Portada » Historia » Ascenso del Fascismo en Italia: De los Arditi a Mussolini
Los Arditi, fuerzas de choque fascistas, adoptaron una ideología de violencia en la que sus principales adversarios eran los socialistas y marxistas. Este periodo culminó en 1921. En 1920, ante la ocupación de fábricas por obreros y tierras por campesinos, y la inacción del gobierno, se inició una ofensiva contra socialistas y sindicalistas. Ese mismo año, los terratenientes recurrieron a estas fuerzas de choque para ejecutar golpes de estado locales, un proceso exacerbado por la inestabilidad de los dirigentes y la actitud dubitativa, e incluso complaciente, del gobierno hacia estos grupos fascistas. El bloque liberal se había dividido, el Partido Popular, una fuerza política católica, era incapaz de enfrentarse al fascismo, y el Partido Socialista, aunque era la primera fuerza política en 1919, se dividió tras la revolución bolchevique. En este contexto, Mussolini y sus fascistas comenzaron a ganar protagonismo como garantes del orden dentro del gobierno italiano.
En Italia existieron fascios antes de Mussolini, pero los primeros grupos fuertes aparecieron en 1919, fusionando los grupos nacionalistas de preguerra con los de posguerra, en un clima de exaltado nacionalismo italiano. Fiume no fue devuelta a Italia, como se estipulaba en los tratados de posguerra, lo que se percibió como una traición. D’Annunzio tomó Fiume, pero Italia no reconoció su incorporación. D’Annunzio creó la República de Saló, un ensayo previo a la Italia de Mussolini. En marzo de 1919, Mussolini fundó los Fasci di Combattimento.
En las elecciones a la Cámara de Diputados de mayo de 1921, los fascistas obtuvieron 35 escaños, incluyendo a Mussolini. A partir de 1922, Mussolini contó con el apoyo del gran capital y la patronal italiana (Confindustria), que financiaron a los grupos fascistas y les proporcionaron material del ejército y la policía. Las organizaciones de izquierda respondieron con una huelga general el 1 de agosto de 1922 para protestar contra la violencia fascista, pero la fuerza desplegada por los fascistas la hizo fracasar. Mussolini lanzó un ultimátum al gobierno y a los huelguistas: si el gobierno no actuaba, los fascistas «restablecerían el orden». En octubre de 1922, el Consejo Nacional Fascista, máximo órgano del Partido Fascista, reunido en Nápoles, propuso la Marcha sobre Roma para «convencer» al rey Víctor Manuel III de entregar el poder a Mussolini. El rey, poco afín al parlamentarismo y temeroso del avance de la izquierda, encargó a Mussolini formar gobierno el 29 de octubre de 1922. Mussolini había llegado al poder.
El creciente fascismo y los desórdenes callejeros socialistas y comunistas llevaron a un último intento de oposición: una huelga general en agosto de 1922. El fracaso fue total, y los fascistas, que habían movilizado a los escuadristas para mantener los servicios básicos, aprovecharon la huelga para sustituir al estado en instituciones clave como correos, trenes y autobuses, lo que facilitó a Mussolini organizar la Marcha sobre Roma en 1923.
Desde su primer gobierno, Mussolini se enfocó en eliminar la oposición política. Tras modificar la ley electoral para asegurarse un Parlamento favorable, se convocaron nuevas elecciones en abril de 1924, en las que Mussolini obtuvo la mayoría absoluta (65% de los escaños) después de una campaña violenta. El diputado socialista Giacomo Matteotti denunció la violencia de la milicia fascista y el fraude electoral, exigiendo la anulación de las elecciones. Fue secuestrado y asesinado por bandas fascistas en mayo de 1924. Este hecho provocó que los diputados de la oposición abandonaran la Cámara, dejando a Mussolini y al Partido Fascista solos en las instituciones. El 3 de enero de 1925, Mussolini asumió la «responsabilidad histórica y moral» del asesinato de Matteotti y anunció leyes para establecer la dictadura fascista.
Una vez eliminada la oposición, Mussolini se dedicó a construir un Estado fuerte y totalitario. A partir de diciembre de 1925, una serie de leyes excepcionales sobre «atribuciones y prerrogativas del jefe del gobierno» y sobre las «facultades del ejecutivo para derogar y emanar normas jurídicas» otorgaron a Mussolini los mismos poderes que al jefe del Estado (Víctor Manuel III), el único con la potestad de deponerlo. Mussolini comenzó a legislar por decreto: disolvió partidos y organizaciones no afines al régimen, persiguió a sus miembros y dirigentes, y creó una policía política, la OVRA, y Tribunales especiales «para la defensa del Estado».
El corporativismo, un rasgo distintivo del fascismo, se implementó con las leyes laborales de Rocco de 1925-1926. Se eliminaron los sindicatos y se estableció una nueva organización sindical basada en la «colaboración entre las clases». El Estado se encargaba de ordenar las relaciones laborales y solo se reconocían dos grandes organizaciones sindicales: la de los patronos y la de los trabajadores. Las huelgas fueron declaradas ilegales.
En contraste con la política de gobiernos anteriores, Mussolini decidió acercarse al Vaticano para resolver el contencioso entre la Iglesia y el Estado italiano que existía desde 1870, tras la incorporación de los territorios pontificios al reino de Italia. Las relaciones se normalizaron con la firma del Pacto de Letrán en 1929. El acuerdo tenía una vertiente política y otra económica. Políticamente, el pacto implicaba el reconocimiento por parte de la Santa Sede del reino de Italia y su capital, Roma. El Estado italiano, a su vez, otorgaba el rango de Estado soberano e independiente a la Ciudad del Vaticano. Económicamente, la deuda italiana con la Santa Sede se saldó con la entrega de 750 millones de liras y mil millones en títulos de la renta italiana con un interés del 5% anual.