Portada » Filosofía » Descartes y Aristóteles: Dualismo, Error y la Búsqueda de la Felicidad
Este texto pertenece a la obra Meditaciones metafísicas, donde Descartes encuentra el reposo para desarrollar el sistema filosófico que ya había esbozado en el Discurso del Método y las Reglas para la dirección del espíritu. (El tema de esta Meditación tercera es la demostración de la existencia de Dios.)
ANTROPOLOGÍA: El dualismo antropológico de Descartes plantea que el ser humano está compuesto por dos sustancias distintas: la sustancia material (el cuerpo) y la inmaterial (el alma). El cuerpo es material, sujeto a las leyes mecánicas y al determinismo, mientras que el alma, o «res cogitans», es consciente, libre e inmortal. Esta separación crea un problema de relación entre ambas, conocido como el problema mente-cuerpo: ¿cómo interactúan si son tan diferentes? Descartes intentó explicarlo comparando el alma con un piloto que guía un barco (el cuerpo). Sin embargo, esta solución no fue del todo satisfactoria, y la interacción entre cuerpo y alma sigue siendo un desafío filosófico.
DIOS…
Según Descartes, los errores humanos provienen de un fallo en la voluntad, que acepta ideas confusas o no claras, no del entendimiento. Para evitar estos errores, debemos entrenarnos para aceptar solo aquellas ideas que sean claras y distintas.
La existencia de Dios garantiza la veracidad de todo aquello que mi entendimiento capta de forma clara y distinta. Según Descartes, a veces, mi voluntad decide aceptar como válidas algunas ideas que no tienen esos rasgos de claridad y distinción. El error se produce cuando mi voluntad admite como válidas ideas que no deberían aceptarse porque son oscuras y confusas. En conclusión, el origen de los errores humanos está en un fallo de la voluntad, y no del entendimiento. Entonces para evitar estas equivocaciones debemos entrenarnos para aceptar voluntariamente únicamente aquello que se perciba con total claridad y distinción.
Aristóteles, en sus obras sobre ética (Ética a Nicómaco y Ética a Eudemo), plantea una teoría ética teleológica y eudemonista, donde la finalidad última de la vida humana es alcanzar la felicidad (eudaimonía). La ética aristotélica se basa en la idea de que todas las actividades humanas buscan un fin o propósito (telos), y ese fin último es la felicidad, considerada el bien supremo.
Para Aristóteles, los fines de las acciones humanas se jerarquizan, y todos los bienes deben subordinarse a un único fin final que no sea medio para otro: la felicidad. Sin embargo, hay diferentes opiniones sobre qué es la felicidad. Aristóteles critica la idea de que la felicidad se encuentra en bienes externos como la riqueza, los honores o el placer, ya que estos solo son medios para alcanzar la verdadera felicidad. La felicidad es el único fin que es buscado por sí mismo y no como un medio para otro fin.
Aristóteles clasifica los bienes en tres tipos: bienes externos (riqueza, fama, poder), bienes del cuerpo (salud, placer, tranquilidad) y bienes del alma (sabiduría, contemplación, virtud). Para alcanzar la felicidad, el ser humano debe desarrollar los bienes del alma, ya que estos son los más propios y característicos del ser humano, en particular, su capacidad de pensar y razonar. Así, la contemplación y el ejercicio de la razón son las actividades que más conducen a la felicidad, ya que representan la esencia de la naturaleza humana.
La virtud es fundamental para alcanzar la felicidad. Aristóteles distingue entre dos tipos de virtudes: las virtudes éticas, que están relacionadas con la parte irracional del alma (cuerpo y emociones) y se adquieren a través de la costumbre y el hábito, y las virtudes dianoéticas, relacionadas con la parte racional del alma, que se adquieren mediante la educación y el aprendizaje. Las virtudes éticas más importantes son la templanza, la fortaleza y la justicia, mientras que las virtudes dianoéticas son la sabiduría y la prudencia.
Aristóteles también defiende que la virtud es un hábito, adquirido mediante la práctica constante. No basta con saber qué es la virtud, sino que se debe practicarla hasta convertirla en un hábito que guíe nuestras acciones. Además, la virtud se encuentra en el término medio entre dos vicios: uno por exceso y otro por defecto. Por ejemplo, la valentía es el punto medio entre la temeridad y la cobardía. La prudencia es la virtud intelectual que nos permite conocer el término medio adecuado en cada situación.
Conclusión: La ética aristotélica nos enseña que la felicidad es el fin último de la vida humana y que se alcanza mediante el desarrollo de la virtud, que implica tanto el dominio de las pasiones como la correcta utilización de la razón. La virtud es un hábito que se cultiva a lo largo de la vida y nos permite encontrar el equilibrio en nuestras acciones, guiados por la prudencia, para alcanzar el bien supremo: la felicidad. Aristóteles ofrece una visión de la ética que no se limita a
la teoría, sino que enfatiza la importancia de la práctica y la sabiduría cotidiana.