Portada » Historia » Reinado de Isabel II: Transformación y Consolidación del Liberalismo en España (1843-1868)
La muerte de Fernando VII en 1833 marcó el inicio de una profunda transformación en España, dando paso a nuevas estructuras políticas, económicas, sociales y culturales. Durante el reinado de su hija, Isabel II, se consolidó la transición del Antiguo Régimen al liberalismo burgués. Se instauró una monarquía constitucional basada en los principios del liberalismo político, se establecieron las bases de una economía capitalista y la sociedad estamental fue reemplazada por una nueva sociedad de clases.
La minoría de edad de Isabel II transcurrió bajo dos regencias: la de su madre, la reina María Cristina (1833-1840), y la del general Baldomero Espartero (1840-1843). En 1843, una revuelta militar liderada por Narváez derrocó a Espartero, quien se exilió en Londres. Para evitar una nueva regencia, las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II, que fue coronada reina a los trece años.
Educada en un ambiente de desconfianza hacia los sectores progresistas del liberalismo, Isabel II contrajo matrimonio en 1844 con su primo, el infante Francisco de Asís. Su matrimonio fracasó y su vida privada fue objeto de críticas, lo que debilitó su posición política. A pesar de los rumores, conservó su popularidad hasta la década de 1860, pero su favoritismo hacia los moderados la colocó en una situación cada vez más vulnerable. En 1868, la Revolución Gloriosa la obligó a exiliarse en París, donde murió en 1904.
Tras la caída de Espartero, comenzó la Década Moderada. Isabel II encargó la formación de gobierno al partido moderado, liderado por el general Narváez. Este partido, apoyado por los sectores burgueses más conservadores, gobernó durante diez años. Derogó la Constitución de 1837 y promulgó la Constitución de 1845, que suprimió los aspectos más progresistas de la anterior. La soberanía nacional fue sustituida por la soberanía conjunta del rey y las Cortes, otorgando más poderes a la Corona, como el nombramiento de ministros, la convocatoria y disolución de las Cortes, y el derecho de veto. Las Cortes siguieron siendo bicamerales: el Congreso, elegido por un sufragio muy restrictivo (menos del 1% de la población), y el Senado, de designación real. Se reconocieron amplios derechos, pero regulados por leyes posteriores, y se pasó de la tolerancia religiosa a la confesionalidad del Estado.
Durante este periodo se implementaron medidas para establecer un sistema político conservador:
Los moderados llevaron a cabo una profunda centralización política y administrativa, destacando:
Las divisiones internas del partido moderado, las denuncias de corrupción y los escándalos financieros, que en ocasiones involucraban a la familia real, llevaron a las clases populares a apoyar un pronunciamiento liberal liderado por el general Leopoldo O’Donnell en junio de 1854, conocido como la «Vicalvarada». El «Manifiesto de Manzanares», redactado por Cánovas del Castillo, movilizó a los grupos progresistas y demócratas. La reina llamó a Espartero, dando inicio al Bienio Progresista (1854-1856).
Durante el Bienio se adoptaron medidas radicales, como la expulsión de los jesuitas y la prohibición de procesiones. Se llevaron a cabo reformas económicas, como la Ley de Desamortización General de 1855, elaborada por Pascual Madoz, que afectaba al clero secular y a los bienes municipales. También se promulgaron leyes relacionadas con la banca, la minería y la Ley General de Ferrocarriles de 1855. Sin embargo, las presiones de la Corona y la Iglesia provocaron la caída de Espartero y el regreso de los moderados al poder.
Comenzó así la segunda Década Liberal Conservadora (1856-1868). El periodo de mayor prosperidad coincidió con el gobierno de la Unión Liberal de O’Donnell (1856-1863), que se benefició de una época de buenas cosechas y expansión comercial, gracias a las colonias de Cuba y Filipinas. También se inició una activa política exterior, con intervenciones en la Cochinchina, el norte de África, Santo Domingo y México.
Entre 1863 y 1868, se sucedieron gobiernos de moderados y unionistas que no lograron solucionar los problemas del país: el conservadurismo de la Corona impedía el acceso al gobierno de progresistas y demócratas; la crisis agraria provocó el alza de los precios; la crisis bursátil hundió varias compañías ferroviarias; y el auge del movimiento obrero y el republicanismo acentuó las críticas a la monarquía. Crecían las aspiraciones de mayor libertad y derechos civiles, expresadas en revueltas estudiantiles y agitación obrera y campesina.
Ante la imposibilidad de gobernar legalmente, los progresistas intentaron acceder al poder mediante pronunciamientos. La dura represión y los fusilamientos del cuartel de San Gil desprestigiaron a la reina. Esto llevó a una alianza entre progresistas y demócratas, que firmaron el pacto de Ostende en 1866, acordando destronar a Isabel II. En septiembre de 1868, la armada española en Cádiz, dirigida por el almirante Topete, se sublevó con el apoyo de los generales Prim y Serrano. Comenzó así la Revolución Gloriosa. El movimiento se extendió con levantamientos populares al grito de «Mueran los Borbones», y se organizaron juntas revolucionarias locales. Serrano venció al ejército gubernamental en Alcolea, e Isabel II huyó a Francia. La revolución había triunfado.