sensoriales superiores, se inclina al dolor con el aumento del estímulo. Esto se comprende, sin más, como fracaso del dispositivo.
Según nuestra teoría (a saber, que Q crea facilitación), el dolor deja como secuela en Psi unas facilitaciones duraderas, como traspasadas por el rayo; unas facilitaciones que posiblemente cancelan por completo la resistencia de las barreras-contacto y establecen ahí un camino de conducción como el existente en Fi.
Hasta aquí no se ha tenido en cuenta que toda teoría psicológica, además de sus logros en el orden de la ciencia natural, debe llenar un gran requisito. Debe explicarnos aquello de lo cual tenemos noticia, de la manera más enigmática, por nuestra conciencia, y como esta conciencia nada sabe de los supuestos que llevamos hechos -cantidades y neuronas-, explicarnos también este no saber.
Para empezar, explicitemos una premisa que nos ha guiado hasta aquí. Hemos abordado los procesos psíquicos como algo que podría prescindir de esta noticia por la conciencia, como algo que existe independientemente de una conciencia. La conciencia no nos proporciona una noticia completa ni confiable de los procesos neuronales; y éstos, en todo su radio, tienen que ser considerados en primer término como inconscientes y, lo mismo que en otras cosas naturales, deben ser inferidos.
Pero, de otra parte, hay que enhebrar el contenido de la conciencia dentro de nuestros procesos Psi cuantitativos. La conciencia nos da lo que se llama cualidades, sensaciones que son algo otro muy distinto de la mera cantidad. Se puede preguntar: ¿cómo se generan las cualidades y dónde se generan las cualidades? Son preguntas que demandan la más cuidadosa indagación, y aquí sólo podemos ofrecer un abordaje aproximativo.
¿Dónde se generan las cualidades? En el mundo exterior no, pues según la intuición que nos ofrece nuestra ciencia natural, a la que en este punto ciertamente la psicología debe estar sometida, afuera sólo existen masas en movimiento, y nada más. ¿Quizás en el sistema Fi? Armoniza con esto que las cualidades se anudan a la percepción, pero lo contradice todo cuanto se puede argüir con derecho a favor de que la sede de la conciencia está en pisos superiores del sistema de neuronas. Entonces, en el sistema Psi. Pero contra esto hay una importante objeción. En la percepción actúan juntos el sistema Fi y el sistema Psi; ahora bien, existe un proceso psíquico que sin duda se consuma exclusivamente en Psi, el reproducir o recordar, y que (formulado esto en general) carece de cualidad. El recuerdo no produce, de norma, nada que posea la naturaleza particular de la cualidad-percepción. Así, se cobra valor para suponer que existiría un tercer sistema de neuronas, neuronas w podríamos decir, que es excitado juntamente a raíz de la percepción, pero no a raíz de la reproducción, y cuyos estados de excitación darían por resultado las diferentes cualidades; es decir, serían sensaciones conscientes.
De la arquitectura del sistema de neuronas cabe esperar que conste de unos dispositivos para mudar la cantidad externa en cualidad, con lo cual otra vez aparece triunfante la tendencia originaria al apartamiento de cantidad. Los aparatos nerviosos terminales eran una pantalla destinada a no dejar que actuaran sobre Fi más que unos cocientes de la cantidad exterior, en tanto que simultáneamente Fi procura la descarga gruesa de la cantidad. El sistema Psi ya estaba protegido frente a órdenes cuantitativos más altos, sólo tenía que habérselas con magnitudes intercelulares. Y, continuando en esta línea, cabe conjeturar que el sistema w es movido por cantidades todavía menores. Se vislumbra que el carácter de cualidad (por tanto, la sensación consciente) sólo se produce allí donde las cantidades están desconectadas lo más posible. Es claro que ellas no se dejan eliminar por completo, pues también a las neuronas w tenemos que pensarlas investidas con Qñ y aspirando a la descarga.
Sin embargo he aquí una objeción: Vimos que la condición de pasadero depende de la injerencia de Qñ, las neuronas Psi ya son impasaderas. Y todavía más impenetrables tendrían que ser las neuronas w con una Qñ todavía más pequeña. Y bien, a los portadores de la conciencia no les podemos atribuir este carácter. Las neuronas w se comportan como órganos de percepción, y por otra parte no sabríamos qué hacer con una memoria que ellas tuvieran. Por consiguiente, carácter pasadero, facilitación plena, que no proviene de cantidades. ¿De dónde, pues?
Veo una sola salida: revisar el supuesto fundamental sobre el decurso de Qñ. Hasta ahora sólo he considerado este último como transferencia de Qñ de una neurona a otra. Pero además es preciso que posea un carácter: una naturaleza temporal; en efecto, la mecánica de los físicos ha atribuido esta característica temporal también a los otros movimientos de las masas del mundo exterior. En aras de la brevedad, la llamo el período. Supondré entonces que toda resistencia de las barreras-contacto sólo vale para la transferencia de Q, pero que el período del movimiento neuronal se propaga por doquier sin inhibición, por así decir como un proceso de inducción.
Ahora sigue este otro supuesto: las neuronas w son incapaces de recibir Qñ, a cambio de lo cual se apropian del período de la excitación; y este su estado de afección por el período, dado un mínimo llenado con Qñ, es el fundamento de la conciencia. También las neuronas Psi tienen desde luego su período, sólo que éste carece de cualidad; mejor dicho: es monótono. Desviaciones de este período psíquico, peculiar de ellas, llegan a la conciencia como cualidades.
Pero; ¿A qué se deben las diferencias del período? Todo apunta a los órganos de los sentidos, cuyas cualidades deben de estar constituidas justamente por períodos diferentes de movimiento neuronal. Los órganos de los sentidos no sólo actúan como pantallas de Q, igual que todos los aparatos nerviosos terminales, sino también como filtros, pues sólo dejan pasar un estímulo de ciertos procesos con período definido. Es probable que transfieran luego sobre Fi esta condición de diferente, comunicando al movimiento neuronal períodos diferentes de alguna manera análogos (energía específica); y estas modificaciones son las que se continúan por Fi pasando por Psi, hacia w y allí, donde están casi exentas de cantidad, producen sensaciones conscientes de cualidades. Esta propagación de cualidad no es duradera, no deja tras sí ninguna huella, no es reproducible.
Sólo mediante tales supuestos complicados y poco intuibles se ha conseguido hasta ahora incluir los fenómenos de la conciencia en el edificio de la psicología cuantitativa.
Según una avanzada teoría mecanicista, la conciencia es un mero añadido a los procesos fisiológico-psíquicos, cuya ausencia no cambiaría nada en el decurso psíquico. Según otra doctrina, conciencia es el lado subjetivo de todo acontecer psíquico, y es por tanto inseparable del proceso anímico fisiológico. Entre ambas se sitúa la doctrina aquí desarrollada. Conciencia es aquí el lado subjetivo de una parte de los procesos físicos del sistema de neuronas, a saber, de los procesos w, y la ausencia de la conciencia no deja inalterado al acontecer psíquico, sino que incluye la ausencia de la contribución del sistema w.
Es preciso que estas neuronas tengan una descarga, por pequeña que ella sea, y que exista un camino para llenar las neuronas w con Qñ en el escaso monto requerido. La descarga, como todas va hacia el lado de la motilidad, a raíz de lo cual cabe puntualizar que en la circulación motora evidentemente se pierde todo carácter de cualidad, toda particularidad del período. El llenado de las neuronas w con Qñ tal vez sólo pueda acontecer desde Psi, puesto que no atribuiríamos a este tercer sistema ningún enlace directo con Fi.
Pero hasta aquí hemos descrito de manera incompleta el contenido de la conciencia; además de las series de las cualidades sensibles, muestra otra serie, muy diferente de aquellas: la de las sensaciones de placer y displacer, que ahora demanda interpretación. En efecto, siendo consabida para nosotros una tendencia de la vida psíquica, la de evitar displacer, estamos tentados a identificarla con la tendencia primaria a la inercia. Entonces, el displacer se coordinaría con una elevación del nivel de Qñ o un acrecentamiento cuantitativo de presión; sería la sensación w frente a un acrecentamiento de Qñ en Psi. Placer sería la sensación de descarga. Puesto que el sistema w debe ser llenado por Psi, resultaría el supuesto de que con un nivel Psi más elevado aumentaría la investidura en w, y en cambio un nivel decreciente la disminuiría. Placer y displacer serían las sensaciones de la investidura propia, del nivel propio en w, respecto de lo cual w y Psi constituyen en cierto modo unos vasos comunicantes. De tal manera, también los procesos cuantitativos en Psi llegarían a la conciencia, de nuevo como cualidades.
Con la sensación de placer y displacer desaparece la aptitud para percibir cualidades sensibles, que se sitúan, por así decir, en la zona de indiferencia entre placer y displacer. Cabría traducir esto diciendo que las neuronas w con una cierta investidura muestran un óptimo para recibir el período del movimiento neuronal, y con una investidura más intensa dan por resultado displacer, con una más débil, placer, hasta que la capacidad de recepción desaparece con la falta de investidura. Sobre tales datos sería preciso construir la forma de movimiento correspondiente.
Ahora se puede representar del siguiente modo la operación del aparato constituido por Fi Psi y w.
De afuera urgen las magnitudes de la excitación sobre los terminales del sistema Fi; primero chocan con los aparatos nerviosos terminales y son rebajadas por éstos a unos cocientes probablemente de un orden superior al de los estímulos intercelulares (¿o quizá del mismo orden?). Mientras que entre las neuronas sólo se produce una transferencia. Ahora bien, Psi recibe además investidura desde el interior del cuerpo, y sin duda es procedente dividir las neuronas Psi en dos grupos: las neuronas del manto, que son investidas desde Fi, y las neuronas del núcleo, que son investidas desde las conducciones endógenas.
El núcleo de Psi está en conexión con aquellas vías por las que ascienden cantidades de excitación endógena. Sin excluir las conexiones de estas vías con Fi, tenemos que sustentar, empero, el supuesto originario de un camino directo que lleva desde el interior del cuerpo hasta las neuronas Psi. Pero si es así, por este lado Psi está expuesto sin protección a las Q, y en esto reside el resorte pulsional del mecanismo psíquico.
Lo que sabemos sobre los estímulos endógenos se puede expresar en el supuesto de que son de naturaleza intercelular, se generan de manera continua y sólo periódicamente devienen estímulos psíquicos.
Aquellas (cantidades) tropiezan en su camino de conducción hacia Psi con unas resistencias que sólo son superadas cuando la cantidad crece. Son, entonces, unas conducciones de articulación múltiple, con interpolación de varias barreras-contacto hasta llegar al núcleo Psi. Ahora bien, a partir de cierta Q actúan de manera continua como un estímulo, y cada acrecentamiento de Q es percibido como un acrecentamiento del estímulo Psi. Existe, luego, un estado en que la conducción ha devenido pasadera. La experiencia enseña, además, que tras la descarga del estímulo Psi, la conducción recobra su resistencia.
A un proceso así se lo llama sumación. Las conducciones Psi se llenan por sumación hasta devenir pasaderas. Manifiestamente, es la pequeñez del estímulo singular la que permite la sumación. También se ha comprobado sumación para las conducciones Fi, por ejemplo para la conducción del dolor; ahí rige sólo para cantidades pequeñas. El papel menor de la sumación del lado Fi habla a favor de que en él se trata, de hecho, de cantidades más grandes. Las muy pequeñas parecen ser apartadas por el efecto de umbral de los aparatos nerviosos terminales, mientras que del lado Psi éstos últimos faltan, y sólo actúan cantidades pequeñas.
Es muy notable que las neuronas de conducción Psi puedan mantenerse entre los caracteres de lo pasadero y lo impasadero, ya que no obstante ser atravesadas por Qñ tornan a recobrar enseguida su resistencia en todo su alcance. Esto contradice por completo la propiedad que supusimos en las neuronas Psi, a saber, la de que ellas son facilitadas duraderamente por una Qñ corriente. ¿Cómo se esclarecería esta contradicción? Mediante el supuesto de que el restablecimiento de la resistencia cuando cesa la corriente es una propiedad general de las barreras-contacto. No es difícil conciliar esto con el influjo facilitatorio que recibirían las neuronas Psi. Sólo hace falta suponer que la facilitación, secuela del decurso de Q, no consiste en la cancelación de toda resistencia, sino en su rebaja hasta un mínimo de permanencia necesaria. Mientras Q discurre, la resistencia es cancelada; después se restablece. Aún con la facilitación más completa, permanece entonces cierta resistencia, igual para todas las barreras-contacto, que por lo tanto demanda también un crecimiento de Q hasta cierto umbral para que estas Q puedan pasar.
El llenado de las neuronas del núcleo en Psi tendrá por consecuencia un afán de descarga, un esfuerzo (Drang) que se aligera hacia un camino motor. De acuerdo con la experiencia, la vía que a raíz de ello primero se recorre es la que lleva a la alteración interior (expresión de las emociones, berreo, inervación vascular). Aquí una cancelación de estímulo sólo es posible mediante una intervención que elimine por un tiempo en el interior del cuerpo el desprendimiento (desligazón) de Qñ, y ella exige una alteración en el mundo exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto sexual) que, como acción específica, sólo se puede producir por caminos definidos. El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno. Y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales.
Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, este es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la operación requerida para cancelar el estímulo endógeno. El todo constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de las funciones en el individuo.
Pues tres cosas acontecen dentro del sistema Psi:
Es operada una descarga duradera, y así se pone término al esfuerzo que había producido displacer en w.
Se genera en el manto la investidura de una neurona (o de varias), que corresponden a la percepción de un objeto, y
A otros lugares del manto llegan las noticias de la descarga del movimiento reflejo desencadenado, inherente a la acción específica. Entre estas investiduras y las neuronas del núcleo se forma entonces una facilitación.
De aquí se sigue, en los términos de nuestra teoría, que una Qñ traspasa más fácilmente de una neurona a una neurona investida, que a una no investida. La investidura de la segunda neurona produce entonces el mismo efecto que la investidura más intensa de la primera. En este caso, una vez más, investidura muestra ser, para el decurso de Qñ, equivalente a facilitación.
Aquí tomamos conocimiento, por consiguiente, de un segundo factor importante para la dirección del decurso de Qñ. Una Qñ en la neurona a no irá sólo en la dirección de la barrera mejor facilitada, sino también en la dirección de la investida del lado contrario. Ambos factores pueden apoyarse entre sí o, llegado el caso, producir efectos contrapuestos.
Entonces, por la vivencia de satisfacción se genera una facilitación entre dos imágenes-recuerdo y las neuronas del núcleo que son investidas en el estado del esfuerzo. Con el reafloramiento del estado de esfuerzo o de deseo, la investidura traspasa sobre los dos recuerdos y los anima. Tal vez sea la imagen-recuerdo del objeto la alcanzada primero por la reanimación del deseo.
Yo no dudo de que esta animación del deseo ha de producir inicialmente el mismo efecto que la percepción, a saber, una alucinación. Si a raíz de ella se introduce la acción reflectoria, es infaltable el desengaño (Formulaciones acerca de los dos principios del acaecer psíquico).
12. La vivencia del dolor
De manera normal Psi está expuesto a Qñ desde las conducciones endógenas; de manera anormal, si bien todavía no patológica, toda vez que Q hipertróficas perforan los dispositivos-pantalla en Fi, o sea en el caso del dolor.
El dolor produce en Psi:
Un gran acrecentamiento de nivel que es sentido como displacer por w.
Una inclinación de descarga, que puede ser modificada según ciertas direcciones, y
Una facilitación entre ésta y una imagen-recuerdo del objeto excitador del dolor. Además, es indiscutible que el dolor posee una cualidad particular, que se hace reconocer junto al displacer.
Si la imagen mnémica del objeto (hostil) es de algún modo investida de nuevo (por nuevas percepciones), se establece un estado que no es dolor, pero tiene semejanza con él. Ese estado contiene displacer y la inclinación de descarga correspondiente a la vivencia de dolor.
Sin embargo, si entendemos que displacer significa acrecentamiento de nivel, cabe preguntar por el origen de esta Qñ en el caso del displacer en ausencia de una nueva percepción; es decir, en el dolor del recuerdo. En la vivencia genuina de dolor era la Q proveniente del mundo externo la que inviste al recuerdo, y es claro que esta tiene que ser de la naturaleza de una percepción cualquiera, pero no puede traer por consecuencia un acrecentamiento general de Qñ.
Sólo resta suponer que por la investidura de recuerdos, es desprendido (desligado) displacer desde el interior del cuerpo, y es de nuevo transportado hacia arriba. Así como hay neuronas motrices que con cierto llenado conducen Qñ a los músculos y así descargan, tienen que existir neuronas secretorias que, cuando son excitadas, hacen generarse en el interior del cuerpo lo que tiene acción eficiente sobre las conducciones endógenas hacia Psi como estímulo; neuronas que, por ende, influyen sobre la producción de Qñ endógenas, con lo cual no descargan Qñ, sino que la aportan por unos rodeos. Llamaremos neuronas llave a estas neuronas motrices. Resulta evidente que sólo son excitadas dado cierto nivel en Psi. Merced a la vivencia del dolor, la imagen-recuerdo del objeto hostil ha conservado una facilitación privilegiada con estas neuronas llave, en virtud de la cual se desprende entonces displacer en el afecto.
Puesto que el desprendimiento de displacer puede ser extraordinario con una investidura ínfima del recuerdo hostil, es lícito concluir que el dolor deja como secuela unas facilitaciones de particularísima amplitud.
Afectos y estados de deseo.
Los restos de las dos variedades de vivencia que hemos tratado son los afectos y los estados de deseo; común a ambos es contener una elevación de la tensión Qñ en Psi, en el caso del afecto por desprendimiento repentino, en el del deseo por sumación. Ambos estados son de la máxima significatividad para el decurso en Psi, pues le dejan como secuela unos motivos compulsivos. Del estado de deseo se sigue directamente una atracción hacia el objeto de deseo, respectivamente su huella mnémica; de la vivencia de dolor resulta una repulsión, una desinclinación a mantener investida la imagen mnémica hostil. Son éstas la atracción de deseo primaria y la defensa primaria.
Uno puede fácilmente explicarse la atracción de deseo mediante el supuesto de que en el estado de apetito la investidura de la imagen-recuerdo amistosa excede mucho en Qñ a la producida a raíz de una mera percepción, de suerte que una facilitación particularmente buena lleva desde el núcleo de Psi hasta la neurona correspondiente del manto.
Más difícil de explicar es la defensa primaria o represión (esfuerzo de suplantación y desalojo), el hecho de que una imagen-recuerdo hostil sea siempre abandonada por la investidura lo más pronto posible. No obstante, la explicación quizá resida en que a las vivencias primarias de dolor se les puso término mediante defensa reflectoria. La emergencia de otro objeto en lugar del hostil fue la señal de que la vivencia de dolor había terminado, y el sistema Psi intenta, instruido biológicamente, reproducir en Psi el estado que definió el cese del dolor.
Introducción del yo
Ahora bien, de hecho, con el supuesto de la atracción de deseo y de la inclinación a reprimir hemos tocado ya un estado de Psi aún no elucidado; en efecto, estos dos procesos indican que en Psi se ha formado una organización cuya presencia perturba decursos que la primera vez se consumaron de manera definida. Esta organización se llama el yo, y se la puede figurar fácilmente si se reflexiona en que la recepción, repetida con regularidad, de Qñ endógenas en neuronas definidas (del núcleo), y el efecto facilitador que de ahí parte, darán por resultado un grupo de neuronas que está constantemente investido , y por tanto corresponde al portador del reservorio requerido por la función secundaria. Cabe entonces definir al yo como la totalidad de las respectivas investiduras Psi, en que un componente permanente se separa de uno variable.
Mientras que el afán de este yo tiene que ser librar sus investiduras por el camino de la satisfacción, ello sólo puede acontecer influyendo él sobre la repetición de vivencias de dolor y de afectos, por el siguiente camino, que en general se define como el de la inhibición.
Una Qñ que desde alguna parte irrumpa dentro de una neurona se propagará siguiendo la barrera-contacto de máxima facilitación, y provocará una corriente dirigida hacia ahí. Dicho con más exactitud: la corriente Qñ se distribuirá por las diversas barreras-contacto en proporción inversa a la resistencia, y toda vez que una barrera-contacto sea alcanzada por un cociente que está por debajo de su resistencia, prácticamente nada atravesará por ahí. Para cada Qñ dentro de la neurona esta proporción fácilmente se puede plasmar de manera diversa, toda vez que se generen cocientes que sobrepujen el umbral de otras barreras-contacto. Así, el decurso es dependiente de unas Qñ y de la proporción entre las facilitaciones. Pero hemos tomado conocimiento del tercer poderoso factor. Si una neurona contigua es investida simultáneamente, esto produce el mismo efecto que una facilitación temporaria de las barreras-contacto situadas entre ambas y modifica el decurso, que de otro modo se habría dirigido por una barrera-contacto facilitada. Una investidura colateral es entonces una inhibición para el decurso de Qñ. Representémonos al yo como una red de neuronas investidas, bien facilitadas entre sí, de la siguiente manera: una Qñ que desde fuera (Fi) penetra en (la neurona) a, y que en ausencia de influjo habría ido hacia la neurona b, es influida de tal modo por la investidura colateral en a, a que sólo libra hacia b un cociente, y eventualmente no llega nada a b. Por tanto, si existe un yo, por fuerza inhibirá procesos psíquicos primarios.
Ahora bien, esa inhibición es una neta ventaja para Psi. Supongamos que a sea un recuerdo hostil, b una neurona llave para el displacer; entonces, primariamente, si a despierta se desprenderá displacer, un displacer que quizá carezca de finalidad, o al menos carezca de ella por su monto total. Con un efecto inhibitorio desde a, el desprendimiento de displacer será muy escaso, y al sistema de neuronas, sin perjuicio ulterior, se le ahorrará el desprendimiento y la descarga de Q. Uno puede ahora imaginar fácilmente, con auxilio de un mecanismo que oriente la atención del yo sobre la adviniente investidura nueva de la imagen-recuerdo hostil, el yo consiga, mediante una vasta investidura colateral inhibir el decurso que va de la imagen-recuerdo al desprendimiento de displacer. Y aun, si uno supone que el desprendimiento inicial de Qñ-displacer es recibido por el yo mismo, se tiene ahí la fuente para el gasto de que ha menester el yo para su investidura colateral inhibidora. Entonces, la defensa primaria será tanto más intensa cuanto más intenso sea el displacer.
Proceso primario y secundario en Psi.
Cuando Psi, en el estado de deseo, inviste de nuevo el objeto-recuerdo y entonces decreta la descarga, el estado de satisfacción por fuerza faltará, porque el objeto no tiene presencia real sino sólo una representación-fantasía. Al principio, Psi no es capaz de establecer ese distingo, pues sólo puede trabajar siguiendo la secuencia de estados análogos entre sus neuronas. Por eso precisa un criterio que provenga de otra parte para poder distinguir entre percepción y representación.
Además, Psi necesita de un signo que le haga prestar atención a la reinvestidura de la imagen-recuerdo hostil, a fin de prevenir, mediante investidura colateral, el desprendimiento de displacer que de aquella se seguirá. Si Psi consigue emprender a tiempo esta inhibición, el desprendimiento de displacer no se produce y la defensa es mínima; en el otro caso, sobreviene un displacer enorme y una defensa primaria excesiva.
La investidura-deseo, por un lado, y por el otro el desprendimiento de displacer a raíz de una investidura nueva del recuerdo correspondiente, pueden ser nocivos biológicamente. La investidura-deseo lo es siempre que sobrepase cierta medida y así llame a la descarga; el desprendimiento de displacer lo es por lo menos cuando la investidura de la imagen-recuerdo hostil no sobreviene del mundo exterior sino desde el propio Psi (por asociación). Por tanto, también aquí es cuestión de un signo que permita distinguir percepción de recuerdo (representación).
Ahora bien, probablemente sean las neuronas w las que proporcionen ese signo; el signo de realidad objetiva. A raíz de cada percepción exterior se genera una excitación-cualidad en w, que empero carece en principio de significatividad para Psi. Debe agregarse que la excitación w conduce a la descarga w, y de esta, como de cualquier descarga, llega hasta Psi una noticia. La noticia de descara de w es, pues, el signo de cualidad o de realidad objetiva para Psi.
Si el objeto-deseo es investido bastamente, y así es animado por vía alucinatoria, este signo de descarga o de realidad se produce lo mismo que a raíz de una percepción exterior. Para este caso el criterio fracasa. Pero si la investidura-deseo sobreviene bajo inhibición, como es posible en presencia de un yo investido, es concebible un caso cuantitativo en que la investidura-deseo, por no ser bastante intensiva, no produzca ningún signo de cualidad, mientras que la percepción exterior sí la produciría. Para este caso, pues, el criterio conserva su valor. El distingo es que el signo de cualidad se produce desde fuera con cualquier intensidad de la investidura, y desde Psi sólo con intensidades grandes. Es entonces la inhibición por el yo la que suministra un criterio para distinguir entre percepción y recuerdo. La experiencia biológica instruirá luego para no iniciar la descarga antes de que haya sobrevenido el signo de realidad objetiva, y, con este fin, no llevar más allá de cierta medida la investidura de los recuerdos deseados.
Por lo tanto: con inhibición por un yo investido, los signos de descarga w devienen universalmente signos de realidad objetiva que Psi aprende a valorar biológicamente. Si cuando emerge uno de estos signos de realidad el yo se encuentra en el estado de la tensión de deseo, hará subseguir la descarga hacia la acción específica; si con el signo de realidad coincide un acrecentamiento de displacer, Psi pondrá en escena una defensa de magnitud normal mediante una investidura colateral de grandor apropiado en el lugar indicado; si el caso no fuera ninguno de estos, , la investidura tendría permitido proceder, desinhibida, siguiendo las constelaciones de facilitación. Llamamos Procesos Psíquicos Primarios a la investidura-deseo hasta la alucinación, el desarrollo total de displacer, que conlleva el gasto total de defensa. En cambio llamamos Procesos Psíquicos Secundarios a aquellos otros que son posibilitados solamente por una buena investidura del yo y que constituyen una morigeración de los primeros. La condición de los segundos es, como se ve, una valorización correcta de los signos de realidad objetiva, sólo posible con una inhibición dada por el yo.
El discernir y el pensar reproductor.
Una vez que hemos introducido el supuesto de que en el proceso de deseo la inhibición por el yo procura una investidura moderada del objeto deseado, que permite discernirlo como no real, tenemos permitido continuar el análisis de este proceso.
El complejo-percepción se decompondrá, por comparación con otros complejos-percepción, en un ingrediente neurona a, justamente, que las más de las veces permanece idéntico, y en un segundo, neurona b, que casi siempre varía. Después el lenguaje creará para esta descomposición, el término juicio y desentrañará el ingrediente constante de percepción, por un lado, las investiduras cambiantes dentro del manto, por el otro; la neurona a será nombrada la cosa del mundo (Ding), y la neurona b, su actividad o propiedad, en suma, su predicado.
El juzgar es, por lo tanto, un proceso Psi sólo posible luego de la inhibición por el yo, y que es provocado por la desemejanza entre la investidura-deseo de un recuerdo y una investidura-percepción semejante a ella.
El recordar y el juzgar.
El pensar reproductor tiene, entonces, un fin práctico y un término biológicamente establecido, a saber; reconocer a la investidura neuronal faltante una Qñ que migra desde la percepción excedente. Así se alcanza identidad y derecho a la descarga, si además sobreviene el signo de realidad de la neurona b.
Supongamos ahora que el objeto que brinda la percepción sea parecido al sujeto, a saber, un prójimo. En este caso, el interés teórico se explica sin duda por el hecho de que un objeto como este es simultáneamente el primer objeto-satisfacción y el primer objeto hostil, así como el único poder auxiliador. Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir. Es que los complejos de percepción que parten de este prójimo serán en parte nuevos e incomparables (por ejemplo sus rasgos en el ámbito visual); en cambio otra percepciones visuales (por ejemplo, los movimientos de sus manos) coincidirán dentro del sujeto con el recuerdo de impresiones visuales propias, en un todo semejante, de su cuerpo propio, con las que se encuentran en asociación los recuerdos de movimientos por el mismo vivenciados.
Así, el complejo del prójimo se separa en dos componentes, uno de los cuales impone por una ensambladura constante, se mantiene reunido como una cosa del mundo, mientras que el otro es comprendido por un trabajo mnémico, es decir, puede ser reconducido a una noticia del cuerpo propio. El juicio, como se advierte, no es una función primaria, sino que presupone la investidura, desde el yo, del sector dispar; en principio no tiene ningún fin práctico, y parece que al juzgar se descarga la investidura del ingrediente dispar, pues así se explicaría por qué las actividades, predicados, se separan del complejo-sujeto mediante una vía más laxa.
Conformémonos con retener, entonces, que es el interés originario por establecer la situación satisfactoria el que en un caso ha producido el meditar reproductor, y en el otro el apreciar judicativo, y ello como un medio para alanzar, desde la situación perceptiva dada, real, la situación perceptiva deseada. Premisa de todo ello es que los procesos Psi no discurran desinhibidos, sino en presencia de un yo activo. Ahora bien, con ello quedaría demostrado el sentido práctico de todo trabajo de pensar.
Pensar y realidad.
Meta y término de todo proceso de pensar es, entonces, producir un estado de identidad, el traslado de una Qñ de investidura procedente de afuera (sic) a una neurona investida desde el yo. El pensar discerniente o judicativo busca una identidad con una investidura corporal; el pensar reproductor, con una investidura psíquica propia (una vivencia propia). El pensar judicativo brinda el trabajo previo al pensar reproductor, pues le ofrece unas facilitaciones ya listas para una ulterior migración asociativa. Si, luego de concluido el acto de pensar, el signo de realidad se suma a la percepción, se habrá obtenido el juicio de realidad, la creencia alcanzándose así la meta de todo el trabajo.
Respecto del juzgar, cabe puntualizar más aún que su fundamento es evidentemente la preexistencia de experiencias corporales, sensaciones e imágenes-movimiento propias. Mientras estas falten, el sector variable del complejo de percepción permanecerá incomprendido, vale decir, podrá ser reproducido, pero no proporcionará ninguna orientación para ulteriores caminos de pensar. Lo que llamamos cosas del mundo son restos que se sustraen de la apreciación judicativa.
El proceso de pensar consiste en la investidura de neuronas Psi con modificación de la compulsión facilitatoria mediante investidura colateral desde el yo. En términos mecánicos, es concebible que a raíz de ello sólo una parte de las Qñ pueda seguir las facilitaciones y que la magnitud de esta parte sea regulada de continuo por las investiduras. El proceso secundario es entonces una repetición del decurso Psi originario en un nivel inferior, con cantidades menores.
El pensar tiene que cumplir otra condición, además. No tiene permitido alterar esencialmente las facilitaciones creadas por los procesos primarios, pues así falsearía las huellas de la realidad objetiva