Portada » Griego » El simbolismo y la tragedia en Bodas de sangre de Federico García Lorca
El estreno de Bodas de sangre, el 8 de marzo de 1933 en el Teatro Beatriz de Madrid, supuso un enorme cambio en la dramaturgia de la época. A Federico García Lorca no le gustaba el teatro de su tiempo, en el que se repetían argumentos previsibles y triviales. Frente a eso, él quería escribir obras que mostraran las preocupaciones más hondas del ser humano, los problemas irresolubles y las pasiones más oscuras. Además, le interesaba mucho más el público popular que el burgués, como demostró cuando organizó su compañía La Barraca.
Si algo impresiona al lector actual por encima de todo es el manejo que hace Lorca de unos símbolos que muestran su admiración por la corriente surrealista y su interés por liberar el subconsciente de sus personajes, como ocurrirá en otros autores de la Generación del 27, a la que perteneció. En Bodas de sangre el caballo simboliza el deseo sexual, la virilidad, la fuerza de la naturaleza que vive dentro del ser humano; por eso el caballo de Leonardo va solo a casa de la Novia, por eso es el centro de la nana que la Mujer y la Suegra le cantan a su hijo, por eso en este animal viajan Leonardo y la Novia del pueblo al espacio onírico del bosque donde se desarrolla el tercer acto.
También los personajes aparecen asociados al uso de símbolos. El Novio se asocia al agua tranquila, a la que sirve para regar las viñas y hacer que la vida cotidiana sea más cómoda y segura. La Novia se asocia a la extrema sequedad: por eso sus tierras son de secano. Esa sequedad y el calor, también simbólico, del espacio donde vive han hecho nacer en ella un fuego que la abrasa por dentro. Para apagarlo podría intentar usar el agua del Novio, pero no resulta suficiente para tanto dolor: ella necesita lo que le ofrece Leonardo, que queda identificado con un río turbio, que apaga el incendio, pero arrasa todo a su paso y conduce sin remedio a la perdición. Este choque de pasiones producirá el pathos de estos personajes y la catarsis final del público, cuando sean destrozados por el destino.
Da igual cuánta resistencia opongan la Novia y Leonardo al deseo que les sale de lo más profundo y oscuro de su ser, porque es tanta su fuerza que se transforma en su destino. Por eso la obra es una tragedia, como las griegas: porque, aunque todos sepan lo que va a suceder y aunque aparezcan por todas partes pistas que lo anticipan, los personajes están sometidos a un destino que no pueden evitar. Los Félix están destinados a ser asesinos, la Novia a dejarse llevar por su pasión y los hombres de la familia del Novio a morir asesinados. Hasta tal punto se parece Bodas de sangre a una tragedia griega que incluso incluye un coro, aunque tal papel, que consiste en asumir la conciencia colectiva y en anticipar la desgracia, lo desempeñen algunos de los personajes: la Mujer y la Suegra cuando cantan la nana, los Leñadores en el bosque y las Mujeres y la Niña en el último acto.
Por todo ello, Bodas de sangre constituye una auténtica obra maestra. Nunca en el teatro español se había conseguido una tragedia que alcanzara el nivel de las de Shakespeare en Inglaterra. Nunca se había presentado con tanto desgarro la fuerza incontenible del deseo como en esa escena en la que la Novia justifica su comportamiento ante la Madre. Son suficientes razones como para comprender por qué Federico García Lorca es el más universal de los autores españoles del siglo XX.