Portada » Filosofía » Ortega y Gasset: Perspectivismo y Raciovitalismo en el Contexto Histórico y Cultural del Siglo XX
La España de finales del siglo XIX y comienzos del XX se caracteriza por un atraso económico, agitación social y agotamiento político. Esta situación influye en el pensamiento de Ortega, quien, por su vinculación familiar, estuvo muy atento a los fenómenos políticos y sociales. La revolución industrial llegó a España en fecha muy tardía y limitada a dos regiones: Cataluña y el País Vasco. Hasta entonces, predominaba una economía agraria en manos de la oligarquía terrateniente, más preocupada por aumentar la extensión de la propiedad que por la productividad de la finca.
En lo social, la época que le tocó vivir a Ortega se caracteriza por el desarrollo del anarquismo y el socialismo. Aumenta la conflictividad social con la reivindicación de mejores condiciones de trabajo, secundada en un sector minoritario del anarquismo con prácticas terroristas.
Por lo que se refiere a la esfera política, la España de Ortega y Gasset se caracteriza por la restauración de la monarquía constitucional, tomando como modelo la monarquía inglesa, pero con gravísimos errores que falsearon su carácter democrático y que, a la postre, impidieron su reforma. El turno en el poder de los dos partidos gobernantes (conservador y liberal) quedaba adulterado por las elecciones dominadas por el caciquismo.
La primera mitad del siglo XX conoce la búsqueda fracasada de un modelo estable de Estado. Ni la dictadura de Primo de Rivera ni la II República fueron capaces de conseguirlo, y su fracaso dio origen a la Guerra Civil y a la posterior dictadura del general Franco, que tampoco resolvió el problema. Para colmo, las dificultades de vertebración fueron potenciadas por el desarrollo de los nacionalismos, especialmente en Cataluña y el País Vasco. La invertebración de España fue un problema que preocupó profundamente a Ortega, hasta el punto de dedicarle una de sus obras.
Hay un denominador común en las diversas manifestaciones culturales, ya sean artísticas, literarias o científicas. En todas ellas se percibe, no tanto la sustitución del realismo por el subjetivismo, la visión realista de las cosas por otras más subjetivas, la sustitución de un sujeto absoluto, a modo racionalista, por otro tipo de sujeto, más particular, más inserto en la circunstancia concreta. Desde finales del siglo XIX, el mundo artístico vive momentos de fuerte cambio, cuya característica general es el abandono de la representación realista. Las primeras manifestaciones, situadas todavía en el siglo XIX, son el impresionismo y el posimpresionismo.
En las primeras décadas del siglo XX, el cambio se convierte en ruptura, apareciendo los vanguardismos. La forma más radical de ruptura se manifiesta en el arte abstracto, donde la figura desaparece por completo. Si toda representación artística pide interpretación, en el arte abstracto la interpretación se vuelve imprescindible, pero no se trata de una interpretación general, sino de la interpretación particular del sujeto que la ve. Algo semejante sucede en la literatura. Frente a la novela realista o naturalista de la segunda mitad del siglo XIX, aparecerá otra manera de hacer literatura, más cuidada, más atenta a la novela y el teatro. El modernismo rechaza el prosaísmo de la literatura anterior, cultiva la belleza sensorial, se interesa por expresar lo subjetivo y busca el arte por el arte.
Ya entrado el siglo XX, aparecen las vanguardias literarias. En España, el movimiento de vanguardia fue el surrealismo (superrealismo), sobre todo entre los poetas de la generación del 27.
Por lo que se refiere a las ciencias, hay que decir que, durante las últimas décadas del siglo XIX, conocen un momento de crisis, especialmente la física, que es en cierta manera el modelo de todas ellas. No se trata de una decadencia, sino de un cambio de paradigma o de concepción.
Las nuevas investigaciones cambian la concepción de la física, que se convierte en indeterminista, probabilista y antiintuitiva, como lo es el «continuo espacio-tiempo» de cuatro elementos de Einstein. Ortega encontró una fuerte relación entre su doctrina de la perspectiva y la teoría de la relatividad de Einstein, al que le unía una amistad personal. Para aquel, el espacio-tiempo forma parte de la perspectiva física, y si cambia la perspectiva, cambian el espacio y el tiempo.
La doctrina del punto de vista constituye el último capítulo de la obra El tema de nuestro tiempo, publicada por primera vez en 1923. La exposición de la doctrina del punto de vista, que es tanto una doctrina epistemológica como ontológica, se inserta dentro de un problema más amplio de orden social y cultural, que es lo que explica su primitiva publicación en un periódico. Se suele dividir el pensamiento de Ortega en tres fases: el objetivismo, el perspectivismo y el raciovitalismo. El pensamiento de Ortega se sitúa dentro de la crisis de la razón que se produce en la cultura europea a finales del siglo XIX y a la que intentan dar respuesta. La confianza que la Edad Moderna había depositado en la razón a través de sus diversas formas está en quiebra, especialmente por las críticas de algunos filósofos, como Marx y Nietzsche. Empieza a sospecharse que la razón no nos servirá para comprender la realidad, bien porque la deforma y falsifica, bien porque niega y reprime los tecnicismos más profundos del ser humano. En la elaboración de su respuesta a la crisis, Ortega recibe diversas influencias, todas ellas de la filosofía continental, europea, francesa y, sobre todo, alemana. La influencia del historicismo le viene a Ortega de tres pensadores: Dilthey, Simmel y Spengler, especialmente del primero, al que profesó gran estima. El historicismo afirma el carácter histórico de toda realidad y, especialmente, de la realidad humana. La historia es simplemente la vida, concebida desde el punto de vista de toda la humanidad. Asimismo, el hombre es esencia histórica. La influencia del vitalismo se concreta en dos pensadores: Nietzsche y Bergson. Para Nietzsche, «no hay cosa en sí, sino perspectiva», «no hay hechos, sino interpretaciones». Para Bergson, la realidad es devenir, vida, impulso vital. Esa vida no se conoce a través de la inteligencia, que inmoviliza y fracciona la realidad, sino a través de la intuición. El existencialismo, representado por Heidegger, con el que Ortega llegó a tener relación personal, toma como punto de partida la fenomenología de Husserl, su maestro, al que sucedió en su cátedra de Friburgo. Ortega lee con gran interés su primera gran obra, Ser y tiempo, pero considera que esa analítica está superada por su concepción racionalista. La influencia de Ortega en otros pensadores españoles dio origen a la Escuela de Madrid, que solo llegó a articularse como tal durante la II República, especialmente durante los años 1933-1936, pero, desgraciadamente, la Guerra Civil truncó su desarrollo. Sus tres máximos representantes fueron Manuel García Morente, Xavier Zubiri y José Gaos.
Las referencias filosóficas de Ortega son, fundamentalmente, Kant, Nietzsche y Dilthey. Si en Kant la razón sustituía a la vida y en Nietzsche, más radical, la vida sustituía a la razón, en Ortega encontramos una razón que es la función vital y espontánea de los seres humanos y que se realiza en la historia. Ortega no va contra la razón, sino contra el racionalismo. La crítica a Kant se centra, no en la razón, sino en la «razón pura» que se aparta y se independiza de la vida. La razón no puede estar al margen de la vida, ya que esto la convertiría en irracional. Ortega, por el contrario, inventa el «raciovitalismo». El raciovitalismo es la doctrina de la razón vital y, por un lado, evita la reducción a la razón pura, sin el concurso de la vida, y, por otro, esquiva la exagerada exaltación nietzscheana de lo instintivo sin la razón. Así, aunque recibió la influencia de Nietzsche, Ortega no admite que lo clasificaran como vitalista. En ninguna parte de su filosofía aceptó que todo lo humano pudiese reducirse a la vida biológica ni tampoco desvaloriza la razón a favor de los instintos. Por el contrario, con su apelación a la vida como realidad radical, se acerca a Dilthey y a Heidegger. El ser humano no es naturaleza, sino historia; dicho de otro modo, el ser humano no es sino lo que hace. Somos lo que hacemos, y nos pasa lo que nos constituye.
La doctrina del punto de vista muestra su fecundidad cuando la aplicamos a las sociedades actuales, cada vez más multiculturales. A la cultura originaria se han añadido otras culturas importadas por los inmigrantes. Está claro que la circunstancia social ha cambiado y, como consecuencia, también el punto de vista. Tanto la población indígena como la población inmigrante tienen que ser fieles a sus circunstancias históricas, lo que implica que la primera adapte sus costumbres con el fin de favorecer la convivencia con esa nueva población añadida, y que la segunda abandone sus pretensiones de aplicar en el nuevo país que lo recibe las mismas partes culturales que en su país de origen.
El texto que comentamos pertenece al capítulo final de la obra de Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, titulada «La doctrina del punto de vista». Ante todo, conviene apreciar que El tema de nuestro tiempo delimita un proyecto de análisis de la crisis de la Modernidad. Todo el proyecto filosófico del libro conduce, pues, hacia una síntesis de los dos términos en dilema: cultura y vida, trascendencia e inmanencia, racionalidad y espontaneidad. Y síntesis de la obra es también en la práctica este capítulo final que ahora comentamos titulado «La doctrina del punto de vista». En este capítulo se expresan directamente cinco principios: 1) Que la vida es cambio y desarrollo; 2) Que esta vida es individual, la individualidad de cada sujeto real; 3) Que cada vida es un punto de vista sobre el universo y que la verdad adquiere una dimensión vital; 4) Que la filosofía tiene una dimensión vital, histórica, perspectivista; 5) Que para lograr la verdad integral se requiere la integración de las perspectivas individuales. Concretamente, el fragmento que comentamos habla de…