Portada » Arte » Maravillas Arquitectónicas y Escultóricas de la Antigüedad: Panteón, Teatro de Mérida, Coliseo y Obras Maestras
El Panteón de Agripa es una de las obras más impresionantes de la arquitectura romana, destacando por su monumentalidad y la perfección técnica de su diseño. Originalmente mandado construir por Agripa en el año 27 a.C. y luego reconstruido por Adriano entre los años 118 y 125 d.C., este templo dedica su espacio a todos los dioses romanos. Su estructura combina un pórtico clásico con columnas monolíticas de granito y capiteles corintios, que otorgan majestuosidad a la entrada. La transición al espacio circular de la cella es ingeniosa, logrando armonizar un espacio rectangular con otro cilíndrico, una proeza técnica de la ingeniería romana. El tambor cilíndrico, con sus gruesos muros y sus nichos decorativos, demuestra el dominio de los romanos en la distribución de cargas, permitiendo la creación de la espectacular cúpula. Esta última, con su diámetro y altura de 43 metros, revela el avance en ingeniería y estética de la Roma Imperial. El óculo central, con 9 metros de diámetro, no solo aporta iluminación natural sino que tiene un significado cosmológico. Esta apertura conecta el espacio terrenal con el celestial, enfatizando la relación entre Roma, los dioses y el universo. La cúpula, con su forma de bóveda celeste y sus círculos de casetones que evocan los días del mes lunar y las órbitas planetarias, transforma el espacio arquitectónico en un microcosmos del universo. La ubicación del óculo en el centro de la cúpula refuerza la idea de Roma como centro del mundo conocido.
Este diseño refleja la ideología imperial romana, donde el emperador, como figura divina, se presenta como mediador entre los hombres y los dioses. Más allá de ser un edificio religioso, el Panteón no solo es un testimonio de la devoción religiosa romana, sino también un reflejo de su concepción del universo. En conclusión, el Panteón de Agripa es un ejemplo de cómo los romanos combinaron arquitectura, ingeniería y simbolismo para expresar su visión del mundo y su poder.
El Teatro Romano de Mérida es una de las joyas arquitectónicas mejor conservadas del mundo romano, símbolo del poder y la cultura del Imperio en Hispania. Este edificio no solo fue un espacio para las representaciones teatrales, sino también un lugar de encuentro social, reflejando el orden jerárquico y las costumbres de la época. El diseño del teatro sigue la influencia griega en su disposición general, aunque con modificaciones típicamente romanas. La cavea, dividida en tres secciones según la clase social, permite observar cómo se organizaba la sociedad romana: los ciudadanos más privilegiados ocupaban las zonas inferiores, mientras que los esclavos y las clases bajas se relegaban a las gradas superiores. La capacidad para 6,000 personas y el sistema de vomitorios y corredores abovedados evidencian el ingenio arquitectónico romano, pensado para una circulación eficiente y cómoda del público, una característica que sigue siendo funcional hoy.
El elemento más llamativo es el frons scenae. Con sus columnas corintias de mármol, esculturas de miembros de la Casa Imperial y divinidades, y una altura impresionante de casi 30 metros, este es un símbolo del lujo y la grandiosidad romana. Representa un cambio significativo respecto al teatro griego, destacando el gusto romano por la monumentalidad y la ornamentación. La orchestra, semicircular en lugar de circular como en los teatros griegos, pierde protagonismo, cediendo espacio a una escena más grande, adaptada a las necesidades de las representaciones romanas, donde predominaban diálogos y actores sobre el papel coral. El uso de nuevos materiales como el hormigón romano, junto con el empleo del arco y la bóveda, permitió a los romanos construir este teatro sin depender de una colina para sostener el graderío, una clara evolución respecto al modelo griego. Este avance técnico no solo facilitó la construcción en terrenos planos, sino que también amplió la capacidad de los edificios y su durabilidad. El teatro de Mérida es un reflejo del prestigio de Emerita Augusta como una de las ciudades más importantes de Hispania.
El teatro ha tenido un impacto duradero en la historia de la arquitectura y la cultura. Su conservación y uso actual, especialmente en eventos como el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, lo convierten en un puente entre la antigüedad y el presente, recordándonos la importancia del legado romano en nuestra sociedad contemporánea.
En definitiva, el teatro romano de Mérida es una muestra excepcional del genio arquitectónico y cultural romano, que fusiona funcionalidad, simbolismo y estética en un espacio diseñado para asombrar y educar a quienes lo visitaban.
El Coliseo, es un ícono de la ingeniería romana, diseñado para albergar a 50,000 espectadores y ejemplificar el poder de Roma. Su estructura ovalada y el uso de innovaciones como el hormigón romano y las bóvedas permiten no solo una gran estabilidad, sino también una evacuación eficiente. El edificio cuenta con cuatro niveles de arcos y columnas de diferentes órdenes clásicos, como dórico, jónico y corintio, lo que le otorga un carácter armonioso. Además, su diseño incluye un velarium para proteger a los espectadores, mientras que el interior está dividido en una arena central y graderíos organizados por jerarquía social.
Más allá de ser un lugar de entretenimiento, el Coliseo cumplía una función política y social, sirviendo como instrumento de control a través de los espectáculos que ofrecía. Estos eventos fueron una forma de asegurar la lealtad del pueblo mediante la política del «pan y circo». Su construcción, patrocinada por Vespasiano, simbolizaba la grandeza del Imperio Romano y reflejaba su supremacía cultural, militar y técnica. Aunque ha sufrido el paso del tiempo, el Coliseo sigue siendo un símbolo perdurable del ingenio romano y su legado arquitectónico, fascinando al mundo moderno.
Nos encontramos ante una imagen de la Victoria de Samotracia. Es una obra original y se atribuye al escultor Pithókitos. Datada en el siglo II a. C., pertenece a la Escuela de Rodas dentro del periodo helenístico. Hoy se encuentra expuesta en el Museo del Louvre en París. Si bien su estado de conservación es bueno, es cierto que ha perdido la cabeza y una de sus alas es fruto de una restauración. Es una escultura de carácter figurativo, de bulto redondo y en pie. Está tallada en mármol y tiene una altura de 2,65 m. El tema es mitológico, representando a una Atenea de la Victoria o Atenea Niké, como podemos apreciar por sus alas desplegadas y estaría en un pedestal con forma de proa de barco.
Características formales: búsqueda de movimiento y dinamismo frente al equilibrio del periodo clásico. Es una composición abierta, con unas líneas diagonales donde se enmarcan las alas, y el propio cuerpo, que parece abalanzarse hacia el frente provocando esa sensación de desequilibrio, con una suave torsión que contribuye a esa sensación de desequilibrio que invita al espectador a buscar diversos puntos de vista de la figura. Además, el empleo de la técnica de los paños mojados, da lugar a numerosos pliegues a lo largo del cuerpo, como si la figura avanzara contra el viento o como si se posara sobre la proa de un barco.
El modelado de los diferentes volúmenes anatómicos dan una gran expresividad. La anatomía se transparenta a través del peplo, empleando la técnica de Fidias, con un gran repertorio de texturas en los pliegues, que van desde los finos y transparentes a los gruesos y arremolinados. También observamos texturas originales en la talla de las alas que imitan la suavidad de las plumas. El conjunto transmite violentos contrastes de luces y sombras que contribuyen a una mayor expresividad y dramatismo. La escultura fue encontrada en el santuario de Cabiros en Samotracia en 1863. Cumpliría una función votiva y conmemorativa, y seguramente celebraría la victoria de Samotracia sobre Antíoco III de Siria.
Con las conquistas de Alejandro Magno, la cultura griega comienza a recibir nuevas influencias; en lo artístico aparecen nuevas tendencias llegadas de otras zonas mediterráneas como Egipto, Persia y Mesopotamia. El periodo helenístico lo podemos clasificar como un barroquismo de las formas clásicas como podemos apreciar en esta Victoria de Samotracia. Estos efectos también los podemos encontrar en otras obras de esta escuela como la conocida El Laocoonte y sus hijos.
La escultura Laocoonte y sus hijos, atribuida a Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas, es uno de los máximos exponentes del periodo helenístico griego y representa la culminación del arte de la Escuela de Rodas. Creada entre los siglos III y II a.C., la obra fue descubierta en Roma en el siglo XVI y actualmente se encuentra en los Museos Vaticanos. Esta pieza, realizada en mármol, transmite una poderosa carga expresiva y simbólica que la convierte en un icono del arte antiguo. La escena retrata a Laocoonte, sacerdote troyano, en el momento en que, junto a sus hijos, es atacado por dos enormes serpientes enviadas por Poseidón como castigo. Este episodio mitológico simboliza la impotencia del ser humano frente al destino y la furia de los dioses. El drama alcanza su clímax al mostrar los esfuerzos inútiles del sacerdote por liberar a sus hijos, condenados junto a él a una muerte trágica, mientras la ciudad de Troya avanza hacia su destrucción al ignorar las advertencias de Laocoonte.
Desde un punto de vista formal, la obra está diseñada con un dinamismo asombroso, característico del helenismo. La composición triangular se centra en la figura de Laocoonte, con su cabeza como vértice, mientras que las diagonales de los cuerpos y las serpientes generan un movimiento continuo. La línea sinuosa de las serpientes conecta las figuras y da cohesión al grupo escultórico, reforzando el efecto de caos y tragedia. El tratamiento de las figuras resalta la expresividad y el patetismo: los músculos tensos, los cabellos foscos y los pliegues profundos de los paños crean un violento juego de luces y sombras, logrado mediante la técnica del trépano. Las expresiones faciales son clave en la obra: los rostros de Laocoonte y sus hijos reflejan dolor, impotencia y desesperación, con ojos hundidos, bocas entreabiertas y cabezas vueltas en gestos de súplica. La mirada perdida hacia el cielo enfatiza la resignación ante la fatalidad y la incapacidad de escapar del castigo divino.
Desde un punto de vista simbólico, la obra encarna la lucha desigual entre los mortales y las fuerzas superiores que escapan a su comprensión. Es una representación de la cólera divina y de los castigos implacables que pueden imponer los dioses. Además, la escultura tiene una clara funcionalidad propagandística, propia del mundo helenístico, ya que estas obras solían ser encargadas por figuras de poder para glorificar su posición o reforzar ideas religiosas y políticas. El impacto de Laocoonte y sus hijos trascendió la Antigüedad. Su redescubrimiento en el Renacimiento causó una profunda impresión en artistas como Miguel Ángel, quien tomó inspiración de su dramatismo para sus obras. También influyó en el manierismo y en pintores como El Greco. Incluso la Iglesia reinterpretó la obra, viendo en el rostro del Laocoonte un modelo para representar a los mártires cristianos en sus momentos de sufrimiento. En resumen, Laocoonte y sus hijos es una obra maestra que combina el virtuosismo técnico con una poderosa carga emocional y simbólica. Representa el culmen de la escultura helenística, al plasmar con fuerza desgarradora el sufrimiento humano y la inexorabilidad del destino. Su influencia en la historia del arte es innegable, consolidándola como un referente de expresión trágica y dramatismo.
El Partenón, construido entre 447 y 432 a.C. bajo la dirección de Ictinos y Calícrates y la supervisión artística de Fidias, es un emblema de la arquitectura clásica griega y una obra maestra del estilo dórico. Situado en la Acrópolis de Atenas, su diseño, funcionalidad y simbolismo reflejan la grandeza de la polis ateniense y su cultura. El edificio destaca por su planta rectangular, su estructura octástila y períptera, y el uso de mármol pentélico como material principal. Cada uno de sus elementos arquitectónicos está diseñado para lograr armonía visual y precisión técnica, como la leve éntasis en las columnas o su inclinación hacia el interior, que corrigen distorsiones ópticas. Las columnas, típicas del orden dórico, carecen de basa, presentan estrías vivas en los fustes y culminan en capiteles simples pero elegantes, compuestos por equino y ábaco. El entablamento y la cubierta a dos aguas son igualmente destacables. El friso combina triglifos y metopas decoradas con relieves escultóricos, mientras que los frontones triangulares se enriquecen con narrativas mitológicas. En el interior, se accede primero al pronaos, luego a la cella, que albergaba la majestuosa estatua de Atenea Parthenos realizada por Fidias, y finalmente al opistodomos, destinado a guardar tesoros y objetos de culto.
El Partenón es mucho más que un templo; es una afirmación del poder y la identidad cultural de Atenas. Dedicado a Atenea, diosa protectora de la ciudad, su arquitectura y decoración escultórica celebran las virtudes y hazañas de la polis. Los temas representados en los frontones y metopas (como la Gigantomaquia o la Guerra de Troya) evocan la lucha entre la civilización y el caos, mientras que el friso de la procesión de las Panateneas resalta la participación cívica de los atenienses, reflejando su cohesión social y devoción religiosa. En su conjunto, el Partenón encarna el ideal griego de proporción, perfección técnica y belleza, al tiempo que actúa como un monumento político y cultural que glorifica a Atenas en su apogeo.
Nos encontramos ante una imagen del grupo escultórico conocido como “Hermes y Dionisos niño” datada hacia el 330 a. C., realizada por Praxíteles y que podemos enmarcar dentro del periodo Postclásico. Hoy se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico de Olimpia. Se trata de un grupo escultórico, de tipo figurativo y carácter naturalista, de bulto redondo. El tema es mitológico y representa a Hermes, dios mensajero, ofreciendo un racimo de uvas a Dionisos (dios del vino y de la fiesta), al que lleva hacia el Olimpo para ser cuidado por las ninfas. Se trata de una talla muy delicada y suave.
Las formas son mucho más naturales que las que podemos encontrar en el periodo clásico, donde los planos geométricos están claramente definidos en la anatomía, como veíamos en el Doríforo. El canon utilizado es más esbelto que el de Policleto lo que contribuye a dotar de mayor gracia y ligereza a la escultura, a lo que añadiremos el uso de la conocida como curva praxiteliana, donde el contrabalanceo típico del contrapposto, se acentúa de forma extrema como observamos en el cuerpo de Hermes, aportando un gran dinamismo a la escultura. Estas formas contribuyen a crear una imagen mucho más cercana y humana de los dioses en el espectador, que también se manifiesta, al crear un diálogo de miradas entre Hermes y Dionisos. La misma acción de ofrecer el racimo de uva al niño, contribuye a dotar de un tono lúdico y amable que ayuda a crear una imagen más humana de las divinidades. La talla es rica en texturas y efectos plásticos, como podemos observar en la suavidad de la piel, que contrasta con el pelo rizado y los pliegues del manto que utiliza y que ayuda a sostener el peso de la escultura. Tanto los rizos del cabello como los pliegues del manto crean efectos de luces y sombras que resaltan el torso de Hermes. La composición se abre al espectador con el brazo extendido de Hermes sosteniendo el racimo (no conservado), a pesar de ser de bulto redondo, está claramente concebida para observarse desde un plano frontal.
Puede que tuviese una función conmemorativa, tratando de representar la paz entre la polis de Elde (cuyo protector era Dionisos) y la polis de Arcadia (cuyo protector era Hermes).
Durante el siglo IV a. C. podemos hablar de Postclasicismo, se continúa con la búsqueda de la belleza ideal, pero ahora a través de representación de la elegancia y el refinamiento, dando lugar a una escultura más esbelta, ligera y con un carácter más humano o amable, intentando representar las emociones humanas. Esto es el reflejo de una sociedad que se distancia del esplendor político y cultural de la época de Pericles y entra en una profunda crisis marcada por las continuas guerras entre las diferentes polis, así como también la irrupción de nuevas formas de pensamiento como el Hedonismo, o disfrute de los placeres, al que se acerca este Hermes con Dionisos niño, o bien el Estoicismo que estará mejor representado por Scopas. Esta etapa final de Clasicismo tendrá gran influencia en la etapa posterior o Helenismo donde asistiremos a un barroquismo de las formas clásicas, que se inicia precisamente en este periodo.